A
esto contesta el Ocultismo con la afirmativa, a pesar de todas las objeciones
científicas. Además, esta duración sólo comprende al Hombre Vaivasvata Manu, es
decir, a la entidad macho y hembra ya separada en sexos distintos. Las dos
Razas y media que precedieron a ese acontecimiento pueden haber vivido hace
300.000.000 de años, según lo que la ciencia puede decir. Porque no existían
entonces las dificultades geológicas y físicas que hoy se opondrían a la
teoría, para el Hombre primitivo, etéreo
de las Enseñanzas Ocultas. Todo el
resultado de la disputa entre las ciencias profana y esotérica depende de la
creencia y de la demostración de la existencia de un Cuerpo Astral dentro del
Físico, independiente el primero del último. El positivista Paul d’Assier
parece haber demostrado bien claramente el hecho; aparte el testimonio
acumulado de las edades y el de los “espiritistas” y místicos modernos. Será
difícil rechazar este hecho en nuestra época de pruebas, testimonios y
demostraciones oculares.
Sostiene
la Doctrina Secreta que, a pesar de que los cataclismos y perturbaciones
generales de la Cuarta Ronda de nuestro Globo (debidos a ser esta Ronda el
período de su mayor desarrollo físico, pues es el punto medio del Ciclo de Vida
que le corresponde) fueron mucho más terribles e intensos que durante cualquiera de las tres Rondas precedentes.
(Ciclos de su primitiva vida psíquica y espiritual y de sus estados
semietéreos), ha existido en él la Humanidad Física durante los últimos
18.000.000 de años. Este período fue precedido por 300.000.000 de años de
desarrollo mineral y vegetal. Esto lo combatirán todos los que se niegan a
admitir la teoría de un hombre “sin huesos”, puramente etéreo. La ciencia, que
sólo entiende de organismos físicos, se indignará, y más aún la Teología
materialista. Luchará la primera con argumentos lógicos y razonables, basados
en el prejuicio de que todos los organismos animados han existido en todas las
edades en el mismo plano de materialidad; la última opondrá un tejido de
ficciones a cual más absurda. La pretensión ridícula habitualmente empleada por
los teólogos, está fundada en la suposición virtual de que la humanidad (léase
los cristianos) de este Planeta, tienen la honra de ser los únicos seres
humanos en todo el Kosmos que vivan sobre un Globo, y que son, por
consiguiente, los mejores de su especie.
Los
ocultistas, que creen firmemente en las docrinas de la Filosofía-Madre,
rechazan las objeciones tanto de los teólogos como de los hombres de ciencia.
ellos sostienen por su parte que aun durante aquellos períodos en que el calor
debía ser intolerable hasta en ambos polos, con diluvios sucesivos,
levantamientos de valles y cambios constantes de las grandes aguas y mares,
ninguna de esas circunstancias podía crear un impedimento a una vida y
organización humanas, tales como las que
ellos atribuyen a la humanidad primitiva. Ni la heterogeneidad de las
regiones ambientes, llenas de gases deletéreos, ni los peligros de una corteza
apenas consolidada, podían impedir que apareciesen la Primera y Segunda Razas,
aun durante el período carbonífero o Siluriano.
De
esta suerte, las Mónadas destinadas a animar Razas futuras estaban preparadas
para la nueva transformación. Habían ellas pasado por las fases de
inmetalización, de vida vegetal y animal, desde la más inferior hasta la
superior, y esperaban su forma humana, más inteligente. ¿Qué otra cosa podían
hacer, sin embargo, los Modeladores Plásticos, sino seguir las leyes de la
Naturaleza evolucionaria? ¿Acaso podían ellos, según afirma la letra muerta de
la Biblia, formar a semejanza del
“Señor Dios”, o como Pigmalión en la alegoría Griega, a Adam-Galatea, del polvo
volcánico, y exhalar en el Hombre un “Alma Viviente”? No; porque ya estaba allí
el Alma, latente en su Mónada, y sólo necesitaba un ropaje. Pigmalión, que no consigue animar a su estatua, y el Bahak Zivo de los Gnósticos Nazarenos,
que no logra construir “un alma humana en la criatura”, son, como conceptos,
mucho más filosóficos y científicos que Adán, considerado bajo el sentido de la
letra muerta, o que los Elohim-Creadores bíblicos. La filosofía Esotérica que
enseña la generación espontánea -después de que los Shistha y Prajâpati
lanzaron el germen de la vida sobre la tierra-, presenta a los Ángeles
Inferiores como capaces de construir solamente al hombre físico, aun con el auxilio de la Naturaleza, después de haber
desarrollado de sí mismos la Forma Etérea, y de dejar que la forma física se
desarrollase gradualmente de su modelo etéreo, o lo que se llamaría ahora,
modelo protoplásmico.
También
se combatirá esto; la “generación espontánea”, dirán, es una teoría
desacreditada. Veinte años hace que los experimentos de Pasteur la echaron por
tierra, rechazándola también el profesor Tyndall. Perfectamente admitamos que
lo hace, ¿y qué? Debiera él saber que, aun cuando se demostrase que en la edad
y condiciones actuales del mundo es imposible la generación espontánea -lo cual
niegan los Ocultistas-, no probaría esto que no pudiese haber tenido lugar bajo
condiciones cósmicas diferentes, no sólo en los mares del Período Laurenciano,
sino aun en la Tierra entonces en estado de convulsión. Sería interesante saber
cómo podría explicar jamás la Ciencia la aparición de las especies y de la vida
sobre la Tierra, particularmente la del Hombre,
desde el momento en que rechaza tanto las enseñanzas bíblicas como la
generación espontánea. Además, las observaciones de Pasteur distan mucho de ser
perfectas o de estar probadas. Blanchard y el Dr. Lutaud niegan su importancia,
y realmente muestran que no tienen ninguna. Hasta ahora la cuestión está sub judice, así como la que se refiere
al período en que apareció la vida sobre la Tierra. en cuanto a la idea de que
la Mónera de Haeckel (¡una pizca de sal!) haya resuelto el problema del origen
de la vida, es simplemente absurda. Los materialistas que desdeñan la teoría
del “Hombre Celeste Nacido por sí mismo”, el “por sí mismo existente”,
representado como un Hombre Etéreo, Astral, deben dispensar, hasta al
principiante en Ocultismo, que a su vez se ría de algunas especulaciones del
pensamiento moderno.
Después de probar muy sabiamente que el punto primitivo de
protoplasma (Mónera) no es ni animal
ni planta, sino ambas cosas a la vez, y que no
tiene antecesores entre ninguno de aquéllos, puesto que esa Mónera es la
que sirve de punto de partida a toda existencia organizada, se nos dice, en
conclusión que las Móneras son sus
propios antecesores. Podrá ser esto muy científico, pero también es muy
metafísico; demasiado, aun para el Ocultista.
Si
la generación espontánea ha variado ahora sus métodos -efecto, quizás, del
material acumulado existente- casi hasta el punto de escapar a su
descubrimiento, estaba, no obstante, en su apogeo en el génesis de la vida
terrestre. Hasta que la simple forma física y la evolución de las especies
muestran cómo procede la Naturaleza. El gigantesco Saurio cubierto de escamas,
el alado pterodáctilo, el megalosauro y el iguanodonte de cien pies de largo
perteneciente a un período posterior, son las transformaciones de los primeros
representantes del reino animal encontrados en los sedimentos de la época
primaria. Hubo un tiempo en que todos los monstruos “antediluvianos” arriba
citados aparecieron como infusorios filamentosos sin conchas ni cortezas, sin
nervios, músculos, órganos, ni sexo, y reproducían sus especies por gemación;
como igualmente lo hacen los animales microscópicos, los arquitectos y
constructores de nuestras cordilleras de montañas, según las doctrinas de la
Ciencia.
¿Por qué no había de suceder lo mismo al hombre? ¿Por qué habría
dejado de seguir la misma ley en su desarrollo, esto es, en su condensación
gradual? Toda persona libre de prejuicios preferiría creer que la Humanidad
Primitiva poseyó al principio una Forma Etérea, o si se quiere una Forma
filamentosa enorme, de aspecto gelatinoso, evolucionada por Dioses o “Fuerzas”
naturales, que se desarrolló y condensó durante millones de siglos, y que en su
impulso y tendencia físicos llegó a ser gigantesca, hasta ofrecer la enorme
forma física del Hombre de la Cuarta Raza, a creer que el hombre fue creado del
polvo de la Tierra (literalmente) o de algún antecesor antropoide desconocido.
Tampoco
se encuentra nuestra teoría Esotérica en desacuerdo con los datos científicos,
sino a primera vista, pues como dice el Dr. A. Wilson, F. R. S., en una carta
dirigida a la revista Knowledge
(diciembre, 23, 1881):
La
evolución, mejor dicho, la naturaleza, mirada bajo el aspecto de la evolución,
sólo se estudia hace unos veinticinco
años, poco más o menos. Éste es, por supuesto, un espacio de tiempo
fraccionario en la historia del pensamiento humano.
Y
precisamente por este motivo no perdemos la esperanza de que cambie de rumbo la
ciencia materialista, y llegue a aceptar gradualmente las doctrinas Esotéricas,
aun cuando en principio esté divorciada de sus elementos demasiado metafísicos
(para la Ciencia).
¿Acaso
se ha pronunciado respecto a la evolución humana la última palabra? Según dice
el profesor Huxley:
Cada
una de las respuestas dadas a la gran cuestión (el verdadero lugar ocupado por
el hombre en la naturaleza), que invariablemente afirman los partidarios del
proponente, cuando no lo hace él mismo, que es completa y decisiva, goza de gran autoridad y prestigio, sea
durante un siglo o veinte; pero el tiempo demuestra asimismo, invariablemente,
que cada respuesta sólo ha sido una mera
aproximación a la verdad, aceptada principalmente a causa de la ignorancia de
los que la admitieron, pero completamente inaceptable una vez puesta a prueba
por los conocimientos más amplios de sus sucesores (49).
¿Admitirá
este eminente darwinista la posibilidad de que sus “Antepasados Pitecoides”
entren a formar parte de la lista de “las creencias completamente inaceptables”
ante los “conocimientos más amplios” de los Ocultistas? Pero ¿de dónde viene el salvaje? La mera
“elevación al estado civilizado” no explica la evolución de la forma.
En
la misma carta, “La Evolución del Hombre”, confiesa el Dr. Wilson otras cosas
extrañas. Contestando a las preguntas dirigidas al Knowledge por “G. M.”, escribe lo siguiente:
“¿Ha
efectuado la evolución algún cambio en el hombre? En caso afirmativo, ¿qué
cambió? En caso negativo, ¿por qué no?”... Si nos negamos a admitir (como lo
hace la ciencia) que el hombre haya sido creado ser perfecto, y que luego se ha
degradado, sólo existe otra suposición: la de la evolución. Si el hombre se ha
elevado desde un estado salvaje a un estado civilizado esto es seguramente la
evolución. Todavía no sabemos, pues es
difícil de adquirir semejante conocimiento, si la envoltura humana está sujeta
a las mismas influencias que las de los animales inferiores Pero es poco
dudoso que la elevación desde el estado salvaje a la vida civilizada significa
e implica “evolución”, y ésta de bastante trascendencia. No puede ponerse en duda la evolución mental del hombre; pues la
esfera del pensamiento, que cada vez se ensancha más, tuvo unos principios
limitados y groseros como el lenguaje mismo. Pero las costumbres del hombre, su
poder de adaptación al medio ambiente y una infinidad de otras circunstancias,
han sido causa de que sea muy difícil el investigar los hechos y el curso de su
“evolución”.
Esta
misma dificultad debiera inspirar a los evolucionistas mayor prudencia en sus
afirmaciones. Pero ¿por qué es imposible la evolución si “el hombre fue creado
ser perfecto y luego se degradó”? Cuando más, sólo podrá esto aplicarse al hombre externo, físico. Según se observa
en Isis sin Velo, la evolución de
Darwin principia en el punto medio, en vez de comenzar para el hombre, como
para todas las demás cosas, desde lo universal. El método
Aristotélico-Baconiano podrá tener sus ventajas, pero ya ha demostrado,
indudablemente, sus defectos. Pitágoras y Platón, que procedían desde lo
universal hacia abajo, resultan ahora, a la luz de la ciencia moderna, más
sabios que Aristóteles. Pues este último combatía y condenaba la idea de la
revolución de la Tierra, y aun de su redondez, cuando escribía:
Casi
todos los que afirman que han estudiado el cielo en su uniformidad, sostienen
que la tierra se encuentra en el centro; pero los filósofos de la Escuela
Italiana, también llamados los Pitagóricos, enseñan enteramente lo contrario.
Esto
era debido a que los Pitagóricos eran Iniciados y seguían el método deductivo;
mientras que Aristóteles, el padre del sistema inductivo, se quejaba de los que
enseñaban que:
El
centro de nuestro sistema estaba ocupado por el sol, y que la tierra sólo era
una estrella, que por un movimiento de rotación en derredor de aquel mismo
centro, producía la noche y el día.
Lo
mismo sucede respecto al hombre. La teoría enseñada en la Doctrina Secreta y
expuesta ahora, es la única que puede explicar su aparición en la Tierra, sin
caer en el absurdo de un hombre “milagroso”, creado del polvo, o en el error,
mayor aún, de creer que el hombre haya evolucionado de una pizca de sal
calcárea, la Mónera ex protaplásmica.
La
analogía es en la Naturaleza la ley
directora, el único y verdadero hilo de Ariadna que puede conducirnos a través
de los inextricables senderos de sus dominios, hasta sus primordiales y últimos
misterios. La Naturaleza, como potencia creadora, es infinita; y ninguna
generación de hombres de ciencia física podrá vanagloriarse jamás de haber
agotado la lista de sus medios y métodos, por uniformes que sean las leyes
según las cuales procede. Si podemos concebir una bola de “niebla ígnea”,
rodando durante evos de tiempo por los espacios interestelares, convirtiéndose
gradualmente en un Planeta, en un Globo con luz propia, para establecerse como
Mundo o Tierra morada del hombre, habiendo
pasado así de cuerpo plástico blando a Globo de rocas; y si vemos todas las
cosas evolucionar en este Globo desde el punto gelatinoso sin núcleo que se
convierte en el Sarcode de la Mónera, pasa luego desde su estado
protístico a la forma de animal, hasta adquirir la de un gigantesco y
monstruoso reptil de los tiempos Mesozoicos; reduciéndose de nuevo al tamaño
del cocodrilo enano (relativamente), propio ahora sólo de las regiones
tropicales, y al del lagarto común universal, si podemos concebir todo
esto, ¿cómo puede entonces sólo el hombre sustraerse a la ley general?
“Existían gigantes sobre la tierra en aquellos días”, dice el Génesis (VI, 4), repitiendo la
declaración de todas las demás Escrituras Orientales; y la creencia en los
Titanes se funda en un hecho antropológico y fisiológico.
Y
así como el crustáceo de duro caparazón fue en un tiempo un punto gelatinoso,
una “partícula de albúmina completamente homogénea en un firme estado
adhesivo”, así también fue la envoltura exterior del hombre primitivo, su primera
“vestidura de piel”, más una Mónada
inmortal espiritual, y una forma y cuerpo psíquicos temporales dentro de esa
concha. El hombre moderno, duro, muscular, que soporta casi todos los climas,
fue quizás hace unos 25.000.000 de años exactamente lo que es la Mónera
Haeckeliana, estrictamente un “organismo sin órganos”, una substancia
enteramente homogénea con un cuerpo interior albuminoso sin estructura, y una
forma humana sólo exteriormente.
Ningún
hombre de ciencia tiene derecho, en este siglo, para tachar de absurdas las
cifras Brahmánicas en cuestión de cronología; porque con frecuencia sus propios
cálculos van mucho más allá de las afirmaciones hechas por la ciencia
Esotérica. Esto puede fácilmente mostrarse.
Helmholtz
calculó que el enfriamiento de nuestra Tierra desde una temperatura de 2.000º a
200º centígrados, debió necesitar un período no menor de 350.000.000 de años.
La Ciencia occidental (incluso la Geología) parece conceder generalmente a
nuestro globo unos 500.000.000 de años de existencia. Sin embargo, Sir William
Thomson limita la aparición de la vida vegetal más primitiva a 100.000.000 de
años, afirmación que respetuosamente contradicen los Anales Arcaicos. Además,
en el dominio de la Ciencia, varían diariamente las especulaciones. Por el
pronto, algunos geólogos se oponen tenazmente a tal limitación. Volger calcula
que:
El
tiempo requerido para el depósito de las capas que conocemos, debe ser, por lo
menos, de 648 millones de años.
Tanto
el tiempo como el espacio son infinitos y eternos.
La
tierra, como existencia material, es por cierto infinita; sólo los cambios que
ha sufrido pueden determinarse por períodos finitos de tiempo...
Hemos
de suponer, por lo tanto, que el estrellado firmamento no existe meramente en
el espacio, cosa que ningún astrónomo pone en duda, sino también en el tiempo,
sin principio ni fin; que jamás fue creado, y que es imperecedero.
Czolbe
repite exactamente lo que dicen los Ocultistas. Pero quizás nos argüirán que
los Ocultistas arios nada sabían respecto a esas últimas especulaciones. Según
dice Coleman:
Ignoraban
hasta la forma globular de nuestra tierra.
El
Vishnu Purâna contiene una respuesta
a esto, que ha obligado a ciertos orientalistas a abrir desmesuradamente los
ojos:
El
sol está estacionado, todo el tiempo, en medio del día y enfrente de la media
noche, en todos los dvipas (continentes), Maitreya. Mas siendo la salida y la
puesta del Sol perpetuamente opuestas
una a otra, y, así también, todos los
puntos cardinales y los puntos de cruce, Maitreya, las gentes hablan de la
salida del sol allí donde lo ven; y allí donde el sol desaparece, allí, para ellos, es donde se pone. Para el
sol, que siempre está en un solo y mismo
lugar, no hay salida ni puesta; porque lo que llaman la salida y la puesta
es únicamente el ver y el no ver el
sol .
Respecto
a esto, observa Fitzedward Hall que:
El
heliocentricismo enseñado en este párrafo es notable; pero se encuentra, sin
embargo, contradicho un poco más adelante.
Contradicho
intencionalmente, porque era una
enseñanza secreta de los templos. Martin Haug observó la misma doctrina en otro
pasaje. Es inútil calumniar a los arios por más tiempo.
Volvamos
a la cronología de los geólogos y antropólogos. Tememos que la Ciencia carezca
de base sólida en que apoyarse para combatir en esta materia las opiniones de
los Ocultistas. Hasta ahora, todo lo que puede argüirse es que “ninguna huella
se ha encontrado del hombre, el ser orgánico superior de la creación, en las
primeras capas, sino sólo en la capa superior, la llamada aluvial”. Que el
hombre no fue el último miembro en la
familia de los mamíferos, sino el
primero en esta Ronda, es un
punto que la Ciencia se verá obligada a reconocer algún día. Una opinión
semejante ha sido también defendida ya en Francia por una autoridad muy
eminente.
Puede
mostrarse que el hombre ha vivido a mediados del Período Terciario, en una
época geológica en que no existía un solo
ejemplar de las especies de mamíferos conocidos ahora, y ésta es una
declaración que no puede negar la
Ciencia, y que ha sido demostrada ahora por de Quatrefages. Pero aun
suponiendo que no esté probada su existencia durante el Período Eoceno, ¿qué
tiempo ha transcurrido desde el Período Cretáceo? Sabemos que sólo los geólogos
más audaces se atreven a hacer remontar la existencia del hombre a una época
anterior a la Edad Miocena. Pero ¿cuál es la duración, preguntamos, de esas
edades y de esos períodos desde la época Mesozoica?
Respecto a este punto, la
ciencia, después de mucho especular y discutir, permanece silenciosa, viéndose
obligadas las mayores autoridades en la materia a contestar: “No lo sabemos”.
Esto debiera bastar para demostrar que en este asunto no son los hombres de
ciencia autoridades mayores que los profanos. Si, según el profesor Huxley,
“sólo el tiempo empleado para la formación carbonífera es de seis millones de
años”, ¿cuántos millones más habrán debido transcurrir entre el Período
Jurásico, o la mitad de la Edad llamada de los Reptiles -cuando apareció la Tercera
Raza- hasta el Período Mioceno, cuando fue sumergida la masa de la Cuarta Raza?.
No
ignora la autora que los especialistas, cuyos cálculos respecto a la edad del
Globo y del Hombre resultan más liberales, han tenido siempre en contra a la
mayoría más cautelosa. Pero esto no prueba gran cosa, puesto que la mayoría
rara vez resulta, a la larga, que acierta. Harvey se encontró solo en sus
opiniones durante muchos años. Los que
creían que se podría cruzar el Atlántico en buques de vapor corrieron el
riesgo de concluir su vida en un manicomio. En las Enciclopedias, Mesmer,
juntamente con Cagliostro y St. Germain, está todavía considerado como un
charlatán y un impostor. Y ahora que los señores Charcot y Richet han vindicado
los asertos de Mesmer, y que el Mesmerismo bajo su nuevo nombre de “Hipnotismo”
(una nariz postiza puesta sobre una cara muy conocida) es aceptado por la
Ciencia, no aumenta nuestro respeto por la mayoría, al observar el desembarazo
y negligencia con que sus miembros tratan del “hipnotismo”, de los “impactos
telepáticos” y demás fenómenos. En una palabra: hablan ellos del asunto como si
desde los tiempos de Salomón hubiesen creído en ello, y como si hasta hace muy
pocos años no hubiesen llamado a sus partidarios locos e impostores.
Este
mismo cambio de las ideas se verificará también respecto del largo período de
años que la Filosofía Esotérica pretende
para la edad de la humanidad sexual y fisiológica. Así, pues, hasta la Estancia
que dice:
“Los nacidos de la Mente, los que carecían
de huesos, dieron el ser a los Nacidos por la Voluntad, con huesos”; añadiendo
que esto tuvo lugar en la mitad de la tercera Raza, hace 18.000.000 de años,
todavía tiene alguna probabilidad de ser aceptada por los hombres de ciencia
venideros.
En
lo que se refiere al pensamiento del siglo XIX, se nos dirá, hasta por algunos
de nuestros amigos personales, imbuidos de un respeto anormal por las mudables
conclusiones de la Ciencia, que semejante declaración es absurda. ¡Cuánto menos
probable parecerá esta nueva afirmación nuestra, a saber: que la antigüedad de
la Primera Raza, es, a su vez,
millones de años anterior a la Tercera! Porque, aun cuando las cifras exactas
se ocultan -y no hay que pensar en referir con certeza la evolución incipiente de las Razas Divinas primitivas,
bien sea a los primeros Períodos Secundarios, o bien a los Períodos Primarios
de la Geología-, una cosa resalta claramente, y es que la cifra 18.000.000 de
años que abarca la duración del hombre sexual
físico ha de aumentarse enormemente si tomamos en cuenta todo el proceso
del desarrollo espiritual, astral y físico. Muchos geólogos, por cierto,
consideran que la duración de los Períodos Cuaternario y Terciario exige que se
conceda tal cálculo; y es muy cierto que ninguna de las condiciones terrestres,
sean cuales fueren, destruye la hipótesis de la existencia de un hombre Eoceno,
si la evidencia de su realidad se aproxima. Los Ocultistas que sostienen que
la fecha indicada nos lleva muy dentro
de la Edad Secundaria o de los “Reptiles”, pueden citar a M. de Quatrefages en
apoyo de la posible existencia del hombre en aquella remota antigüedad. Pero
respecto a las Razas-Raíces más primitivas, el caso es muy distinto. Si la
espesa aglomeración de vapores, cargados de ácido carbónico, que salía del
suelo o estaba suspendida en la atmósfera desde el principio del sedimento,
constituía un obstáculo fatal a la vida de los organismos humanos tal como la
conocemos ahora, ¿cómo, se preguntará, han podido existir los hombres
primitivos? En realidad, esta consideración está fuera de lugar.
Las
condiciones terrestres entonces activas no afectaban al plano en el cual se
verificaba la evolución de las Razas etéreas
astrales. Sólo en períodos geológicos relativamente recientes es cuando el
curso en espiral de la ley cíclica arrastró a la Humanidad hasta el grado más
inferior de la evolución física, el plano de la causación material grosera. En
aquellas primeras edades sólo estaba en progreso la evolución astral, y los dos planos, el astral y el
físico, aunque desarrollándose en líneas paralelas, no tenían punto
directo de contacto entre sí. Es evidente que un hombre etéreo semejante a una sombra, sólo está relacionado, en virtud de
su organización, si así puede llamarse, con el plano del que se deriva la
substancia de su Upâdhi.
Hay
cosas que quizás se hayan ocultado a la vista penetrante pero no omnividente de nuestros naturalistas
modernos; aunque la Naturaleza misma es quien se encarga de proporcionarnos los
eslabones que faltan en la cadena. Los pensadores especulativos agnósticos han
de elegir entre la versión que nos ofrece la Doctrina Secreta del Oriente, y
los datos irremisiblemente materialistas darwinianos y bíblicos respecto al
origen del hombre; entre la negación del alma y de la evolución espiritual, y
la Doctrina Oculta que rechaza la “creación especial” e igualmente la
antropogénesis “Evolucionista”.
Además
y volviendo al asunto de la “generación espontánea”, la vida, según la muestra
la Ciencia, no siempre ha reinado en este plano material. Hubo un tiempo en que
ni la Mónera Haeckeliana siquiera, ese simple glóbulo de Protoplasma había
aparecido todavía en el fondo de los mares. ¿De dónde procedió el Impulso que causó la agrupación de las
moléculas del carbono, del nitrógeno, del oxígeno, etc., en el Urschleim de Oken, aquel “Limo” orgánico
bautizado ahora con el nombre de Protoplasma? ¿Qué fueron los prototipos de la
Mónera? Ellos, al menos, no podían haber caído como meteoritos desde otros
Globos ya formados, a pesar de la fantástica teoría de Sir William Thomson
respecto de este punto. Pero aun suponiendo que hubiesen caído así, si nuestra Tierra recibió su provisión de
gérmenes vitales de otros Planetas, ¿quién, o qué los había llevado a esos Planetas? En este punto también, si no
se admite la Doctrina Oculta, nos vemos obligados de nuevo a afrontar un milagro, a aceptar la teoría de un
Creador personal, antropomórfico,
cuyos atributos y definiciones, según los formulan los monoteístas, tanto
chocan con la filosofía y la lógica, como rebajan el ideal de una Deidad
Universal infinita, ante cuya incomprensible e imponente grandeza y majestad,
la más elevada inteligencia humana siéntese empequeñecida. Cuide el filósofo
moderno, al paso que arbitrariamente se coloca sobre el pináculo más elevado de
la intelectualidad humana evolucionada hasta ahora, de no mostrarse espiritual
e intuitivamente en sus conceptos a un nivel mucho más bajo aún que el de los
antiguos griegos, a su vez muy inferiores, en estas materias, a los filósofos
de la antigüedad oriental aria. Filosóficamente entendido, el Hilozoísmo es el
aspecto más elevado del Panteísmo.
Es el único camino posible para huir del
estúpido ateísmo, fundado en el materialismo mortal, y de las concepciones
antropomórficas, aún más estúpidas de los monoteístas; entre los cuales se
encuentra en un terreno enteramente neutral. El Hilozoísmo exige el Pensamiento Divino absoluto que penetra las innumerables Fuerzas creadoras, activas o “Creadores”,
cuyas Entidades son movidas por aquel
Pensamiento Divino, y existen en él, de él y por él; no teniendo este último,
sin embargo, más intervención personal en ellas o en sus creaciones que la que tiene el sol en el girasol y sus
semillas, o en la vegetación en general. Se sabe que tales “Creadores” activos
existen, y se cree en ellos porque son percibidos y sentidos por el Hombre Interno en el Ocultista. Por eso dice
este último que, teniendo una Deidad Absoluta que ser incondicionada y no
relacionada, no puede considerársela al mismoa tiempo como un Dios viviente,
activo y creador, sin degradación inmediata del ideal.
Una Deidad que se
manifiesta en el Espacio y el Tiempo -siendo estos dos simplemente las formas
de AQUELLO que es el TODO Absoluto- sólo puede ser una parte fraccionaria del
todo. Y como aquel “Todo” no puede dividirse siendo absoluto, ese sentido
Creador (Creadores decimos nosotros), sólo puede ser, por lo tanto, cuando más,
simple aspecto de aquél. Empleando la
misma metáfora (inadecuada para expresar la idea completa, pero que se adapta
bien al caso presente), diremos que esos Creadores son semejantes a los
numerosos rayos del orbe solar, el cual permanece inconsciente de la obra de
aquéllos, y sin intervención en ella; mientras que sus agentes mediadores, los
rayos, se convierten en cada primavera -el amanecer Manvantárico de la Tierra-
en medios instrumentales que hacen fructificar y despertar la vitalidad
durmiente inherente en la Naturaleza y su materia diferenciada. Tan bien se
comprendía esto en la antigüedad, que hasta el mismo Aristóteles, que era
moderadamente religioso, observó que semejante obra de creación directa sería
completamente impropia de Dios.
Lo mismo enseñaban Platón y otros
filósofos: la Deidad no puede intervenir directamente en la creación ..... Cudworth llama a esto “Hilozoísmo”. También
atribuye Laercio al viejo Zenón el dicho:
La
Naturaleza es un hábito originado de ella misma con arreglo a principios
seminales; perfeccionando y conteniendo las diversas cosas que en épocas
determinadas se producen de ella, y obrando de conformidad con aquello de que
fue secretada.
Volvamos
a nuestro asunto, deteniéndonos a pensar sobre el mismo. Verdaderamente, si
durante aquellos períodos existía la vida vegetal que podía alimentarse de
elementos de entonces, deletéreos; y si había hasta esa vida animal cuya
organización acuática podía desarrollarse, a pesar de la supuesta escasez de
oxígeno, ¿por qué no había de existir también la vida humana en su forma física
incipiente, esto es, en una raza de seres adaptados a aquel período geológico y
su medio ambiente? Además, la Ciencia confiesa que nada sabe acerca de la
verdadera duración de los períodos geológicos.
Pero
la cuestión principal que hemos de tratar, es saber si es o no perfectamente
cierto que existiese una atmósfera como la que suponen los naturalistas después
de aquel período denominado la Edad Azoica, pues no todos los físicos
concuerdan con esta idea. Si la escritora tuviese empeño en corroborar las
enseñanzas de la Doctrina Secreta por medio de la Ciencia exacta, fácil le
sería mostrar, con el aserto de varios físicos, que desde la primera
condensación de los océanos, esto es, desde el Período Laurenciano, la Edad
Pirolítica, poco ha variado la atmósfera, si es que se ha modificado en algo.
Tal es, al menos, la opinión de Blanchard, S. Meunier y hasta de Bischof, según
lo han demostrado los experimentos de este último sabio sobre los basaltos. Si
hubiéramos de creer lo que dice la mayoría de los hombres de ciencia acerca de
la cantidad de gases mortales y de elementos por completo saturados de carbono
y nitrógeno, en que según se ha demostrado vivieron, se desarrollaron y
prosperaron los reinos vegetal y animal, tendríamos entonces que llegar a la
curiosa conclusión de que existían en aquellos tiempos océanos de ácido carbónico líquido, en vez de agua.
Con semejante elemento, resulta dudoso que los ganoideos, y hasta los
primitivos trilobitas, pudiesen vivir en los océanos de la Edad Primaria, sin
hablar de los pertenecientes a la Edad Siluriana, como lo demuestra Blanchard.
Sin
embargo, las condiciones necesarias a la primitiva Raza de la Humanidad no
requieren elementos, ni simples ni compuestos. Lo que hemos declarado al
principio lo seguimos sosteniendo. La entidad espiritual etérea que vivió en
Espacios desconocidos en la Tierra, antes de que el primer “punto gelatinoso”
sideral desarrollado en el Océano de la Materia Cósmica informe -billones y
trillones de años antes de que nuestro punto globular en el infinito, llamado
Tierra, viniese a la existencia y engendrase la Mónera en sus gotas, llamadas
océanos- no necesitaba “elementos”. El “Manu de huesos blandos” podía muy bien
pasarse sin fosfato de cal, puesto que no tenía huesos sino en un sentido
figurado. Y mientras que hasta la Mónera, por más homogéneo que fuera su
organismo, necesitaba, sin embargo, condiciones físicas de vida que la ayudasen
en su progreso evolutivo, el Ser que se convirtió en el hombre primitivo y en
el “Padre del Hombre”, después de evolucionar en planos no soñados por la Ciencia,
pudo muy bien permanecer insensible a
todo estado de condiciones atmosféricas que le rodeasen. El antecesor
primitivo, en el Popol Vuh de
Brasseur de Bourbourg, el cual, según las leyendas mexicanas, podía obrar y
vivir con igual facilidad debajo del agua y de la tierra, así como encima,
corresponde en nuestros textos solamente a la Segunda Raza y al principio de la
Tercera.
Y si los tres reinos de la Naturaleza eran tan diferentes en las
edades antediluvianas, ¿por qué no hubiera podido estar compuesto el hombre de
materiales y combinaciones de átomos completamente desconocidas ahora para la
Ciencia física? Las plantas y animales que hoy se conocen, de variedades y
especies casi innumerables, se han desarrollado todos, según las hipótesis
científicas, de formas primitivas mucho menos numerosas; ¿por qué no hubiera
podido ocurrir lo mismo respecto del hombre, de los elementos y demás? Según
dice el Comentario:
El Génesis Universal parte del Uno, se
divide en tres, luego en Cinco, y finalmente culmina en Siete, para volver a
Cuatro, tres y Uno.
H.P. Blavatsky D.S T III
H.P. Blavatsky D.S T III
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