La
“leyenda” que se da en Isis sin Velo en relación con una parte del globo, a la cual la Ciencia concede ahora
que fue la cuna de la humanidad -aunque en verdad sólo fue una de las siete cunas- dice lo siguiente:
Dice
la tradición, y los anales del Gran
Libro (el Libro de Dzyan) explican,
que mucho antes de los días de Ad-am y de su curiosa esposa He-va, en donde
ahora sólo se encuentran lagos salados y desiertos estériles desolados, había
un vasto mar interior que se extendía sobre el Asia Central, al Norte de la
altiva cordillera de los Himalayas, y de su prolongación occidental. En este
mar había una isla que, por su belleza sin par, no tenía rival en el mundo, y
estaba habitada por los últimos restos de la Raza que
precedió a la nuestra.
“Los
últimos restos” significan los “Hijos de la Voluntad y del Yoga”, quienes, con
unas cuantas tribus, sobrevivieron al gran cataclismo. Porque la Tercera Raza,
que habitaba el gran Continente Lemur, fue la que precedió a las verdaderas
razas humanas, la Cuarta y la Quinta. Por tanto, se dijo en Isis sin Velo que:
Esta
raza podía vivir con igual facilidad en el agua, en el aire y en el fuego,
porque tenía dominio ilimitado sobre los elementos. Eran los “Hijos de Dios”;
no los que vieron las hijas de los hombres, sino los verdaderos Elohim, aunque
en la Kabalah oriental tienen otro
nombre. Ellos fueron los que comunicaron a los hombres los secretos más
extraños de la Naturaleza, y les revelaron la “palabra” inefable, ahora perdida.
La
“Isla” según se cree, existe hasta hoy día, como un oasis rodeado por las
espantosas soledades del Desierto de Gobi, cuyas arenas “ningún pie ha hollado
de humana memoria”.
Esta
palabra, que no es palabra, ha circulado una vez por todo el globo, y todavía
languidece como un lejano y moribundo eco en los corazones de algunos hombres
privilegiados. Los hierofantes de todos los Colegios Sacerdotales conocían la
existencia de esta isla; pero la “palabra” sólo era conocida del Java Aleim (Mahâ Chohan en otra lengua),
o señor principal de cada colegio, y era transmitida a su sucesor sólo en el
momento de la muerte. Había muchos de estos Colegios, y los autores clásicos
antiguos hablan de ellos...
No
había comunicación alguna por mar con la hermosa isla, pero pasajes
subterráneos, solamente conocidos de los jefes comunicaban con ella en todas
direcciones.
La
tradición asegura, y la Arqueología acepta la verdad de la leyenda, que
actualmente hay más de una ciudad floreciente en la India construida sobre
otras varias ciudades, constituyendo así una ciudad subterránea de seis o siete
pisos de altura. Delhi es una de ellas, Allahabad es otra; y hasta en Europa se
encuentran ejemplos, verbigracia, Florencia, la cual está construida sobre
varias ciudades etruscas y otras, difuntas. ¿Por qué, pues, no han podido
Ellora, Elefanta, Karli y Ajunta haber sido construidas sobre laberintos y
pasajes subterráneos como se asegura? Por supuesto, no aludimos a las cavernas
que todos los europeos conocen, ya sea de
visu o de oídas, a pesar de su mucha antigüedad, auque hasta esto es
discutido por la arqueología moderna; sino al hecho conocido de los brahmanes
iniciados de la India y especialmente de los Yogis, de que no hay un
templo-gruta en el país que no tenga pasajes subterráneos corriendo en todas
direcciones, y que estas cavernas y corredores innumerables subterráneos tienen
a su vez sus subterráneos y
corredores.
¿Quién
puede asegurar que la perdida Atlántida -mencionada también en el Libro Secreto, pero igualmente bajo otro
nombre, peculiar al lenguaje sagrado- no existía también en aquellos días? seguíamos preguntando. Existía efectivamente con toda seguridad, pues
se estaba aproximando a sus días de mayor gloria y civilización, cuando el
último de los continentes Lemures se hundió.
El
gran Continente perdido puede quizás haber estado situado al Sur del Asia,
extendiéndose desde la India a la Tasmania. Si la hipótesis -ahora tan
puesta en duda, y positivamente negada por algunos sabios autores, que la
consideran como una broma de Platón- se llega alguna vez a comprobar, entonces
quizás los hombres de ciencia creerán que la descripción del continente
habitado por Dios no era del todo una pura fábula. Y entonces puede que
perciban que las indicaciones veladas de Platón, y el atribuir él la narración
a Solón y a los sacerdotes egipcios, no fue más que un modo prudente de
o comunicar el hecho al mundo, al mismo tiempo que, combinando hábilmente la
verdad y la ficción, se descartaba de toda relación directa con un relato cuya
divulgación le estaba prohibida, por las obligaciones que la Iniciación le
imponía...
Continuando
la tradición, tenemos que añadir que la clase de hierofantes estaba dividida en
dos categorías distintas; los que eran instruidos por los “Hijos de Dios”
de la isla, e iniciados en la divina doctrina de la revelación pura; y otros,
que habitaron la perdida Atlántida - si tal ha de ser su nombre; y que siendo de otra raza (producida sexualmente, pero de padres divinos) nacieron con una vista que
penetraba todas las cosas ocultas, y que era independiente, tanto de la
distancia como de los obstáculos materiales. En resumen, fueron la cuarta Raza
de hombres mencionada en el Popol Vuh, cuya vista era ilimitada y que
conocían todas las cosas a la vez.
En
otras palabras, fueron los Lemuro-Atlantes los primeros que tuvieron una
dinastía de Reyes-Espíritus, no de Manes, o “Fantasmas”, como algunos creen, sino de Devas reales vivientes, o Semidioses y Ángeles, que habían
asumido cuerpos para gobernar a esta Raza, a la cual instruyeron en artes y
ciencias. Sólo que, como estos Dhyânis eran Rûpas o Espíritus materiales, no
fueron siempre buenos. Su rey Thevetat fue uno de estos últimos, y bajo la
maléfica influencia de este Rey-Demonio, la Raza Atlante se convirtió en una
nación de “magos” perversos.
A
consecuencia de esto fue declarada la guerra, cuyo relato sería muy largo de
narrar; su substancia puede encontrarse en las alegorías desfiguradas de la
raza de Caín, los gigantes, y la de Noé y su justa familia. El conflicto
concluyó con la sumersión de la Atlántida, que tiene su imitación en las fábulas
del diluvio babilónico y mosaico. Los gigantes y los magos “y toda carne
pereció... y todos los hombres”. Todos excepto Xisuthros y Noé, que son
substancialmente idénticos al gran Padre de los Tlinkitianos, quienes
dicen se escaparon también en una gran barca como el Noé indo, Vaivasvata.
Si
hemos de creer la tradición, tenemos también que dar crédito a la otra historia
de que al casarse entre sí la progenie de los hierofantes de la isla y los
descendientes del Noé atlante, resultó una raza mezclada de hombres buenos y
perversos. De una parte tuvo el mundo sus Enochs, Moisés, varios Buddhas,
numerosos “Salvadores” y grandes hierofantes; y de otra sus “nigromantes natos”, que, por falta del poder restringente de la debida luz
espiritual... pervirtieron sus dones, dedicándolos a fines maléficos.
Como
suplemento de lo que antecede, presentaremos el testimonio de algunos anales y
tradiciones. En L’Histoire des Vierges:
les Peuples et les Continentnts Disparus, dice Louis Jacolliot:
Una
de las leyendas más antiguas de la India, conservada en los templos por
tradición oral y escrita, refiere que hace varios cientos de miles de años
existía en el Océano Pacífico un inmenso continente, que fue destruido por
convulsiones geológicas, y cuyos fragmentos pueden encontrarse en Madagascar,
Ceilán, Sumatra, Java, Borneo y las islas principales de la Polinesia.
Las
altas mesetas del Indostán y Asia, según esta hipótesis, sólo habrían sido, en
aquellas lejanas épocas, grandes islas contiguas al continente central... Según
los brahmanes, este país había alcanzado una elevada civilización, y la
península del Indostán, agrandada por el desplazamiento de las aguas, en tiempo
del gran cataclismo, no ha hecho más que continuar la cadena de las tradiciones
primitivas nacidas en aquel sitio. Estas tradiciones dan el nombre de Rutas a
los pueblos que habitaban este inmenso continente equinoccial, y de su lenguaje
se derivó el sánscrito. La tradición
indo-helénica, preservada por la población más inteligente que emigró de las
llanuras de la India, refiere también la existencia de un continente y de un
pueblo, a los que da los nombres de Atlántida y Atlantes, y que sitúa en el
Atlántico, en la parte Norte de los
Trópicos.
Aparte
de este hecho, la suposición de un antiguo continente en aquellas latitudes,
cuyos vestigios pueden encontrarse en las islas volcánicas y la superficie
montañosa de las Azores, las Canarias y las islas de Cabo Verde, no está
desprovista de probabilidad geográfica. Los griegos, que por otra parte nunca
se atrevieron a pasar más allá de las Columnas de Hércules, por causa de su
temor al Océano misterioso, aparecieron demasiado tarde en la antigüedad, para
que las historias conservadas por Platón puedan ser más que un eco de la
leyenda india. Además, cuando arrojamos una mirada sobre un planisferio, a la
vista de las islas e islotes esparcidos desde el archipiélago Malayo a la
Polinesia, desde el Estrecho de la Sonda a la Isla de Pascua, es imposible,
partiendo de la hipótesis de que hubo continentes que precedieron a los que
habitamos, dejar de colocar allí el más importante de todos.
Una
creencia religiosa, común a Malaca y Polinesia, esto es, a los dos extremos
opuestos del mundo de la Oceanía, afirma “que todas estas islas formaron una
vez dos países inmensos, habitados por hombres amarillos y negros, que siempre
estaban en guerra; y que los dioses, cansados de sus querellas, encargaron al
Océano que los pacificara, y éste se tragó los dos continentes, y desde
entonces ha sido imposible conseguir que
devuelva a sus cautivos. Sólo las crestas de las montañas y las mesetas
elevadas escaparon a la inundación, por el poder de los dioses, que percibieron demasiado tarde el
error que habían cometido”.
Sea
lo que quiera lo que haya en estas tradiciones, y cualquiera que haya sido el
sitio donde se desarrolló una civilización más antigua que la de Roma, de
Grecia, de Egipto y de la India, lo cierto es que esta civilización existió, e
importa mucho a la ciencia el volver a encontrar sus huellas, por más débiles y
fugitivas que sean.
Esta
tradición de la Oceanía corrobora la leyenda que se da de los “Anales de la
Doctrina Secreta”. La guerra que se menciona entre los hombres amarillos y
negros se refiere a la lucha entre los “Hijos de Dios” y los “Hijos de los
Gigantes” o pobladores y nigromantes de la Atlántida.
La
conclusión final del autor, que visitó personalmente todas las islas de la
Polinesia, y que dedicó años al estudio de la religión, lenguaje y tradiciones
de casi todos los pueblos, es como sigue:
En
cuanto al continente polinesio que desapareció en el tiempo de los últimos
cataclismos geológicos, su existencia se funda en tales pruebas, ante las que, para ser
lógicos, no podemos seguir dudando.
Las tres cimas de este continente, las islas
Sandwich, Nueva Zelanda y la Isla de Pascua, distan unas de otras de mil
quinientas a mil ochocientas leguas, y los grupos de islas intermedias, Viti
(Fidji), Samoa, Tonga, Futuna (¿Foutouha?), Ouvea (¿Oueeha?), las Marquesas,
Tahití, Pomotu (¿Pomaton?), las Gambier, se hallan distantes de estos puntos
extremos de setecientas u ochocientas a mil leguas.
Todos
los navegantes están de acuerdo en decir que los grupos extremo y central no
han podido jamás comunicarse, en vista de su posición geográfica actual, con
los medios insuficientes de que disponían. Es físicamente imposible cruzar
semejantes distancias en una piragua... sin una brújula, y viajar meses sin
provisiones.
Por
otra parte, los aborígenes de las islas Sandwich, de Viti, de Nueva Zelanda, de
los grupos centrales, de Samoa, Tahití, etc., jamás se habían conocido; nunca habían oído hablar unos de otros,
antes de la llegada de los europeos. Y sin
embargo, cada pueblo de estos sostenía que su isla había formado parte de un
tiempo de una inmensa extensión de tierra, que se extendía al Occidente hacia
el lado de Asia. Y todos ellos se vio que hablaban la misma lengua, que
tenían los mismos usos y costumbres, la misma creencia religiosa. Y todos a la
pregunta: “¿Dónde está la cuna de vuestra raza?”, por toda respuesta, extendían su mano hacia el sol poniente .
Geográficamente,
esta descripción contradice algo los hechos de los Anales Secretos; pero ella
muestra la existencia de tales tradiciones, y esto es lo que importa. Porque
así como no hay humo sin fuego, así
también una tradición tiene que basarse en alguna verdad aproximada.
En
su debido lugar mostraremos a la Ciencia moderna, corroborando la anterior y
otras tradiciones de la Doctrina Secreta, respecto de los dos continentes
perdidos. Las reliquias de la Isla de Pascua, por ejemplo, son las memorias más
asombrosas y elocuentes de los gigantes primitivos. Son ellas tan grandiosas
como misteriosas; y basta con examinar las cabezas de las colosales estatuas
que han permanecido intactas para reconocer de una mirada los rasgos del tipo y
carácter atribuidos a los gigantes de la Cuarta Raza. Parecen de una misma
factura, aunque diferentes de fisonomía; de un tipo claramente sensual, tal
como los Atlantes (los Daityas y “Atlantians”), según se dice en los libros
Esotéricos indios.
Compárese a éstas con las caras de algunas otras estatuas
colosales del Asia Central; por ejemplo, las que se hallan cerca de Bamian, las
estatuas-retratos, según nos dice la
tradición, de Buddhas pertenecientes a Manvántaras anteriores; de aquellos Buddhas y héroes que se mencionan en las
obras buddhistas e indas, como hombres de tamaño fabuloso, hermanos buenos
y santos de hermanos couterinos perversos, generalmente como Râvana, el rey
gigante de Lankâ, era hermano de Kumbhakarna; todos descendientes de Dioses por
medio de los Rishis, y así como “Titán y su enorme progenie”, todos
“primogénitos del Cielo”.
Estos “Buddhas”, aunque a menudo estropeados por la
representación simbólica de grandes orejas colgantes, muestran una diferencia
significativa en la expresión de sus caras, que se percibe a la primera ojeada,
de la de las estatuas de la Isla de Pascua. Pueden ser de una misma raza; pero
los primeros son “Hijos de Dioses”; los otros la progenie de poderosos hechiceros.
Todas éstas son, sin embargo, reencarnaciones; y aparte de las inevitables
exageraciones de la imaginación y tradiciones populares, son caracteres históricos. ¿Cuándo
vivieron? ¿Qué tiempo hace que vivieron ambas Razas, la Tercera y la Cuarta; y
cuánto tiempo después principiaron las diversas tribus de la Quinta Raza su
lucha, las guerras entre el Bien y el Mal?
Los orientalistas nos aseguran que
la cronología se halla, a la vez, confundida irremisiblemente y exagerada de un
modo absurdo, en los Purânas y otras
Escrituas indas. Estamos conformes con la acusación. Pero si los escritores
arios han permitido algunas veces que su péndulo cronológico oscile demasiado
lejos en un sentido, más allá del legítimo límite de los hechos; sin embargo,
si la distancia de esta desviación se compara con la distancia de la desviación
de los orientalistas en el sentido contrario, se verá que el Pandit es el más
veraz, y que se halla más cerca de la
verdad de los hechos que el sanscritista. Cuando el sanscritista mutila, aunque
se pruebe que lo ha hecho para satisfacción de un objeto personal favorito,
considérase por la opinión pública occidental como “una admisión cautelosa de los hechos”, mientras que
al Pandit se le trata brutalmente en letras de molde de “embustero”.
Pero seguramente esto no es una razón para que todos
tengan forzosamente que ver esto a la misma luz. Un observador imparcial puede
juzgarlo de diferente modo. Puede tratar de poco escrupulosos a ambos
historiadores, o bien justificar a ambos en sus respectivos terrenos y decir:
los arios indos escribieron para sus iniciados, que podían leer la verdad entre
líneas; y no para las masas. Si en efecto mezclaron sucesos y confundieron
épocas intencionalmente, no fue con
el objeto de engañar a nadie, sino para guardar sus conocimientos de la vista
indiscreta del extranjero. Pero para todo aquel que puede contar las generaciones desde los Manus, y la serie de encarnaciones especificadas en
los casos de algunos héroes, en los Purânas,
el significado y orden cronológico están muy claros. En cuanto el orientalista
occidental, tiene que ser disculpado, a causa de su innegable ignorancia de los
métodos usados por el esoterismo arcaico.
Pero
tales prejuicios actuales tendrán que ceder y desaparecer muy pronto, ante la
luz de nuevos descubrimientos. Ya empiezan a ser amenazadas de una ruina las
teorías favoritas del Dr. Weber y del profesor Max Müller, a saber, que la
escritura no se conocía en la India, ni aun en los tiempos de Pânini (!); que
los indos tenían todas sus artes y ciencias -hasta el mismo Zodíaco y la
Arquitectura (Fergusson)- de los griegos macedonios; estas hipótesis
desatinadas, y otras por el estilo, están amenazadas de ruina. El fantasma de
la Caldea antigua viene en ayuda de la verdad. El profesor Sayce de Oxford, en
su tercera conferencia de Hibbert (1887), hablando de los cilindros asirios y
babilónicos recientemente descubiertos, refiérese ampliamente a Ea, el Dios de
la Sabiduría, identificado ahora con el Oannes de Beroso, el semihombre, semipez,
que enseñó a los babilonios la cultura y el arte
de escribir.
De este Ea, a quien a
causa sólo del Diluvio bíblico apenas se le asignaba hasta entonces una
antigüedad de 1.500 años antes de Cristo, se dice ahora lo siguiente,
resumiendo del profesor:
La
ciudad de la Ea era Eridu, que se asentaba hace 6.000 años en las orillas del
golfo Pérsico. El nombre significa “la buena ciudad”, un lugar particularmente
santo, puesto que fue el centro desde donde la primera civilización caldea se
abrió paso hacia el Norte. Como al dios de la cultura se le representaba como
viniendo del mar, es posible que la cultura de Eridu fuese de importación
extranjera.
Sabemos actualmente que en una época muy temprana existieron
relaciones entre Caldea y la península sinaítica, así como con la India. Las
estatuas descubiertas por los franceses en Tel-Ioh (que datan cuando menos de
4.000 años antes de Cristo) estaban hechas de la piedra extremadamente dura
conocida por diorita, y las inscripciones que en ellas se leen, demuestran que
la diorita fue traída de Magán, esto es, de la península sinaítica gobernada
entonces por los Faraones. Es sabido que las estatuas se parecen en su estilo general a la estatua de diorita
de Kephren, el constructor de la segunda Pirámide, mientras que, según Mr.
Petrie, la unidad de medida señalada en el plano de la ciudad, que una de las
figuras de Tel-Ioh tiene en su regazo, es la misma empleada por los
constructoes de las Pirámides. Se ha encontrado madera de teca en Mugheir, o Ur
de los caldeos, aunque esa madera es un producto especial de la India; añádese
a esto que una antigua lista babilónica de ropas, menciona sindhu o “muselina”, que explica por “tela vegetal”.
La
muselina, conocida mejor por muselina de Dacca, y en Caldea por inda (Sindhu),
y la madera de teca usadas 4.000 años antes de Cristo, y sin embargo, los
indos, a quienes la Caldea debe su civilización, como ha sido bien probado por
el coronel Vans Kennedy, ¡ignoraban el
arte de escribir hasta que los griegos les enseñaron su alfabeto... al
menos, si hemos de creer lo que dicen los orientalistas!
H.P. Blavatsky D.S T III
H.P. Blavatsky D.S T III
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