Considerando que “la causa final es
juzgada una quimera, y que la Gran Causa Primera se relega a la esfera de lo
desconocido”, el número de hipótesis que se presentan es extraordinario, una
verdadera nube, según con justicia lamenta cierto reverendo señor. El
estudiante profano encuéntrase perplejo, y no sabe cuál de las teorías de la
ciencia exacta ha de creer. A
continuación damos una serie de hipótesis suficiente para satisfacer a todos
los gustos y capacidades. Todas ellas han sido extractadas de obras
científicas.
HIPÓTESIS CORRIENTES PARA EXPLICAR EL ORIGEN DE LA ROTACIÓN
La Rotación se originó:
a) Por la colisión de masas
nebulosas errantes, sin objeto, por el Espacio; o por atracción, “en casos en
que no tiene lugar contacto efectivo”.
b) Por la acción tangencial de
corrientes de materia nebulosa (en el caso de una nebulosa amorfa) descendiendo
de niveles superiores a niveles inferiores, o simplemente por la acción de
la gravedad central de la masa.
“Es un principio fundamental en
física que no podría originarse rotación
alguna en semejante masa por la acción de sus propias partes. Tanto valdría
intentar cambiar el rumbo de un vapor tirando el tripulante de las barandillas
de cubierta”, observa en este punto el profesor Winchell en su obra World-Life.
HIPÓTESIS ACERCA DEL ORIGEN DE LOS PLANETAS Y COMETAS
a) Debemos el nacimiento de los
planetas: 1º, a una explosión del Sol, un
parto de su masa central; 2º, a una especie de ruptura de los
anillos nebulosos.
b) “Los cometas son extraños al
sistema planetario”. “Los cometas se originan innegablemente en nuestro
sistema solar".
c) Las “estrellas fijas carecen de movimiento”, dice una
autoridad. - “Todas las estrellas están realmente en movimiento”, contesta otra
autoridad. “Indudablemente toda estrella está en movimiento”.
d) “Desde hace unos 350.000.000 de
años, jamás ha cesado por un momento el movimiento lento y majestuoso del Sol
en derredor de su eje”.
e) “Cree Maedler que... nuestro Sol
tiene a Alcione en las Pléyades, como centro de su órbita, y que emplea
180.000.000 de años en completar una sola revolución”.
f) “El Sol sólo existe desde hace
15.000.000 de años, y sólo emitirá calor por 10.000.000 de años más”.
Hace unos pocos años que este sabio
eminente decía al mundo que el tiempo que necesita la Tierra para enfriarse,
desde la incrustación incipiente a su presente estado, no podría exceder de
80.000.000 de años. Si la edad de la incrustación del mundo sólo es de
40.000.000, o la mitad de duración antes admitida, y la edad del Sol no más de
15.000.000, ¿hemos de creer entonces que la Tierra fue en cierta época
independiente del Sol?
Como las edades del sol, de los
planetas y de la Tierra, según figuran en las diferentes hipótesis científicas
de los astrónomos y físicos, son expuestas en otro lugar, hemos dicho lo
bastante para mostrar el desacuerdo entre los ministros de la ciencia moderna.
Sea que aceptemos los quince millones
de años de Sir William Thomson o los mil
millones de Mr. Huxley para la evolución rotatoria de nuestro Sistema Solar,
siempre resultará lo siguiente: que aceptando la rotación generada por sí misma
para los cuerpos celestes, compuestos de Materia inerte y movidos, sin embargo,
por su propio movimiento interno, durante millones de años, esa doctrina de la
Ciencia se reduce a:
a) Una negación evidente de esa ley
física fundamental que declara que “un cuerpo en movimiento tiende
constantemente a la inercia, es decir, a continuar en el mismo estado de
movimiento o reposo, a no ser que se encuentre estimulado de nuevo a otra
acción por una fuerza activa superior”.
b) Un impulso original, que culmina
en un movimiento inalterable, dentro de un Éter resistente que Newton ha
declarado incompatible con ese movimiento.
c) La gravedad universal, la cual,
según nos enseñan, siempre tiende hacia un centro en descenso rectilíneo -sola
causa de la revolución de todo el sistema Solar, que lleva a cabo una doble
rotación eterna, cada cuerpo en derredor de su eje y órbita. Otra versión
eventual es la siguiente:
d) Un imán en el Sol; o que dicha
revolución es debida a una fuerza magnética que actúa exactamente como la
gravitación, en línea recta, y varía en razón inversa al cuadrado de la
distancia.
e) El todo obrando bajo leyes
invariables e inmutables que, no obstante, se nos muestra que cambian a menudo,
como en algunos caprichos bien conocidos de planetas y otros cuerpos, así como
también cuando los cometas se acercan o alejan del Sol.
f) Una Fuerza Motriz siempre
proporcionada a la masa sobre la cual obra; pero independientemente de la
naturaleza específica de esa masa a la que está proporcionada; lo que equivale a decir, como Le Couturier lo
hace, que:
Sin esa fuerza independiente de
dicha masa y de una naturaleza por completo distinta de la misma, ésta, aunque
fuese tan enorme como Saturno, o tan pequeña como Ceres, siempre caería con la
misma rapidez.
Una masa, además, que deriva su
pesantez del cuerpo sobre el cual pesa.
Así es que ni los conceptos de
Laplace de un fluido solar atmosférico que se extendiese más allá de las
órbitas de los planetas, ni la electricidad de Le Couturier, ni el calor de
Foucault, ni esto, ni lo otro, puede prestar jamás ayuda a ninguna de las
numerosas hipótesis acerca del origen y permanencia de la rotación, para
escapar de esa rueda de ardilla; como
tampoco puede hacerlo la teoría de la gravedad misma. Este misterio es el lecho
de Procusto de la ciencia física. Si la Materia es pasiva, como nos enseñan
ahora, no puede decirse que el movimiento, ni aun el más tenue, sea propiedad
esencial de la Materia, puesto que está considerada simplemente como una masa
inerte. ¿Cómo puede, pues, un movimiento tan complicado, compuesto y múltiple,
armónico y equilibrado, que dura en las eternidades por millones y millones de
años, atribuirse sencillamente a su propia fuerza inherente, como no sea ésta
una Inteligencia? Una voluntad física es cosa nueva: ¡un concepto que
ciertamente jamás se les hubiese ocurrido a los antiguos! Desde hace más de un
siglo se ha suprimido toda diferencia entre cuerpo y fuerza. “La Fuerza -dicen
los físicos- es tan sólo la propiedad de un cuerpo en movimiento”; “la vida,
propiedad de nuestros órganos animales, sólo es el resultado de su disposición
molecular”, contestan los fisiólogos. Según enseña Littré:
En el seno de ese agregado que
llaman planeta se desarrollan todas las fuerzas inmanentes de la materia... es
decir que la materia posee en sí misma y
por ella misma las fuerzas que le son propias... y que son primarias, no secundarias. Semejantes fuerzas son la propiedad de la pesantez, la
propiedad de la electricidad, del magnetismo terrestre, la propiedad de la
vida. Todo planeta puede desarrollar la vida... como la tierra, por ejemplo,
que no siempre tuvo humanidad sobre ella, y que ahora tiene (produit) hombres.
Dice un astrónomo:
Hablamos de la pesantez de los
cuerpos celestes, pero desde que se ha reconocido que la pesantez decrece en
proporción a la distancia desde el centro, resulta evidente que, a cierta
distancia, esa pesantez debe forzosamente reducirse a cero. Si hubiese allí
alguna atracción habría equilibrio...
Y como la escuela moderna no reconoce ni un abajo
ni un arriba en el espacio universal,
no está claro que habría de causar la caída de la tierra, si no hubiese ni
gravitación, ni atracción.
Paréceme que tenía razón el Conde de
Maistre al resolver la cuestión del modo teológico que le era propio. Él corta
el nudo gordiano diciendo: “Los planetas giran porque se les hace girar... y el
sistema físico moderno del Universo es una imposibilidad física”. ¿No dijo
Herschel también lo mismo, cuando observó que se necesita una Voluntad para
imprimir un movimiento circular, y otra Voluntad para desviarlo?. Esto
muestra y explica cómo un planeta retrasado es bastante hábil para calcular tan
bien su tiempo que llega al minuto fijo. Pues si bien la Ciencia consigue
algunas veces, con gran ingenio, explicar algunas de esas paradas, movimientos
retrógrados, ángulos fuera de las órbitas, etc., por las apariencias que
resultan de la desigualdad de su progreso y del nuestro en el curso de nuestras
mutuas y respectivas órbitas, sabemos, sin embargo, que hay otras “desviaciones
muy reales y considerables”, según Herschel, “que no pueden explicarse más que
por la acción mutua e irregular de aquellos planetas y por la influencia
perturbadora del Sol”.
Nosotros entendemos, sin embargo,
que además de esas perturbaciones pequeñas y accidentales hay perturbaciones
continuas llamadas “seculares” -a causa de la extrema lentitud con que la
irregularidad aumenta y afecta las relaciones del movimiento elíptico- y que
esas perturbaciones pueden corregirse. Desde Newton, que averiguó que este
mundo necesitaba reparaciones muy frecuentes, hasta Reynaud, todos dicen lo
mismo. En su Ciel et Terre dice este
último:
Las órbitas descritas por los
planetas distan mucho de ser inmutables, y, por lo contrario, están sujetas a
un cambio perpetuo en su posición y forma.
Lo que prueba que la gravitación y
las leyes peripatéticas son tan negligentes como prontas en corregir sus
errores. El cargo tal como está formulado parece ser de que:
Esas órbitas se ensanchan y
estrechan alternativamente; su gran eje se extiende y disminuye, u oscila al
mismo tiempo de derecha a izquierda en derredor del sol; elevándose y
descendiendo periódicamente el plano mismo en que se hallan situadas, a la vez
que gira sobre sí mismo con una especie de temblor.
A esto, De Mirville, que, como
nosotros, cree en que “obreros” inteligentes dirigen invisiblemente el Sistema
Solar, observa con mucho ingenio:
Voilà,
certes, un viaje que tiene en sí poca precisión mecánica; cuanto más, se le
podría comparar a un vapor impulsado de un lado a otro y sacudido sobre las
olas, retardado o acelerado, pudiendo cada uno de esos impedimentos retrasar
indefinidamente su llegada si no hubiera la inteligencia de un piloto y
maquinistas para ganar el tiempo perdido y reparar las averías.
La ley de la gravedad parece
convertirse, por otra parte, en una ley anticuada en el cielo estrellado. Al
menos, esos Primitivos siderales de larga cabellera, llamados cometas, parecen
respetar muy poco la majestad de esa ley, y desafiarla descaradamente. No obstante,
y aunque presentando en casi todos los respectos “fenómenos aun no bien
comprendidos”, creen los partidarios de la ciencia moderna que los cometas y
meteoros obedecen a las mismas leyes y que están constituidos por la misma
Materia “que los soles, las estrellas y nebulosas” y hasta que “la tierra y sus
habitantes”.
Esto es lo que se podría llamar
aceptar las cosas con confianza, más aún, con fe ciega. Pero no se puede
discutir la ciencia exacta, y aquel que rechazase las hipótesis imaginadas por
sus estudiantes -la gravitación, por ejemplo-, sería tenido por un insensato
ignorante; sin embargo, el autor que acabamos de citar nos cuenta una curiosa
leyenda tomada de los anales científicos.
El cometa de 1811 tenía una cola de
120 millones de millas de largo y 25 millones de millas de diámetro en la parte
más ancha, mientras que el diámetro del núcleo era aproximadamente de 127.000
millas, más de diez veces el de la tierra.
Él nos dice que:
Para que cuerpos de esa magnitud,
pasando cerca de la tierra, no afectasen su movimiento ni cambiasen la duración
del año en un solo segundo, su substancia real debió de ser inconcebiblemente
sutil.
Así debe ser en efecto; además:
La extrema tenuidad de la masa de un
cometa también queda demostrada por el fenómeno de la cola, que, a medida que
se acerca el cometa al Sol, se desarrolla a veces en una extensión de 90
millones de millas en pocas horas. Y lo notable es que esa cola se desarrolla
en contra de la fuerza de gravedad por alguna fuerza impulsiva, probablemente
eléctrica; así es que siempre se aparta del Sol (!!!)... Y, sin embargo, tenue
como debe ser la materia de los cometas, obedece a la Ley común de la Gravedad
(!?), y sea que el cometa gire en una órbita dentro de la de los planetas
exteriores, o se lance en los abismos del espacio, y sólo vuelva después de
transcurridos centenares de años, su curso está regulado a cada instante por la
misma fuerza que causa la caída de una manzana en el suelo.
La Ciencia es como la mujer de
César, y no se debe sospechar de ella; esto es evidente. Pero puede, sin
embargo, ser objeto de una crítica respetuosa y, de todos modos, puede
recordársele que la “manzana” es una fruta peligrosa. Por segunda vez en la
historia de la humanidad, puede convertirse en la causa de la Caída -esta vez
de la Ciencia “exacta”. Un cometa cuya cola desafía a la ley de gravedad en las
mismas barbas del Sol, difícilmente puede ser considerado como sumiso a esa
ley.
En una serie de obras científicas
sobre la Astronomía y la teoría de la nebulosa, escritas entre 1865 y 1866, la
presente escritora, humilde principiante en ciencias, contó en pocas horas no
menos de treinta y nueve hipótesis contradictorias, ofrecidas como
explicaciones del movimiento rotatorio primitivo generado por sí mismo, de los
cuerpos celestes. La escritora no es astrónomo, ni matemático, ni sabio; pero
se vio obligada a examinar esos errores en defensa del Ocultismo en general y,
lo que es todavía más importante, a fin de apoyar a las doctrinas ocultistas concernientes
a la Astronomía y Cosmología. Los ocultistas fueron amenazados con terribles
penalidades por poner en duda verdades científicas. Mas ahora siéntense más
valientes; la Ciencia está menos segura en su posición “inexpugnable” de lo que
ellos podían esperar, y muchas de sus fortalezas están construidas sobre arena
muy movediza.
Así es que hasta este pobre y
anticientífico examen de la misma ha sido útil, y seguramente muy instructivo.
Hemos aprendido bastantes cosas en realidad, habiendo estudiado especialmente
con particular cuidado aquellos datos astronómicos que más probablemente habían
de chocar con nuestras heterodoxas y “supersticiosas” creencias.
Así, por ejemplo, hemos encontrado
en ellos, respecto de la gravitación, de los movimientos del eje y de la
órbita, que habiendo sido dominado una vez, en el período primitivo, el
movimiento sincrónico, esto bastó para originar un movimiento rotatorio hasta
el fin del Manvántara. También hemos llegado a conocer en todas las ya
mencionadas combinaciones de posibilidades respecto a la rotación incipiente
(complicadísimas en todos los casos), algunas de las causas a las que puede ser
debida, como también algunas otras que han debido originarla, pero que de un
modo u otro no ha sucedido así. Entre otras cosas, nos hemos enterado de que la
rotación incipiente puede ser provocada con la misma facilidad en una masa en
estado de fusión ígnea, que en otra que esté caracterizada por la opacidad
glacial (23). Que la gravitación es una ley que nada puede vencer, pero que es
vencida sin embargo, tanto en tiempo oportuno como fuera de sazón, por los
cuerpos celestes o terrestres más ordinarios; por las colas de cometas
impertinentes, por ejemplo. Que debemos el Universo a la santa Trinidad
Creadora, llamada Materia Inerte, Fuerza Sin Sentido y Ciega Casualidad.
De la verdadera esencia y naturaleza de
cualquiera de estas tres, nada sabe la Ciencia; pero esto es un detalle
insignificante. Ergo, nos dicen que cuando una masa de materia cósmica o
nebular -cuya naturaleza es completamente desconocida, y que puede encontrarse
en estado de fusión (Laplace), u oscura y fría (Thomson), pues “esa
intervención del calor es ella misma una pura hipótesis” (Faye)- se decide a
exhibir su energía mecánica bajo la forma de rotación, obra de este modo: O
bien estalla (la masa) en una conflagración espontánea, o permanece inerte,
tenebrosa y frígida, siendo igualmente capaces ambos estados de lanzarla a
rodar a través del Espacio, sin causa adecuada alguna, por millones de años.
Sus movimientos pueden ser retrógrados o directos, pues se presentan unas cien
razones diferentes para ambos movimientos, basadas todas en otras tantas
hipótesis; de todos modos se combina con el dédalo de estrellas cuyo origen
pertenece al mismo orden milagroso y espontáneo; porque:
La
teoría nebular no se propone descubrir el ORIGEN de las cosas, sino sólo un
período en la historia de la materia (24) .
Esos millones de soles, planeas y
satélites, compuestos de materia inerte, girarán, pues, en el firmamento en
imponente y majestuosa simetría, movidos y guiados tan sólo, no obstante su
inercia, “por su propio movimiento interno”.
¿Hemos de extrañar, después de esto,
que místicos ilustrados, católicos romanos piadosos y que hasta sabios
astrónomos, como lo eran Chaubard y Godefroy, hayan preferido la Kabalah y los antiguos sistemas a la
triste y contradictoria exposición moderna del Universo? El Zohar al menos, distingue entre “las
Hajaschar (las Fuerzas de la Luz), las Hachoser (Luces Reflejas), y la simple exterioridad fenomenal de sus tipos
espirituales”.
Podemos abandonar ahora la cuestión
de la “gravedad”, y examinar otras hipótesis. Claro resulta que la ciencia
física nada sabe acerca de las “Fuerzas”. Sin embargo, terminaremos el
argumento llamando en nuestro apoyo a otro hombre de ciencia, el profesor
James, miembro de la Academia de Medicina de Montpellier. Hablando de las
Fuerzas, dice este sabio:
Una causa es aquello que obra
esencialmente en la genealogía de los fenómenos, tanto en todas las
producciones como en todas las modificaciones. Dije que la actividad (o fuerza)
era invisible... El suponerla corpórea y residiendo
en las propiedades de la materia, sería una hipótesis gratuita... Reducir a
Dios todas las causas... equivaldría a cargar con una hipótesis contraria a
muchas verdades. Pero hablar de una pluralidad
de fuerzas procedentes de la Deidad y poseedoras de poderes propios
inherentes no es contrario a la razón... y estoy dispuesto a admitir fenómenos
producidos por agentes intermediarios llamados Fuerzas o agentes Secundarios.
La distinción de las Fuerzas es el
principio de la división de las ciencias; tantas Fuerzas reales y separadas,
otras tantas Ciencias-madre... No; las Fuerzas no son suposiciones y
abstracciones, sino realidades, y las únicas realidades activas cuyos atributos
pueden ser determinados con el auxilio de la observación e inducción directas.
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