La evolución espiritual del Hombre
inmortal, interno, constituye la doctrina fundamental de las Ciencias Ocultas.
Para reconocer aun imperfectamente semejante evolución, el estudiante tiene que
creer: a) En la Vida Unidad Una, independiente de la Materia (o lo que la
Ciencia considera como Materia); y b) En las Inteligencias individuales que
animan a las distintas manifestaciones de este Principio. Mr. Huxley no cree en
la Fuerza Vital; otros hombres de ciencia sí. La obra del doctor J. H.
Hutchinson Stirling, As regards
Protoplasm, ha hecho no poco daño a esta dogmática negación. La decisión
del profesor Beale también está en favor de un Principio Vital; y las
conferencias del doctor B. W. Richardson
sobre el Éter Nervioso se han citado ya lo suficiente. De modo que las
opiniones están divididas.
La Vida Una está estrechamente
relacionada a la Ley Una que gobierna el Mundo del Ser: KARMA. En sentido
exotérico, ésta es simple y literalmente “acción”, o más bien “una causa que
produce su efecto”. Esotéricamente, es una cosa por completo distinta en sus
efectos morales de mayor alcance. Es la LEY DE RETRIBUCIÓN infalible. Hablar a
los ignorantes de la verdadera significación, de las características y augusta
importancia de esta Ley eterna e inmutable, pues ninguna definición teológica
de una Deidad Personal puede dar una idea de este Principio impersonal, aunque
siempre presente y activo, es hablar en vano. Tampoco se le puede llamar
Providencia. Porque la Providencia para los deístas -a lo menos para los
cristianos protestantes- recae en un creador personal masculino, mientras que
para los católico-romanos es una potencia femenina. “La Divina Providencia
atempera sus gracias para asegurar mejor sus efectos” -nos dice Wogan-.
Ciertamente, “Ella” las atempera, lo cual Karma -principio sin sexo- no hace.
En las dos primeras partes se ha
mostrado que en la primera ondulación de la vida renaciente, Svabhâvat, “la Radiación Mutable de la Tiniebla
Inmutable inconsciente en la Eternidad” pasa, en cada nuevo renacimiento
del Kosmos, de un estado inactivo a otro de actividad intensa; que ella se
diferencia y comienza entonces su obra a través de aquella diferenciación. Esta
obra es KARMA.
Los Ciclos son también dependientes
de los efectos producidos por esta actividad.
El
Átomo Cósmico uno se convierte en siete Átomos en el plano de la Materia, y
cada uno es transformado en un centro de energía; ese mismo átomo se convierte
en siete Rayos en el plano del Espíritu; y las siete Fuerzas creadoras de la
Naturaleza radiando de la Esencia Raíz... siguen unas el sendero de la derecha,
otras el de la izquierda, separándose hasta el fin del Kalpa, y sin embargo, en
estrechos abrazos. ¿Qué las une? Karma.
Los Átomos emanados del Punto
Central emanan a su vez nuevos centros de energía, los cuales, bajo el
potencial aliento de Fohat, principian su obra de adentro a fuera, y
multiplican otros centros menores. Estos, en el curso de la evolución e
involución, forman a su vez las raíces o causas desenvolventes de nuevos
efectos, desde los mundos y globos “portadores del hombre”, hasta los géneros,
especies y clases de todos los siete reinos,
de los cuales sólo conocemos cuatro.
Pues como dice el Libro de los Aforismos
de Tson-kh o-pa:
Los benditos artífices han recibido
el Thyan-kam, en la eternidad.
Thyan-kam es el poder o conocimiento
de guiar los impulsos de la Energía Cósmica en la debida dirección.
El verdadero buddhista que no
reconoce ningún “Dios personal” ni ningún “Padre” y “Creador del Cielo y de la
Tierra”, cree, sin embargo, en una Conciencia
Absoluta, Adi-Buddhi; y el filósofo buddhista sabe que hay Espíritus Planetarios, los Dhyân Chohans. Pero aunque
admite “Vidas Espirituales”, sin embargo, como son temporales en la eternidad,
hasta ellas, según su filosofía, son “el Mâyâ del Día”, la Ilusión de un “Día
de Brahmâ”, un corto Manvántara de 4.320.000.000 de años. El Yin-Sin no es para
las especulaciones de los hombres, pues el Señor Buddha ha prohibido
terminantemente todas las tales investigaciones. Los Dhyân Chohans y todos los
Seres Invisibles -los Siete Centros y sus Emanaciones directas, los centros menores
de Energía- son el reflejo directo de la Luz Una; pero los hombres están muy
alejados de ellos, puesto que todo el Kosmos visible se compone de “seres producidos por sí mismos, las criaturas
de Karma”. De modo que considerando a un Dios Personal “sólo como una sombra
gigantesca lanzada en el vacío del espacio por la imaginación de hombres
ignorantes, ellos enseñan que sólo dos cosas son eternas (objetivamente), a
saber: “el Âkâsha y el Nirvâna”; y que éstas son una en realidad, y un Mâyâ cuando están divididas.
Todas las cosas han salido de Âkâsha
(o Svabhâvat sobre nuestra tierra), obedeciendo a una ley de movimiento
inherente en él, y después de cierta existencia se disipan. Ninguna cosa ha
salido nunca de la nada. No creemos en milagros; y por lo tanto negamos la
creación y no podemos concebir un creador.
Si se le preguntase a un brahmán de
la Secta Advaita si cree en la existencia de Dios, contestaría probablemente lo
que le contestaron a Jacolliot: “Yo soy Dios yo mismo”; mientras que un
buddhista (sobre todo un cingalés) sencillamente se reiría y replicaría: “No
hay Dios; no hay Creación”. Sin embargo, la filosofía fundamental de los
eruditos, tanto advaitas como buddhistas, es idéntica; y unos y otros tienen el mismo respeto a la vida animal,
pues ambos creen que toda criatura de la Tierra, por pequeña y humilde que sea,
“es una porción inmortal de la Materia inmortal” -la Materia teniendo para
ellos una significación muy distinta que la que tiene para los cristianos y los
materialistas- y que toda criatura está sujeta a Karma.
La contestación del brahmán se le
hubiera ocurrido a todo antiguo filósofo, kabalista y gnóstico de los primeros
tiempos. Ella contiene el espíritu mismo de los mandamientos délficos y
kabalísticos; pues la Filosofía Esotérica resolvió, edades ha, el problema de
lo que el hombre era, es y será; su
origen, ciclo de vida -interminable en su duración de encarnaciones o
renacimientos sucesivos- y su absorción final en la Fuente de donde partiera.
Pero a la Ciencia Física no le
podremos nunca pedir que nos descifre al hombre como enigma del Pasado o del
Futuro, puesto que ningún filósofo puede decirnos lo que es el hombre, ni
siquiera tal como lo conocen la Fisiología y la Psicología. En la duda de si el
hombre era un Dios o una bestia, la Ciencia lo ha relacionado ahora con la
última, derivándolo de un animal. Ciertamente, la tarea de analizar y de
clasificar al ser humano como animal
terrestre puede dejarse a la Ciencia, a la cual los ocultistas más que
nadie consideran con veneración y respeto. Ellos reconocen su terreno propio y
la obra maravillosa que ella ha hecho, el progreso realizado en Fisiología y,
hasta cierto punto, en Biología. Pero, la naturaleza del hombre interno,
espiritual y psíquico, o hasta la moral, no pueden dejarse a la merced de un
materialista, inveterado; pues ni siquiera la filosofía psicológica más elevada
del Occidente puede en su imperfección actual y tendencia hacia un decidido
agnosticismo, hacer justicia al hombre interno; especialmente a sus capacidades
y percepciones superiores, y a aquellos estados de conciencia en el camino
hacia los cuales autoridades como Mill han trazado una gruesa línea diciendo:
“Hasta aquí llegarás, pero no irás más lejos”.
Ningún ocultista negaría que el
hombre -juntamente con el elefante y el microbio, el cocodrilo y el lagarto, la
hoja de hierba y el cristal- es, en su formación física, el simple producto de
las fuerzas evolutivas de la Naturaleza a través de una serie innumerable de transformaciones;
pero él presenta el caso de un modo distinto.
No es contra los descubrimientos
zoológicos y antropológicos, basados sobre los fósiles del hombre y del animal,
que todo místico y creyente en un Alma Divina se rebela interiormente, sino sólo
contra las conclusiones inoportunas, basadas en teorías preconcebidas y
elaboradas para encajar en ciertos prejuicios. Las premisas de los hombres
científicos pueden ser o no siempre verdad; y como algunas de estas teorías
tienen sólo una corta vida, las deducciones deben ser siempre parciales con los
evolucionistas materialistas. Y sin embargo, sobre la fuerza de una autoridad
tan efímera, la mayoría de los hombres científicos reciben a menudo honores por
lo que menos lo merecen.
Para hacer la obra de Karma -en las
renovaciones periódicas del Universo- más evidente e inteligible al estudiante
cuando llegue al origen y evolución del hombre, tiene que examinar ahora con
nosotros la situación esotérica de los Ciclos Kármicos sobre la Ética
Universal. La cuestión es la siguiente: ¿Ocupan algún lugar o tienen alguna
relación directa con la vida humana esas misteriosas divisiones del tiempo
llamadas Yugas y Kalpas por los indos, y tan gráficamente..., ciclos, anillos o
círculos por los griegos? Hasta la filosofía exotérica explica que estos
círculos perpetuos del tiempo vuelven constantemente sobre sí mismos, de un
modo periódico e inteligente, en el Espacio y la Eternidad. Hay “Ciclos de
Materia”, hay “Ciclos de Evolución Espiritual” y Ciclos de raza, nacionales
e individuales. ¿No puede la especulación Esotérica permitirnos que
profundicemos más en sus operaciones?
Esta idea está admirablemente
expresada en una obra científica muy hábil.
La posibilidad de elevarse a la
comprensión de un sistema de coordinación que sobrepuja en el tiempo y el
espacio todo límite de observaciones humanas es una circunstancia que señala el
poder del hombre para trascender las limitaciones de la mutable e inconsecuente
materia, y afirma su superioridad sobre todas las formas insensibles y
perecederas del ser. Hay en la sucesión de los acontecimientos, y en la
relación de las cosas coexistentes, un método de que la mente del hombre se
apodera; y por este medio como clave va hacia atrás o hacia adelante sobre
eones de historia material que la experiencia humana no puede atestiguar nunca.
Los acontecimientos germinan y se desarrollan. Tienen ellos un pasado que está
relacionado con su presente, y sentimos una confianza justificada de que hay un
futuro que de un modo semejante se encontrará relacionado con el presente y el
pasado. Esta continuidad y unidad de la historia se repiten ante nosotros en
todos los estados concebibles de progreso. Los fenómenos nos proporcionan los
fundamentos para la generalización de dos leyes que son verdaderamente principios de adivinación científica,
sólo por las cuales penetra la mente humana en los sellados anales del pasado y
en las páginas sin abrir del futuro. La primera de éstas es la ley de la
evolución, o parafraseándola para nuestro objeto, la ley de sucesión correlacionada, o historia organizada en lo
individual, ilustrada en las fases cambiantes de cada sistema separado que
hace madurar resultados... Estos pensamientos acumulan ante nosotros el pasado
inmensurable y el futuro sin medida de la historia material. Parecen ellos
abrir casi perspectivas a través del infinito, y dotar a la inteligencia humana
de una existencia y de una visión exentas de las limitaciones del tiempo, del
espacio y de la causación finita, elevándola hacia una sublime concepción de la
Inteligencia Suprema, cuyo lugar de morada es la eternidad.
Según las enseñanzas de Mâyâ -la
apariencia ilusoria de la ordenación de sucesos y acciones sobre esta Tierra-
cambia, variando con las naciones y lugares. Pero los rasgos principales de la
vida de cada uno están siempre de acuerdo con la “Constelación” bajo la cual
nace, o pudiéramos decir, con las características de su principio animador, o
la Deidad que sobre él preside, ya le llamemos un Dhyân Chohan, como en Asia, o
un Arcángel como las Iglesias griega y latina. En el simbolismo antiguo siempre
era el Sol -aunque el Espiritual, no el visible- el que se suponía que enviaba
los principales Salvadores y Avatâras. De aquí el lazo de unión entre los
Buddhas, los Avatâras y tantas otras encarnaciones de los Siete superiores.
Cuanto más se aproxime a su Prototipo en el “Cielo”, tanto mejor para el mortal
cuya personalidad fue escogida, por su propia Deidad personal (el Séptimo Principio), para su mansión terrestre. Porque
con cada esfuerzo de voluntad hacia la purificación y la unidad con ese “Dios
Propio” se interrumpe uno de los Rayos inferiores, y la entidad espiritual del
hombre es atraída cada vez más a lo alto, hacia el Rayo que reemplaza al
primero, hasta que, de Rayo a Rayo, el Hombre Interno es atraído al Rayo uno y
más elevado del Sol-Padre. Así pues, “los sucesos de la Humanidad están en coordinación con las formas
numéricas”, puesto que las unidades simples de esa humanidad proceden una y
todas de la misma fuente: el Sol Central y su sombra, el visible. Porque los equinoccios y solsticios, los
períodos y las varias fases del curso solar, astronómica y numéricamente
expresados, son sólo los símbolos concretos de la verdad viviente eterna,
aunque parezcan ideas abstractas para
los mortales no iniciados. Y esto explica las extraordinarias coincidencias
numéricas con relaciones geométricas, mostradas por varios autores.
Sí; “¡nuestro destino está escrito en las estrellas!” Sólo que
cuanto más estrecha sea la unión entre el reflejo mortal Hombre y su Prototipo
Celestial, tanto menos peligrosas son las condiciones externas y las
reencarnaciones subsiguientes - a las que ni Buddhas ni Cristos pueden escapar.
Esto no es superstición, ni mucho menos es fatalismo.
El último implica el curso ciego de un poder aún más ciego, mientras que el
hombre es un agente libre durante su estancia en la tierra. No puede él escapar
a su Destino dominante, pero puede
elegir entre dos senderos que le conducen en aquella dirección, y puede él llegar
al pináculo de la desgracia -si tal le ha sido decretado-, ya sea con los
blancos ropajes de nieve del mártir, o con las manchadas vestiduras de un
voluntario de los procedimientos inicuos; porque hay condiciones externas e internas que afectan a la determinación de
nuestra voluntad sobre nuestras acciones, y en nuestro poder está el seguir
cualquiera de los dos senderos. Aquellos que creen en Karma tienen que creer en
el Destino que cada hombre, desde el nacimiento a la muerte, teje hilo por hilo
alrededor de sí mismo, como una araña su tela; y este Destino es guiado bien
sea por la voz celeste del invisible Prototipo exterior a nosotros, o bien por
nuestro más íntimo astral, u hombre
interno, que demasiado a menudo es el genio del mal de la entidad encarnada
llamada hombre. Ambos guían al hombre externo, pero uno de los dos tiene que
prevalecer; y desde el principio mismo de la invisible querella, la inflexible
e implacable Ley de Compensación
interviene y sigue su curso, acompañando fielmente a las fluctuaciones de la
lucha. Cuando está tejido el último hilo, y el hombre está aparentemente
envuelto en la malla que él ha hecho, se encuentra por completo bajo el imperio
de este Destino por él mismo formado.
Éste, entonces, o bien lo fija a manera
de concha inerte contra la inmóvil roca, o lo lleva como una pluma en un
torbellino levantado por sus propias acciones, y esto es - KARMA.
Un Materialista, tratando de las
creaciones periódicas de nuestro globo, lo ha expresado en una sola frase:
Todo el pasado de la tierra no es más que un presente no desarrollado.
El escritor era Büchner, que se
hallaba muy lejos de sospechar que repetía un axioma de los ocultistas. Es
también mucha verdad, como lo observa Burmeister, que:
La investigación histórica del desarrollo
de la tierra ha probado que el ahora
y que el entonces se apoyan en la
misma base; que el pasado se ha desarrollado del mismo modo que el presente se
desenvuelve; y que las fuerzas que estaban en acción permanecen siempre las
mismas.
Las Fuerzas -o más bien sus Nóumenos- son las
mismas desde luego; por lo tanto, las Fuerzas fenomenales deben ser también las
mismas. Pero ¿cómo puede nadie asegurar que los atributos de la Materia no se
hayan alterado bajo la mano de la Evolución Proteica? ¿Cómo puede ningún
Materialista asegurar con la confianza que lo hace Rossmassler, que:
Esta conformidad eterna en la
esencia de los fenómenos de la certeza de que el fuego y el agua poseyeron en
todos los tiempos los mismos poderes y los poseerán siempre?
¿Quiénes son los “que oscurecen el
secreto con palabras sin sabiduría”, y dónde estaban los Huxleys y Büchners
cuando fueron echados los cimientos de la Tierra por la Gran Ley? Esta misma
homogeneidad de la Materia e inmutabilidad de las leyes naturales, en que tanto
insiste el Materialismo, son el principio fundamental de la Filosofía Oculta;
pero esta unidad se basa en la inseparabilidad del Espíritu de la Materia, y si
los dos se divorciasen una vez, todo el Kosmos caería en el Caos y el No-ser.
Por tanto, es absolutamente falso, y
una demostración más de la gran
presunción de nuestra época, el asegurar, como lo hacen los hombres de Ciencia,
que los grandes cambios geológicos y las terribles convulsiones del pasado han
sido producidos por Fuerzas físicas
ordinarias y conocidas. Porque estas Fuerzas no fueron más que los
instrumentos y los medios finales para el cumplimiento de determinados fines,
actuando periódicamente y en apariencia de un modo mecánico, a través de un
impulso interno incorporado a su naturaleza material, pero independiente de la
misma. Hay un propósito en todo acto importante de la Naturaleza, cuyos actos
son todos cíclicos y periódicos. Pero las fuerzas espirituales, habiendo sido
generalmente confundidas con las puramente físicas, son negadas por la Ciencia,
para la cual permanecerán desconocidas por no haberlas examinado. Hegel
dice:
La historia del Mundo principia con
su propósito general, la realización de la Idea del Espíritu, sólo en una forma
implícita (an sich), esto es, como
Naturaleza; un instinto oculto, de lo más profundamente oculto e inconsciente,
y todo el proceso de la historia... se dirige a convertir en consciente este
impulso inconsciente. Apareciendo de este modo en la forma de mera existencia
natural, la voluntad natural -lo que se ha llamado el lado subjetivo-, los
apetitos físicos, el instinto, la pasión, el interés privado, así como también
la opinión y el concepto subjetivo, espontáneamente se presentan en el
principio mismo. Este vasto cúmulo de voliciones, intereses y actividades
constituye los instrumentos y los medios del Espíritu del Mundo para alcanzar
su objeto; trayéndolo a la conciencia y conociéndolo. Y este fin no es otro que
encontrarse a sí mismo, venir a sí mismo y contemplarse a sí mismo en la actualidad
concreta. Pero pudiera discutirse, o más bien ha sido discutido, que esas
manifestaciones de vitalidad por parte de individuos y de pueblos, en que éstas
buscan y satisfacen sus propósitos, son al mismo tiempo los medios y los
instrumentos de un objeto más
grande y elevado, del cual nada saben, que realizan inconscientemente... sobre
este punto manifesté mi opinión desde un principio, y afirmé nuestra
hipótesis... y nuestra creencia de que la Razón gobierna al Mundo, y por
consiguiente, ha gobernado su historia. Con relación a esta existencia
substancial, independiente y universal, todo lo demás le está subordinado y de
ella depende, siendo los medios para su desarrollo.
Ningún metafísico ni teósofo podría
objetar a estas verdades, que están todas incorporadas en las Enseñanzas
Esotéricas. Hay una predestinación en
la vida geológica de nuestro globo, así como en la historia, pasada y futura,
de las razas y naciones. Esto está estrechamente relacionado con lo que
llamamos Karma, y con lo que los panteístas occidentales llamaban Némesis y
Ciclos. La ley de evolución nos está llevando ahora a lo largo del arco
ascendente de nuestro ciclo, en que
los efectos se disiparán una vez más, y volverán a convertirse en las causas
ahora neutralizadas, y todas las cosas afectadas por los primeros habrán vuelto
a adquirir su armonía original. Éste será el ciclo de nuestra Ronda especial,
un momento en la duración del Gran Ciclo, o Mahâyuga.
Los hermosos conceptos filosóficos
de Hegel se ve que tienen su aplicación en las enseñanzas de la Ciencia Oculta,
que muestran a la Naturaleza actuando siempre con un propósito determinado,
cuyos resultados son siempre duales. Esto fue expresado en nuestros primeros
volúmenes ocultos, con las palabras siguientes:
Así como nuestro planeta gira
alrededor del Sol una vez cada año, y a la vez da una vuelta sobre su eje cada
veinticuatro horas, atravesando de este modo ciclos menores dentro de uno
mayor, así se lleva a efecto y vuelve a empezar la obra de los períodos
cíclicos menores dentro del Gran Saros. La revolución del mundo físico, según
la antigua doctrina, va acompañada de una revolución semejante en el mundo del
intelecto; pues la evolución espiritual del mundo procede por ciclos, lo mismo
que la física. Así es que vemos en la historia una alternación regular de flujo
y reflujo en la marea del progreso humano. Los grandes reinos e imperios del
mundo, después de alcanzar la culminación de su grandeza, descienden de nuevo,
de acuerdo con la misma ley por la cual ascendieron; hasta que habiendo llegado
al punto inferior, la Humanidad se afirma de nuevo y sube otra vez por medio de
esta ley de progresión ascendente por ciclos, siendo la altura alcanzada algo
más elevada entonces que el punto del que antes descendió.
Pero estos ciclos - ruedas dentro de
otras ruedas, simbolizadas en la India de un modo tan comprensible e ingenioso
por los varios Manus y Rishis, y en Occidente por los Kabiri- no
afectan a la vez y al mismo tiempo a toda la Humanidad. De aquí, como
vemos, la dificultad de comprender y distinguir entre ellos, en sus efectos
físicos y espirituales, sin haber dominado por completo sus relaciones y su
acción sobre las posiciones respectivas de las naciones y razas, en su destino
y evolución. Este sistema no puede comprenderse si la acción espiritual de
estos períodos - preordenados por
decirlo así, por la ley Kármica - es separada de su curso físico. Los cálculos
de los mejores astrólogos fracasarán, o en todo caso permanecerán imperfectos,
a menos que esta acción dual se tome totalmente en consideración y se domine en
este sentido. Y este dominio sólo puede ser alcanzado por medio de la
INICIACIÓN.
El Gran Ciclo abarca el progreso de
la Humanidad desde la aparición del hombre primordial de forma etérea. Él
circula a través de los Ciclos internos de la evolución progresiva del hombre,
desde la etérea descendiendo a la semietérea y puramente física; baja a la redención del hombre de su
“vestido de piel” y materia, después de lo cual continúa su curso hacia abajo y
luego de nuevo hacia arriba, para recogerse en la culminación de una Ronda,
cuando la Serpiente Manvantárica se “traga su cola”, y han pasado siete Ciclos
Menores. Estos son los Grandes Ciclos de Raza que afectan por igual a todas las
naciones y tribus incluidas en aquella Raza especial; pero dentro de estos hay
Ciclos menores de naciones, así como de tribus, que recorren su curso
independientemente los unos de los otros. Ellos son llamados en el Esoterismo
Oriental, los Ciclos Kármicos. Desde que la Sabiduría Pagana fue repudiada por
proceder y haber sido desarrollada por los Poderes Tenebrosos que se suponía se
hallaban en constante guerra contra la pequeña tribu de Jehovah, toda la plena
y solemne significación de la Némesis griega o Karma, ha sido completamente
olvidada en el Occidente. De no ser así, los cristianos habrían reconocido
mejor la profunda verdad de que Némesis no tiene atributos; que a la par que la
temida Diosa es absoluta e inmutable como Principio, somos nosotros -las naciones
e individuos- los que la ponemos en acción y la impulsamos en su dirección.
Karma-Némesis es el creador de las naciones y de los mortales; pero una vez
creados, son ellos los que la convierten en una Furia o en un Ángel que
recompensa. Sí;
Sabios son los que
rinden culto a Némesis,
como
dice el coro a Prometeo. E igualmente imprudente aquellos que creen que pueden
hacer a la Diosa propicia por medio de cualesquiera sacrificios y oraciones, o
hacer que su rueda se aparte del sendero que ha tomado. “Las triformes Parcas y
las siempre atentas Furias” son sus atributos sólo en la Tierra, y engendrados
por nosotros mismos. No hay vuelta posible de los senderos trillados por sus
ciclos; aunque esos senderos son de nuestra propia confección, pues somos
nosotros, colectiva o individualmente, los que los preparamos. Karma-Némesis es
el sinónimo de Providencia, menos el
motivo, la bondad y todos los demás atributos y calificaciones finitas, atribuidas tan poco
filosóficamente a la última. Un ocultista o un filósofo no hablará de la bondad
o crueldad de la Providencia; sino que, identificándola con Karma-Némesis,
enseñará sin embargo que guarda a los buenos y vela sobre ellos en esta vida
así como en las futuras; y que castiga al malvado -siempre, hasta su séptimo
renacimiento- por tanto tiempo, en efecto, como tarde en desaparecer el efecto
causado por la perturbación aun del más diminuto átomo en el Mundo Infinito de
la Armonía. Porque el único decreto de Karma -decreto eterno e inmutable- es la
Armonía absoluta en el mundo de la Materia como lo es en el Mundo del Espíritu.
No es, por tanto, Karma lo que recompensa o castiga, sino que somos nosotros
los que nos recompensamos o castigamos, según trabajemos con, por y según las
vías de la Naturaleza, ateniéndonos a las leyes de que depende esta armonía, o
las infrinjamos.
Tampoco serían los procesos de Karma
inexcrutables si los hombres trabajasen en unión y en armonía, en lugar de la
desunión y la lucha. Porque nuestra ignorancia de estos procesos -que una parte
de la Humanidad llama los caminos tenebrosos e intrincados de la Providencia,
mientras otra ve en ellos la acción de un ciego fatalismo, y una tercera la
simple casualidad, sin Dioses ni Demonios que la guíen- desaparecería
seguramente si la atribuyésemos por completo a su causa exacta. Con
conocimiento real, o por lo menos con una convicción firme de que nuestros
prójimos no se esforzarían en hacernos daño, más de lo que nosotros pensásemos
en hacérselo, las dos terceras partes del mal que hay en el mundo se
desvanecerían. Si ningún hombre perjudicara a su hermano, Karma-Némesis no
tendría motivo ni armas para obrar. La presencia constante entre nosotros de
todo elemento de lucha y oposición, y la división de razas, naciones, tribus,
sociedades e individuos en Caínes y Abeles, lobos y corderos, es la causa
principal de los “procesos de la Providencia”. Con nuestras propias manos
trazamos diariamente las numerosas tortuosidades de nuestros destinos, al par
que creemos seguir la línea recta en el camino real de la respetabilidad y del
deber, y luego nos quejamos porque tales tortuosidades son tan oscuras e
intrincadas. Nos desconcertamos ante el misterio por nosotros mismos elaborado,
y los enigmas de la vida que no queremos
resolver, y luego acusamos a la gran Esfinge de devorarnos. Pero a la verdad,
no hay un incidente en nuestras vidas, ni un día infortunado, ni una desgracia,
cuya causa no pueda ser encontrada en nuestras propias obras en ésta o en otra
vida. Si uno quebranta las leyes de la armonía, o como lo ha expresado un
escritor teosófico, “las leyes de la vida”, debe estar preparado para caer en
el caos que uno mismo ha producido. Porque, según dice el mismo escritor:
La única conclusión a la que podemos
llegar es que estas leyes de la vida son sus propias vengadoras; y por
consiguiente que todo ángel vengador es sólo la representación simbólica de su
reacción.
Por lo tanto, si alguien hay
desvalido ante estas leyes inmutables, no somos nosotros los artífices de
nuestros destinos, sino más bien esos Ángeles, guardianes de la Armonía.
Karma-Némesis no es otra cosa que el efecto espiritual dinámico de causas
producidas y de fuerzas puestas en actividad por nuestras propias acciones. Es
una ley de la dinámica oculta que “una cantidad dada de energía desarrollada en
el plano espiritual o en el astral produce resultados mucho más grandes que la
misma cantidad desarrollada en el plano físico objetivo de existencia”.
Este estado de cosas durará hasta
que las intuiciones espirituales del hombre estén completamente despiertas, y
esto no tendrá lugar hasta que no desechemos del todo nuestros groseros
vestidos de materia; hasta que principiemos a actuar desde adentro, en lugar de seguir siempre los impulsos de afuera, impulsos producidos por nuestros
sentidos físicos y por nuestro cuerpo egoísta y grosero. Hasta entonces los
únicos paliativos para los males de la vida son la unión y la armonía, una
Fraternidad in actu, y el Altruismo no únicamente de nombre. La supresión de una
sola causa mala suprimirá no uno, sino muchos malos efectos, Y si una
Fraternidad, o aun varias Fraternidades, no pueden impedir que las naciones se
degüellen mutuamente en ocasiones, sin embargo la unidad de pensamiento y de
acción, y las investigaciones filosóficas en los misterios del ser, siempre
impedirán a algunas personas, que tratan de comprender lo que para ellas ha
sido hasta entonces un enigma, el crear causas adicionales de desdicha en un
mundo tan lleno ya de mal y de dolor. El conocimiento de Karma da la convicción
de que si
...la virtud en la
miseria y el vicio triunfante
Hacen a la Humanidad
atea;
es
solamente porque la Humanidad ha cerrado siempre los ojos a la gran verdad de
que el hombre es por sí su propio salvador y su propio destructor. No es
preciso acusar al Cielo y a los Dioses, al Destino y a la Providencia de la
injusticia aparente que reina en la Humanidad. Pero téngase presente y repítase
el siguiente fragmento de sabiduría griega, que previene al hombre de
abstenerse de acusar Aquello que
Justo, aunque
misterioso, nos conduce infalible
Por caminos desconocidos
de la falta al castigo;
y
tales son ahora los caminos por los que avanzan las grandes naciones europeas.
Cada nación y tribu de los arios occidentales, así como sus hermanos orientales
de la Quinta Raza, ha tenido su Edad de Oro y su Edad de Hierro, su período de
relativa irresponsabilidad, o su Edad Satya de pureza, y ahora varias de ellas
han alcanzado su Edad de Hierro, el Kali Yuga, una edad ennegrecida de
horrores.
Por otra parte, es verdad que los
Ciclos exotéricos de cada nación se han derivado directamente, y se ha
demostrado que dependen de los movimientos siderales. Estos últimos están
inseparablemente mezclados con los destinos de las naciones y de los hombres.
Pero, en el sentido puramente físico, Europa no conoce otros Ciclos que los
astronómicos, y hace sus cálculos con arreglo a los mismos. Tampoco querrá oír
hablar de otros que no sean los círculos o circuitos imaginarios con que circuyen los estrellados cielos,
Con céntrico y
excéntrico garabateo
Ciclo y epiciclo, orbe
en orbe.
(Paraíso Perdido, Lib. VIII).
Pero para los paganos -de quienes
Coleridge dice con razón: “El tiempo, el tiempo cíclico, era su abstracción de
la Deidad”, esa “Deidad” manifestándose en coordinación con Karma, y sólo por
su medio, y siendo ese mismo Karma-Némesis- los Ciclos significaban algo más
que una mera sucesión de acontecimientos, o que un espacio periódico de tiempo
de más o menos prolongada duración. Porque ellos se marcaban generalmente por
reapariciones de un carácter más variado e intelectual que las que se presentan
en la vuelta periódica de las estaciones o de ciertas constelaciones. La
sabiduría moderna se satisface con cómputos astronómicos y profecías basadas en
leyes matemáticas infalibles. La sabiduría antigua añadía a la fría corteza de
la Astronomía los elementos vivificantes de su alma y espíritu: la Astrología.
Y, como los movimientos siderales regulan verdaderamente
y determinan en la Tierra otros sucesos que la recolección de las patatas y las
enfermedades periódicas de este útil vegetal -afirmación que, como no se presta
a una explicación científica, se ridiculiza, aunque no por eso se deja de
aceptarla-, estos sucesos tienen que sujetarse a predeterminación, por simples
cómputos astronómicos. Los creyentes en la Astrología comprenderán lo que
queremos decir; los escépticos se reirán de la creencia y se mofarán de la
idea. De este modo, lo mismo que el avestruz, cierran los ojos a su propio
destino.
Esto es a causa de que su pequeño
período, llamado histórico, no les
proporciona margen para la comparación. El ciclo sideral está ante ellos; y aun
cuando su visión espiritual no está todavía abierta, y el polvo atmosférico de
origen terrestre ciega su vista y la encadena en los límites de los sistemas
físicos, sin embargo no dejan de percibir los movimientos y observar la
conducta de los meteoros y cometas. Anotan la aparición periódica de esos
errabundos y “flamígeros mensajeros”, y profetizan, en consecuencia,
terremotos, lluvias meteóricas, la aparición de ciertas estrellas, cometas,
etc. ¿Son ellos, pues, adivinos? No; son astrónomos instruidos.
¿Por qué, pues, no habrían de ser
creídos ocultistas y astrólogos, tan sabios como esos astrónomos, cuando profetizan
la vuelta de algún suceso cíclico basándose en los mismos principios
matemáticos? ¿Por qué habría de ser ridiculizada su afirmación de que conocen esta vuelta? Habiendo anotado
sus antepasados y predecesores el retorno de tales sucesos en su tiempo y en su
día, a través de un período que abraza cientos de miles de años, la conjunción
de las mismas constelaciones debe necesariamente producir efectos, si no
enteramente los mismos, en todo caso similares. ¿Han de despreciarse estas
profecías a causa de la afirmación que se hace de los cientos de miles de años
de observación y de los millones de años atribuidos para las Razas humanas? A
su vez, se ríen de la ciencia moderna los que se atienen a la cronología
bíblica, por sus números geológicos y antropológicos mucho más modestos. De
este modo ajusta las cuentas Karma hasta a la risa humana, a la mutua costa de
las sectas, las sociedades de sabios y los individuos. Sin embargo, en la
predicción de tales sucesos futuros,
pronosticados en todo caso fundándose en la autoridad de la repetición de los
ciclos, no va incluido ningún fenómeno psíquico. No es ni previsión, ni profecía;
lo mismo que no lo es el señalar un cometa o una estrella varios años antes de
su aparición. Sólo el conocimiento y los cómputos matemáticos exactos son los
que hacen posible que los Sabios de
Oriente puedan predecir, por ejemplo, que Inglaterra está en vísperas de
tal o cual catástrofe; que Francia se está aproximando a tal punto de su ciclo,
y que Europa en general está amenazada, o más bien, está en vísperas de un
cataclismo a que la ha conducido su
propio Ciclo de Karma de raza. Por supuesto, nuestra opinión sobre la veracidad
de los informes depende de que aceptemos o rechacemos la afirmación de un
período enorme de observación histórica. Los Iniciados orientales sostienen que
han conservado anales del desarrollo de las razas y de los sucesos de
importancia universal desde el principio de la Cuarta Raza, siendo tradicional
su conocimiento de los sucesos anteriores a aquella época.
Además, los que creen en la Videncia
y en los Poderes Ocultos no tendrán dificultad en dar crédito al carácter
general de la información que se da, aun cuando sea tradicional, siempre que la
tradición sea compulsada y rectificada por la clarividencia y el Conocimiento
Esotérico. Pero en el presente caso no se reclama semejante creencia metafísica
como nuestro fundamento principal, pues la prueba (en lo que, para todo
ocultista, es una evidencia por completo científica) se da en los anales
preservados por medio del Zodíaco durante edades incalculables.
Se ha probado ahora ampliamente que
hasta los horóscopos y la Astrología judiciaria no están basados enteramente en
la ficción, y que las Estrellas y Constelaciones tienen, en consecuencia, una
influencia oculta y misteriosa sobre los individuos, y se hallan relacionados
con ellos. Y si lo están con los últimos, ¿por qué no han de estarlo con las
naciones, las razas y con la Humanidad como un todo? Ésta es, también, una
afirmación fundada en la autoridad de los anales del Zodíaco. Investigaremos,
pues, hasta qué punto conocían los Antiguos el Zodíaco, y hasta qué punto lo
han olvidado los Modernos.
H.P. Blavatsky D.S TII
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