viernes, 18 de septiembre de 2015

¿Podían existir Hombres hace 18.000.000 de años?



            A esto contesta el Ocultismo con la afirmativa, a pesar de todas las objeciones científicas. Además, esta duración sólo comprende al Hombre Vaivasvata Manu, es decir, a la entidad macho y hembra ya separada en sexos distintos. Las dos Razas y media que precedieron a ese acontecimiento pueden haber vivido hace 300.000.000 de años, según lo que la ciencia puede decir. Porque no existían entonces las dificultades geológicas y físicas que hoy se opondrían a la teoría, para el Hombre primitivo, etéreo de las Enseñanzas Ocultas. Todo el resultado de la disputa entre las ciencias profana y esotérica depende de la creencia y de la demostración de la existencia de un Cuerpo Astral dentro del Físico, independiente el primero del último. El positivista Paul d’Assier parece haber demostrado bien claramente el hecho; aparte el testimonio acumulado de las edades y el de los “espiritistas” y místicos modernos. Será difícil rechazar este hecho en nuestra época de pruebas, testimonios y demostraciones oculares.
            
Sostiene la Doctrina Secreta que, a pesar de que los cataclismos y perturbaciones generales de la Cuarta Ronda de nuestro Globo (debidos a ser esta Ronda el período de su mayor desarrollo físico, pues es el punto medio del Ciclo de Vida que le corresponde) fueron mucho más terribles e intensos que durante  cualquiera de las tres Rondas precedentes. (Ciclos de su primitiva vida psíquica y espiritual y de sus estados semietéreos), ha existido en él la Humanidad Física durante los últimos 18.000.000 de años. Este período fue precedido por 300.000.000 de años de desarrollo mineral y vegetal. Esto lo combatirán todos los que se niegan a admitir la teoría de un hombre “sin huesos”, puramente etéreo. La ciencia, que sólo entiende de organismos físicos, se indignará, y más aún la Teología materialista. Luchará la primera con argumentos lógicos y razonables, basados en el prejuicio de que todos los organismos animados han existido en todas las edades en el mismo plano de materialidad; la última opondrá un tejido de ficciones a cual más absurda. La pretensión ridícula habitualmente empleada por los teólogos, está fundada en la suposición virtual de que la humanidad (léase los cristianos) de este Planeta, tienen la honra de ser los únicos seres humanos en todo el Kosmos que vivan sobre un Globo, y que son, por consiguiente, los mejores de su especie.
            
Los ocultistas, que creen firmemente en las docrinas de la Filosofía-Madre, rechazan las objeciones tanto de los teólogos como de los hombres de ciencia. ellos sostienen por su parte que aun durante aquellos períodos en que el calor debía ser intolerable hasta en ambos polos, con diluvios sucesivos, levantamientos de valles y cambios constantes de las grandes aguas y mares, ninguna de esas circunstancias podía crear un impedimento a una vida y organización humanas, tales como las que ellos atribuyen a la humanidad primitiva. Ni la heterogeneidad de las regiones ambientes, llenas de gases deletéreos, ni los peligros de una corteza apenas consolidada, podían impedir que apareciesen la Primera y Segunda Razas, aun durante el período carbonífero o Siluriano.
            
De esta suerte, las Mónadas destinadas a animar Razas futuras estaban preparadas para la nueva transformación. Habían ellas pasado por las fases de inmetalización, de vida vegetal y animal, desde la más inferior hasta la superior, y esperaban su forma humana, más inteligente. ¿Qué otra cosa podían hacer, sin embargo, los Modeladores Plásticos, sino seguir las leyes de la Naturaleza evolucionaria? ¿Acaso podían ellos, según afirma la letra muerta de la Biblia, formar a semejanza del “Señor Dios”, o como Pigmalión en la alegoría Griega, a Adam-Galatea, del polvo volcánico, y exhalar en el Hombre un “Alma Viviente”? No; porque ya estaba allí el Alma, latente en su Mónada, y sólo necesitaba un ropaje. Pigmalión, que no consigue animar a su estatua, y el Bahak Zivo de los Gnósticos Nazarenos, que no logra construir “un alma humana en la criatura”, son, como conceptos, mucho más filosóficos y científicos que Adán, considerado bajo el sentido de la letra muerta, o que los Elohim-Creadores bíblicos. La filosofía Esotérica que enseña la generación espontánea -después de que los Shistha y Prajâpati lanzaron el germen de la vida sobre la tierra-, presenta a los Ángeles Inferiores como capaces de construir solamente al hombre físico, aun con el auxilio de la Naturaleza, después de haber desarrollado de sí mismos la Forma Etérea, y de dejar que la forma física se desarrollase gradualmente de su modelo etéreo, o lo que se llamaría ahora, modelo protoplásmico.
            
También se combatirá esto; la “generación espontánea”, dirán, es una teoría desacreditada. Veinte años hace que los experimentos de Pasteur la echaron por tierra, rechazándola también el profesor Tyndall. Perfectamente admitamos que lo hace, ¿y qué? Debiera él saber que, aun cuando se demostrase que en la edad y condiciones actuales del mundo es imposible la generación espontánea -lo cual niegan los Ocultistas-, no probaría esto que no pudiese haber tenido lugar bajo condiciones cósmicas diferentes, no sólo en los mares del Período Laurenciano, sino aun en la Tierra entonces en estado de convulsión. Sería interesante saber cómo podría explicar jamás la Ciencia la aparición de las especies y de la vida sobre la Tierra, particularmente la del Hombre, desde el momento en que rechaza tanto las enseñanzas bíblicas como la generación espontánea. Además, las observaciones de Pasteur distan mucho de ser perfectas o de estar probadas. Blanchard y el Dr. Lutaud niegan su importancia, y realmente muestran que no tienen ninguna. Hasta ahora la cuestión está sub judice, así como la que se refiere al período en que apareció la vida sobre la Tierra. en cuanto a la idea de que la Mónera de Haeckel (¡una pizca de sal!) haya resuelto el problema del origen de la vida, es simplemente absurda. Los materialistas que desdeñan la teoría del “Hombre Celeste Nacido por sí mismo”, el “por sí mismo existente”, representado como un Hombre Etéreo, Astral, deben dispensar, hasta al principiante en Ocultismo, que a su vez se ría de algunas especulaciones del pensamiento moderno. 

Después de probar muy sabiamente que el punto primitivo de protoplasma (Mónera) no es ni animal ni planta, sino ambas cosas a la vez, y que no tiene antecesores entre ninguno de aquéllos, puesto que esa Mónera es la que sirve de punto de partida a toda existencia organizada, se nos dice, en conclusión que las Móneras son sus propios antecesores. Podrá ser esto muy científico, pero también es muy metafísico; demasiado, aun para el Ocultista.
            
Si la generación espontánea ha variado ahora sus métodos -efecto, quizás, del material acumulado existente- casi hasta el punto de escapar a su descubrimiento, estaba, no obstante, en su apogeo en el génesis de la vida terrestre. Hasta que la simple forma física y la evolución de las especies muestran cómo procede la Naturaleza. El gigantesco Saurio cubierto de escamas, el alado pterodáctilo, el megalosauro y el iguanodonte de cien pies de largo perteneciente a un período posterior, son las transformaciones de los primeros representantes del reino animal encontrados en los sedimentos de la época primaria. Hubo un tiempo en que todos los monstruos “antediluvianos” arriba citados aparecieron como infusorios filamentosos sin conchas ni cortezas, sin nervios, músculos, órganos, ni sexo, y reproducían sus especies por gemación; como igualmente lo hacen los animales microscópicos, los arquitectos y constructores de nuestras cordilleras de montañas, según las doctrinas de la Ciencia. 

¿Por qué no había de suceder lo mismo al hombre? ¿Por qué habría dejado de seguir la misma ley en su desarrollo, esto es, en su condensación gradual? Toda persona libre de prejuicios preferiría creer que la Humanidad Primitiva poseyó al principio una Forma Etérea, o si se quiere una Forma filamentosa enorme, de aspecto gelatinoso, evolucionada por Dioses o “Fuerzas” naturales, que se desarrolló y condensó durante millones de siglos, y que en su impulso y tendencia físicos llegó a ser gigantesca, hasta ofrecer la enorme forma física del Hombre de la Cuarta Raza, a creer que el hombre fue creado del polvo de la Tierra (literalmente) o de algún antecesor antropoide desconocido.
            
Tampoco se encuentra nuestra teoría Esotérica en desacuerdo con los datos científicos, sino a primera vista, pues como dice el Dr. A. Wilson, F. R. S., en una carta dirigida a la revista Knowledge (diciembre, 23, 1881):

            
La evolución, mejor dicho, la naturaleza, mirada bajo el aspecto de la evolución, sólo se estudia hace unos veinticinco años, poco más o menos. Éste es, por supuesto, un espacio de tiempo fraccionario en la historia del pensamiento humano.

            
Y precisamente por este motivo no perdemos la esperanza de que cambie de rumbo la ciencia materialista, y llegue a aceptar gradualmente las doctrinas Esotéricas, aun cuando en principio esté divorciada de sus elementos demasiado metafísicos (para la Ciencia).
            
¿Acaso se ha pronunciado respecto a la evolución humana la última palabra? Según dice el profesor Huxley:

            
Cada una de las respuestas dadas a la gran cuestión (el verdadero lugar ocupado por el hombre en la naturaleza), que invariablemente afirman los partidarios del proponente, cuando no lo hace él mismo, que es completa y decisiva, goza de gran autoridad y prestigio, sea durante un siglo o veinte; pero el tiempo demuestra asimismo, invariablemente, que cada respuesta sólo ha sido una mera aproximación a la verdad, aceptada principalmente a causa de la ignorancia de los que la admitieron, pero completamente inaceptable una vez puesta a prueba por los conocimientos más amplios de sus sucesores (49).

            ¿Admitirá este eminente darwinista la posibilidad de que sus “Antepasados Pitecoides” entren a formar parte de la lista de “las creencias completamente inaceptables” ante los “conocimientos más amplios” de los Ocultistas? Pero ¿de dónde viene el salvaje? La mera “elevación al estado civilizado” no explica la evolución de la forma.
            
En la misma carta, “La Evolución del Hombre”, confiesa el Dr. Wilson otras cosas extrañas. Contestando a las preguntas dirigidas al Knowledge por “G. M.”, escribe lo siguiente:

            “¿Ha efectuado la evolución algún cambio en el hombre? En caso afirmativo, ¿qué cambió? En caso negativo, ¿por qué no?”... Si nos negamos a admitir (como lo hace la ciencia) que el hombre haya sido creado ser perfecto, y que luego se ha degradado, sólo existe otra suposición: la de la evolución. Si el hombre se ha elevado desde un estado salvaje a un estado civilizado esto es seguramente la evolución. Todavía no sabemos, pues es difícil de adquirir semejante conocimiento, si la envoltura humana está sujeta a las mismas influencias que las de los animales inferiores Pero es poco dudoso que la elevación desde el estado salvaje a la vida civilizada significa e implica “evolución”, y ésta de bastante trascendencia. No puede ponerse en duda la evolución mental del hombre; pues la esfera del pensamiento, que cada vez se ensancha más, tuvo unos principios limitados y groseros como el lenguaje mismo. Pero las costumbres del hombre, su poder de adaptación al medio ambiente y una infinidad de otras circunstancias, han sido causa de que sea muy difícil el investigar los hechos y el curso de su “evolución”.

            Esta misma dificultad debiera inspirar a los evolucionistas mayor prudencia en sus afirmaciones. Pero ¿por qué es imposible la evolución si “el hombre fue creado ser perfecto y luego se degradó”? Cuando más, sólo podrá esto aplicarse al hombre externo, físico. Según se observa en Isis sin Velo, la evolución de Darwin principia en el punto medio, en vez de comenzar para el hombre, como para todas las demás cosas, desde lo universal. El método Aristotélico-Baconiano podrá tener sus ventajas, pero ya ha demostrado, indudablemente, sus defectos. Pitágoras y Platón, que procedían desde lo universal hacia abajo, resultan ahora, a la luz de la ciencia moderna, más sabios que Aristóteles. Pues este último combatía y condenaba la idea de la revolución de la Tierra, y aun de su redondez, cuando escribía:

            
Casi todos los que afirman que han estudiado el cielo en su uniformidad, sostienen que la tierra se encuentra en el centro; pero los filósofos de la Escuela Italiana, también llamados los Pitagóricos, enseñan enteramente lo contrario.

            
Esto era debido a que los Pitagóricos eran Iniciados y seguían el método deductivo; mientras que Aristóteles, el padre del sistema inductivo, se quejaba de los que enseñaban que:

            El centro de nuestro sistema estaba ocupado por el sol, y que la tierra sólo era una estrella, que por un movimiento de rotación en derredor de aquel mismo centro, producía la noche y el día.

            
Lo mismo sucede respecto al hombre. La teoría enseñada en la Doctrina Secreta y expuesta ahora, es la única que puede explicar su aparición en la Tierra, sin caer en el absurdo de un hombre “milagroso”, creado del polvo, o en el error, mayor aún, de creer que el hombre haya evolucionado de una pizca de sal calcárea, la Mónera ex protaplásmica.
            
La analogía es en la Naturaleza la ley directora, el único y verdadero hilo de Ariadna que puede conducirnos a través de los inextricables senderos de sus dominios, hasta sus primordiales y últimos misterios. La Naturaleza, como potencia creadora, es infinita; y ninguna generación de hombres de ciencia física podrá vanagloriarse jamás de haber agotado la lista de sus medios y métodos, por uniformes que sean las leyes según las cuales procede. Si podemos concebir una bola de “niebla ígnea”, rodando durante evos de tiempo por los espacios interestelares, convirtiéndose gradualmente en un Planeta, en un Globo con luz propia, para establecerse como Mundo o Tierra morada del hombre, habiendo pasado así de cuerpo plástico blando a Globo de rocas; y si vemos todas las cosas evolucionar en este Globo desde el punto gelatinoso sin núcleo que se convierte en el Sarcode  de la Mónera, pasa luego desde su estado protístico a la forma de animal, hasta adquirir la de un gigantesco y monstruoso reptil de los tiempos Mesozoicos; reduciéndose de nuevo al tamaño del cocodrilo enano (relativamente), propio ahora sólo de las regiones tropicales, y al del lagarto común universal, si podemos concebir todo esto, ¿cómo puede entonces sólo el hombre sustraerse a la ley general?Existían gigantes sobre la tierra en aquellos días”, dice el Génesis (VI, 4), repitiendo la declaración de todas las demás Escrituras Orientales; y la creencia en los Titanes se funda en un hecho antropológico y fisiológico.
            
Y así como el crustáceo de duro caparazón fue en un tiempo un punto gelatinoso, una “partícula de albúmina completamente homogénea en un firme estado adhesivo”, así también fue la envoltura exterior del hombre primitivo, su primera “vestidura de piel”, más una Mónada inmortal espiritual, y una forma y cuerpo psíquicos temporales dentro de esa concha. El hombre moderno, duro, muscular, que soporta casi todos los climas, fue quizás hace unos 25.000.000 de años exactamente lo que es la Mónera Haeckeliana, estrictamente un “organismo sin órganos”, una substancia enteramente homogénea con un cuerpo interior albuminoso sin estructura, y una forma humana sólo exteriormente.
            
Ningún hombre de ciencia tiene derecho, en este siglo, para tachar de absurdas las cifras Brahmánicas en cuestión de cronología; porque con frecuencia sus propios cálculos van mucho más allá de las afirmaciones hechas por la ciencia Esotérica. Esto puede fácilmente mostrarse.
           
Helmholtz calculó que el enfriamiento de nuestra Tierra desde una temperatura de 2.000º a 200º centígrados, debió necesitar un período no menor de 350.000.000 de años. La Ciencia occidental (incluso la Geología) parece conceder generalmente a nuestro globo unos 500.000.000 de años de existencia. Sin embargo, Sir William Thomson limita la aparición de la vida vegetal más primitiva a 100.000.000 de años, afirmación que respetuosamente contradicen los Anales Arcaicos. Además, en el dominio de la Ciencia, varían diariamente las especulaciones. Por el pronto, algunos geólogos se oponen tenazmente a tal limitación. Volger calcula que:

            
El tiempo requerido para el depósito de las capas que conocemos, debe ser, por lo menos, de 648 millones de años.

            
Tanto el tiempo como el espacio son infinitos y eternos.

            
La tierra, como existencia material, es por cierto infinita; sólo los cambios que ha sufrido pueden determinarse por períodos finitos de tiempo...
            
Hemos de suponer, por lo tanto, que el estrellado firmamento no existe meramente en el espacio, cosa que ningún astrónomo pone en duda, sino también en el tiempo, sin principio ni fin; que jamás fue creado, y que es imperecedero.

            
Czolbe repite exactamente lo que dicen los Ocultistas. Pero quizás nos argüirán que los Ocultistas arios nada sabían respecto a esas últimas especulaciones. Según dice Coleman:

            Ignoraban hasta la forma globular de nuestra tierra.

           
  
El Vishnu Purâna contiene una respuesta a esto, que ha obligado a ciertos orientalistas a abrir desmesuradamente los ojos:

            El sol está estacionado, todo el tiempo, en medio del día y enfrente de la media noche, en todos los dvipas (continentes), Maitreya. Mas siendo la salida y la puesta del Sol perpetuamente opuestas una a otra, y, así también, todos los puntos cardinales y los puntos de cruce, Maitreya, las gentes hablan de la salida del sol allí donde lo ven; y allí donde el sol desaparece, allí, para ellos, es donde se pone. Para el sol, que siempre está en un solo y mismo lugar, no hay salida ni puesta; porque lo que llaman la salida y la puesta es únicamente el ver y el no ver el sol .

            Respecto a esto, observa Fitzedward Hall que:

El heliocentricismo enseñado en este párrafo es notable; pero se encuentra, sin embargo, contradicho un poco más adelante.

            
Contradicho intencionalmente, porque era una enseñanza secreta de los templos. Martin Haug observó la misma doctrina en otro pasaje. Es inútil calumniar a los arios por más tiempo.
            
Volvamos a la cronología de los geólogos y antropólogos. Tememos que la Ciencia carezca de base sólida en que apoyarse para combatir en esta materia las opiniones de los Ocultistas. Hasta ahora, todo lo que puede argüirse es que “ninguna huella se ha encontrado del hombre, el ser orgánico superior de la creación, en las primeras capas, sino sólo en la capa superior, la llamada aluvial”. Que el hombre no fue el último miembro en la familia de los mamíferos, sino el primero en esta Ronda, es un punto que la Ciencia se verá obligada a reconocer algún día. Una opinión semejante ha sido también defendida ya en Francia por una autoridad muy eminente.
            
Puede mostrarse que el hombre ha vivido a mediados del Período Terciario, en una época geológica en que no existía un solo ejemplar de las especies de mamíferos conocidos ahora, y ésta es una declaración que no puede negar la Ciencia, y que ha sido demostrada ahora por de Quatrefages. Pero aun suponiendo que no esté probada su existencia durante el Período Eoceno, ¿qué tiempo ha transcurrido desde el Período Cretáceo? Sabemos que sólo los geólogos más audaces se atreven a hacer remontar la existencia del hombre a una época anterior a la Edad Miocena. Pero ¿cuál es la duración, preguntamos, de esas edades y de esos períodos desde la época Mesozoica? 

Respecto a este punto, la ciencia, después de mucho especular y discutir, permanece silenciosa, viéndose obligadas las mayores autoridades en la materia a contestar: “No lo sabemos”. Esto debiera bastar para demostrar que en este asunto no son los hombres de ciencia autoridades mayores que los profanos. Si, según el profesor Huxley, “sólo el tiempo empleado para la formación carbonífera es de seis millones de años”, ¿cuántos millones más habrán debido transcurrir entre el Período Jurásico, o la mitad de la Edad llamada de los Reptiles -cuando apareció la Tercera Raza- hasta el Período Mioceno, cuando fue sumergida la masa de la Cuarta Raza?.
            
No ignora la autora que los especialistas, cuyos cálculos respecto a la edad del Globo y del Hombre resultan más liberales, han tenido siempre en contra a la mayoría más cautelosa. Pero esto no prueba gran cosa, puesto que la mayoría rara vez resulta, a la larga, que acierta. Harvey se encontró solo en sus opiniones durante muchos años. Los que  creían que se podría cruzar el Atlántico en buques de vapor corrieron el riesgo de concluir su vida en un manicomio. En las Enciclopedias, Mesmer, juntamente con Cagliostro y St. Germain, está todavía considerado como un charlatán y un impostor. Y ahora que los señores Charcot y Richet han vindicado los asertos de Mesmer, y que el Mesmerismo bajo su nuevo nombre de “Hipnotismo” (una nariz postiza puesta sobre una cara muy conocida) es aceptado por la Ciencia, no aumenta nuestro respeto por la mayoría, al observar el desembarazo y negligencia con que sus miembros tratan del “hipnotismo”, de los “impactos telepáticos” y demás fenómenos. En una palabra: hablan ellos del asunto como si desde los tiempos de Salomón hubiesen creído en ello, y como si hasta hace muy pocos años no hubiesen llamado a sus partidarios locos e impostores.
            
Este mismo cambio de las ideas se verificará también respecto del largo período de años que la  Filosofía Esotérica pretende para la edad de la humanidad sexual y fisiológica. Así, pues, hasta la Estancia que dice:
            
“Los nacidos de la Mente, los que carecían de huesos, dieron el ser a los Nacidos por la Voluntad, con huesos”; añadiendo que esto tuvo lugar en la mitad de la tercera Raza, hace 18.000.000 de años, todavía tiene alguna probabilidad de ser aceptada por los hombres de ciencia venideros.
            
En lo que se refiere al pensamiento del siglo XIX, se nos dirá, hasta por algunos de nuestros amigos personales, imbuidos de un respeto anormal por las mudables conclusiones de la Ciencia, que semejante declaración es absurda. ¡Cuánto menos probable parecerá esta nueva afirmación nuestra, a saber: que la antigüedad de la Primera Raza, es, a su vez, millones de años anterior a la Tercera! Porque, aun cuando las cifras exactas se ocultan -y no hay que pensar en referir con certeza la evolución incipiente de las Razas Divinas primitivas, bien sea a los primeros Períodos Secundarios, o bien a los Períodos Primarios de la Geología-, una cosa resalta claramente, y es que la cifra 18.000.000 de años que abarca la duración del hombre sexual físico ha de aumentarse enormemente si tomamos en cuenta todo el proceso del desarrollo espiritual, astral y físico. Muchos geólogos, por cierto, consideran que la duración de los Períodos Cuaternario y Terciario exige que se conceda tal cálculo; y es muy cierto que ninguna de las condiciones terrestres, sean cuales fueren, destruye la hipótesis de la existencia de un hombre Eoceno, si la evidencia de su realidad se aproxima. Los Ocultistas que sostienen que la  fecha indicada nos lleva muy dentro de la Edad Secundaria o de los “Reptiles”, pueden citar a M. de Quatrefages en apoyo de la posible existencia del hombre en aquella remota antigüedad. Pero respecto a las Razas-Raíces más primitivas, el caso es muy distinto. Si la espesa aglomeración de vapores, cargados de ácido carbónico, que salía del suelo o estaba suspendida en la atmósfera desde el principio del sedimento, constituía un obstáculo fatal a la vida de los organismos humanos tal como la conocemos ahora, ¿cómo, se preguntará, han podido existir los hombres primitivos? En realidad, esta consideración está fuera de lugar. 

Las condiciones terrestres entonces activas no afectaban al plano en el cual se verificaba la evolución de las Razas etéreas astrales. Sólo en períodos geológicos relativamente recientes es cuando el curso en espiral de la ley cíclica arrastró a la Humanidad hasta el grado más inferior de la evolución física, el plano de la causación material grosera. En aquellas primeras edades sólo estaba en progreso la evolución astral, y los dos planos, el astral y el físico, aunque desarrollándose en líneas paralelas, no tenían punto directo de contacto entre sí. Es evidente que un hombre etéreo semejante a una sombra, sólo está relacionado, en virtud de su organización, si así puede llamarse, con el plano del que se deriva la substancia de su Upâdhi.
            
Hay cosas que quizás se hayan ocultado a la vista penetrante pero no omnividente de nuestros naturalistas modernos; aunque la Naturaleza misma es quien se encarga de proporcionarnos los eslabones que faltan en la cadena. Los pensadores especulativos agnósticos han de elegir entre la versión que nos ofrece la Doctrina Secreta del Oriente, y los datos irremisiblemente materialistas darwinianos y bíblicos respecto al origen del hombre; entre la negación del alma y de la evolución espiritual, y la Doctrina Oculta que rechaza la “creación especial” e igualmente la antropogénesis “Evolucionista”.
            
Además y volviendo al asunto de la “generación espontánea”, la vida, según la muestra la Ciencia, no siempre ha reinado en este plano material. Hubo un tiempo en que ni la Mónera Haeckeliana siquiera, ese simple glóbulo de Protoplasma había aparecido todavía en el fondo de los mares. ¿De dónde procedió el Impulso que causó la agrupación de las moléculas del carbono, del nitrógeno, del oxígeno, etc., en el Urschleim de Oken, aquel “Limo” orgánico bautizado ahora con el nombre de Protoplasma? ¿Qué fueron los prototipos de la Mónera? Ellos, al menos, no podían haber caído como meteoritos desde otros Globos ya formados, a pesar de la fantástica teoría de Sir William Thomson respecto de este punto. Pero aun suponiendo que hubiesen caído así, si nuestra Tierra recibió su provisión de gérmenes vitales de otros Planetas, ¿quién, o qué los había llevado a esos Planetas? En este punto también, si no se admite la Doctrina Oculta, nos vemos obligados de nuevo a afrontar un milagro, a aceptar la teoría de un Creador personal, antropomórfico, cuyos atributos y definiciones, según los formulan los monoteístas, tanto chocan con la filosofía y la lógica, como rebajan el ideal de una Deidad Universal infinita, ante cuya incomprensible e imponente grandeza y majestad, la más elevada inteligencia humana siéntese empequeñecida. Cuide el filósofo moderno, al paso que arbitrariamente se coloca sobre el pináculo más elevado de la intelectualidad humana evolucionada hasta ahora, de no mostrarse espiritual e intuitivamente en sus conceptos a un nivel mucho más bajo aún que el de los antiguos griegos, a su vez muy inferiores, en estas materias, a los filósofos de la antigüedad oriental aria. Filosóficamente entendido, el Hilozoísmo es el aspecto más elevado del Panteísmo. 

Es el único camino posible para huir del estúpido ateísmo, fundado en el materialismo mortal, y de las concepciones antropomórficas, aún más estúpidas de los monoteístas; entre los cuales se encuentra en un terreno enteramente neutral. El Hilozoísmo exige el Pensamiento Divino absoluto que penetra las innumerables Fuerzas creadoras, activas o “Creadores”, cuyas Entidades son movidas por aquel Pensamiento Divino, y existen en él, de él y por él; no teniendo este último, sin embargo, más intervención personal en ellas o en sus creaciones que la que tiene el sol en el girasol y sus semillas, o en la vegetación en general. Se sabe que tales “Creadores” activos existen, y se cree en ellos porque son percibidos y sentidos por el Hombre Interno en el Ocultista. Por eso dice este último que, teniendo una Deidad Absoluta que ser incondicionada y no relacionada, no puede considerársela al mismoa tiempo como un Dios viviente, activo y creador, sin degradación inmediata del ideal. 

Una Deidad que se manifiesta en el Espacio y el Tiempo -siendo estos dos simplemente las formas de AQUELLO que es el TODO Absoluto- sólo puede ser una parte fraccionaria del todo. Y como aquel “Todo” no puede dividirse siendo absoluto, ese sentido Creador (Creadores decimos nosotros), sólo puede ser, por lo tanto, cuando más, simple aspecto de aquél. Empleando la misma metáfora (inadecuada para expresar la idea completa, pero que se adapta bien al caso presente), diremos que esos Creadores son semejantes a los numerosos rayos del orbe solar, el cual permanece inconsciente de la obra de aquéllos, y sin intervención en ella; mientras que sus agentes mediadores, los rayos, se convierten en cada primavera -el amanecer Manvantárico de la Tierra- en medios instrumentales que hacen fructificar y despertar la vitalidad durmiente inherente en la Naturaleza y su materia diferenciada. Tan bien se comprendía esto en la antigüedad, que hasta el mismo Aristóteles, que era moderadamente religioso, observó que semejante obra de creación directa sería completamente impropia de Dios.

Lo mismo enseñaban Platón y otros filósofos: la Deidad no puede intervenir directamente en la creación .....  Cudworth llama a esto “Hilozoísmo”. También atribuye Laercio al viejo Zenón el dicho:

            La Naturaleza es un hábito originado de ella misma con arreglo a principios seminales; perfeccionando y conteniendo las diversas cosas que en épocas determinadas se producen de ella, y obrando de conformidad con aquello de que fue secretada.

            
Volvamos a nuestro asunto, deteniéndonos a pensar sobre el mismo. Verdaderamente, si durante aquellos períodos existía la vida vegetal que podía alimentarse de elementos de entonces, deletéreos; y si había hasta esa vida animal cuya organización acuática podía desarrollarse, a pesar de la supuesta escasez de oxígeno, ¿por qué no había de existir también la vida humana en su forma física incipiente, esto es, en una raza de seres adaptados a aquel período geológico y su medio ambiente? Además, la Ciencia confiesa que nada sabe acerca de la verdadera duración de los períodos geológicos.
            
Pero la cuestión principal que hemos de tratar, es saber si es o no perfectamente cierto que existiese una atmósfera como la que suponen los naturalistas después de aquel período denominado la Edad Azoica, pues no todos los físicos concuerdan con esta idea. Si la escritora tuviese empeño en corroborar las enseñanzas de la Doctrina Secreta por medio de la Ciencia exacta, fácil le sería mostrar, con el aserto de varios físicos, que desde la primera condensación de los océanos, esto es, desde el Período Laurenciano, la Edad Pirolítica, poco ha variado la atmósfera, si es que se ha modificado en algo. Tal es, al menos, la opinión de Blanchard, S. Meunier y hasta de Bischof, según lo han demostrado los experimentos de este último sabio sobre los basaltos. Si hubiéramos de creer lo que dice la mayoría de los hombres de ciencia acerca de la cantidad de gases mortales y de elementos por completo saturados de carbono y nitrógeno, en que según se ha demostrado vivieron, se desarrollaron y prosperaron los reinos vegetal y animal, tendríamos entonces que llegar a la curiosa conclusión de que existían en aquellos tiempos océanos de ácido carbónico líquido, en vez de agua. Con semejante elemento, resulta dudoso que los ganoideos, y hasta los primitivos trilobitas, pudiesen vivir en los océanos de la Edad Primaria, sin hablar de los pertenecientes a la Edad Siluriana, como lo demuestra Blanchard.
            
Sin embargo, las condiciones necesarias a la primitiva Raza de la Humanidad no requieren elementos, ni simples ni compuestos. Lo que hemos declarado al principio lo seguimos sosteniendo. La entidad espiritual etérea que vivió en Espacios desconocidos en la Tierra, antes de que el primer “punto gelatinoso” sideral desarrollado en el Océano de la Materia Cósmica informe -billones y trillones de años antes de que nuestro punto globular en el infinito, llamado Tierra, viniese a la existencia y engendrase la Mónera en sus gotas, llamadas océanos- no necesitaba “elementos”. El “Manu de huesos blandos” podía muy bien pasarse sin fosfato de cal, puesto que no tenía huesos sino en un sentido figurado. Y mientras que hasta la Mónera, por más homogéneo que fuera su organismo, necesitaba, sin embargo, condiciones físicas de vida que la ayudasen en su progreso evolutivo, el Ser que se convirtió en el hombre primitivo y en el “Padre del Hombre”, después de evolucionar en planos no soñados por la Ciencia, pudo muy bien permanecer insensible a  todo estado de condiciones atmosféricas que le rodeasen. El antecesor primitivo, en el Popol Vuh de Brasseur de Bourbourg, el cual, según las leyendas mexicanas, podía obrar y vivir con igual facilidad debajo del agua y de la tierra, así como encima, corresponde en nuestros textos solamente a la Segunda Raza y al principio de la Tercera. 

Y si los tres reinos de la Naturaleza eran tan diferentes en las edades antediluvianas, ¿por qué no hubiera podido estar compuesto el hombre de materiales y combinaciones de átomos completamente desconocidas ahora para la Ciencia física? Las plantas y animales que hoy se conocen, de variedades y especies casi innumerables, se han desarrollado todos, según las hipótesis científicas, de formas primitivas mucho menos numerosas; ¿por qué no hubiera podido ocurrir lo mismo respecto del hombre, de los elementos y demás? Según dice el Comentario:

            
El Génesis Universal parte del Uno, se divide en tres, luego en Cinco, y finalmente culmina en Siete, para volver a Cuatro, tres y Uno.

H.P. Blavatsky D.S T III

No hay comentarios:

Publicar un comentario