Tan
contradictorios son, en sus detalles,
los relatos de los diversos Purânas
respecto a nuestros Progenitores, como en todos los demás. Así, en tanto que
Idâ o Ilâ es llamada en el Rig Veda
la Instructora del Manu Vaivasvata, Sâyana la convierte en una Diosa que
preside sobre la Tierra, y el Shatapatha Brâhmana nos la presenta como
hija de Manu, fruto de su sacrificio,
y más tarde, como su mujer (de Vaivasvata),
con la que engendró a la raza de los
Manus. En los Purânas es ella de
nuevo hija de Vaivasvata, y sin embargo, mujer de Budha (la Sabiduría), el hijo
ilegítimo de la Luna (Soma) y de la mujer del planeta Júpiter (de Brihaspati),
Târâ. Todo esto, que al profano le parece un embrollo, para el ocultista está
lleno de sentido filosófico. A primera vista es perceptible en la narración un
significado secreto y sagrado; todos los detalles están, sin embargo, tan
intencionalmente confundidos, que sólo el ojo experimentado de un Iniciado
puede seguirlos y colocar los hechos en su orden correcto.
La
historia, según la refiere el Mahâbhârata,
da la nota tónica, y sin embargo, necesita ser explicada por medio del sentido
secreto encerrado en el Bhagavad Gitâ.
Es el prólogo del drama de nuestra
Humanidad (la Quinta). Mientras estaba Vaivasvata entregado a la devoción a
orillas del río, imploró un pez su auxilio contra otro pez mayor. Lo salvó y
colocó en un recipiente, en donde, desarrollándose más y más, le comunicó la
noticia del Diluvio venidero. Este Pez es el bien conocido Avatâra Matsya, el
primer Avatâra de Vishnu, el Dagón (16) del Xisuthros caldeo, y muchas otras
cosas además. Demasiado conocida es la fábula para que la repitamos aquí.
Vishnu ordena que se construya un barco, en el cual se salva Manu en compañía
de los siete Rishis, según el Mahâbhârata;
aunque esto no se encuentra en otros textos.
Los siete Rishis representan a las
siete razas, los siete Principios y otras varias cosas; pues aquí hay además un
doble misterio envuelto en esta alegoría múltiple.
Hemos
dicho en otra parte que el gran Diluvio tenía varios significados, y que se
refería, como también sucede con la CAÍDA, a acontecimientos a la vez
espirituales y físicos, cósmicos y terrestres: así como arriba es abajo. El
Barco o Arca -Navis-, en una palabra, siendo el símbolo del Principio
generativo femenino, está representado en los cielos por la Luna, y en la
tierra por la Matriz; ambas siendo las barcas y portadoras de los gérmenes de
la vida y del ser, que el Sol o Vishnu, el Principio masculino, vivifica y
fecunda. El Primer Diluvio Cósmico se refiere a la Creación Primordial, o a la
formación del Cielo y de las Tierras; en cuyo caso el Caos y el gran Océano
representan el “Diluvio”, y la Luna a la “Madre”, de la que proceden todos los
gérmenes de la vida.
Pero el Diluvio Terrestre y su historia también tiene
su doble aplicación. En un caso se refiere al misterio de cuando la Humanidad
fue salvada de una destrucción completa, por haberse convertido la mujer mortal
en el receptáculo de la semilla humana al final de la Tercera Raza, y en
el otro a la verdadera e histórica sumersión de la Atlántida. En ambos casos la
“Hueste” (o el Manu que salvó la “semilla”) es llamado Manu Vaivasvata. De aquí
la diferencia entre la versión Puránica y otras; mientras que en el Shatapatha Brâmana, Vaivasvata produce
una hija y por ella engendra la raza de Manu, refiriéndose esto a los primeros
Mânushyas humanos que tuvieron que crear mujeres por medio de la Voluntad
(Kriyâshakti), antes de que ellas naciesen naturalmente de los Hermafroditas
como sexo independiente, siendo por lo tanto consideradas como “hijas” de sus
creadores. Los relatos Puránicos representan a Ida o Ila, como mujer de Budha
(la Sabiduría). Esta versión se refiere a los acontecimientos del Diluvio
Atlante, cuando Vaivasvata, el Gran Sabio de la Tierra, impidió que la Quinta
Raza-Raíz fuese destruida juntamente con los restos de la Cuarta.
Esto se ve muy
claramente en el Bhagavad Gitâ, donde
se representa a Krishna diciendo:
Los siete grandes Rishis, los cuatro Manus anteriores, participando de mi esencia, nacieron de mi mente; de ellos surgió (nació) la especie humana y el mundo.
Aquí
los cuatro Manus anterioes, de entre los siete, son las cuatro Razas, que
han vivido ya, porque Krishna pertenece a la Quinta Raza, habiendo su muerte
inaugurado el Kali Yuga. De modo que el Manu Vaivasvata, el hijo de Sûrya, el
Sol, y Salvador de nuestra Raza, está relacionado con el “Germen de la Vida”,
tanto física como espiritualmente. Pero por ahora, aunque hablemos de todos
ellos, hemos de concretarnos sólo a los dos primeros.
El
“Diluvio” es, innegablemente, una tradición
universal . Los “Períodos Glaciales” fueron numerosos, y lo mismo los
“Diluvios”, por varias razones. Stockwell y Croll enumeran una media docena de
Períodos Glaciales y Diluvios subsiguientes, habiendo tenido lugar el primero,
según ellos, hace 850.000 años, y el último 100.000 (21). Mas ¿cuál fue nuestro Diluvio? El primero,
seguramente; aquel que hasta esta fecha sigue consignado en las tradiciones de
todos los pueblos, desde la más remota antigüedad; el que barrió finalmente las
últimas penínsulas de la Atlántida, principiando con Ruta y Daitya, y
concluyendo con la isla, comparativamente pequeña, mencionada por Platón. Esto
lo prueba la concordancia que se observa en todas las leyendas respecto a
ciertos detalles. Fue el último de su gigantesca escala.
El pequeño diluvio,
cuyas huellas encontró en el Asia Central el Barón de Bunsen, y que él hace
remontar a 10.000 años antes de Jesucristo aproximadamente, nada tuvo que ver
con el Diluvio semi-universal, o
Diluvio de Noé (siendo el último una versión puramente mítica de antiguas
tradiciones), ni siquiera con la sumersión de la última isla Atlante; o, al
menos, sólo tiene con ellos una conexión moral.
Nuestra
Quinta Raza -la parte de la misma no iniciada-, oyendo hablar de muchos
Diluvios, los ha confundido, y ahora sólo conoce uno, el cual alteró el aspecto
entero del Globo con sus cambios de tierras y mares.
Podemos
comparar esto con la tradición de los peruanos que dice que:
Los Incas, siete en número, volvieron a poblar la tierra después del diluvio.
Humboldt
menciona la versión mejicana de la misma leyenda, pero confunde algo los
detalles de la leyenda que aún se conserva, respecto del Noé americano. No
obstante, el eminente naturalista menciona dos
veces siete compañeros y el pájaro
divino que precedió al barco de los Aztecas, y cuenta así quince elegidos
en vez de los siete y los catorce. Esto fue escrito probablemente bajo la
acción de alguna reminiscencia involuntaria de Moisés, que pasa por haber
mencionado quince nietos de Noé, que se salvaron con su abuelo. De igual modo,
Xisuthros, el Noé caldeo, se salva y es transportado vivo al cielo (como Enoch) con los siete Dioses, los Kabirim, o los siete Titanes divinos. También el Yao chino tiene siete figuras que se embarcan con él y
que él animará cuando toque tierra, y
las use como “semilla humana”. Cuando Osiris penetra en el Arca o Barco Solar,
lleva siete Rayos con él, etc.
Sanchoaniathon
considera a los Aletae o Titanes (los Kabirim) como contemporáneos de Agruero,
el gran Dios Fenicio, al que intentó Faber identificar con Noé;
sospéchase, además, que el nombre de “Titán” se deriva de Tit-Ain, las “fuentes
del abismo caótico” (Tit-Theus, o Tityus, es el “diluvio divino”); y así
vemos que los Titanes, que son siete,
están relacionados con el Diluvio y con los siete Rishis salvados por el Manu
Vaivasvata .
Estos
Titanes son los hijos de Kronos, el tiempo, y de Rhea, la Tierra; y como
Agruero, Saturno y Sydyk, son un solo y mismo personaje y como los siete Kabiri
pasan también por ser los hijos de Sydyk o Dronos-Saturno, los Kabiri y Titanes
son idénticos. Por una vez acertó el piadoso Faber en sus conclusiones, cuando
escribió:
No
dudo que los siete Titanes o Cabiri sean también los siete Rishis de la
mitología inda (?), que pasan por haberse salvado en una embarcación con Menu
el jefe (?) de la familia .
Pero
es menos afortunado en sus especulaciones al añadir:
Los
hindúes, en sus extrañas leyendas,
han pervertido de diferentes maneras la historia
de los noáquidas (?!), aunque es, sin embargo, notable que parezcan haber
conservado religiosamente el número siete; por lo que, observa con mucha
razón el capitán Wilford “quizás los siete Manus, los siete Brahmádicas, con
los siete Rishis, sean los mismos, y tan sólo formen siete personalidades.
Los siete Brahmádicas fueron prajâpatis,
o Señores de las prajas, o criaturas.
De ellos nació la humanidad, y son probablemente idénticos a los siete Manus...
Estos siete grandes antepasados de la raza humana fueron... creados con el
objeto de volver a poblar de habitantes la tierra”. La mutua semejanza
entre los Cabiri, los Titanes, los Rishis y la familia de Noé es demasiado
chocante para que sea debida a una mera casualidad.
Faber
fue inducido a este error, y en consecuencia construyó toda su teoría respecto
a los Kabiri en el hecho de que el nombre Jafet de la Escritura se encuentra en
la lista de los Titanes contenida en un verso de los Himnos Órficos. Según
Orfeo, los nombres de los siete Titanes Arkitas, a quienes se niega Faber a
identificar con los Titanes impíos,
sus descendientes, eran Koeus, Kroeeus, Phorcys, Cronus, Oceanus, Hyperion y
Iapetus.
Pero, ¿por qué no pudiera haber adoptado el
Ezra babilónico el nombre de Iapetus para aplicarlo a uno de los hijos de Noé?
Según Arnobio, a los Kabiri, que son los Titanes, también se les llama Manes, y
Mania a su madre. Pueden, por lo tanto, los indos afirmar con mucha más
razón que los Manes son sus Manus, y que Mania es el Manu hembra del Râmâyana. Mani
es Ilâ, la esposa e hija del Manu Vaivasvata, de la que “él engendró la raza de
los Manus”. Como Rhea, la madre de los Titanes, ella es la Tierra
-convirtiéndola Sâyana en la Diosa de la Tierra- y no es otra cosa que la
segunda edición y repetición de Vâch. Tanto Idâ como Vâch se transforman en
machos y hembras; convirtiéndose Idâ en Su-dyumna,y Vâch, el “Virâj femenino”,
en una mujer a fin de castigar a los Gandharvas; refiriéndose una versión a la
teogonía cósmica y divina, y la otra al período posterior. Los Manes y Mania de
Arnobio son nombres de origen indo, apropiados por los griegos y latinos y
desfigurados por ellos.
No
se trata de una casualidad, sino que es el resultado de una doctrina arcaica
única, común a todos, de la cual los israelitas, por medio de Ezra, el autor de
los libros mosaicos modernizados, fueron los últimos adaptadores. Tan poco
escrupulosos eran respecto a la propiedad ajena, que el seudo Beroso indica que Titea (a la que Diodoro de Sicilia hace madre de los Titanes o
Diluvianos) era la mujer de Noé.
Faber le llama el “seudo-Beroso”, y acepta, no obstante, el dato, a fin de
registrar una nueva prueba de que los paganos han sacado todos sus dioses de
los judíos, transformando el material patriarcal. Según nuestra humilde
opinión, ésta es una de las mejores pruebas posibles, exactamente de lo
contrario. Demuestra ella con tanta claridad como pueden hacerlo los hechos,
que todos los seudo-personajes bíblicos son los que están sacados de mitos
paganos, si mitos han de ser. Prueba, de todos modos, que Beroso estaba bien
enterado respecto al origen del Génesis,
y que tenía el mismo carácter cósmico astronómico que las alegorías de
Isis-Osiris y el Arca y otros símbolos “Arkitas” más antiguos. Pues Beroso dice
que “Titaea Magna” fue llamada más tarde Aretia, y adorada con la Tierra;
y esto identifica a Titea, consorte de Noé, con Rhea, la Madre de los Titanes,
y con Idâ; Diosas ambas que presiden sobre la Tierra, y son Madres de los Manus
y Manes, o Titanes-Kabiri. Y el mismo Beroso dice que Titaea-Aretia era adorada
como Horchia, y ese es un título de Vesta, Diosa de la Tierra.
Sicanus deificavit Aretiam, et
nominavit cam linguâ Janigenâ Horchiam.
Apenas
si se encuentra un poeta antiguo de la época histórica o prehistórica que no
mencione la sumersión de los dos continentes (a veces llamados islas) en una
forma u otra; por ejemplo, aparte de la Atlántida, la destrucción de la isla
Flegiana. Pausanias y Nonno nos dicen cómo:
La profunda base de la isla Flegiana
Sacudió Neptuno, inexorable, y sepultó bajo las ondas
A sus impíos habitantes.
La profunda base de la isla Flegiana
Sacudió Neptuno, inexorable, y sepultó bajo las ondas
A sus impíos habitantes.
Faber
estaba convencido de que la isla Flegiana era la Atlántida. Mas todas esas
alegorías son ecos más o menos imperfectos de la tradición inda tocante a aquel
gran cataclismo que cayó sobre la Cuarta Raza, verdaderamente humana aunque
gigantesca, la que precedió a la raza aria. Sin embargo, como acabamos de
decir, la leyenda del Diluvio, como todas las demás leyendas, tiene más de un
significado. Se refiere, en teogonía, a transformaciones
precósmicas, a correlaciones
espirituales (por absurdo que parezca este término a un oído científico), y
también a la cosmogonía subsiguiente; a la gran INUNDACIÓN de AGUAS (la
Materia) en el CAOS, despertado y fertilizado por aquellos Rayos-Espíritus que
fueron absorbidos y perecieron en la
misteriosa diferenciación; misterio precósmico, prólogo del drama del Ser, Anu,
Bel y Noé precedieron a Adam Kadmon, a Adam el Rojo y a Noé; exactamente de
igual modo que Brahmâ, Vishnu y Shiva precedieron a Vaivasvata y a los
restantes.
Todo
esto viene a demostrar que el diluvio semi-universal
conocido de la geología -el primer Período Glacial- debe de haber ocurrido
precisamente en la época señalada por la Doctrina Secreta, a saber: 200.000
años en números redondos, después del principio de nuestra Quinta Raza, o hacia
el tiempo indicado por los señores Croll y Stockwell para el primer Período
Glacial, es decir, hace aproximadamente 850.000 años. Así, pues, como los
geólogos y astrónomos atribuyen la última perturbación a “una excentricidad
extrema de la órbita de la tierra”, y como la Doctrina Secreta la atribuye al
mismo origen, pero con la adición de otro factor, el cambio del eje de la
Tierra -una prueba de lo cual puede encontrarse en el Libro de Enoch, si no se comprende el lenguaje velado de los Purânas-, todo ello tendería a demostrar
que algo conocían los antiguos acerca de los “descubrimientos modernos”, de la
Ciencia. Hablando Enoch de “la gran inclinación de la Tierra”, que “está de
parto”, es muy significativo y claro.
¿No
es esto evidente? Nuah es Noé, en su arca flotando
sobre las aguas; siendo aquélla el emblema del Argha, o la Luna, el
Principio femenino; Noé es el “Espíritu” cayendo en la Materia. En cuanto toca
Tierra, le vemos plantar una viña, beber el vino y embriagarse con el mismo, es
decir, el Espíritu se embriaga en cuanto queda finalmente prisionero de la
Materia. El séptimo capítulo del Génesis
es sólo otra versión del primero. Así, mientras leemos en el último: “y las
tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía
sobre las aguas”, el primero dice: “y las aguas prevalecieron...; y el arca
(con Noé, el Espíritu) iba sobre las aguas”. Así, pues, Noé, sí es idéntico al
Nuah caldeo, es el Espíritu vivificando a la Materia, que es el Caos,
representado por el océano, o las Aguas del Diluvio. En la leyenda babilónica
(el acontecimiento precósmico mezclado con el terrestre), Istar (Ashteroth o
Venus, la Diosa lunar), es la que está encerrada en el arca y suelta una paloma en busca de tierra firme .
George
Smith observa en las “Tablas”, primero la creación de la Luna, y después la del
Sol. “Su belleza y perfección se ensalzan, así como la regularidad de su
órbita, que fue causa de que la considerase como tipo de un juez, y regulador
del mundo”.
Si esta fábula se refiriese simplemente a un cataclismo
cosmogónico, aun cuando éste fuese universal, ¿por qué habría de hablar la
Diosa Istar o Ashteroth, la Luna de la creación
del Sol después del diluvio? Las aguas pueden haber llegado hasta la cumbre
de la montaña de Nizir de la versión caldea, o de las Jebel Djudi, las montañas
diluvianas de la leyenda árabe, o también del Ararat de la narración bíblica, y
aun de los Himalayas de la tradición inda, y sin embargo, no llegar hasta el
Sol; ¡la Biblia misma se detuvo ante
semejante milagro! Es evidente que el diluvio tenía para las gentes que fueron
las primeras en registrar el hecho, otro
significado menos problemático y mucho más filosófico que el de un diluvio universal, del que no se encuentra
ningún rastro geológico.
Como
todos estos cataclismos son periódicos y cíclicos, y como el Manu Vaivasvata
representa un carácter genérico, bajo
varias circunstancias y acontecimientos, no parece existir objeción seria
alguna para suponer que tuviese el primer “gran diluvio” un significado tanto
alegórico como cósmico, y que ocurriese al fin del Satya Yuga, la “Edad de la
Verdad”, cuando la Segunda Raza-Raíz, “el Manu con huesos”, hizo su primera
aparición como los “Nacidos del Sudor”.
El
Segundo Diluvio, el llamado “universal”, que afectó a la Cuarta Raza-Raíz,
considerada ahora con razón por la teología como “la raza maldita de los
gigantes”, los Cainitas, y los “hijos de Ham”, es el diluvio que percibió
primeramente la geología. Si se comparan con cuidado las relaciones de las
diversas leyendas caldeas y otras obras exotéricas de las naciones, se verá que
todas ellas concuerdan con las narraciones ortodoxas dadas en los libros Brahmánicos. Y podrá observarse
que mientras en el primer relato “no existe todavía Dios ni mortal alguno sobre
la Tierra”, en la segunda vemos cuando Manu Vaivasvata aborda al Himaván
(Himalayas), fue permitido a los Siete Rishis tenerle compañía; demostrándose
así que mientras algunas narraciones se refieren al Diluvio Sideral y Cósmico
anterior a la pretendida “Creación”, las otras tratan, una del Gran Diluvio de
la Materia sobre la Tierra y la otra de un verdadero diluvio. En la Shatapatha Brâhmana, observa Manu que el
Diluvio ha destruido a todos los seres vivientes, y que él solo ha sido
preservado, es decir, sólo el germen de
la vida escapó a la Disolución anterior del Universo, o Mahâpralâya,
después de un “Día de Brahmâ; y el Mahâbhârata
se refiere simplemente al cataclismo geológico que destruyó casi enteramente a
la Cuarta Raza para dejar puesto a la Quinta. Por esto nuestra Cosmogonía
Esotérica presenta al Manu Vaivasvata bajo tres atributos distintos; a)
como el “Manu-Raíz”, sobre el Globo A, en la Primera Ronda; b) como el Germen de Vida” sobre el Globo D, en la
Cuarta Ronda; y c) como el “Germen del Hombre”, al principio de cada Raza-Raíz,
especialmente en nuestra Quinta Raza. El principio mismo de esta última
presenció durante el Dvâpara Yuga la destrucción de los brujos malditos.
De
aquella isla (Platón habla tan sólo de su última isla), más allá de las
Columnas de Hércules, en el Océano Atlántico, desde la que existía un paso
fácil a otras islas en la proximidad de otro gran continente (América).
Esa Tierra “Atlántica” es la que estaba unida
con la “Isla Blanca”, y esta Isla Blanca era Ruta; pero no era el Atala y el
“Diablo Blanco” del Coronel Wilford, como ya se ha mostrado. Convendrá
observar aquí que, según los textos sánscritos, el Dvâpara Yuga dura 864.000
años; y que si sólo principió el Kali Yuga hace cosa de 5.000 años, han
transcurrido exactamente 869.000 desde que ocurrió aquella destrucción; por
otra parte, estas cifras no difieren mucho de las presentadas por los geólogos,
que hacen remontar su Período Glacial a 850.000 años atrás.
El Shatapatha nos dice luego que una mujer
fue producida, la cual se presentó a Manu y se declaró su hija, con la que él vivió y engendró la descendencia de Manu.
Esto se refiere a la transformación fisiológica de los sexos durante la Tercera
Raza-Raíz; y demasiado clara es la alegoría para necesitar minuciosa
explicación. Naturalmente, como ya se ha observado, se suponía que en la
separación de sexos, un ser andrógino separaba su cuerpo en dos mitades (como
en el caso de Brahmâ y Vâch, y aun de Adán y Eva), y así la hembra es, en cierto
sentido, su hija, así como él será el hijo de ésta, “la carne de su carne (y de
la de ella) y los huesos de sus huesos (y los de ella)”. Téngase también muy
presente que ni uno siquiera de nuestros orientalistas ha aprendido todavía a
distinguir entre aquellas “contradicciones y pasmosos disparates”, según llaman
algunos a los Purânas, que una
referencia a un Yuga puede significar una Ronda, una Raza-Raíz, y a menudo una
subraza, así como constituir una página arrancada a la teogonía precósmica.
Este doble y triple sentido queda demostrado por varias referencias que al
parecer se hacen a un mismo individuo, bajo un nombre idéntico, mientras que en
realidad aquellas referencias tratan de acontecimientos separados por Kalpas
enteros. Buen ejemplo de ellos es el de Ilâ, a la que se representa
primeramente como una cosa y luego como otra. Dicen las leyendas exotéricas que
deseando el Manu Vaivasvata crear hijos, ofreció un sacrificio a Mitra y
Varuna; pero, efecto de un error del brahman que oficiaba, sólo obtuvo una
hija, Ilâ o Idâ. entonces, “por el favor de las dos deidades”, cámbiase su sexo y se convierte en un
hombre, Su-dyumna. Luego conviértese de nuevo en una mujer, y así
sucesivamente; añadiendo la fábula que a Shiva y su consorte les satisfacía que
“fuese varón durante un mes y hembra durante otro”. Esto se refiere
directamente a la Tercera Raza-Raíz, cuyos hombres eran andróginos; pero
algunos orientalistas muy eminentes piensan y han declarado que:
Idâ es, en primer término alimento, o una libación de leche;
luego un río de alabanzas, personificado como la diosa de la palabra.
No
se da, sin embargo, a los “profanos” la razón de por qué una “libación de
leche” y “un río de alabanzas” hayan de convertirse por turno en macho y hembra, a no ser que exista
alguna “evidencia interna” que no alcanzan los Ocultistas a percibir.
En
su sentido más místico, la unión del Manu Svâyamhuva con Vâch-Shata-Rûpa, su
propia hija (siendo esto la primera “euhomerización” del principio dual, del
cual el Manu Vaivasvata e Ilâ son una segunda y una tercera forma) representa
en el simbolismo cósmico la Vida-Raíz, el Germen del que nacen todos los
Sistemas Solares, los Mundos, los Ángeles y los Dioses; porque como dice
Vishnu:
De Manu toda creación, dioses, Asuras, hombre, deben ser producidos.
Por
él debe ser creado el mundo, aquello que se mueve y lo que no se mueve.
Pero
podemos encontrar adversarios peores aún que los hombres de ciencia y los
orientalistas occidentales. Si respecto a la cuestión de números concuerdan los
brahmanes con nuestra doctrina, no estamos tan seguros de que algunos de ellos,
conservadores ortodoxos, no presenten objeciones respecto a los modos de
procreación atribuidos a sus Pitri Devatâs. Nos exigirán que indiquemos las
obras de las cuales sacamos las citas, y nosotros les invitaremos a que lean
con más cuidado sus propios Purânas,
fijándose en el sentido esotérico. Y entonces, de nuevo repetimos, bajo el velo
de alegorías más o menos transparentes, verán confirmada por sus propias obras
cada una de las afirmaciones emitidas. Ya se han expuesto uno o dos ejemplos
con respecto a la aparición de la Segunda Raza, llamada los “Nacidos del
Sudor”.
Esta alegoría es considerada como un cuento de hadas, y sin embargo
encierra un fenómeno psicofisiológico, y uno de los misterios más profundos de
la Naturaleza.
Mas,
en vista de las declaraciones cronológicas hechas aquí, es natural preguntar:
Continuará...
H.P Blavatsky D.S T III
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