viernes, 1 de julio de 2016

Evolución Ciclica y Karma



            
La evolución espiritual del Hombre inmortal, interno, constituye la doctrina fundamental de las Ciencias Ocultas. Para reconocer aun imperfectamente semejante evolución, el estudiante tiene que creer: a) En la Vida Unidad Una, independiente de la Materia (o lo que la Ciencia considera como Materia); y b) En las Inteligencias individuales que animan a las distintas manifestaciones de este Principio. Mr. Huxley no cree en la Fuerza Vital; otros hombres de ciencia sí. La obra del doctor J. H. Hutchinson Stirling, As regards Protoplasm, ha hecho no poco daño a esta dogmática negación. La decisión del profesor Beale también está en favor de un Principio Vital; y las conferencias del doctor B. W. Richardson  sobre el Éter Nervioso se han citado ya lo suficiente. De modo que las opiniones están divididas.
            
La Vida Una está estrechamente relacionada a la Ley Una que gobierna el Mundo del Ser: KARMA. En sentido exotérico, ésta es simple y literalmente “acción”, o más bien “una causa que produce su efecto”. Esotéricamente, es una cosa por completo distinta en sus efectos morales de mayor alcance. Es la LEY DE RETRIBUCIÓN infalible. Hablar a los ignorantes de la verdadera significación, de las características y augusta importancia de esta Ley eterna e inmutable, pues ninguna definición teológica de una Deidad Personal puede dar una idea de este Principio impersonal, aunque siempre presente y activo, es hablar en vano. Tampoco se le puede llamar Providencia. Porque la Providencia para los deístas -a lo menos para los cristianos protestantes- recae en un creador personal masculino, mientras que para los católico-romanos es una potencia femenina. “La Divina Providencia atempera sus gracias para asegurar mejor sus efectos” -nos dice Wogan-. Ciertamente, “Ella” las atempera, lo cual Karma -principio sin sexo- no hace.
            
En las dos primeras partes se ha mostrado que en la primera ondulación de la vida renaciente, Svabhâvat, “la Radiación Mutable de la Tiniebla Inmutable inconsciente en la Eternidad” pasa, en cada nuevo renacimiento del Kosmos, de un estado inactivo a otro de actividad intensa; que ella se diferencia y comienza entonces su obra a través de aquella diferenciación. Esta obra es KARMA.
            
Los Ciclos son también dependientes de los efectos producidos por esta actividad.
            
El Átomo Cósmico uno se convierte en siete Átomos en el plano de la Materia, y cada uno es transformado en un centro de energía; ese mismo átomo se convierte en siete Rayos en el plano del Espíritu; y las siete Fuerzas creadoras de la Naturaleza radiando de la Esencia Raíz... siguen unas el sendero de la derecha, otras el de la izquierda, separándose hasta el fin del Kalpa, y sin embargo, en estrechos abrazos. ¿Qué las une? Karma. 
            
Los Átomos emanados del Punto Central emanan a su vez nuevos centros de energía, los cuales, bajo el potencial aliento de Fohat, principian su obra de adentro a fuera, y multiplican otros centros menores. Estos, en el curso de la evolución e involución, forman a su vez las raíces o causas desenvolventes de nuevos efectos, desde los mundos y globos “portadores del hombre”, hasta los géneros, especies y clases de todos los siete reinos, de los cuales sólo conocemos cuatro. Pues como dice el Libro de los Aforismos de Tson-kh o-pa:

            
Los benditos artífices han recibido el Thyan-kam, en la eternidad.
            
Thyan-kam es el poder o conocimiento de guiar los impulsos de la Energía Cósmica en la debida dirección.
            
El verdadero buddhista que no reconoce ningún “Dios personal” ni ningún “Padre” y “Creador del Cielo y de la Tierra”, cree, sin embargo, en una Conciencia Absoluta, Adi-Buddhi; y el filósofo buddhista sabe que hay Espíritus Planetarios, los Dhyân Chohans. Pero aunque admite “Vidas Espirituales”, sin embargo, como son temporales en la eternidad, hasta ellas, según su filosofía, son “el Mâyâ del Día”, la Ilusión de un “Día de Brahmâ”, un corto Manvántara de 4.320.000.000 de años. El Yin-Sin no es para las especulaciones de los hombres, pues el Señor Buddha ha prohibido terminantemente todas las tales investigaciones. Los Dhyân Chohans y todos los Seres Invisibles -los Siete Centros y sus Emanaciones directas, los centros menores de Energía- son el reflejo directo de la Luz Una; pero los hombres están muy alejados de ellos, puesto que todo el Kosmos visible se compone de “seres producidos por sí mismos, las criaturas de Karma”. De modo que considerando a un Dios Personal “sólo como una sombra gigantesca lanzada en el vacío del espacio por la imaginación de hombres ignorantes, ellos enseñan que sólo dos cosas son eternas (objetivamente), a saber: “el Âkâsha y el Nirvâna”; y que éstas son una en realidad, y un Mâyâ cuando están divididas.

            
Todas las cosas han salido de Âkâsha (o Svabhâvat sobre nuestra tierra), obedeciendo a una ley de movimiento inherente en él, y después de cierta existencia se disipan. Ninguna cosa ha salido nunca de la nada. No creemos en milagros; y por lo tanto negamos la creación y no podemos concebir un creador.

            
Si se le preguntase a un brahmán de la Secta Advaita si cree en la existencia de Dios, contestaría probablemente lo que le contestaron a Jacolliot: “Yo soy Dios yo mismo”; mientras que un buddhista (sobre todo un cingalés) sencillamente se reiría y replicaría: “No hay Dios; no hay Creación”. Sin embargo, la filosofía fundamental de los eruditos, tanto advaitas como buddhistas, es idéntica; y unos y otros tienen el mismo respeto a la vida animal, pues ambos creen que toda criatura de la Tierra, por pequeña y humilde que sea, “es una porción inmortal de la Materia inmortal” -la Materia teniendo para ellos una significación muy distinta que la que tiene para los cristianos y los materialistas- y que toda criatura está sujeta a Karma.
            
La contestación del brahmán se le hubiera ocurrido a todo antiguo filósofo, kabalista y gnóstico de los primeros tiempos. Ella contiene el espíritu mismo de los mandamientos délficos y kabalísticos; pues la Filosofía Esotérica resolvió, edades ha, el problema de lo que el hombre era, es y será; su origen, ciclo de vida -interminable en su duración de encarnaciones o renacimientos sucesivos- y su absorción final en la Fuente de donde partiera.
            
Pero a la Ciencia Física no le podremos nunca pedir que nos descifre al hombre como enigma del Pasado o del Futuro, puesto que ningún filósofo puede decirnos lo que es el hombre, ni siquiera tal como lo conocen la Fisiología y la Psicología. En la duda de si el hombre era un Dios o una bestia, la Ciencia lo ha relacionado ahora con la última, derivándolo de un animal. Ciertamente, la tarea de analizar y de clasificar al ser humano como animal terrestre puede dejarse a la Ciencia, a la cual los ocultistas más que nadie consideran con veneración y respeto. Ellos reconocen su terreno propio y la obra maravillosa que ella ha hecho, el progreso realizado en Fisiología y, hasta cierto punto, en Biología. Pero, la naturaleza del hombre interno, espiritual y psíquico, o hasta la moral, no pueden dejarse a la merced de un materialista, inveterado; pues ni siquiera la filosofía psicológica más elevada del Occidente puede en su imperfección actual y tendencia hacia un decidido agnosticismo, hacer justicia al hombre interno; especialmente a sus capacidades y percepciones superiores, y a aquellos estados de conciencia en el camino hacia los cuales autoridades como Mill han trazado una gruesa línea diciendo: “Hasta aquí llegarás, pero no irás más lejos”.                      
            
Ningún ocultista negaría que el hombre -juntamente con el elefante y el microbio, el cocodrilo y el lagarto, la hoja de hierba y el cristal- es, en su formación física, el simple producto de las fuerzas evolutivas de la Naturaleza a través de una serie innumerable de transformaciones; pero él presenta el caso de un modo distinto.
            
No es contra los descubrimientos zoológicos y antropológicos, basados sobre los fósiles del hombre y del animal, que todo místico y creyente en un Alma Divina se rebela interiormente, sino sólo contra las conclusiones inoportunas, basadas en teorías preconcebidas y elaboradas para encajar en ciertos prejuicios. Las premisas de los hombres científicos pueden ser o no siempre verdad; y como algunas de estas teorías tienen sólo una corta vida, las deducciones deben ser siempre parciales con los evolucionistas materialistas. Y sin embargo, sobre la fuerza de una autoridad tan efímera, la mayoría de los hombres científicos reciben a menudo honores por lo que menos lo merecen.
            
Para hacer la obra de Karma -en las renovaciones periódicas del Universo- más evidente e inteligible al estudiante cuando llegue al origen y evolución del hombre, tiene que examinar ahora con nosotros la situación esotérica de los Ciclos Kármicos sobre la Ética Universal. La cuestión es la siguiente: ¿Ocupan algún lugar o tienen alguna relación directa con la vida humana esas misteriosas divisiones del tiempo llamadas Yugas y Kalpas por los indos, y tan gráficamente..., ciclos, anillos o círculos por los griegos? Hasta la filosofía exotérica explica que estos círculos perpetuos del tiempo vuelven constantemente sobre sí mismos, de un modo periódico e inteligente, en el Espacio y la Eternidad. Hay “Ciclos de Materia”, hay “Ciclos de Evolución Espiritual” y Ciclos de raza, nacionales e individuales. ¿No puede la especulación Esotérica permitirnos que profundicemos más en sus operaciones?
            
Esta idea está admirablemente expresada en una obra científica muy hábil.

            
La posibilidad de elevarse a la comprensión de un sistema de coordinación que sobrepuja en el tiempo y el espacio todo límite de observaciones humanas es una circunstancia que señala el poder del hombre para trascender las limitaciones de la mutable e inconsecuente materia, y afirma su superioridad sobre todas las formas insensibles y perecederas del ser. Hay en la sucesión de los acontecimientos, y en la relación de las cosas coexistentes, un método de que la mente del hombre se apodera; y por este medio como clave va hacia atrás o hacia adelante sobre eones de historia material que la experiencia humana no puede atestiguar nunca. Los acontecimientos germinan y se desarrollan. Tienen ellos un pasado que está relacionado con su presente, y sentimos una confianza justificada de que hay un futuro que de un modo semejante se encontrará relacionado con el presente y el pasado. Esta continuidad y unidad de la historia se repiten ante nosotros en todos los estados concebibles de progreso. Los fenómenos nos proporcionan los fundamentos para la generalización de dos leyes que son verdaderamente principios de adivinación científica, sólo por las cuales penetra la mente humana en los sellados anales del pasado y en las páginas sin abrir del futuro. La primera de éstas es la ley de la evolución, o parafraseándola para nuestro objeto, la ley de sucesión correlacionada, o historia organizada en lo individual, ilustrada en las fases cambiantes de cada sistema separado que hace madurar resultados... Estos pensamientos acumulan ante nosotros el pasado inmensurable y el futuro sin medida de la historia material. Parecen ellos abrir casi perspectivas a través del infinito, y dotar a la inteligencia humana de una existencia y de una visión exentas de las limitaciones del tiempo, del espacio y de la causación finita, elevándola hacia una sublime concepción de la Inteligencia Suprema, cuyo lugar de morada es la eternidad.

            
Según las enseñanzas de Mâyâ -la apariencia ilusoria de la ordenación de sucesos y acciones sobre esta Tierra- cambia, variando con las naciones y lugares. Pero los rasgos principales de la vida de cada uno están siempre de acuerdo con la “Constelación” bajo la cual nace, o pudiéramos decir, con las características de su principio animador, o la Deidad que sobre él preside, ya le llamemos un Dhyân Chohan, como en Asia, o un Arcángel como las Iglesias griega y latina. En el simbolismo antiguo siempre era el Sol -aunque el Espiritual, no el visible- el que se suponía que enviaba los principales Salvadores y Avatâras. De aquí el lazo de unión entre los Buddhas, los Avatâras y tantas otras encarnaciones de los Siete superiores. Cuanto más se aproxime a su Prototipo en el “Cielo”, tanto mejor para el mortal cuya personalidad fue escogida, por su propia Deidad personal (el Séptimo Principio), para su mansión terrestre. Porque con cada esfuerzo de voluntad hacia la purificación y la unidad con ese “Dios Propio” se interrumpe uno de los Rayos inferiores, y la entidad espiritual del hombre es atraída cada vez más a lo alto, hacia el Rayo que reemplaza al primero, hasta que, de Rayo a Rayo, el Hombre Interno es atraído al Rayo uno y más elevado del Sol-Padre. Así pues, “los sucesos de la Humanidad están en coordinación con las formas numéricas”, puesto que las unidades simples de esa humanidad proceden una y todas de la misma fuente: el Sol Central y su sombra, el visible. Porque los equinoccios y solsticios, los períodos y las varias fases del curso solar, astronómica y numéricamente expresados, son sólo los símbolos concretos de la verdad viviente eterna, aunque parezcan ideas abstractas para los mortales no iniciados. Y esto explica las extraordinarias coincidencias numéricas con relaciones geométricas, mostradas por varios autores.
            
Sí; “¡nuestro destino está escrito en las estrellas!” Sólo que cuanto más estrecha sea la unión entre el reflejo mortal Hombre y su Prototipo Celestial, tanto menos peligrosas son las condiciones externas y las reencarnaciones subsiguientes - a las que ni Buddhas ni Cristos pueden escapar. Esto no es superstición, ni mucho menos es fatalismo. El último implica el curso ciego de un poder aún más ciego, mientras que el hombre es un agente libre durante su estancia en la tierra. No puede él escapar a su Destino dominante, pero puede elegir entre dos senderos que le conducen en aquella dirección, y puede él llegar al pináculo de la desgracia -si tal le ha sido decretado-, ya sea con los blancos ropajes de nieve del mártir, o con las manchadas vestiduras de un voluntario de los procedimientos inicuos; porque hay condiciones externas e internas que afectan a la determinación de nuestra voluntad sobre nuestras acciones, y en nuestro poder está el seguir cualquiera de los dos senderos. Aquellos que creen en Karma tienen que creer en el Destino que cada hombre, desde el nacimiento a la muerte, teje hilo por hilo alrededor de sí mismo, como una araña su tela; y este Destino es guiado bien sea por la voz celeste del invisible Prototipo exterior a nosotros, o bien por nuestro más íntimo astral, u hombre interno, que demasiado a menudo es el genio del mal de la entidad encarnada llamada hombre. Ambos guían al hombre externo, pero uno de los dos tiene que prevalecer; y desde el principio mismo de la invisible querella, la inflexible e implacable Ley de Compensación interviene y sigue su curso, acompañando fielmente a las fluctuaciones de la lucha. Cuando está tejido el último hilo, y el hombre está aparentemente envuelto en la malla que él ha hecho, se encuentra por completo bajo el imperio de este Destino por él mismo formado. Éste, entonces, o bien  lo fija a manera de concha inerte contra la inmóvil roca, o lo lleva como una pluma en un torbellino levantado por sus propias acciones, y esto es - KARMA.
            
Un Materialista, tratando de las creaciones periódicas de nuestro globo, lo ha expresado en una sola frase:

            
Todo el pasado de la tierra no es más que un presente no desarrollado.
            
El escritor era Büchner, que se hallaba muy lejos de sospechar que repetía un axioma de los ocultistas. Es también mucha verdad, como lo observa Burmeister, que:

            
La investigación histórica del desarrollo de la tierra ha probado que el ahora y que el entonces se apoyan en la misma base; que el pasado se ha desarrollado del mismo modo que el presente se desenvuelve; y que las fuerzas que estaban en acción permanecen siempre las mismas.

             
Las Fuerzas -o más bien sus Nóumenos- son las mismas desde luego; por lo tanto, las Fuerzas fenomenales deben ser también las mismas. Pero ¿cómo puede nadie asegurar que los atributos de la Materia no se hayan alterado bajo la mano de la Evolución Proteica? ¿Cómo puede ningún Materialista asegurar con la confianza que lo hace Rossmassler, que:

            
Esta conformidad eterna en la esencia de los fenómenos de la certeza de que el fuego y el agua poseyeron en todos los tiempos los mismos poderes y los poseerán siempre?

            
¿Quiénes son los “que oscurecen el secreto con palabras sin sabiduría”, y dónde estaban los Huxleys y Büchners cuando fueron echados los cimientos de la Tierra por la Gran Ley? Esta misma homogeneidad de la Materia e inmutabilidad de las leyes naturales, en que tanto insiste el Materialismo, son el principio fundamental de la Filosofía Oculta; pero esta unidad se basa en la inseparabilidad del Espíritu de la Materia, y si los dos se divorciasen una vez, todo el Kosmos caería en el Caos y el No-ser. Por tanto, es absolutamente falso, y una  demostración más de la gran presunción de nuestra época, el asegurar, como lo hacen los hombres de Ciencia, que los grandes cambios geológicos y las terribles convulsiones del pasado han sido producidos por Fuerzas físicas ordinarias y conocidas. Porque estas Fuerzas no fueron más que los instrumentos y los medios finales para el cumplimiento de determinados fines, actuando periódicamente y en apariencia de un modo mecánico, a través de un impulso interno incorporado a su naturaleza material, pero independiente de la misma. Hay un propósito en todo acto importante de la Naturaleza, cuyos actos son todos cíclicos y periódicos. Pero las fuerzas espirituales, habiendo sido generalmente confundidas con las puramente físicas, son negadas por la Ciencia, para la cual permanecerán desconocidas por no haberlas examinado. Hegel dice:

            
La historia del Mundo principia con su propósito general, la realización de la Idea del Espíritu, sólo en una forma implícita (an sich), esto es, como Naturaleza; un instinto oculto, de lo más profundamente oculto e inconsciente, y todo el proceso de la historia... se dirige a convertir en consciente este impulso inconsciente. Apareciendo de este modo en la forma de mera existencia natural, la voluntad natural -lo que se ha llamado el lado subjetivo-, los apetitos físicos, el instinto, la pasión, el interés privado, así como también la opinión y el concepto subjetivo, espontáneamente se presentan en el principio mismo. Este vasto cúmulo de voliciones, intereses y actividades constituye los instrumentos y los medios del Espíritu del Mundo para alcanzar su objeto; trayéndolo a la conciencia y conociéndolo. Y este fin no es otro que encontrarse a sí mismo, venir a sí mismo y contemplarse a sí mismo en la actualidad concreta. Pero pudiera discutirse, o más bien ha sido discutido, que esas manifestaciones de vitalidad por parte de individuos y de pueblos, en que éstas buscan y satisfacen sus propósitos, son al mismo tiempo los medios y los instrumentos de un objeto        más grande y elevado, del cual nada saben, que realizan inconscientemente... sobre este punto manifesté mi opinión desde un principio, y afirmé nuestra hipótesis... y nuestra creencia de que la Razón gobierna al Mundo, y por consiguiente, ha gobernado su historia. Con relación a esta existencia substancial, independiente y universal, todo lo demás le está subordinado y de ella depende, siendo los medios para su desarrollo.

            
Ningún metafísico ni teósofo podría objetar a estas verdades, que están todas incorporadas en las Enseñanzas Esotéricas. Hay una predestinación en la vida geológica de nuestro globo, así como en la historia, pasada y futura, de las razas y naciones. Esto está estrechamente relacionado con lo que llamamos Karma, y con lo que los panteístas occidentales llamaban Némesis y Ciclos. La ley de evolución nos está llevando ahora a lo largo del arco ascendente de nuestro ciclo, en que los efectos se disiparán una vez más, y volverán a convertirse en las causas ahora neutralizadas, y todas las cosas afectadas por los primeros habrán vuelto a adquirir su armonía original. Éste será el ciclo de nuestra Ronda especial, un momento en la duración del Gran Ciclo, o Mahâyuga.  
            
Los hermosos conceptos filosóficos de Hegel se ve que tienen su aplicación en las enseñanzas de la Ciencia Oculta, que muestran a la Naturaleza actuando siempre con un propósito determinado, cuyos resultados son siempre duales. Esto fue expresado en nuestros primeros volúmenes ocultos, con las palabras siguientes:

            
Así como nuestro planeta gira alrededor del Sol una vez cada año, y a la vez da una vuelta sobre su eje cada veinticuatro horas, atravesando de este modo ciclos menores dentro de uno mayor, así se lleva a efecto y vuelve a empezar la obra de los períodos cíclicos menores dentro del Gran Saros. La revolución del mundo físico, según la antigua doctrina, va acompañada de una revolución semejante en el mundo del intelecto; pues la evolución espiritual del mundo procede por ciclos, lo mismo que la física. Así es que vemos en la historia una alternación regular de flujo y reflujo en la marea del progreso humano. Los grandes reinos e imperios del mundo, después de alcanzar la culminación de su grandeza, descienden de nuevo, de acuerdo con la misma ley por la cual ascendieron; hasta que habiendo llegado al punto inferior, la Humanidad se afirma de nuevo y sube otra vez por medio de esta ley de progresión ascendente por ciclos, siendo la altura alcanzada algo más elevada entonces que el punto del que antes descendió.

            
Pero estos ciclos - ruedas dentro de otras ruedas, simbolizadas en la India de un modo tan comprensible e ingenioso por los varios Manus y Rishis, y en Occidente por los Kabiri-  no afectan a la vez y al mismo tiempo a toda la Humanidad. De aquí, como vemos, la dificultad de comprender y distinguir entre ellos, en sus efectos físicos y espirituales, sin haber dominado por completo sus relaciones y su acción sobre las posiciones respectivas de las naciones y razas, en su destino y evolución. Este sistema no puede comprenderse si la acción espiritual de estos períodos - preordenados por decirlo así, por la ley Kármica - es separada de su curso físico. Los cálculos de los mejores astrólogos fracasarán, o en todo caso permanecerán imperfectos, a menos que esta acción dual se tome totalmente en consideración y se domine en este sentido. Y este dominio sólo puede ser alcanzado por medio de la INICIACIÓN.
           
El Gran Ciclo abarca el progreso de la Humanidad desde la aparición del hombre primordial de forma etérea. Él circula a través de los Ciclos internos de la evolución progresiva del hombre, desde la etérea descendiendo a la semietérea y puramente física; baja a la redención del hombre de su “vestido de piel” y materia, después de lo cual continúa su curso hacia abajo y luego de nuevo hacia arriba, para recogerse en la culminación de una Ronda, cuando la Serpiente Manvantárica se “traga su cola”, y han pasado siete Ciclos Menores. Estos son los Grandes Ciclos de Raza que afectan por igual a todas las naciones y tribus incluidas en aquella Raza especial; pero dentro de estos hay Ciclos menores de naciones, así como de tribus, que recorren su curso independientemente los unos de los otros. Ellos son llamados en el Esoterismo Oriental, los Ciclos Kármicos. Desde que la Sabiduría Pagana fue repudiada por proceder y haber sido desarrollada por los Poderes Tenebrosos que se suponía se hallaban en constante guerra contra la pequeña tribu de Jehovah, toda la plena y solemne significación de la Némesis griega o Karma, ha sido completamente olvidada en el Occidente. De no ser así, los cristianos habrían reconocido mejor la profunda verdad de que Némesis no tiene atributos; que a la par que la temida Diosa es absoluta e inmutable como Principio, somos nosotros -las naciones e individuos- los que la ponemos en acción y la impulsamos en su dirección. Karma-Némesis es el creador de las naciones y de los mortales; pero una vez creados, son ellos los que la convierten en una Furia o en un Ángel que recompensa. Sí;

                        
Sabios son los que rinden culto a Némesis,

como dice el coro a Prometeo. E igualmente imprudente aquellos que creen que pueden hacer a la Diosa propicia por medio de cualesquiera sacrificios y oraciones, o hacer que su rueda se aparte del sendero que ha tomado. “Las triformes Parcas y las siempre atentas Furias” son sus atributos sólo en la Tierra, y engendrados por nosotros mismos. No hay vuelta posible de los senderos trillados por sus ciclos; aunque esos senderos son de nuestra propia confección, pues somos nosotros, colectiva o individualmente, los que los preparamos. Karma-Némesis es el sinónimo de Providencia, menos el motivo, la bondad y todos los demás atributos y calificaciones finitas, atribuidas tan poco filosóficamente a la última. Un ocultista o un filósofo no hablará de la bondad o crueldad de la Providencia; sino que, identificándola con Karma-Némesis, enseñará sin embargo que guarda a los buenos y vela sobre ellos en esta vida así como en las futuras; y que castiga al malvado -siempre, hasta su séptimo renacimiento- por tanto tiempo, en efecto, como tarde en desaparecer el efecto causado por la perturbación aun del más diminuto átomo en el Mundo Infinito de la Armonía. Porque el único decreto de Karma -decreto eterno e inmutable- es la Armonía absoluta en el mundo de la Materia como lo es en el Mundo del Espíritu. No es, por tanto, Karma lo que recompensa o castiga, sino que somos nosotros los que nos recompensamos o castigamos, según trabajemos con, por y según las vías de la Naturaleza, ateniéndonos a las leyes de que depende esta armonía, o las infrinjamos.
            
Tampoco serían los procesos de Karma inexcrutables si los hombres trabajasen en unión y en armonía, en lugar de la desunión y la lucha. Porque nuestra ignorancia de estos procesos -que una parte de la Humanidad llama los caminos tenebrosos e intrincados de la Providencia, mientras otra ve en ellos la acción de un ciego fatalismo, y una tercera la simple casualidad, sin Dioses ni Demonios que la guíen- desaparecería seguramente si la atribuyésemos por completo a su causa exacta. Con conocimiento real, o por lo menos con una convicción firme de que nuestros prójimos no se esforzarían en hacernos daño, más de lo que nosotros pensásemos en hacérselo, las dos terceras partes del mal que hay en el mundo se desvanecerían. Si ningún hombre perjudicara a su hermano, Karma-Némesis no tendría motivo ni armas para obrar. La presencia constante entre nosotros de todo elemento de lucha y oposición, y la división de razas, naciones, tribus, sociedades e individuos en Caínes y Abeles, lobos y corderos, es la causa principal de los “procesos de la Providencia”. Con nuestras propias manos trazamos diariamente las numerosas tortuosidades de nuestros destinos, al par que creemos seguir la línea recta en el camino real de la respetabilidad y del deber, y luego nos quejamos porque tales tortuosidades son tan oscuras e intrincadas. Nos desconcertamos ante el misterio por nosotros mismos elaborado, y los enigmas de la vida que no queremos resolver, y luego acusamos a la gran Esfinge de devorarnos. Pero a la verdad, no hay un incidente en nuestras vidas, ni un día infortunado, ni una desgracia, cuya causa no pueda ser encontrada en nuestras propias obras en ésta o en otra vida. Si uno quebranta las leyes de la armonía, o como lo ha expresado un escritor teosófico, “las leyes de la vida”, debe estar preparado para caer en el caos que uno mismo ha producido. Porque, según dice el mismo escritor:

            
La única conclusión a la que podemos llegar es que estas leyes de la vida son sus propias vengadoras; y por consiguiente que todo ángel vengador es sólo la representación simbólica de su reacción.

            
Por lo tanto, si alguien hay desvalido ante estas leyes inmutables, no somos nosotros los artífices de nuestros destinos, sino más bien esos Ángeles, guardianes de la Armonía. Karma-Némesis no es otra cosa que el efecto espiritual dinámico de causas producidas y de fuerzas puestas en actividad por nuestras propias acciones. Es una ley de la dinámica oculta que “una cantidad dada de energía desarrollada en el plano espiritual o en el astral produce resultados mucho más grandes que la misma cantidad desarrollada en el plano físico objetivo de existencia”.
            
Este estado de cosas durará hasta que las intuiciones espirituales del hombre estén completamente despiertas, y esto no tendrá lugar hasta que no desechemos del todo nuestros groseros vestidos de materia; hasta que principiemos a actuar desde adentro, en lugar de seguir siempre los impulsos de afuera, impulsos producidos por nuestros sentidos físicos y por nuestro cuerpo egoísta y grosero. Hasta entonces los únicos paliativos para los males de la vida son la unión y la armonía, una Fraternidad in actu, y el Altruismo no únicamente de nombre. La supresión de una sola causa mala suprimirá no uno, sino muchos malos efectos, Y si una Fraternidad, o aun varias Fraternidades, no pueden impedir que las naciones se degüellen mutuamente en ocasiones, sin embargo la unidad de pensamiento y de acción, y las investigaciones filosóficas en los misterios del ser, siempre impedirán a algunas personas, que tratan de comprender lo que para ellas ha sido hasta entonces un enigma, el crear causas adicionales de desdicha en un mundo tan lleno ya de mal y de dolor. El conocimiento de Karma da la convicción de que si

                        
...la virtud en la miseria y el vicio triunfante
 Hacen a la Humanidad atea;
           
es solamente porque la Humanidad ha cerrado siempre los ojos a la gran verdad de que el hombre es por sí su propio salvador y su propio destructor. No es preciso acusar al Cielo y a los Dioses, al Destino y a la Providencia de la injusticia aparente que reina en la Humanidad. Pero téngase presente y repítase el siguiente fragmento de sabiduría griega, que previene al hombre de abstenerse de acusar Aquello que

                        
Justo, aunque misterioso, nos conduce infalible
Por caminos desconocidos de la falta al castigo;

y tales son ahora los caminos por los que avanzan las grandes naciones europeas. Cada nación y tribu de los arios occidentales, así como sus hermanos orientales de la Quinta Raza, ha tenido su Edad de Oro y su Edad de Hierro, su período de relativa irresponsabilidad, o su Edad Satya de pureza, y ahora varias de ellas han alcanzado su Edad de Hierro, el Kali Yuga, una edad ennegrecida de horrores.
            
Por otra parte, es verdad que los Ciclos exotéricos de cada nación se han derivado directamente, y se ha demostrado que dependen de los movimientos siderales. Estos últimos están inseparablemente mezclados con los destinos de las naciones y de los hombres. Pero, en el sentido puramente físico, Europa no conoce otros Ciclos que los astronómicos, y hace sus cálculos con arreglo a los mismos. Tampoco querrá oír hablar de otros que no sean los círculos o circuitos imaginarios con que circuyen los estrellados cielos,

 Con céntrico y excéntrico garabateo
 Ciclo y epiciclo, orbe en orbe.             
  (Paraíso Perdido, Lib. VIII).

            
Pero para los paganos -de quienes Coleridge dice con razón: “El tiempo, el tiempo cíclico, era su abstracción de la Deidad”, esa “Deidad” manifestándose en coordinación con Karma, y sólo por su medio, y siendo ese mismo Karma-Némesis- los Ciclos significaban algo más que una mera sucesión de acontecimientos, o que un espacio periódico de tiempo de más o menos prolongada duración. Porque ellos se marcaban generalmente por reapariciones de un carácter más variado e intelectual que las que se presentan en la vuelta periódica de las estaciones o de ciertas constelaciones. La sabiduría moderna se satisface con cómputos astronómicos y profecías basadas en leyes matemáticas infalibles. La sabiduría antigua añadía a la fría corteza de la Astronomía los elementos vivificantes de su alma y espíritu: la Astrología. Y, como los movimientos siderales regulan verdaderamente y determinan en la Tierra otros sucesos que la recolección de las patatas y las enfermedades periódicas de este útil vegetal -afirmación que, como no se presta a una explicación científica, se ridiculiza, aunque no por eso se deja de aceptarla-, estos sucesos tienen que sujetarse a predeterminación, por simples cómputos astronómicos. Los creyentes en la Astrología comprenderán lo que queremos decir; los escépticos se reirán de la creencia y se mofarán de la idea. De este modo, lo mismo que el avestruz, cierran los ojos a su propio destino.
            
Esto es a causa de que su pequeño período, llamado histórico, no les proporciona margen para la comparación. El ciclo sideral está ante ellos; y aun cuando su visión espiritual no está todavía abierta, y el polvo atmosférico de origen terrestre ciega su vista y la encadena en los límites de los sistemas físicos, sin embargo no dejan de percibir los movimientos y observar la conducta de los meteoros y cometas. Anotan la aparición periódica de esos errabundos y “flamígeros mensajeros”, y profetizan, en consecuencia, terremotos, lluvias meteóricas, la aparición de ciertas estrellas, cometas, etc. ¿Son ellos, pues, adivinos? No; son astrónomos instruidos.
            
¿Por qué, pues, no habrían de ser creídos ocultistas y astrólogos, tan sabios como esos astrónomos, cuando profetizan la vuelta de algún suceso cíclico basándose en los mismos principios matemáticos? ¿Por qué habría de ser ridiculizada su afirmación de que conocen esta vuelta? Habiendo anotado sus antepasados y predecesores el retorno de tales sucesos en su tiempo y en su día, a través de un período que abraza cientos de miles de años, la conjunción de las mismas constelaciones debe necesariamente producir efectos, si no enteramente los mismos, en todo caso similares. ¿Han de despreciarse estas profecías a causa de la afirmación que se hace de los cientos de miles de años de observación y de los millones de años atribuidos para las Razas humanas? A su vez, se ríen de la ciencia moderna los que se atienen a la cronología bíblica, por sus números geológicos y antropológicos mucho más modestos. De este modo ajusta las cuentas Karma hasta a la risa humana, a la mutua costa de las sectas, las sociedades de sabios y los individuos. Sin embargo, en la predicción de tales sucesos futuros, pronosticados en todo caso fundándose en la autoridad de la repetición de los ciclos, no va incluido ningún fenómeno psíquico. No es ni previsión, ni profecía; lo mismo que no lo es el señalar un cometa o una estrella varios años antes de su aparición. Sólo el conocimiento y los cómputos matemáticos exactos son los que hacen posible que los Sabios de Oriente puedan predecir, por ejemplo, que Inglaterra está en vísperas de tal o cual catástrofe; que Francia se está aproximando a tal punto de su ciclo, y que Europa en general está amenazada, o más bien, está en vísperas de un cataclismo a que la ha conducido su propio Ciclo de Karma de raza. Por supuesto, nuestra opinión sobre la veracidad de los informes depende de que aceptemos o rechacemos la afirmación de un período enorme de observación histórica. Los Iniciados orientales sostienen que han conservado anales del desarrollo de las razas y de los sucesos de importancia universal desde el principio de la Cuarta Raza, siendo tradicional su conocimiento de los sucesos anteriores a aquella época.
            
Además, los que creen en la Videncia y en los Poderes Ocultos no tendrán dificultad en dar crédito al carácter general de la información que se da, aun cuando sea tradicional, siempre que la tradición sea compulsada y rectificada por la clarividencia y el Conocimiento Esotérico. Pero en el presente caso no se reclama semejante creencia metafísica como nuestro fundamento principal, pues la prueba (en lo que, para todo ocultista, es una evidencia por completo científica) se da en los anales preservados por medio del Zodíaco durante edades incalculables.

            
Se ha probado ahora ampliamente que hasta los horóscopos y la Astrología judiciaria no están basados enteramente en la ficción, y que las Estrellas y Constelaciones tienen, en consecuencia, una influencia oculta y misteriosa sobre los individuos, y se hallan relacionados con ellos. Y si lo están con los últimos, ¿por qué no han de estarlo con las naciones, las razas y con la Humanidad como un todo? Ésta es, también, una afirmación fundada en la autoridad de los anales del Zodíaco. Investigaremos, pues, hasta qué punto conocían los Antiguos el Zodíaco, y hasta qué punto lo han olvidado los Modernos.

H.P. Blavatsky  D.S  TII

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