jueves, 17 de septiembre de 2015

Unas cuantas palabras sobre los diluvios y los Noés



            Tan contradictorios son, en sus detalles, los relatos de los diversos Purânas respecto a nuestros Progenitores, como en todos los demás. Así, en tanto que Idâ o Ilâ es llamada en el Rig Veda la Instructora del Manu Vaivasvata, Sâyana la convierte en una Diosa que preside sobre la Tierra, y el  Shatapatha Brâhmana nos la presenta como hija de Manu, fruto de su sacrificio, y más tarde, como su mujer (de Vaivasvata), con la que engendró a la raza de los Manus. En los Purânas es ella de nuevo hija de Vaivasvata, y sin embargo, mujer de Budha (la Sabiduría), el hijo ilegítimo de la Luna (Soma) y de la mujer del planeta Júpiter (de Brihaspati), Târâ. Todo esto, que al profano le parece un embrollo, para el ocultista está lleno de sentido filosófico. A primera vista es perceptible en la narración un significado secreto y sagrado; todos los detalles están, sin embargo, tan intencionalmente confundidos, que sólo el ojo experimentado de un Iniciado puede seguirlos y colocar los hechos en su orden correcto.
            
La historia, según la refiere el Mahâbhârata, da la nota tónica, y sin embargo, necesita ser explicada por medio del sentido secreto encerrado en el Bhagavad Gitâ. Es el prólogo del drama de nuestra Humanidad (la Quinta). Mientras estaba Vaivasvata entregado a la devoción a orillas del río, imploró un pez su auxilio contra otro pez mayor. Lo salvó y colocó en un recipiente, en donde, desarrollándose más y más, le comunicó la noticia del Diluvio venidero. Este Pez es el bien conocido Avatâra Matsya, el primer Avatâra de Vishnu, el Dagón (16) del Xisuthros caldeo, y muchas otras cosas además. Demasiado conocida es la fábula para que la repitamos aquí. Vishnu ordena que se construya un barco, en el cual se salva Manu en compañía de los siete Rishis, según el Mahâbhârata; aunque esto no se encuentra en otros textos. 

Los siete Rishis representan a las siete razas, los siete Principios y otras varias cosas; pues aquí hay además un doble misterio envuelto en esta alegoría múltiple.
            
Hemos dicho en otra parte que el gran Diluvio tenía varios significados, y que se refería, como también sucede con la CAÍDA, a acontecimientos a la vez espirituales y físicos, cósmicos y terrestres: así como arriba es abajo. El Barco o Arca -Navis-, en una palabra, siendo el símbolo del Principio generativo femenino, está representado en los cielos por la Luna, y en la tierra por la Matriz; ambas siendo las barcas y portadoras de los gérmenes de la vida y del ser, que el Sol o Vishnu, el Principio masculino, vivifica y fecunda. El Primer Diluvio Cósmico se refiere a la Creación Primordial, o a la formación del Cielo y de las Tierras; en cuyo caso el Caos y el gran Océano representan el “Diluvio”, y la Luna a la “Madre”, de la que proceden todos los gérmenes de la vida. 

Pero el Diluvio Terrestre y su historia también tiene su doble aplicación. En un caso se refiere al misterio de cuando la Humanidad fue salvada de una destrucción completa, por haberse convertido la mujer mortal en el receptáculo de la semilla humana al final de la Tercera Raza, y en el otro a la verdadera e histórica sumersión de la Atlántida. En ambos casos la “Hueste” (o el Manu que salvó la “semilla”) es llamado Manu Vaivasvata. De aquí la diferencia entre la versión Puránica y otras; mientras que en el Shatapatha Brâmana, Vaivasvata produce una hija y por ella engendra la raza de Manu, refiriéndose esto a los primeros Mânushyas humanos que tuvieron que crear mujeres por medio de la Voluntad (Kriyâshakti), antes de que ellas naciesen naturalmente de los Hermafroditas como sexo independiente, siendo por lo tanto consideradas como “hijas” de sus creadores. Los relatos Puránicos representan a Ida o Ila, como mujer de Budha (la Sabiduría). Esta versión se refiere a los acontecimientos del Diluvio Atlante, cuando Vaivasvata, el Gran Sabio de la Tierra, impidió que la Quinta Raza-Raíz fuese destruida juntamente con los restos de la Cuarta.
            Esto se ve muy claramente en el Bhagavad Gitâ, donde se representa a Krishna diciendo:

Los siete grandes Rishis, los cuatro Manus anteriores, participando de mi esencia, nacieron de mi mente; de ellos surgió (nació) la especie humana y el mundo.

            
Aquí los cuatro Manus anterioes, de entre los siete, son las cuatro Razas, que han vivido ya, porque Krishna pertenece a la Quinta Raza, habiendo su muerte inaugurado el Kali Yuga. De modo que el Manu Vaivasvata, el hijo de Sûrya, el Sol, y Salvador de nuestra Raza, está relacionado con el “Germen de la Vida”, tanto física como espiritualmente. Pero por ahora, aunque hablemos de todos ellos, hemos de concretarnos sólo a los dos primeros.
            

El “Diluvio” es, innegablemente, una tradición universal . Los “Períodos Glaciales” fueron numerosos, y lo mismo los “Diluvios”, por varias razones. Stockwell y Croll enumeran una media docena de Períodos Glaciales y Diluvios subsiguientes, habiendo tenido lugar el primero, según ellos, hace 850.000 años, y el último 100.000 (21). Mas ¿cuál fue nuestro Diluvio? El primero, seguramente; aquel que hasta esta fecha sigue consignado en las tradiciones de todos los pueblos, desde la más remota antigüedad; el que barrió finalmente las últimas penínsulas de la Atlántida, principiando con Ruta y Daitya, y concluyendo con la isla, comparativamente pequeña, mencionada por Platón. Esto lo prueba la concordancia que se observa en todas las leyendas respecto a ciertos detalles. Fue el último de su gigantesca escala. 

El pequeño diluvio, cuyas huellas encontró en el Asia Central el Barón de Bunsen, y que él hace remontar a 10.000 años antes de Jesucristo aproximadamente, nada tuvo que ver con el Diluvio semi-universal, o Diluvio de Noé (siendo el último una versión puramente mítica de antiguas tradiciones), ni siquiera con la sumersión de la última isla Atlante; o, al menos, sólo tiene con ellos una conexión moral.
            
Nuestra Quinta Raza -la parte de la misma no iniciada-, oyendo hablar de muchos Diluvios, los ha confundido, y ahora sólo conoce uno, el cual alteró el aspecto entero del Globo con sus cambios de tierras y mares.
            Podemos comparar esto con la tradición de los peruanos que dice que:

Los Incas, siete en número, volvieron a poblar la tierra después del diluvio.

            Humboldt menciona la versión mejicana de la misma leyenda, pero confunde algo los detalles de la leyenda que aún se conserva, respecto del Noé americano. No obstante, el eminente naturalista menciona dos veces siete compañeros y el pájaro divino que precedió al barco de los Aztecas, y cuenta así quince elegidos en vez de los siete y los catorce. Esto fue escrito probablemente bajo la acción de alguna reminiscencia involuntaria de Moisés, que pasa por haber mencionado quince nietos de Noé, que se salvaron con su abuelo. De igual modo, Xisuthros, el Noé caldeo, se salva y es transportado vivo al cielo (como Enoch) con los siete Dioses, los Kabirim, o los siete Titanes divinos. También el Yao chino tiene siete figuras que se embarcan con él y que él animará cuando toque tierra, y las use como “semilla humana”. Cuando Osiris penetra en el Arca o Barco Solar, lleva siete Rayos con él, etc.
            
Sanchoaniathon considera a los Aletae o Titanes (los Kabirim) como contemporáneos de Agruero, el gran Dios Fenicio, al que intentó Faber identificar con Noé; sospéchase, además, que el nombre de “Titán” se deriva de Tit-Ain, las “fuentes del abismo caótico”  (Tit-Theus, o Tityus, es el “diluvio divino”); y así vemos que los Titanes, que son siete, están relacionados con el Diluvio y con los siete Rishis salvados por el Manu Vaivasvata .
            
Estos Titanes son los hijos de Kronos, el tiempo, y de Rhea, la Tierra; y como Agruero, Saturno y Sydyk, son un solo y mismo personaje y como los siete Kabiri pasan también por ser los hijos de Sydyk o Dronos-Saturno, los Kabiri y Titanes son idénticos. Por una vez acertó el piadoso Faber en sus conclusiones, cuando escribió:

No dudo que los siete Titanes o Cabiri sean también los siete Rishis de la mitología inda (?), que pasan por haberse salvado en una embarcación con Menu el jefe (?) de la familia .

            Pero es menos afortunado en sus especulaciones al añadir:

            Los hindúes, en sus extrañas leyendas, han pervertido de diferentes maneras la historia de los noáquidas (?!), aunque es, sin embargo, notable que parezcan haber conservado religiosamente el número siete; por lo que, observa con mucha razón el capitán Wilford “quizás los siete Manus, los siete Brahmádicas, con los siete Rishis, sean los mismos, y tan sólo formen siete personalidades. Los siete Brahmádicas fueron prajâpatis, o Señores de las prajas, o criaturas. De ellos nació la humanidad, y son probablemente idénticos a los siete Manus... Estos siete grandes antepasados de la raza humana fueron... creados con el objeto de volver a poblar de habitantes la tierra”. La mutua semejanza entre los Cabiri, los Titanes, los Rishis y la familia de Noé es demasiado chocante para que sea debida a una mera casualidad.          
           
Faber fue inducido a este error, y en consecuencia construyó toda su teoría respecto a los Kabiri en el hecho de que el nombre Jafet de la Escritura se encuentra en la lista de los Titanes contenida en un verso de los Himnos Órficos. Según Orfeo, los nombres de los siete Titanes Arkitas, a quienes se niega Faber a identificar con los Titanes impíos, sus descendientes, eran Koeus, Kroeeus, Phorcys, Cronus, Oceanus, Hyperion y Iapetus.

 Pero, ¿por qué no pudiera haber adoptado el Ezra babilónico el nombre de Iapetus para aplicarlo a uno de los hijos de Noé? Según Arnobio, a los Kabiri, que son los Titanes, también se les llama Manes, y Mania a su madre. Pueden, por lo tanto, los indos afirmar con mucha más razón que los Manes son sus Manus, y que Mania es el Manu hembra del Râmâyana. Mani es Ilâ, la esposa e hija del Manu Vaivasvata, de la que “él engendró la raza de los Manus”. Como Rhea, la madre de los Titanes, ella es la Tierra -convirtiéndola Sâyana en la Diosa de la Tierra- y no es otra cosa que la segunda edición y repetición de Vâch. Tanto Idâ como Vâch se transforman en machos y hembras; convirtiéndose Idâ en Su-dyumna,y Vâch, el “Virâj femenino”, en una mujer a fin de castigar a los Gandharvas; refiriéndose una versión a la teogonía cósmica y divina, y la otra al período posterior. Los Manes y Mania de Arnobio son nombres de origen indo, apropiados por los griegos y latinos y desfigurados por ellos.

No se trata de una casualidad, sino que es el resultado de una doctrina arcaica única, común a todos, de la cual los israelitas, por medio de Ezra, el autor de los libros mosaicos modernizados, fueron los últimos adaptadores. Tan poco escrupulosos eran respecto a la propiedad ajena, que el seudo Beroso  indica que Titea (a la que Diodoro de Sicilia  hace madre de los Titanes o Diluvianos) era la mujer de Noé. Faber le llama el “seudo-Beroso”, y acepta, no obstante, el dato, a fin de registrar una nueva prueba de que los paganos han sacado todos sus dioses de los judíos, transformando el material patriarcal. Según nuestra humilde opinión, ésta es una de las mejores pruebas posibles, exactamente de lo contrario. Demuestra ella con tanta claridad como pueden hacerlo los hechos, que todos los seudo-personajes bíblicos son los que están sacados de mitos paganos, si mitos han de ser. Prueba, de todos modos, que Beroso estaba bien enterado respecto al origen del Génesis, y que tenía el mismo carácter cósmico astronómico que las alegorías de Isis-Osiris y el Arca y otros símbolos “Arkitas” más antiguos. Pues Beroso dice que “Titaea Magna” fue llamada más tarde Aretia, y adorada con la Tierra; y esto identifica a Titea, consorte de Noé, con Rhea, la Madre de los Titanes, y con Idâ; Diosas ambas que presiden sobre la Tierra, y son Madres de los Manus y Manes, o Titanes-Kabiri. Y el mismo Beroso dice que Titaea-Aretia era adorada como Horchia, y ese es un título de Vesta, Diosa de la Tierra.
           
            Sicanus deificavit Aretiam, et nominavit cam linguâ Janigenâ Horchiam.

            Apenas si se encuentra un poeta antiguo de la época histórica o prehistórica que no mencione la sumersión de los dos continentes (a veces llamados islas) en una forma u otra; por ejemplo, aparte de la Atlántida, la destrucción de la isla Flegiana. Pausanias y Nonno nos dicen cómo:

La profunda base de la isla Flegiana
Sacudió Neptuno, inexorable, y sepultó bajo las ondas
A sus impíos habitantes.

            Faber estaba convencido de que la isla Flegiana era la Atlántida. Mas todas esas alegorías son ecos más o menos imperfectos de la tradición inda tocante a aquel gran cataclismo que cayó sobre la Cuarta Raza, verdaderamente humana aunque gigantesca, la que precedió a la raza aria. Sin embargo, como acabamos de decir, la leyenda del Diluvio, como todas las demás leyendas, tiene más de un significado. Se refiere, en teogonía, a transformaciones precósmicas, a correlaciones espirituales (por absurdo que parezca este término a un oído científico), y también a la cosmogonía subsiguiente; a la gran INUNDACIÓN de AGUAS (la Materia) en el CAOS, despertado y fertilizado por aquellos Rayos-Espíritus que fueron absorbidos y perecieron en la misteriosa diferenciación; misterio precósmico, prólogo del drama del Ser, Anu, Bel y Noé precedieron a Adam Kadmon, a Adam el Rojo y a Noé; exactamente de igual modo que Brahmâ, Vishnu y Shiva precedieron a Vaivasvata y a los restantes.
            

Todo esto viene a demostrar que el diluvio semi-universal conocido de la geología -el primer Período Glacial- debe de haber ocurrido precisamente en la época señalada por la Doctrina Secreta, a saber: 200.000 años en números redondos, después del principio de nuestra Quinta Raza, o hacia el tiempo indicado por los señores Croll y Stockwell para el primer Período Glacial, es decir, hace aproximadamente 850.000 años. Así, pues, como los geólogos y astrónomos atribuyen la última perturbación a “una excentricidad extrema de la órbita de la tierra”, y como la Doctrina Secreta la atribuye al mismo origen, pero con la adición de otro factor, el cambio del eje de la Tierra -una prueba de lo cual puede encontrarse en el Libro de Enoch, si no se comprende el lenguaje velado de los Purânas-, todo ello tendería a demostrar que algo conocían los antiguos acerca de los “descubrimientos modernos”, de la Ciencia. Hablando Enoch de “la gran inclinación de la Tierra”, que “está de parto”, es muy significativo y claro.

            ¿No es esto evidente? Nuah es Noé, en su arca flotando sobre las aguas; siendo aquélla el emblema del Argha, o la Luna, el Principio femenino; Noé es el “Espíritu” cayendo en la Materia. En cuanto toca Tierra, le vemos plantar una viña, beber el vino y embriagarse con el mismo, es decir, el Espíritu se embriaga en cuanto queda finalmente prisionero de la Materia. El séptimo capítulo del Génesis es sólo otra versión del primero. Así, mientras leemos en el último: “y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas”, el primero dice: “y las aguas prevalecieron...; y el arca (con Noé, el Espíritu) iba sobre las aguas”. Así, pues, Noé, sí es idéntico al Nuah caldeo, es el Espíritu vivificando a la Materia, que es el Caos, representado por el océano, o las Aguas del Diluvio. En la leyenda babilónica (el acontecimiento precósmico mezclado con el terrestre), Istar (Ashteroth o Venus, la Diosa lunar), es la que está encerrada en el arca y suelta una paloma en busca de tierra firme .
            
George Smith observa en las “Tablas”, primero la creación de la Luna, y después la del Sol. “Su belleza y perfección se ensalzan, así como la regularidad de su órbita, que fue causa de que la considerase como tipo de un juez, y regulador del mundo”. 

Si esta fábula se refiriese simplemente a un cataclismo cosmogónico, aun cuando éste fuese universal, ¿por qué habría de hablar la Diosa Istar o Ashteroth, la Luna de la creación del Sol después del diluvio? Las aguas pueden haber llegado hasta la cumbre de la montaña de Nizir de la versión caldea, o de las Jebel Djudi, las montañas diluvianas de la leyenda árabe, o también del Ararat de la narración bíblica, y aun de los Himalayas de la tradición inda, y sin embargo, no llegar hasta el Sol; ¡la Biblia misma se detuvo ante semejante milagro! Es evidente que el diluvio tenía para las gentes que fueron las primeras en  registrar el hecho, otro significado menos problemático y mucho más filosófico que el de un diluvio universal, del que no se encuentra ningún rastro geológico.

            Como todos estos cataclismos son periódicos y cíclicos, y como el Manu Vaivasvata representa un carácter genérico, bajo varias circunstancias y acontecimientos, no parece existir objeción seria alguna para suponer que tuviese el primer “gran diluvio” un significado tanto alegórico como cósmico, y que ocurriese al fin del Satya Yuga, la “Edad de la Verdad”, cuando la Segunda Raza-Raíz, “el Manu con huesos”, hizo su primera aparición como los “Nacidos del Sudor”.
            
El Segundo Diluvio, el llamado “universal”, que afectó a la Cuarta Raza-Raíz, considerada ahora con razón por la teología como “la raza maldita de los gigantes”, los Cainitas, y los “hijos de Ham”, es el diluvio que percibió primeramente la geología. Si se comparan con cuidado las relaciones de las diversas leyendas caldeas y otras obras exotéricas de las naciones, se verá que todas ellas concuerdan con las narraciones ortodoxas dadas en  los libros Brahmánicos. Y podrá observarse que mientras en el primer relato “no existe todavía Dios ni mortal alguno sobre la Tierra”, en la segunda vemos cuando Manu Vaivasvata aborda al Himaván (Himalayas), fue permitido a los Siete Rishis tenerle compañía; demostrándose así que mientras algunas narraciones se refieren al Diluvio Sideral y Cósmico anterior a la pretendida “Creación”, las otras tratan, una del Gran Diluvio de la Materia sobre la Tierra y la otra de un verdadero diluvio. En la Shatapatha Brâhmana, observa Manu que el Diluvio ha destruido a todos los seres vivientes, y que él solo ha sido preservado, es decir, sólo el germen de la vida escapó a la Disolución anterior del Universo, o Mahâpralâya, después de un “Día de Brahmâ; y el Mahâbhârata se refiere simplemente al cataclismo geológico que destruyó casi enteramente a la Cuarta Raza para dejar puesto a la Quinta. Por esto nuestra Cosmogonía Esotérica presenta al Manu Vaivasvata bajo tres atributos distintos; a) como el “Manu-Raíz”, sobre el Globo A, en la Primera Ronda; b) como el Germen de Vida” sobre el Globo D, en la Cuarta Ronda; y c) como el “Germen del Hombre”, al principio de cada Raza-Raíz, especialmente en nuestra Quinta Raza. El principio mismo de esta última presenció durante el Dvâpara Yuga  la destrucción de los brujos malditos.

 De aquella isla (Platón habla tan sólo de su última isla), más allá de las Columnas de Hércules, en el Océano Atlántico, desde la que existía un paso fácil a otras islas en la proximidad de otro  gran continente (América).

             Esa Tierra “Atlántica” es la que estaba unida con la “Isla Blanca”, y esta Isla Blanca era Ruta; pero no era el Atala y el “Diablo Blanco” del Coronel Wilford, como ya se ha mostrado. Convendrá observar aquí que, según los textos sánscritos, el Dvâpara Yuga dura 864.000 años; y que si sólo principió el Kali Yuga hace cosa de 5.000 años, han transcurrido exactamente 869.000 desde que ocurrió aquella destrucción; por otra parte, estas cifras no difieren mucho de las presentadas por los geólogos, que hacen remontar su Período Glacial a 850.000 años atrás.
            
El Shatapatha nos dice luego que una mujer fue producida, la cual se presentó a Manu y se declaró su hija, con la que él vivió y engendró la descendencia de Manu

Esto se refiere a la transformación fisiológica de los sexos durante la Tercera Raza-Raíz; y demasiado clara es la alegoría para necesitar minuciosa explicación. Naturalmente, como ya se ha observado, se suponía que en la separación de sexos, un ser andrógino separaba su cuerpo en dos mitades (como en el caso de Brahmâ y Vâch, y aun de Adán y Eva), y así la hembra es, en cierto sentido, su hija, así como él será el hijo de ésta, “la carne de su carne (y de la de ella) y los huesos de sus huesos (y los de ella)”. Téngase también muy presente que ni uno siquiera de nuestros orientalistas ha aprendido todavía a distinguir entre aquellas “contradicciones y pasmosos disparates”, según llaman algunos a los Purânas, que una referencia a un Yuga puede significar una Ronda, una Raza-Raíz, y a menudo una subraza, así como constituir una página arrancada a la teogonía precósmica. Este doble y triple sentido queda demostrado por varias referencias que al parecer se hacen a un mismo individuo, bajo un nombre idéntico, mientras que en realidad aquellas referencias tratan de acontecimientos separados por Kalpas enteros. Buen ejemplo de ellos es el de Ilâ, a la que se representa primeramente como una cosa y luego como otra. Dicen las leyendas exotéricas que deseando el Manu Vaivasvata crear hijos, ofreció un sacrificio a Mitra y Varuna; pero, efecto de un error del brahman que oficiaba, sólo obtuvo una hija, Ilâ o Idâ. entonces, “por el favor de las dos deidades”, cámbiase su sexo y se convierte en un hombre, Su-dyumna. Luego conviértese de nuevo en una mujer, y así sucesivamente; añadiendo la fábula que a Shiva y su consorte les satisfacía que “fuese varón durante un mes y hembra durante otro”. Esto se refiere directamente a la Tercera Raza-Raíz, cuyos hombres eran andróginos; pero algunos orientalistas muy eminentes piensan y han declarado que:

Idâ es, en primer término alimento, o una libación de leche; 
luego un río de alabanzas, personificado como la diosa de la palabra.

            
No se da, sin embargo, a los “profanos” la razón de por qué una “libación de leche” y “un río de alabanzas” hayan de convertirse por turno en macho y hembra, a no ser que exista alguna “evidencia interna” que no alcanzan los Ocultistas a percibir.
            
En su sentido más místico, la unión del Manu Svâyamhuva con Vâch-Shata-Rûpa, su propia hija (siendo esto la primera “euhomerización” del principio dual, del cual el Manu Vaivasvata e Ilâ son una segunda y una tercera forma) representa en el simbolismo cósmico la Vida-Raíz, el Germen del que nacen todos los Sistemas Solares, los Mundos, los Ángeles y los Dioses; porque como dice Vishnu:

         
De Manu toda creación, dioses, Asuras, hombre, deben ser producidos.
Por él debe ser creado el mundo, aquello que se mueve y lo que no se mueve.

            Pero podemos encontrar adversarios peores aún que los hombres de ciencia y los orientalistas occidentales. Si respecto a la cuestión de números concuerdan los brahmanes con nuestra doctrina, no estamos tan seguros de que algunos de ellos, conservadores ortodoxos, no presenten objeciones respecto a los modos de procreación atribuidos a sus Pitri Devatâs. Nos exigirán que indiquemos las obras de las cuales sacamos las citas, y nosotros les invitaremos a que lean con más cuidado sus propios Purânas, fijándose en el sentido esotérico. Y entonces, de nuevo repetimos, bajo el velo de alegorías más o menos transparentes, verán confirmada por sus propias obras cada una de las afirmaciones emitidas. Ya se han expuesto uno o dos ejemplos con respecto a la aparición de la Segunda Raza, llamada los “Nacidos del Sudor”. 
Esta alegoría es considerada como un cuento de hadas, y sin embargo encierra un fenómeno psicofisiológico, y uno de los misterios más profundos de la Naturaleza.
Mas, en vista de las declaraciones cronológicas hechas aquí, es natural preguntar:

Continuará...

H.P Blavatsky D.S T III



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