domingo, 27 de septiembre de 2015

LOS “HIJOS DE DIOS” Y LA “ISLA SAGRADA”


La “leyenda” que se da en Isis sin Velo  en relación con una parte del globo, a la cual la Ciencia concede ahora que fue la cuna de la humanidad -aunque en verdad sólo fue una de las siete cunas- dice lo siguiente:
             
Dice la tradición, y los anales del Gran Libro  (el Libro de Dzyan) explican, que mucho antes de los días de Ad-am y de su curiosa esposa He-va, en donde ahora sólo se encuentran lagos salados y desiertos estériles desolados, había un vasto mar interior que se extendía sobre el Asia Central, al Norte de la altiva cordillera de los Himalayas, y de su prolongación occidental. En este mar había una isla que, por su belleza sin par, no tenía rival en el mundo, y estaba habitada por los últimos restos de la Raza que precedió a la nuestra.
            
“Los últimos restos” significan los “Hijos de la Voluntad y del Yoga”, quienes, con unas cuantas tribus, sobrevivieron al gran cataclismo. Porque la Tercera Raza, que habitaba el gran Continente Lemur, fue la que precedió a las verdaderas razas humanas, la Cuarta y la Quinta. Por tanto, se dijo en Isis sin Velo que:
             
Esta raza podía vivir con igual facilidad en el agua, en el aire y en el fuego, porque tenía dominio ilimitado sobre los elementos. Eran los “Hijos de Dios”; no los que vieron las hijas de los hombres, sino los verdaderos Elohim, aunque en la Kabalah oriental tienen otro nombre. Ellos fueron los que comunicaron a los hombres los secretos más extraños de la Naturaleza, y les revelaron la “palabra” inefable, ahora perdida.
             
La “Isla” según se cree, existe hasta hoy día, como un oasis rodeado por las espantosas soledades del Desierto de Gobi, cuyas arenas “ningún pie ha hollado de humana memoria”.
            
Esta palabra, que no es palabra, ha circulado una vez por todo el globo, y todavía languidece como un lejano y moribundo eco en los corazones de algunos hombres privilegiados. Los hierofantes de todos los Colegios Sacerdotales conocían la existencia de esta isla; pero la “palabra” sólo era conocida del Java Aleim (Mahâ Chohan en otra lengua), o señor principal de cada colegio, y era transmitida a su sucesor sólo en el momento de la muerte. Había muchos de estos Colegios, y los autores clásicos antiguos hablan de ellos...
            
No había comunicación alguna por mar con la hermosa isla, pero pasajes subterráneos, solamente conocidos de los jefes comunicaban con ella en todas direcciones.
            
La tradición asegura, y la Arqueología acepta la verdad de la leyenda, que actualmente hay más de una ciudad floreciente en la India construida sobre otras varias ciudades, constituyendo así una ciudad subterránea de seis o siete pisos de altura. Delhi es una de ellas, Allahabad es otra; y hasta en Europa se encuentran ejemplos, verbigracia, Florencia, la cual está construida sobre varias ciudades etruscas y otras, difuntas. ¿Por qué, pues, no han podido Ellora, Elefanta, Karli y Ajunta haber sido construidas sobre laberintos y pasajes subterráneos como se asegura? Por supuesto, no aludimos a las cavernas que todos los europeos conocen, ya sea de visu o de oídas, a pesar de su mucha antigüedad, auque hasta esto es discutido por la arqueología moderna; sino al hecho conocido de los brahmanes iniciados de la India y especialmente de los Yogis, de que no hay un templo-gruta en el país que no tenga pasajes subterráneos corriendo en todas direcciones, y que estas cavernas y corredores innumerables subterráneos tienen a su vez sus subterráneos y corredores.
           
¿Quién puede asegurar que la perdida Atlántida -mencionada también en el Libro Secreto, pero igualmente bajo otro nombre, peculiar al lenguaje sagrado- no existía también en aquellos días? seguíamos preguntando. Existía efectivamente con toda seguridad, pues se estaba aproximando a sus días de mayor gloria y civilización, cuando el último de los continentes Lemures se hundió.
             
El gran Continente perdido puede quizás haber estado situado al Sur del Asia, extendiéndose desde la India a la Tasmania. Si la hipótesis -ahora tan puesta en duda, y positivamente negada por algunos sabios autores, que la consideran como una broma de Platón- se llega alguna vez a comprobar, entonces quizás los hombres de ciencia creerán que la descripción del continente habitado por Dios no era del todo una pura fábula. Y entonces puede que perciban que las indicaciones veladas de Platón, y el atribuir él la narración a Solón y a los sacerdotes egipcios, no fue más que un modo prudente de o comunicar el hecho al mundo, al mismo tiempo que, combinando hábilmente la verdad y la ficción, se descartaba de toda relación directa con un relato cuya divulgación le estaba prohibida, por las obligaciones que la Iniciación le imponía...
            
Continuando la tradición, tenemos que añadir que la clase de hierofantes estaba dividida en dos categorías distintas; los que eran instruidos por los “Hijos de Dios” de la isla, e iniciados en la divina doctrina de la revelación pura; y otros, que habitaron la perdida Atlántida - si tal ha de ser su nombre; y que siendo de otra raza (producida sexualmente, pero de padres divinos) nacieron con una vista que penetraba todas las cosas ocultas, y que era independiente, tanto de la distancia como de los obstáculos materiales. En resumen, fueron la cuarta Raza de hombres mencionada en el Popol Vuh, cuya vista era ilimitada y que conocían todas las cosas a la vez.
             
En otras palabras, fueron los Lemuro-Atlantes los primeros que tuvieron una dinastía de Reyes-Espíritus, no de Manes, o “Fantasmas”, como algunos creen, sino de Devas reales vivientes, o Semidioses y Ángeles, que habían asumido cuerpos para gobernar a esta Raza, a la cual instruyeron en artes y ciencias. Sólo que, como estos Dhyânis eran Rûpas o Espíritus materiales, no fueron siempre buenos. Su rey Thevetat fue uno de estos últimos, y bajo la maléfica influencia de este Rey-Demonio, la Raza Atlante se convirtió en una nación de “magos” perversos.
             
A consecuencia de esto fue declarada la guerra, cuyo relato sería muy largo de narrar; su substancia puede encontrarse en las alegorías desfiguradas de la raza de Caín, los gigantes, y la de Noé y su justa familia. El conflicto concluyó con la sumersión de la Atlántida, que tiene su imitación en las fábulas del diluvio babilónico y mosaico. Los gigantes y los magos “y toda carne pereció... y todos los hombres”. Todos excepto Xisuthros y Noé, que son substancialmente idénticos al gran Padre de los Tlinkitianos, quienes dicen se escaparon también en una gran barca como el Noé indo, Vaivasvata.
            
Si hemos de creer la tradición, tenemos también que dar crédito a la otra historia de que al casarse entre sí la progenie de los hierofantes de la isla y los descendientes del Noé atlante, resultó una raza mezclada de hombres buenos y perversos. De una parte tuvo el mundo sus Enochs, Moisés, varios Buddhas, numerosos “Salvadores” y grandes hierofantes; y de otra sus “nigromantes natos”, que, por  falta del poder restringente de la debida luz espiritual... pervirtieron sus dones, dedicándolos a fines maléficos.
             
Como suplemento de lo que antecede, presentaremos el testimonio de algunos anales y tradiciones. En L’Histoire des Vierges: les Peuples et les Continentnts Disparus, dice Louis Jacolliot:
             
Una de las leyendas más antiguas de la India, conservada en los templos por tradición oral y escrita, refiere que hace varios cientos de miles de años existía en el Océano Pacífico un inmenso continente, que fue destruido por convulsiones geológicas, y cuyos fragmentos pueden encontrarse en Madagascar, Ceilán, Sumatra, Java, Borneo y las islas principales de la Polinesia.
            
Las altas mesetas del Indostán y Asia, según esta hipótesis, sólo habrían sido, en aquellas lejanas épocas, grandes islas contiguas al continente central... Según los brahmanes, este país había alcanzado una elevada civilización, y la península del Indostán, agrandada por el desplazamiento de las aguas, en tiempo del gran cataclismo, no ha hecho más que continuar la cadena de las tradiciones primitivas nacidas en aquel sitio. Estas tradiciones dan el nombre de Rutas a los pueblos que habitaban este inmenso continente equinoccial, y de su lenguaje se derivó el sánscrito. La tradición indo-helénica, preservada por la población más inteligente que emigró de las llanuras de la India, refiere también la existencia de un continente y de un pueblo, a los que da los nombres de Atlántida y Atlantes, y que sitúa en el Atlántico, en la parte Norte de los  Trópicos.
            
Aparte de este hecho, la suposición de un antiguo continente en aquellas latitudes, cuyos vestigios pueden encontrarse en las islas volcánicas y la superficie montañosa de las Azores, las Canarias y las islas de Cabo Verde, no está desprovista de probabilidad geográfica. Los griegos, que por otra parte nunca se atrevieron a pasar más allá de las Columnas de Hércules, por causa de su temor al Océano misterioso, aparecieron demasiado tarde en la antigüedad, para que las historias conservadas por Platón puedan ser más que un eco de la leyenda india. Además, cuando arrojamos una mirada sobre un planisferio, a la vista de las islas e islotes esparcidos desde el archipiélago Malayo a la Polinesia, desde el Estrecho de la Sonda a la Isla de Pascua, es imposible, partiendo de la hipótesis de que hubo continentes que precedieron a los que habitamos, dejar de colocar allí el más importante de todos.
            
Una creencia religiosa, común a Malaca y Polinesia, esto es, a los dos extremos opuestos del mundo de la Oceanía, afirma “que todas estas islas formaron una vez dos países inmensos, habitados por hombres amarillos y negros, que siempre estaban en guerra; y que los dioses, cansados de sus querellas, encargaron al Océano que los pacificara, y éste se tragó los dos continentes, y desde entonces ha sido imposible conseguir que  devuelva a sus cautivos. Sólo las crestas de las montañas y las mesetas elevadas escaparon a la inundación, por el poder de los  dioses, que percibieron demasiado tarde el error que habían cometido”.
            
Sea lo que quiera lo que haya en estas tradiciones, y cualquiera que haya sido el sitio donde se desarrolló una civilización más antigua que la de Roma, de Grecia, de Egipto y de la India, lo cierto es que esta civilización existió, e importa mucho a la ciencia el volver a encontrar sus huellas, por más débiles y fugitivas que sean.
             
Esta tradición de la Oceanía corrobora la leyenda que se da de los “Anales de la Doctrina Secreta”. La guerra que se menciona entre los hombres amarillos y negros se refiere a la lucha entre los “Hijos de Dios” y los “Hijos de los Gigantes” o pobladores y nigromantes de la Atlántida.
            
La conclusión final del autor, que visitó personalmente todas las islas de la Polinesia, y que dedicó años al estudio de la religión, lenguaje y tradiciones de casi todos los pueblos, es como sigue:
             
En cuanto al continente polinesio que desapareció en el tiempo de los últimos cataclismos geológicos, su existencia se funda en  tales pruebas, ante las que, para ser lógicos, no podemos seguir dudando.
             
Las tres cimas de este continente, las islas Sandwich, Nueva Zelanda y la Isla de Pascua, distan unas de otras de mil quinientas a mil ochocientas leguas, y los grupos de islas intermedias, Viti (Fidji), Samoa, Tonga, Futuna (¿Foutouha?), Ouvea (¿Oueeha?), las Marquesas, Tahití, Pomotu (¿Pomaton?), las Gambier, se hallan distantes de estos puntos extremos de setecientas u ochocientas a mil leguas.
            
Todos los navegantes están de acuerdo en decir que los grupos extremo y central no han podido jamás comunicarse, en vista de su posición geográfica actual, con los medios insuficientes de que disponían. Es físicamente imposible cruzar semejantes distancias en una piragua... sin una brújula, y viajar meses sin provisiones.
            
Por otra parte, los aborígenes de las islas Sandwich, de Viti, de Nueva Zelanda, de los grupos centrales, de Samoa, Tahití, etc., jamás se habían conocido; nunca habían oído hablar unos de otros, antes de la llegada de los europeos. Y sin embargo, cada pueblo de estos sostenía que su isla había formado parte de un tiempo de una inmensa extensión de tierra, que se extendía al Occidente hacia el lado de Asia. Y todos ellos se vio que hablaban la misma lengua, que tenían los mismos usos y costumbres, la misma creencia religiosa. Y todos a la pregunta: “¿Dónde está la cuna de vuestra raza?”, por toda respuesta, extendían su mano hacia el sol poniente .

            
Geográficamente, esta descripción contradice algo los hechos de los Anales Secretos; pero ella muestra la existencia de tales tradiciones, y esto es lo que importa. Porque así como no hay humo sin fuego, así  también una tradición tiene que basarse en alguna verdad aproximada.
            
En su debido lugar mostraremos a la Ciencia moderna, corroborando la anterior y otras tradiciones de la Doctrina Secreta, respecto de los dos continentes perdidos. Las reliquias de la Isla de Pascua, por ejemplo, son las memorias más asombrosas y elocuentes de los gigantes primitivos. Son ellas tan grandiosas como misteriosas; y basta con examinar las cabezas de las colosales estatuas que han permanecido intactas para reconocer de una mirada los rasgos del tipo y carácter atribuidos a los gigantes de la Cuarta Raza. Parecen de una misma factura, aunque diferentes de fisonomía; de un tipo claramente sensual, tal como los Atlantes (los Daityas y “Atlantians”), según se dice en los libros Esotéricos indios. 



Compárese a éstas con las caras de algunas otras estatuas colosales del Asia Central; por ejemplo, las que se hallan cerca de Bamian, las estatuas-retratos, según nos dice la tradición, de Buddhas pertenecientes a Manvántaras anteriores; de aquellos Buddhas y héroes que se mencionan en las obras buddhistas e indas, como hombres de tamaño fabuloso, hermanos buenos y santos de hermanos couterinos perversos, generalmente como Râvana, el rey gigante de Lankâ, era hermano de Kumbhakarna; todos descendientes de Dioses por medio de los Rishis, y así como “Titán y su enorme progenie”, todos “primogénitos del Cielo”. 

Estos “Buddhas”, aunque a menudo estropeados por la representación simbólica de grandes orejas colgantes, muestran una diferencia significativa en la expresión de sus caras, que se percibe a la primera ojeada, de la de las estatuas de la Isla de Pascua. Pueden ser de una misma raza; pero los primeros son “Hijos de Dioses”; los otros la progenie de poderosos hechiceros. Todas éstas son, sin embargo, reencarnaciones; y aparte de las inevitables exageraciones de la imaginación y tradiciones populares, son caracteres históricos. ¿Cuándo vivieron? ¿Qué tiempo hace que vivieron ambas Razas, la Tercera y la Cuarta; y cuánto tiempo después principiaron las diversas tribus de la Quinta Raza su lucha, las guerras entre el Bien y el Mal? 

Los orientalistas nos aseguran que la cronología se halla, a la vez, confundida irremisiblemente y exagerada de un modo absurdo, en los Purânas y otras Escrituas indas. Estamos conformes con la acusación. Pero si los escritores arios han permitido algunas veces que su péndulo cronológico oscile demasiado lejos en un sentido, más allá del legítimo límite de los hechos; sin embargo, si la distancia de esta desviación se compara con la distancia de la desviación de los orientalistas en el sentido contrario, se verá que el Pandit es el más veraz, y que se halla más  cerca de la verdad de los hechos que el sanscritista. Cuando el sanscritista mutila, aunque se pruebe que lo ha hecho para satisfacción de un objeto personal favorito, considérase por la opinión pública occidental como “una admisión cautelosa de los hechos”, mientras que al Pandit se le trata brutalmente en letras de molde de “embustero”. 

Pero seguramente esto no es una razón para que todos tengan forzosamente que ver esto a la misma luz. Un observador imparcial puede juzgarlo de diferente modo. Puede tratar de poco escrupulosos a ambos historiadores, o bien justificar a ambos en sus respectivos terrenos y decir: los arios indos escribieron para sus iniciados, que podían leer la verdad entre líneas; y no para las masas. Si en efecto mezclaron sucesos y confundieron épocas intencionalmente, no fue con el objeto de engañar a nadie, sino para guardar sus conocimientos de la vista indiscreta del extranjero. Pero para todo aquel que puede contar las generaciones desde los Manus, y la serie de encarnaciones especificadas en los casos de algunos héroes, en los Purânas, el significado y orden cronológico están muy claros. En cuanto el orientalista occidental, tiene que ser disculpado, a causa de su innegable ignorancia de los métodos usados por el esoterismo arcaico.
            
Pero tales prejuicios actuales tendrán que ceder y desaparecer muy pronto, ante la luz de nuevos descubrimientos. Ya empiezan a ser amenazadas de una ruina las teorías favoritas del Dr. Weber y del profesor Max Müller, a saber, que la escritura no se conocía en la India, ni aun en los tiempos de Pânini (!); que los indos tenían todas sus artes y ciencias -hasta el mismo Zodíaco y la Arquitectura (Fergusson)- de los griegos macedonios; estas hipótesis desatinadas, y otras por el estilo, están amenazadas de ruina. El fantasma de la Caldea antigua viene en ayuda de la verdad. El profesor Sayce de Oxford, en su tercera conferencia de Hibbert (1887), hablando de los cilindros asirios y babilónicos recientemente descubiertos, refiérese ampliamente a Ea, el Dios de la Sabiduría, identificado ahora con el Oannes de Beroso, el semihombre, semipez, que enseñó a los babilonios la cultura y el arte de escribir. 



De este Ea, a quien a causa sólo del Diluvio bíblico apenas se le asignaba hasta entonces una antigüedad de 1.500 años antes de Cristo, se dice ahora lo siguiente, resumiendo del profesor:

            
La ciudad de la Ea era Eridu, que se asentaba hace 6.000 años en las orillas del golfo Pérsico. El nombre significa “la buena ciudad”, un lugar particularmente santo, puesto que fue el centro desde donde la primera civilización caldea se abrió paso hacia el Norte. Como al dios de la cultura se le representaba como viniendo del mar, es posible que la cultura de Eridu fuese de importación extranjera. 



Sabemos actualmente que en una época muy temprana existieron relaciones entre Caldea y la península sinaítica, así como con la India. Las estatuas descubiertas por los franceses en Tel-Ioh (que datan cuando menos de 4.000 años antes de Cristo) estaban hechas de la piedra extremadamente dura conocida por diorita, y las inscripciones que en ellas se leen, demuestran que la diorita fue traída de Magán, esto es, de la península sinaítica gobernada entonces por los Faraones. Es sabido que las estatuas se parecen  en su estilo general a la estatua de diorita de Kephren, el constructor de la segunda Pirámide, mientras que, según Mr. Petrie, la unidad de medida señalada en el plano de la ciudad, que una de las figuras de Tel-Ioh tiene en su regazo, es la misma empleada por los constructoes de las Pirámides. Se ha encontrado madera de teca en Mugheir, o Ur de los caldeos, aunque esa madera es un producto especial de la India; añádese a esto que una antigua lista babilónica de ropas, menciona sindhu o “muselina”, que explica por “tela vegetal”.



La muselina, conocida mejor por muselina de Dacca, y en Caldea por inda (Sindhu), y la madera de teca usadas 4.000 años antes de Cristo, y sin embargo, los indos, a quienes la Caldea debe su civilización, como ha sido bien probado por el coronel Vans Kennedy, ¡ignoraban el arte de escribir hasta que los griegos les enseñaron su alfabeto... al menos, si hemos de creer lo que dicen los orientalistas!

H.P. Blavatsky  D.S T III


No hay comentarios:

Publicar un comentario