Para
comprender perfectamente la idea que forma la base de toda Cosmología antigua
es necesario el estudio y análisis comparativo de todas las grandes religiones
de la antigüedad; pues sólo con este método puede ponerse en claro la idea
fundamental. La ciencia exacta, si pudiera remontarse a tal altura, al indagar
las operaciones de la Naturaleza en sus fuentes últimas originales, llamaría a
esta idea la Jerarquía de las Fuerzas. El concepto original, trascendental y
filosófico era uno. Pero como los sistemas principiaron a reflejar más y más
las idiosincrasias de las naciones, en el transcurso de los siglos, y como
estas últimas, después de separarse, se establecieron en distintos grupos,
evolucionando cada uno de ellos con arreglo a su tendencia nacional o de tribu,
velóse gradualmente la idea fundamental con la exuberancia de la fantasía
humana. Mientras que las Fuerzas, o mejor dicho, los Poderes inteligentes de la
Naturaleza, eran objeto, en algunos países, de honores divinos que difícilmente
les correspondían, en otros -como ahora en Europa y en las demás naciones civilizadas-, la sola idea de que tales
Fuerzas estén dotadas de inteligencia parece absurda y es declarada anticientífica. Así es que nos sentimos
satisfechos ante declaraciones como las que se encuentran en la introducción de
Asgard and the Gods; “Cuentos y
tradiciones de nuestros Antepasados Septentrionales”, editado por W. S. W.
Anson, que dice:
Si bien en el Asia Central o a orillas
del Indo, en el país de las Pirámides, en las penínsulas griega e italiana, y
hasta en el Norte, donde los celtas, teutones y eslavos vivieron errantes, los
conceptos religiosos del pueblo asumieron distintas formas, sin embargo, su origen común puede todavía
notarse. Señalamos esta relación entre las historias de los Dioses y el
pensamiento profundo encerrado en ellas, y su importancia, para que vea el
lector que no es un mundo mágico de
fantasía divagadora el que se le presenta, sino que... la Vida y la Naturaleza formaban la base de la existencia y de la
acción de esas divinidades.
Y aunque para cualquier ocultista o
estudiante de Esoterismo oriental sea imposible admitir la extraña idea de que
“los conceptos religiosos de las naciones más célebres de la antigüedad están
relacionados con los albores de la civilización entre las razas germánicas”, se alegra, sin embargo, de ver expresadas verdades como la siguiente:
“Estos cuentos de hadas no son historias sin sentido, escritas para regocijar al
ocioso; ellas encierran la profunda religión de nuestros antepasados”.
Así es. No tan sólo su Religión,
sino su Historia igualmente. Porque un mito, ... en griego, significa tradición
oral, transmitida de boca en boca de una generación a otra; y hasta en la
etimología moderna, el término envuelve la idea de alguna afirmación fabulosa que contiene una verdad
importante; la historia de algún personaje extraordinario cuya biografía se ha
exagerado, por efecto de la veneración de las generaciones sucesivas, con la
fecunda imaginación popular; pero que no es del
todo una fábula. Como nuestros antepasados los arios primitivos, creemos
firmemente en la personalidad e inteligencia de más de una Fuerza productora de
fenómenos en la Naturaleza.
Con el transcurso del tiempo, la
doctrina arcaica se fue velando; y las naciones perdieron más o menos de vista
el Principio Superior y Único de todas las cosas, y empezaron a transferir los
atributos abstractos de la Causa sin Causa, a los efectos, causados, que se convirtieron
a su vez en causativos, en los Poderes creadores del Universo; las grandes
naciones, por temor a profanar la Idea; las más pequeñas, sea porque no
pudieron asirla, o porque carecían del poder de concepto filosófico necesario
para conservarla en toda su pureza inmaculada. Pero todas ellas, excepción
hecha de las de los últimos arios, convertidos hoy en europeos y cristianos,
muestran aquella veneración en sus cosmogonías. Como lo expresa Tomás Taylor , el más intuitivo de todos los traductores de los fragmentos griegos,
ninguna nación ha concebido jamás al
Principio Único como creador inmediato del Universo visible; porque
ningún hombre en su sano juicio creería que el arquitecto que proyectó el
edificio que admira, lo haya construido con sus propias manos. Según testimonio
de Damascius, en su obra Sobre los
Primeros Principios (II... II...’ A...), se referían a aquél llamándolo la
“Obscuridad Desconocida”.
Los babilonios guardaron silencio respecto a este
principio: “A ese Dios” -dice Porfirio en su Sobre la Abstinencia (II.. ... ... ...)- “que está sobre todas las
cosas no se le debe dirigir lenguaje externo, ni tan siquiera interno...”.
Hesíodo principia su Teogonía con las
palabras: “De todas las cosas, el Caos fue la primera producida”, dando así
a entender que su causa o Productor se debe pasar bajo reverente silencio.
Homero en sus poemas no se remonta más allá de la Noche, y presenta a Zeus
reverenciándola. Según todos los teólogos antiguos, y las doctrinas de
Pitágoras y Platón, Zeus, o el Artífice inmediato del Universo, no es el Dios más elevado; como Sir
Christopher Wren, en su aspecto físico humano, no es la Mente que en él produjo
sus grandes obras de arte. Así es que no sólo Homero guarda silencio respecto
al Principio Primero, sino también respecto a aquellos dos Principios
inmediatamente posteriores al Primero, el AEther y el Caos de Orfeo y Hesíodo,
y el Límite e Infinidad de Pitágoras y Platón. De este Principio Superior,
dice Proclo que es... “la Unidad de Unidades, más allá del primer Adyta, más
inefable que todo Silencio, y más oculto que toda Esencia... secreto entre los
Dioses inteligibles”. Algo más podría añadirse a lo que escribió Tomás
Taylor en 1797, a saber: que los “judíos no parecen haberse remontado más allá...
del Artífice inmediato del Universo”,
pues “Moisés” presenta una obscuridad sobre la faz del abismo, sin insinuar
siquiera que hubiese causa alguna de su existencia”. Nunca han degradado
los judíos en su Biblia -obra
puramente esotérica, simbólica- a su deidad metafórica, tan profundamente como
los cristianos lo han hecho al admitir a Jehovah por su Dios viviente y además personal.
Ese Principio Primero o mejor dicho
Único era llamado el “Círculo del Cielo”, simbolizado por el hierograma de un
Punto dentro de un Círculo o Triángulo Equilátero, representando el Punto al
Logos. Así, en el Rig Veda, donde ni
siquiera se nombra a Brahmâ, comienza la Cosmogonía con el Hiranyagarbha, el
“Huevo Áureo” y Prajâpati (el último sobre Brahmâ), de quien emanan todas las
Jerarquías de “Creadores”. La Mónada o Punto, es el origen y la Unidad de que
parte el sistema numérico entero. Este Punto es la Causa Primera, pero AQUELLO
de que emana, o más bien de lo cual es la expresión o Logos, se deja en
silencio. A su vez, el símbolo universal, el
Punto dentro del Círculo, no era aún el Arquitecto, sino la Causa de aquel
Arquitecto; y el último estaba precisamente en la misma relación con aquélla,
como el Punto con respecto a la Circunferencia del Círculo, que, según Hermes
Trismegisto, no puede definirse. Muestra Porfirio que la Mónada y la Dúada de
Pitágoras son idénticas al Infinito y Finito de Platón en Philebus o lo que Platón llama ... y .... Sólo la última, la Madre,
es la substancial; siendo la primera la “Causa de toda Unidad y medida de todas
las cosas”; mostrándose así que la Dúada, Mûlaprakriti, el Velo de
Parabrahman, es la Madre del Logos y, al mismo tiempo, su Hija -esto es, el
objeto de su percepción-, el productor producido y la causa secundaria del mismo.
Según Pitágoras, la Mónada vuelve al Silencio y a la Obscuridad en cuanto ha
desplegado la Tríada, de la que emanan los 7 números restantes, de los 10 que
son base del Universo Manifestado.
En la Cosmogonía Escandinava se
expone lo mismo:
Al principio había un gran Abismo
(Caos); ni el Día ni la Noche existían; el Abismo era Ginnungagap, la vorágine
siempre abierta, sin principio ni fin. El Todo-Padre, el Increado, el No Visto,
moraba en las profundidades del “Abismo” (Espacio) y quiso y lo que quiso vino a la existencia.
Lo mismo que en la cosmogonía inda,
la evolución del Universo está dividida en dos partes, que son las llamadas en
la India las creaciones Prâkrita y Pâdma. Antes de que los cálidos rayos
emanados de la Mansión del Resplandor despierten la vida en las Grandes Aguas
del Espacio, aparecen los Elementos de la primera creación, y de ello es
formado el Gigante Ymir, u Orgelmir (que significa al pie de la letra barro
hirviente), la Materia Primordial diferenciada del Caos. Viene después la Vaca
Audumla, la Nutridora, de la que nació Buri, el Productor, cuyo hijo Bör
(Born, o el nacido), con Bestla, la hija
de los Gigantes del Hielo (hijos de Ymir), tuvo tres hijos: Odín, Willi
y We, o sea el Espíritu, la Voluntad y la Santidad. Esto era cuando aún reinaba
la Obscuridad a través del espacio; cuando los Ases, los Poderes Creadores o
Dhyân Chohans, aún no se habían desplegado, y cuando el Yggdrasil, el Árbol del
Universo, del Tiempo y de la Vida, no había crecido todavía, y no existía aún
ningún Walhalla o Recinto de los Héroes.
Las leyendas escandinavas acerca de la
Creación de nuestra Tierra y del Mundo principian con el Tiempo y la Vida
humana. Todo lo que la precede, es para
aquéllas la Obscuridad, en la que el Todo-Padre, la Causa de todo, habita.
Según observa el editor de Asgard and the
Gods, aunque esas leyes encierran la idea de aquel Todo-Padre, causa
original de todo, “apenas si se le menciona en los poemas”, no porque, como él
piensa, “no fuese capaz la idea de elevarse a conceptos claros acerca de lo
Eterno” antes de la predicación del Evangelio, sino a causa de su carácter
profundamente esotérico. Por consiguiente, todos los Dioses Creadores o
Deidades Personales principian en el
período secundario de la Evolución Cósmica. Zeus nace en y de Cronos -el
Tiempo. De igual modo es Brahmâ el producto de emanación de Kâla, “la Eternidad
y el Tiempo”, siendo Kâla uno de los nombres de Vishnu. De aquí que veamos a
Odín como Padre de los Dioses y de los
Ases, así como Brahmâ es el Padre de los
Dioses y de los Asuras; y he ahí también el carácter andrógino de todos los
principales Dioses Creadores, desde la segunda mónada de los griegos hasta el
Sephira Adam Kadmon, el Brahmâ o Prajâpati-Vâch de los Vedas, y el andrógino de Platón, que no es sino otra versión del
símbolo indo.
La mejor definición metafísica de la
Teogonía primitiva, en el espíritu de los vedantinos, puede hallarse en las
“Notas sobre el Bhagavad-Gitâ”, por
T. Subba Row. Parabrahman, lo desconocido y lo Incognoscible, como manifiesta
el conferenciante a sus oyentes:
No es el Ego, no es el No Yo, ni
tampoco es la conciencia... no es Âtmâ siquiera... pero aunque no es en sí un
objeto de conocimiento, es, sin embargo, capaz de sostener y dar lugar a toda
cosa y a toda clase de existencia, que se convierta en un objeto de
conocimiento... (Es) la esencia una, de la cual nace a la existencia un centro
de energía... (al que él llama el Logos).
Este Logos es el Shabba Brahman de
los Indos, al que ni siquiera llama Ishvara
(el “Señor” Dios), por temor a la confusión que en el espíritu de las gentes
pudiese crear ese término. Es el Avalokiteshvara de los buddhistas, el Verbum
de los cristianos en su sentido esotérico verdadero, no en la alteración
teológica.
En el primer Jnâta o el Ego en el Kosmos, y todos los demás Egos... son tan sólo
su reflejo y manifestación... Existe en condición latente en el seno de
Parabrahman durante el Pralaya... (Durante el Manvántara) posee una conciencia
y una individualidad propias... (Es un centro de energía, pero)... semejantes
centros de energía son casi innumerables en el seno de Parabrahman. No debe
suponerse que (ni siquiera) este Logos sea (el Creador, o que no sea) más que
un solo centro de energía... El número de estos es casi infinito... (Éste) es
el primer Ego que aparece en el Kosmos, y es el fin de toda evolución. (Es el
Ego abstracto)... Ésta es la primera
manifestación (o aspecto) de
Parabrahman... Cuando entra en la existencia como ser consciente... se le
aparece Parabrahman, desde su punto de vista objetivo, como Mûlaprakriti. Tened
esto muy presente... porque aquí está el origen de toda la dificultad, respecto
a Purusha y Prakriti, con que tropiezan los varios escritores sobre filosofía
vedantina... Este Mûlaprakriti es material para él (el Logos), de igual modo
que cualquier objeto material lo es para nosotros. Este Mûlaprakriti no es
Parabrahman, como los atributos de una columna no son la columna misma;
Parabrahman es una realidad incondicionada y absoluta, y Mûlaprakriti una
especie de velo echado sobre ella. Parabrahman
no puede ser visto tal cual es en sí mismo. Es visto por el Logos con un
velo que lo encubre, y ese velo es la poderosa extensión de la Materia
Cósmica... Después de haber aparecido Parabrahman como el Ego por una parte y
como Mûlaprakriti por otra, obra como energía única por medio del Logos.
Y el orador, por medio de un hermoso
ejemplo, explica lo que entiende por esa acción de Algo que es Nada, siendo el TODO. Compara el Logos
con el Sol, del que irradian la luz y el calor, pero cuya energía, luz y calor
existen en un estado desconocido en el Espacio y se difunden en él sólo como
luz y calor visibles, no siendo el
Sol más que su agente. Ésta es la primera hipóstasis triádica. El cuaternario
está formado por la luz vivificante
vertida por el Logos.
Los kabalistas hebreos presentaban
la idea en una forma que esotéricamente es idéntica a la vedantina. Enseñaban
que Ain-Soph, aunque es la Causa sin Causa de todo, no puede ser comprendido,
localizado, ni nombrado. Por esto, su nombre, Ain - Soph, es un término de
negación, “lo Inescrutable, lo Incognoscible y lo Innominable”. Por
consiguiente, lo representaron por medio de un Círculo Ilimitado, una Esfera,
de la cual la inteligencia humana, en su mayor alcance, sólo podría percibir la
bóveda. Alguien que ha descifrado por completo gran parte del sistema
kabalístico, en uno de sus significados, en su esoterismo numérico y
geométrico, escribe:
Cerrad los ojos, y con vuestra
conciencia de percepción esforzaos en pensar exteriormente hasta los límites
extremos en todas direcciones. Veréis que líneas o rayos iguales de percepción
se extienden de la misma manera en todas las direcciones, de tal modo, que
vuestro supremo esfuerzo para percibir terminará en la bóveda de una esfera. La limitación de esta esfera será, por
fuerza, un Círculo máximo, y los rayos directos del pensamiento en cualquiera y
en todas direcciones deben ser líneas
rectas, radios del círculo. Éste debe ser, humanamente hablando, el concepto
extremo que abarque el Ain-Soph
manifiesto, el cual se formula como una figura geométrica, es decir, un
círculo, con sus elementos de circunferencia, curva, y diámetro, línea recta,
dividido en radios. Por lo tanto, una forma geométrica es el primer medio
cognoscible de relación entre el Ain Soph y la inteligencia del hombre.
Este Círculo Máximo, que el
Esoterismo Oriental reduce al Punto en el Círculo Ilimitado, es el
Avalokiteshvara, el Logos o Verbum, del que habla T. Subba Row. Mas este Círculo
o Dios manifestado es tan desconocido para nosotros, excepto por medio de su
universo manifestado, como lo es el
UNO, aunque es más fácil, o mejor dicho, está más al alcance para nuestros
conceptos más elevados. Este Logos que yace dormido en el seno de Parabrahman
durante el Pralaya, del mismo modo que nuestro “Ego está latente (en nosotros)
durante el Sushupti” o sueño; que no puede conocer a Parabrahman más que como
Mûlaprakriti -siendo este último un velo cósmico que es la “potente expansión de la Materia
Cósmica”-; es, por consiguiente, sólo un órgano en la creación Cósmica, por
medio del cual irradian la Energía y Sabiduría de Parabrahman, desconocido para el Logos, como lo es para
nosotros. Además, como el Logos es tan desconocido para nosotros como lo es
en realidad Parabrahman para el Logos, tanto el Esoterismo Oriental como la
Kábala, a fin de poner al Logos al alcance de nuestros conceptos, han resuelto
la síntesis abstracta en imágenes concretas; esto es, en los reflejos o
aspectos múltiples de aquel Logos, o Avalokiteshvara, Brahmâ, Ormazd, Osiris,
Adam Kadmon, o cualquier otro nombre por el estilo que se le quiera asignar;
cuyos aspectos o emanaciones manvantáricas son los Dhyân Chohans, los Elhim,
los Devas, los Amshaspends, etc.
Los metafísicos explican la raíz y el germen
de estos últimos, según T. Subba Row, como la primera manifestación de
Parabrahman, “la trinidad más elevada que somos capaces de comprender”, que es
Mûlaprakriti, el Velo, el Logos, y la Energía Consciente del último, o su Poder
y Luz, llamado en el Bhagavad Gitâ
Daiviprakriti o “Materia, Fuerza y el Ego, o raíz única del Yo, del cual todas
las demás clases de yo son tan sólo una manifestación o un reflejo”. Por lo
tanto, únicamente a la Luz de esta Conciencia, de la percepción mental y
física, es como puede el Ocultismo práctico
hacer visible al Logos por medio de figuras geométricas, las que, estudiadas
con atención, no sólo ofrecerán una explicación científica de la existencia
verdadera, objetiva, de los “Siete hijos de la Sophia Divina, que es esta
luz del Logos; sino que demostrarán también, por medio de otras claves no
descubiertas aún, que, con respecto a la Humanidad, esos “Siete Hijos” y sus
innumerables emanaciones, centros de energía personificada, son una necesidad
absoluta. Suprímanse, y el Misterio del Ser y de la Humanidad jamás será descifrado, ni hecho accesible
siquiera.
Por medio de esta Luz son creadas todas las cosas.
Esta Raíz del Yo mental es también la raíz del Yo físico, porque esta Luz es la permutación, en nuestro mundo
manifestado, de Mûlaprakriti, llamado Aditi en los Vedas. En su tercer aspecto se convierte en Vâch la Hija y la
Madre del Logos, de igual modo que Isis es la Hija y la Madre de Osiris, que es
Horus, y Moot la Hija, Esposa y Madre de Ammon, en el mito lunar egipcio. En la
Kabalah, Sephira es igual a Shekinah,
y es, otra síntesis, la Esposa, Hija y Madre del “hombre Celeste”, Adam Kadmon,
y hasta es idéntica al mismo, como Vâch es idéntico a Brahmâ, y es llamado el
Logos femenino. En el Rig Veda, Vâch
es el “Lenguaje Místico”, por cuyo medio el Conocimiento Oculto y la Sabiduría
son comunicados al hombre, y así dícese que Vâch “penetró en los Rishis”. Ella
es “generada por los dioses”; es la Vâch Divina, la “Reina de los Dioses”, y
está unida a los Prajâpatis en su obra de creación, como Sephira lo está a los
Sephiroth. Es llamada, además, la “Madre de los Vedas”, “puesto que por sus
poderes (como Lenguaje Místico)
Brahmâ los reveló, y debido también al poder de ella, produjo el Universo”, es
decir, por medio del Lenguaje, y palabras, sintetizadas por la “Palabra” y los
números.
Pero cuando se habla de Vâch como
hija de Daksha, “el Dios que vive en todos los Kalpas”, se demuestra su
carácter Mayávico; desaparece durante el Pralaya, absorbida en el Rayo Único,
que todo lo devora.
Pero existen dos aspectos distintos
en el Esoterismo universal, oriental y occidental, en todas esas
personificaciones del Poder femenino en la Naturaleza, o la Naturaleza noumenal y la fenomenal. Uno es su aspecto puramente metafísico, según lo
describe el ilustrado orador en sus “Notas sobre el Bhagavad Gitâ”; el otro es terrestre y físico, y al mismo tiempo
divino, desde el punto de vista del concepto práctico humano y del Ocultismo.
Son todos ellos símbolos y personificaciones del Caos, el “Gran Mar” o las
Aguas Primordiales del espacio, el Velo impenetrable entre lo INCOGNOSCIBLE y
el Logos de la Creación. “Poniéndose por medio de su mente en relación con
Vâch, Brahmâ (el Logos) creó las aguas Primordiales”. El Katha Upanishad se expone aun más claramente.
Prajâpati era este Universo. Vâch era su inferior. Unióse a ella... ella
produjo esos seres, y volvió a fundirse en Prajâpati.
Esto relaciona a Vâch y a Sephira
con la Diosa Kwan-Yin, “la Madre Misericordiosa”, la Voz Divina del Alma, hasta
en el Buddhismo exotérico mismo; y con el aspecto femenino de Kwan-Shai-Yin, el
Logos, el Verbo de la Creación, y al mismo tiempo con la Voz que es audible al
Iniciado, según el Buddhismo Esotérico, Bath Kol, la Filia Vocis, la Hija de la
voz Divina de los hebreos, que responde desde el Propiciatorio en el Velo del
Templo, es un resultado.
Y aquí podemos señalar
incidentalmente una de las muchas calumnias lanzadas por los “piadosos y
buenos” misioneros, en la India, contra la religión del país. La alegoría, en
el Shatapatha Brâhmana, según la cual
Brahmâ, como Padre de los Hombres, llevó a cabo la obra de procreación mediante
contacto incestuoso con su propia hija Vâch, llamada también Sandhyâ,
Crepúsculo, y Shatarûpâ, de cien formas, es constantemente echada en cara a los
brahmanes, como condenación de su “detestable y falsa religión”. Aparte del
hecho, oportunamente olvidado por los europeos, de que el Patriarca Lot resulta
culpable del mismo crimen bajo la forma
humana, mientras Brahmâ, o más bien Prajâpati, cometió el incesto bajo la
forma de un gamo con su hija, que tenía la de una cierva (robit), la lectura esotérica del tercer capítulo del Génesis muestra lo mismo. Existe además,
seguramente, un significado cósmico, y no fisiológico, unido a la alegoría
inda, puesto que Vâch es una permutación de Aditi y Mûlaprakriti, o el Caos, y
Brahmâ una permutación de Nârâyana, el Espíritu de Dios penetrando en la
Naturaleza y fecundizándola; por lo tanto, el concepto nada tiene de fálico.
Como ya se ha dicho, Aditi-Vâch es
el Logos femenino, o Verbo, la Palabra; y en la Kabalah, Sephira es lo mismo. Estos Logos femeninos son todos
ellos, en su aspecto noumenal,
correlaciones de la Luz, del Sonido y del AEther, mostrando lo bien informados
que estaban los antiguos, tanto en Ciencia física, según lo conocen hoy los
modernos, como respecto al origen de aquella Ciencia en las esferas
espirituales y astrales.
Nuestros antiguos escritores decían
que Vâch es de cuatro clases. Éstas son llamadas Parâ, Pashyantî, Madhyamâ,
Vaikharî. Esta declaración se encuentra en el Rig Veda mismo, y en varios de los Upanishads, Vaikhari Vâch es lo que espresamos nosotros.
El Sonido, el Lenguaje, es lo que se hace comprensible y objetivo a uno de
nuestros sentidos físicos, y puede ser traído bajo las leyes de la percepción.
Por lo tanto:
Toda clase de Vaikharî Vâch existe
en Madhyamâ... Pashyantî, y últimamente en su forma Parâ... La razón por la
cual ese Pravana (18) es llamado Vâch consiste en que estos cuatro principios
del gran Kosmos corresponden a estas cuatro formas del Vâch... El Kosmos
entero, en su forma objetiva, es Vaikharî Vâch; la Luz del Logos es la forma
Madhyamâ, y el Logos mismo la forma Pashyantî; mientras que Parabrahman es el
aspecto Parâ (más allá del Nóumeno de todos los Nóumenos) de aquella Vâch.
Así pues, Vâch, Shekinah, o la
“Música de las Esferas” de Pitágoras, son una cosa, si tomamos como muestra los
ejemplos que se encuentran en las tres filosofías religiosas más
(aparentemente) distintas en el mundo: la india, la griega y la caldeo-hebrea.
Esas personificaciones y alegorías pueden mirarse bajo cuatro aspectos principales y tres
secundarios, o siete en total, como
en el Esoterismo. La forma Parâ es la Luz y el Sonido, siempre subjetivos y
latentes, que existen eternamente en el seno de INCOGNOSCIBLE; cuando se la
considera como la ideación del Logos, o su Luz latente, es llamada Pashayantî;
y cuando viene a ser aquella Luz expresada,
es Madhyamâ.
Ahora bien; la definición que nos da
la Kabalah es la que sigue:
Hay tres clases de Luz, y aquella
(la cuarta) que compenetra a las demás:
1ª La clara y penetrante, la Luz objetiva;
2ª La luz reflejada; y
3ª La Luz abstracta.
Los Diez Sephiroth, los Tres y los
Siete, son llamados en la Kabalah las
Diez Palabras, DBRIM (Debarim), los números y las Emanaciones de la Luz
Celeste, que es a la vez Adam Kadmon y Sephira, Prajâpati-Vâch o Brahmâ. La
Luz, el Sonido y el Número son los tres factores de la creación en la Kabalah. Parabrahman sólo puede ser
conocido por medio del punto luminoso, el Logos, que no conoce a Parabrahman,
sino sólo a Mûlaprakriti. De igual modo Adam Kadmon sólo conoció a Shekinah,
aunque era el Vehículo de Ain - Soph. Y, como Adam Kadmon, es, en la
interpretación esotérica, el total de Número Diez, los Sephiroth, siendo él
mismo una Trinidad o los tres atributos de la Deidad Incognoscible en Uno.
“Cuando el Hombre Celeste (o Logos) asumió al principio la forma de la Corona (Kether), y se identificó con Sephira, hizo emanar de aquélla (la Corona)
Siete luces espléndidas”, que formaban Diez en su totalidad; del mismo modo
Brahmâ-Prajâpati, cuando se separó de Vâch, siendo, sin embargo, idéntico a
ella, hizo aparecer de la Corona a los siete Rishis, los siete Manus o
Prajâpati; en la versión esotérica, siempre 3 y 7, que también forman 10. Sólo
cuando se dividen en 3 y 7, en la esfera manifestada, forma ... , el andrógino,
y ... , o la figura X manifestada y diferenciada.
Esto ayudará al estudiante a comprender por
qué consideraba Pitágoras a la Deidad, el Logos, como el Centro de Unidad y el
Manantial de la Armonía. Decimos que esta Deidad era el Logos, no la Mónada que
mora en la Soledad y el Silencio, porque Pitágoras enseñó que, siendo la Unidad
indivisible, no es número alguno. Y
también es ésta la razón de que se exigiera al candidato, que aspiraba a la
admisión en su escuela, el estudio previo como preparación preliminar de las
ciencias de la Aritmética, la Astronomía, la Geometría y la Música, consideradas como las cuatro
divisiones de la matemáticas. Esto explica igualmente por qué afirmaban
los pitagóricos que la doctrina de los Números, la más importante en el
Esoterismo, había sido revelada al hombre por las Deidades Celestes; que el
Sonido, o la Armonía, había hecho surgir al Mundo del Caos, siendo construido
según los principios de la proporción musical; que los siete planetas que rigen
el destino de los mortales tienen un movimiento armonioso, y, como dice Censorino:
Intervalos correspondientes a los
diastemas musicales, dando varios sonidos tan perfectamente consonantes, que
producen la más suave melodía, inaudible para nosotros, sólo a causa de la
magnitud del sonido, que nuestro oído es incapaz de percibir.
En la Teogonía Pitagórica,
numerábanse, y expresábanse numéricamente, las Jerarquías de las Huestes
Celestes y Dioses. Pitágoras había estudiado en la India la Ciencia Esotérica;
y así vemos que sus discípulos dicen:
La Mónada (la manifestada) es el
principio de todas las cosas. De la Mónada y la Dúada indeterminada (Caos), los
Números; de los Números, los Puntos; de los Puntos, las Líneas; de las Líneas,
las Superficies; de las Superficies, los Sólidos; de estos, los Cuerpos
Sólidos, cuyos elementos son cuatro: el Fuego, el Agua, el Aire, la Tierra; en
todos los cuales, transformados (correlacionados) y totalmente cambiados,
consiste el Mundo.
Y si esto no resuelve el misterio
por completo, puede levantar al menos una punta del velo de aquellas maravillosas
alegorías que encubren a Vâch, la más misteriosa de todas las Diosas
brahmánicas, llamada “la Vaca melodiosa
que produce alimento y Agua” -la Tierra con todos sus poderes místicos; y
también la “que nos proporciona el alimento y sustento”, la Tierra física. Isis
es igualmente la Naturaleza mística y también la Tierra; y sus cuernos de vaca
la identifican con Vâch, que después de haber sido reconocida como Parâ en su
forma superior, se convierte, en el extremo inferior o material de la creación,
en Vaikharî. Por consiguiente, es la Naturaleza mística, aunque física, con todas sus formas y propiedades
mágicas.
Como
diosa del Lenguaje y del Sonido, y como permutación de Aditi, ella es el Caos,
en cierto sentido. De todos modos, es la “Madre de los Dioses”; y de Brahmâ,
Îshvara o el Logos, y de Vâch, así como de Adam Kadmon y de Sephira, ha de
partir la verdadera teogonía manifestada.
Más allá, todo es Obscuridad y especulación abstracta. Con los Dhyân Chohans o
dioses, los Videntes, los Profetas los Adeptos
en general, se hallan en terreno firme. Sea como Aditi o como la Sophia Divina
de los gnósticos griegos, ella es la madre de los Siete Hijos, los Ángeles de
la Faz, del Profundo, o el gran Ser Verde Único del Libro de los Muertos. Dice el Libro
de Dzyan, o sea el Conocimiento Verdadero, obtenido por medio de la
meditación:
La
Gran Madre se extiende con el ... , y el ... , y el ... el segundo ... y el ... , en su seno pronta a producirlos, los valientes Hijos de los ... ... ...
(o 4.320.000, el Ciclo), cuyos dos Antecesores son el ... (círculo) y el ... (punto).
Al principio de cada ciclo de
4.320.000, los Siete, o los Ocho Grandes Dioses según algunas naciones,
descendieron para establecer el nuevo orden de cosas y dar impulso al nuevo
ciclo. Aquel octavo Dios era el
Círculo unificador, o Logos, separado y hecho distinto de su Hueste en el dogma
exotérico, así como las tres hipótesis
divinas de los antiguos griegos son consideradas ahora en las Iglesias como
tres personas distintas. Según se
expresa un Comentario:
Los
Poderosos, cada vez que penetran dentro de nuestro velo mayávico (atmósfera),
ejecutan sus grandes obras y dejan tras de sí monumentos imperecederos para
conmemorar su visita.
Así nos enseñan que las grandes
pirámides fueron edificadas bajo su inspección directa, “cuando Dhruva (la
entonces Estrella polar) se hallaba en su culminación inferior, y las Krittikâs
(Pléyades) la contemplaban de lo alto (se encontraban en el mismo meridiano,
pero encima) para vigilar la obra de los Gigantes”. Así pues, como las primeras
pirámides fueron construidas al principio de un Año Sideral, bajo Dhruva (Alpha
Polaris), esto debe de haber acaecido hace 31.000 años (31.105). Bunsen tenía
razón cuando admitía para Egipto una antigüedad superior a 21.000 años; pero
esta concesión difícilmente satisface a la verdad y a los hechos en esta
cuestión.
Según dice Mr. Gerald Massey:
Las historias
referidas por los sacerdotes egipcios y otros, acerca del cómputo del tiempo en
Egipto, empiezan ahora a parecer menos falsas, en opinión de todos los que han
escapado a la esclavitud bíblica. Se han encontrado últimamente en Sakkarah
inscripciones que mencionan dos ciclos sotiacos... registrados en aquella
época, hace ahora unos 6.000 años. Así es que cuando Herodoto estuvo en Egipto,
los egipcios habían observado -como es sabido ahora-, por lo menos, cinco
diferentes ciclos sotiacos de 1.461 años.
Los sacerdotes manifestaron al
investigador griego que ellos computaban el tiempo desde una época tan remota,
que el Sol había salido dos veces donde entonces se ponía, y se había puesto
dos veces donde salía entonces. Esto... sólo puede comprenderse como una verdad
en la Naturaleza, por efecto de dos ciclos de precesión, o un período de 51.736
años.
Mor Isaac indica que los antiguos sirios definían su
Mundo de los “Regentes” y “Dioses Activos”, del mismo modo que los caldeos. El
mundo inferior era el Sublunar -el nuestro-, vigilado por los Ángeles del orden primero o inferior; el
inmediato en rango era Mercurio, regido por los Arcángeles; luego seguía Venus, cuyos Dioses eran los Principados; el cuarto era el del Sol,
el dominio y región de los Dioses más elevados y poderosos de nuestro sistema,
los Dioses solares de todas las naciones; el quinto era Marte, gobernado por
las Virtudes; el sexto, el de Bel o
Júpiter, regido por las Dominaciones;
el séptimo, el Mundo de Saturno, por los Tronos.
Estos son los Mundos de la Forma. Sobre estos vienen los Cuatro superiores,
formando de nuevo siete, puesto que los Tres más elevados “no son mencionables ni pronunciables”. El octavo,
compuesto de 1.122 estrellas, es el dominio de los Querubines; el noveno, perteneciente a las estrellas errantes e innumerables, a causa de su
distancia, tiene a los Serafines; en
cuanto al décimo, dice Kircher, citando a Mor Isaac, que está compuesto de
“estrellas invisibles que, según dijeron, podrían tomarse por nubes, efecto de
la masa tan compacta que forman en la zona que llamamos Vía Straminis, la Vía
Láctea”; y se apresura a explicar que “éstas son las estrellas de Lucifer
sumidas con él en su terrible naufragio”. Lo que viene después y más allá de
los diez Mundos (nuestro Cuaternario), o el mundo Arûpa, no podían decirlo los
sirios. “Sólo sabían que allí es donde principia el vasto e incomprensible
Océano del Infinito, la mansión de la Verdadera Divinidad, sin límite ni fin”.
Champollion muestra la misma
creencia entre los egipcios. Habiendo hablado Hermes del Padre-Madre e Hijo,
cuyo Espíritu -colectivamente el Fiat Divino- da forma al Universo, dice:
“Siete Agentes (Medios) fueron también formados para contener a los Mundos
Materiales (o manifestados), dentro de sus Círculos respectivos, y la acción de
esos Agentes fue llamada Destino”. Luego enumera siete, diez y doce órdenes, cuya
explicación detallada aquí exigiría demasiado tiempo.
Como el Rig Vidhâna, de igual modo que el Brahmânda Purâna y todas las obras de esta índole, bien describen
la eficacia mágica de los Mantras
Rig-Védicos o los kalpas futuros, son según declaración del doctor Weber y
otros, compilaciones modernas “pertenecientes probablemente sólo a la época de
los Purânas”, es inútil señalar al
lector sus explicaciones místicas; y tanto vale inspirarnos meramente en los
libros arcaicos, por completo desconocidos de los orientalistas. Esas obras
explican lo que tanto intriga a los estudiantes, a saber: que los Saptarshis,
los “Hijos nacidos de la Mente” de Brahmâ, son citados en la Shatapatha Brâhmana bajo una serie de
nombres; bajo otra en el Mahâbhârata;
y que el Vâyu Purâna cuenta hasta nueve Rishis en vez de siete, agregando a la lista los nombres
de Bhrigu y de Daksha. Mas lo mismo sucede en toda Escritura exotérica. La
Doctrina Secreta presenta una larga genealogía de Rishis, pero los separa en
muchas clases. Así como los Dioses de los egipcios estaban divididos en siete y
hasta en doce Clases, también lo están los Rishis indos en su Jerarquías. Los
tres primeros Grupos son: el Divino, el Cósmico y el Sublunar. Después vienen
los Dioses Solares de nuestro Sietema, los Planetarios, los Submundanos y los
puramente Humanos - los Héroes, y los Mânushi.
Por ahora sin embargo, sólo nos
ocupamos de los Dioses Precósmicos Divinos, los Prajâpatis o los Siete
Constructores. Este Grupo encuéntrase infaliblemente en todas las Cosmogonías.
Efecto de la pérdida de los documentos arcaicos egipcios, pues según M.
Máspero, “los materiales y datos históricos que se poseen para el estudio de la
historia de la evolución religiosa en Egipto no son completos ni muchas veces
inteligibles”, y hay que apelar para ver corroboradas las declaraciones de la
Doctrina Secreta, parcial e indirectamente, a los antiguos himnos e
inscripciones sepulcrales. Una de éstas muestra que Osiris, como
Brahmâ-Prajâpati, Adam Kadmon, Ormazd y tantos otros Logos, era el jefe y la
síntesis del Grupo de “Creadores” o Constructores. Antes de que se convirtiese
Osiris en el “Uno” y más elevado de
Egipto, se le rendía culto en Abydos como Jefe o Guía de la Hueste Celestial de
los Constructores pertenecientes al más elevado de los tres órdenes. El himno
grabado en la estela votiva de una tumba de Abydos (tercer registro) se dirige
a Osiris en estos términos:
Yo te saludo, Osiris, hijo mayor de
Seb; tú el más grande sobre los seis Dioses nacidos de la Diosa Nu (el Agua primordial);
tú el gran favorito de tu padre Ra; Padre de Padres, Rey de la duración, Amo en
la eternidad... que, en cuanto salieron estos del seno de tu Madre, reuniste
todas las Coronas y ceñiste el Uraeus (serpiente o naja) en tu cabeza; Dios multiforme, cuyo nombre es desconocido, y que tiene muchos nombres en ciudades
y provincias.
Saliendo Osiris del Agua Primordial,
coronado con el Uraeus, que es el emblema serpentino del Fuego Cósmico, y
siendo el séptimo sobre los seis
Dioses Primarios nacidos de la Madre Paterna, Nu y Nut, el Cielo, ¡quién puede
ser él, sino el primer Prajâpati, el primer Sephira, el primer Amshaspend,
Ormazd! Es indudable que este último Dios solar y cósmico ocupaba, al principio
de la evolución religiosa, la misma posición que el Arcángel, “cuyo nombre era
secreto”. Este Arcángel era Miguel, el representante sobre la tierra del Dios Oculto judío, en una palabra, es su
“Faz” la que, decían, precedía a los judíos cual “Columna de Fuego”. Burnouf
dice: “Los siete Amshaspends, que seguramente son nuestros Arcángeles, también
designan las personificaciones de las Virtudes Divinas”. Y esos
Arcángeles, por lo tanto, son también ciertamente los Saptarshis de los indos,
aunque es casi imposible clasificar a cada uno de ellos con su prototipo y
paralelo pagano, puesto que, como sucede respecto a Osiris, todos tienen
“muchos nombres en las ciudades y provincias”. Sin embargo, algunos de los más
importantes se describirán en su orden.
Un punto queda, pues, demostrado de
manera indudable. Cuanto más se estudian sus Jerarquías y se descubre su
identidad, más pruebas se adquieren de que no existe entre los Dioses personales pasados y presentes que nos
son conocidos desde los albores de la historia, uno solo que no pertenezca al
tercer período de la manifestación cósmica. Encontramos en todas las religiones
a la Deidad Oculta formando la base fundamental; luego el Rayo de la misma que
cae en la Materia Cósmica primordial, la primera
manifestación; después el producto andrógino, la Fuerza dual abstracta
Macho y Hembra personificada, el segundo
período; ésta sepárase, finalmente, en el tercero,
en Siete Fuerzas, llamadas los Poderes Creadores por todas las antiguas
religiones, y las Virtudes de Dios por los cristianos. Las últimas explicaciones
y calificaciones metafísicas abstractas no han impedido a las Iglesias romana y
griega rendir culto a esas “Virtudes” bajo las personificaciones y nombres
distintos de los siete Arcángeles. En el Libro
de Druschim, en el Talmud,
se hace una distinción entre esos grupos, que es la explicación kabalística
correcta. Dice así:
Hay tres Grupos (u órdenes) de
Sephiroth:
1º Los Sephiroth llamados los “Atributos Divinos” (abstractos);
2º
Los Sephiroth físicos o siderales (personales); un grupo de siete, el otro de diez;
3º Los Sephiroth metafísicos, o perífrasis de Jehovah, que
son los tres primeros Sephiroth (Kether, Chochman y Binah), siendo los siete
restantes los siete Espíritus (personales) de la Presencia (también de los
planetas).
La misma división tiene que
aplicarse a la primaria, secundaria y terciaria evolución de Dioses en cada
teogonía, si se desea traducir esotéricamente el significado. No debemos
confundir las personificaciones puramente metafísicas de los atributos abstractos de la Deidad, con su reflejo:
los Dioses Siderales. Este reflejo, sin embargo, es en realidad la expresión
objetiva de la abstracción; Entidades vivientes
y los modelos formados según aquel Prototipo divino. Además, los tres Sephiroth
metafísicos, o la “perífrasis de Jehovah”, no
son Jehovah; este último mismo, con los títulos adicionales de Adonai, Elohim,
Sabbaoth y los numerosos nombres que se le prodigan, es quien es la perífrasis
del Shaddai (...), el Omnipotente. El nombre, por cierto, es una
circunlocución, una figura demasiado exagerada de retórica judía, y siempre ha
sido denunciada por los ocultistas. Para los kabalistas judíos, y hasta para
los alquimistas cristianos y rosacruces, Jehovah era un biombo conveniente, unificado por el repliegue de sus muchos tableros,
y adoptado como substituto; el nombre de un Sephira individual, siendo tan
bueno como otro cualquiera, para aquellos que estaban en el secreto. El
Tetragrammaton, el Inefable, la “Suma Total” sideral, no fue inventado con otro
propósito que el de extraviar al profano, y simbolizar la vida y la generación. El nombre secreto verdadero y que no puede pronunciarse -la “Palabra que no es palabra”- debe buscarse en los
siete nombres de las Siete primerras Emanaciones, o los “Hijos del Fuego”,
en las Escrituras secretas de todas las
grandes naciones, y hasta en el Zohar,
la doctrina kabalística de la más pequeña de todas ellas, la judía. Esa
palabra, compuesta de siete letras en todas las lenguas, se encuentra envuelta
en los restos arquitectónicos de todos los grandes edificios sagrados del
mundo; desde los restos ciclópeos en la Isla de Pascua -parte de un continente
sumergido en los mares, hace más bien cerca de 4.000.000 de años (32) que de
20.000- hasta las primeras pirámides egipcias.
Más adelante trataremos más a fondo
este asunto y ofreceremos datos prácticos para probar las afirmaciones hechas
en el texto.
Por ahora, basta indicar, con unos
cuantos ejemplos, la verdad de lo que ha sido afirmado al principio de esta
obra, o sea que ninguna Cosmogonía en todo el mundo, con la excepción única de
la cristiana, ha atribuido jamás a la Causa Más Elevada y Única, al Principio
Universal Deífico, la creación inmediata de nuestra Tierra, del hombre o de
algo relacionado con estos. Lo mismo se aplica esta afirmación a la Kabalah hebrea o caldea que al Génesis, si este último hubiese sido
alguna vez por completo comprendido, y, lo que es aún más importante,
correctamente traducido (33). En todas partes, o bien existe un Logos -una “Luz
que brilla en la Obscuridad”, verdaderamente-, o el Arquitecto de los Mundos,
está esotéricamente en número plural. La Iglesia latina, como siempre
paradójica, al aplicar sólo a Jehovah el epíteto de Creador, adopta una letanía
completa de nombres para las Fuerzas activas
de este último, nombres que revelan el
secreto. Pues si dichas Fuerzas nada tenían que ver con la llamada “Creación”,
¿por qué darles los nombres de Elohim (Alhim),
palabra plural, Obreros y Energías Divinas (...), piedras celestiales
incandescentes (lapides igniti coelorum);
y en particular, Sostenes del Mundo (K...), Gobernadores o Regentes del Mundo
(Rectores Mundi), Ruedas del Mundo (Rotae), Auphanim, Llamas y Poderes, Hijos
de Dios (B’ne Alhim), Consejeros Vigilantes, etc.?
Se ha supuesto a menudo, y como
siempre injustamente, que China, país casi tan antiguo como la India, no tenía
Cosmogonía. Según dicen, era desconocida para Confucio, y se lamentan de que
los buddhistas extendieron su Cosmogonía sin introducir en ella un Dios
Personal. El Yi King, “la
esencia misma del pensamiento antiguo y la obra combinada de los más venerados
sabios”, no llega a exponer una Cosmogonía definida. Sin embargo, existe una, y
muy clara. Sólo que como Confucio no admitía una vida futura, y los
buddhistas chinos rechazan la idea de Un
Creador, aceptando una Causa única y sus innumerables efectos, han sido mal
comprendidos por los creyentes en un Dios Personal. El “Gran Extremo”, como
principio “de los cambios” (transmigraciones), es la más corta (y quizás la más
sugestiva de todas las Cosmogonías) para quienes, como los confucionistas, aman
la virtud por sí misma, y se esfuerzan en hacer el bien desinteresadamente, sin
aspirar perpetuamente a la recompensa y provecho. El “Gran Extremo” de Confucio
produce “Dos Figuras”. Estas dos producen a su vez “las Cuatro Imágenes”; y
éstas, a su turno, los “Ocho Símbolos”.
Laméntase alguien de que aun cuando los
confucionistas ven en ellos el “cielo, la tierra y el hombre en miniatura”, se
puede ver todo cuanto se quiera. Sin duda alguna, y así sucede respecto de
muchos símbolos, especialmente en los de las religiones más recientes. Mas los
que saben algo acerca de los números ocultos, ven en estas “Figuras” el
símbolo, aunque tosco, de una Evolución progresiva armoniosa del Kosmos y de
sus Seres, tanto Celestiales como Terrestres. Y cualquiera que haya estudiado
la evolución numérica en la cosmogonía primitiva de Pitágoras -contemporáneo de
Confucio- jamás dejará de hallar en su Tríada, Tetractis y Década, surgiendo de
la Mónada Única y solitaria, la misma idea. Confucio es objeto de burla por
parte de su biógrafo cristiano, por “hablar de adivinación”, antes y después de
este pasaje, y le representan diciendo:
Los ocho símbolos determinan buena y
mala suerte y conducen a grandes acciones. No hay imágenes imitables mayores
que el cielo y la tierra. No hay cambios mayores que las cuatro estaciones
(significando el Norte, Sur, Este y Oeste, etc.). No hay imágenes suspendidas
más brillantes que el sol y la luna. En la preparación de cosas para uso,
ninguna existe mayor que el sabio. Para determinar la buena y mala suerte, nada
hay más grande que las pajas
adivinatorias y la tortuga.
Así pues, se ríen con desprecio de
las “pajas adivinatorias” y de la “tortuga”, del “conjunto simbólico de líneas”
y del gran sabio que las observa, cuando se convierten en una y dos, y dos se
convierten en cuatro, y cuatro se convierten en ocho, y la otra serie de “tres
y seis”, sólo porque sus luminosos símbolos no son comprendidos.
Del mismo modo, sin duda alguna, el
autor y sus colegas ridiculizarán las Estancias dadas en nuestro texto, porque
representan precisamente la misma idea.
El antiguo mapa arcaico de Cosmogonía está lleno de líneas al estilo de
Confucio, de círculos concéntricos y puntos. Sin embargo, todos estos
representan los conceptos más abstractos y filosóficos de la Cosmogonía de
nuestro Universo. De todos modos, esto responderá mejor, quizá, a las
necesidades y objetos científicos de nuestra época, que los ensayos cosmogónicos
de San Agustín y del Venerable Beda, aunque estos fueron publicados más de mil
años después de los de Confucio.
Confucio,
uno de los más grandes sabios del mundo antiguo, creía en la antigua magia y la
practicaba él mismo, “si consideramos como verdaderas las afirmaciones de Kià-yü”, y “la ensalzaba hasta las nubes
en el Yi-kin”, según su reverendo
crítico nos dice. Sin embargo, aun en su época, es decir, 600 años antes de J.
C., Confucio y su escuela enseñaban la esfericidad de la tierra y hasta el
sistema heliocéntrico; mientras que, próximamente tres veces 600 años después
del filósofo chino, los Papas de Roma amenazaban y hasta quemaban “herejes” por
afirmar lo mismo. Ríense de él porque habla de la “Tortuga Sagrada”. Ninguna
persona despreocupada puede hallar gran diferencia entre una Tortuga y un
Cordero, como aspirantes a lo sagrado, puesto que ambos son símbolos y nada
más. El Buey, el Águila, el León y a veces la Paloma son los “animales
sagrados” de la Biblia de Occidente;
los tres primeros se ven agrupados en derredor de los Evangelistas; y el
cuarto, asociada con estos una faz humana, es un Seraph, es decir, una
“serpiente de fuego”, el Agathodaemon gnóstico probablemente.
La elección es curiosa, y muestra
cuán paradójicos fueron los primeros cristianos en sus selecciones. Pues, ¿por
qué eligieron esos símbolos del paganismo egipcio, cuando el águila nunca se
menciona en el Nuevo Testamento,
excepto una vez, al referirse Jesús a ella como comedora de carroña, y en el Antiguo Testamento se la llama impura; cuando es comparado el León con
Satán, rugiendo ambos y buscando hombres a quienes devorar; y los bueyes son
echados del Templo? Por otra parte, la Serpiente, presentada como ejemplo de
sabiduría, es considerada ahora como el símbolo del Diablo. Bien puede decirse,
en verdad, que la perla esotérica de la religión de Cristo, degradada en la
teología cristiana, ha elegido una concha
extraña e impropia en que nacer y desarrollarse.
Como se ha explicado, los Animales
Sagrados y las Llamas o Chispas, dentro del Santo Cuatro, se refieren a los
Prototipos de todo cuanto se encuentra en el Universo en el Pensamiento Divino,
en la Raíz, que es el Cubo Perfecto, o el fundamento del Kosmos, colectiva e
individualmente. Todos ellos tienen una relación oculta con las Formas Cósmicas
primordiales, y con las primeras concreciones, obra y evolución del Kosmos.
En las primeras cosmogonías
exotéricas indas, no es siquiera el Demiurgo quien crea. Pues en uno de los Purânas se dice:
El gran Arquitecto del Mundo imprime
el primer impulso al movimiento rotatorio de nuestro sistema planetario,
pasando por turno por cada planeta y cuerpo.
Esta acción es la que “hace girar a cada
esfera sobre sí misma, y todas ellas en derredor del Sol. Después de esta
acción, “los Brahmândica”, los Pitris Solares y Lunares, los Dhyân Chohans,
“son quienes se encargan de sus esferas respectivas (tierras y planetas) hasta
el fin del Kalpa”. Los Creadores son los Rishis, que en su mayoría son
considerados como autores de los Mantras, o Himnos, del Rig Veda. Algunas veces son siete,
otras veces diez, cuando se
convierten en Prajâpati, el Señor de los Seres; luego vuelven a convertirse en
los siete y en los catorce Manus, como representantes de
los siete y catorce Ciclos de Existencia o Días de Brahmâ, respondiendo de este
modo a los siete AEones, cuando, al fin del primer período de la Evolución, se
transforman en los siete Rishis estelares, los Saptarshis; mientras que sus
Dobles humanos aparecen en esta
tierra como Héroes, Reyes y Sabios.
Habiendo dado de este modo la
Doctrina Esotérica del Oriente la nota fundamental que, como puede verse, es
bajo su forma de alegoría, tan científica como filosófica y poética, todos los
pueblos han seguido su dirección. Antes de ocuparnos de verdades esotéricas,
hemos de desentrañar la idea fundamental que yace en el fondo de las religiones
exotéricas, si queremos evitar que sean rechazadas las primeras. Además, todos
los símbolos, en todas las religiones
nacionales, pueden leerse esotéricamente; siendo una prueba de haber sido
correctamente comprendidos, la concordancia extraordinaria de todos ellos, al
ser traducidos en sus números y formas geométricas correspondientes, por mucho
que los signos y símbolos puedan variar exteriormente entre sí.
Porque en su origen todos aquellos
símbolos son idénticos. Considerad, por ejemplo, las primeras frases en
diferentes Cosmogonías; en todos los casos siempre se trata de un Círculo, un Huevo o una Cabeza.
Siempre está asociada la Obscuridad con ese primer símbolo, y lo rodea, como se
ha mostrado en los sistemas indo, egipcio, caldeo, hebreo y hasta escandinavo.
De ahí los cuervos negros, las palomas negras, aguas negras y aun llamas
negras; la séptima lengua de Agni, el Dios-Fuego, siendo llamado Kâli, el
“Negro”, porque era una llama negra vacilante. Dos palomas “negras” huyeron de
Egipto, y estableciéndose en las encinas de Dodona, dieron sus nombres a los
Dioses griegos. Noé suelta un cuervo “negro” después del Diluvio, que es el
símbolo del Pralaya Cósmico, después del cual empezó la verdadera creación o
evolución de nuestra tierra y de la humanidad. Los cuervos “negros” de Odín
revolotearon en derredor de la Diosa Saga, y “le hablaron en voz baja del
pasado y del futuro”. Ahora bien; ¿cuál es el verdadero significado de todas
estas aves negras? Es que todas ellas están relacionadas con la primitiva
Sabiduría, que mana de la Fuente precósmica de Todo, simbolizada por la Cabeza,
el Círculo o el Huevo; y todas tienen un significado idéntico y se refieren al
Hombre primordial Arquetipo, Adam Kadmon, el origen creador de todas las cosas,
que está compuesto de la Hueste de los Poderes Cósmicos, los Dhyân Chohans
Creadores, más allá de los cuales todo es Tinieblas.
Analicemos la sabiduría de la Kabalah, aunque velada y falseada como
lo está hoy día, para explicar en su lenguaje numérico un significado
aproximado, al menos respecto a la palabra “cuervo”. Éste es su valor numérico,
según se encuentra en el Origen de las
Medidas:
El término Cuervo sólo es empleado
una vez, y tomado como Eth-h’ orebv ...
= 678, ó 113 x 6; mientras que la Paloma es mencionada cinco veces. su valor es
71, y 71 x 5 = 355. Seis diámetros, o el Cuervo, cruzándose, dividirían la
circunferencia del círculo, de 355, en 12 partes o compartimientos; y 355
subdividido por cada unidad por 6, sería igual a 213-0, o la Cabeza
(“principio”) del primer versículo del Génesis.
Éste, dividido o subdividido del mismo modo por 2, o el 355 por 12, daría
213-2, o la palabra B’râsh, ... o la primera palabra del Génesis, con su prefijo prepositivo, significando,
astronómicamente, la misma forma general concretada que aquí se ha determinado.
Ahora bien; el sentido secreto del primer versículo
del Génesis, siendo: “En Râsh
(B’râsh) o Cabeza, se desarrollaron los Dioses, los Cielos y la Tierra”, fácil
es comprender el significado esotérico del Cuervo, desde el momento en que
semejante significado de la Inundación, o Diluvio de Noé, está comprobado.
Cualesquiera que puedan ser los otros muchos significados de esta alegoría
emblemática, el principal es el de un
nuevo Ciclo y una nueva Ronda, nuestra Cuarta
Ronda. El Cuervo o el Eth-h’ orebv, admite el mismo valor numérico que
la Cabeza, y no volvió al Arca, mientras que la paloma volvió, llevando la rama
de olivo; cuando Noé, el nuevo hombre de la nueva Raza (cuyo prototipo es
Vaivasvata Manu), se preparaba a abandonar el Arca, la Matriz o Argha de la
Naturaleza terrestre, es el símbolo del hombre puramente espiritual, sin sexo y
andrógino de las tres primeras Razas, que desaparecieron de la tierra para
siempre. Numéricamente, Jehovah, Adam, Noé, son uno en la Kabalah. A lo sumo, pues, es la Deidad descendiendo sobre el
Ararat, y más tarde sobre el Sinaí, para encarnarse en el hombre, su imagen, por medio del procedimiento
natural, la matriz de la madre, cuyos símbolos son el Arca, el Monte (Sinaí),
etcétera, en el Génesis. La alegoría
judía es astronómica y fisiológica, más bien que antropomórfica.
Y aquí es donde radica el abismo
entre los sistemas ario y semítico, aunque fundados ambos en la misma base.
Según lo ha demostrado un expositor de la Kabalah:
La idea fundamental en que está
cimentada la filosofía de los hebreos era la de que Dios contenía todas las
cosas en sí mismo, y que el hombre era su
imagen; el hombre, incluyendo a la mujer (como Andróginos; y que) la
geometría (y los números y medidas aplicables a la astronomía) están contenidos
en los términos hombre y mujer; y la incongruencia aparente de
semejante modo desaparecía, mostrando la relación del hombre y de la mujer con
un sistema particular de números, medidas y geometría, por los períodos
parturientos, que proporcionaban el lazo de unión entre los términos usados y
los hechos mostrados, y perfeccionaban el modo empleado.
Se arguye que, siendo la causa
primera absolutamente incognoscible, “el símbolo de su primera manifestación comprensible era el
concepto de un círculo con su línea de diámetro, de modo que a la vez
presentase la idea de la geometría, del falicismo y de la astronomía”; y esto
se aplicó finalmente a la “significación, sencillamente, de los órganos
generadores humanos”. De aquí que el ciclo entero de acontecimientos, desde
Adán y los Patriarcas hasta Noé, se haya aplicado a objetos fálicos y
astronómicos, los unos rigiendo a los otros, como, por ejemplo, los períodos
lunares. De aquí también que el Génesis
de los hebreos principie después de su salida del Arca, al fin del diluvio,
esto es, en la Cuarta Raza. Con el pueblo ario es distinto.
Jamás ha rebajado el Esoterismo Oriental a la Deidad Única Infinita, la que contiene todas las cosas, hasta semejantes usos; y esto queda demostrado por la ausencia de Brahmâ en el Rig-Veda, y por las modestas posiciones que en él ocupan Rudra y Vishnu, que siglos después se convirtieron en los poderosos y grandes Dioses, los “Infinitos” de los credos exotéricos. Pero ni siquiera ellos, a pesar de ser “Creadores” los tres, son los “Creadores” y “antecesores directos de los hombres”. Vemos allí que estos antecesores ocupan un puesto aun inferior en la escala, y son llamados los Prajâpatis, los Pitris, nuestros Antepasados Lunares, etc., pero jamás el Dios Único Infinito.
La Filosofía Esotérica presenta sólo al hombre físico como creado a imagen de la Deidad; la cual Deidad, sin embargo, no es más que los “Dioses Menores”. El Yo Supremo, el Ego verdadero, es el único que es divino y es Dios.
H.P.B D.S TII
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