jueves, 21 de julio de 2016

Resumen de la Situación- FIN de Tomo II



            
Hemos presentado al lector los dos aspectos de la cuestión, y a él le toca resolver si su resumen resulta o no a nuestro favor. Si en la Naturaleza existiera lo que llaman un vacío, debe éste encontrarse, según la ley física, en las mentes de los desamparados admiradores de las “lumbreras” de la Ciencia, que se pasan el tiempo destruyendo mutuamente sus enseñanzas. Si alguna vez ha tenido aplicación la teoría de que “dos luces producen oscuridad” es en este caso, donde una mitad de las “lumbreras” impone sus fuerzas y “modos de movimiento” a la creencia de los fieles, y la otra mitad se opone hasta a la existencia de los mismos. “Éter, Materia, Energía” -trinidad sagrada hipostática, los tres principios del Dios verdaderamente desconocido de la Ciencia, llamado por ellos la NATURALEZA FÍSICA.
            
La Teología es puesta a prueba y ridiculizada por creer en la unión de tres personas en un Dios superior -un Dios como substancia, tres personas como individualidad-; y de nosotros se ríen por nuestra creencia en doctrinas no probadas e improbables, en Ángeles y Demonios, Dioses y Espíritus. Y, en efecto, lo que hizo que los hombres de ciencia triunfasen de la teología en el gran “Conflicto entre la Religión y la Ciencia” fue precisamente el argumento de que ni la identidad de esa substancia, ni la triple personalidad proclamada -después de haber sido concebida, inventada y elaborada en las profundidades de la ciencia teológica- podía probarse que existiesen por ningún método científico inductivo de razonamiento, y mucho menos por la evidencia de nuestros sentidos. La Religión tiene que perecer, se dice, porque enseña “misterios”. “El misterio es la negación del sentido común”, y la Ciencia lo rechaza. Según Mr. Tyndall, la metafísica es una “ficción” lo mismo que la poesía. El hombre de ciencia “no se fía de nada”, rechaza todo “lo que no se prueba”, mientras que el teólogo acepta “todo en la fe ciega”. El teósofo y el ocultista, que de nada se fían, ni siquiera de la Ciencia exacta; el espiritista que niega los dogmas, pero que cree en espíritus y en influencias invisibles, pero potentes, todos participan en el mismo desprecio. Está bien, Pues, y ahora lo que tenemos que hacer es examinar por última vez si la Ciencia exacta no obra precisamente del mismo modo que lo hacen la Teosofía, el Espiritismo y la Teología.
            
En un libro de Mr. S. Laing, considerado como obra maestra en ciencia, Modern Science and Modern Thought, cuyo autor, según la revista laudatoria del Times, “exhibe con gran poder y efecto los inmensos descubrimientos de la Ciencia y sus grandes victorias sobre las opiniones antiguas, cuando quiera que tienen la temeridad de oponerse a sus conclusiones”, leemos lo siguiente:

            
¿De qué está compuesto el universo material? De Éter, Materia y Energía.

            
Nos detenemos para preguntar, ¿qué es Éter? Y Mr. Laing contesta en nombre de la Ciencia:


            
El Éter no lo conocemos realmente por experimento alguno en que los sentidos puedan entender, pero es una especie de substancia matemática que nos vemos precisados a suponer para poder explicar los fenómenos de la luz y del calor.
       
            
¿Y qué es la Materia? ¿Sabéis algo más de ella que lo que sabéis acerca del agente “hipotético”, Éter?

            
En estricta exactitud, es verdad que las investigaciones químicas nada pueden decirnos directamente sobre la composición de la materia viva y... es también igualmente verdad que nada sabemos acerca de la composición de ningún cuerpo (material), cualquiera que sea.
         
            
¿Y la Energía? ¿Seguramente que podréis definir la tercera persona de la Trinidad de nuestro Universo Material? La contestación podemos encontrarla en cualquier libro de física.

            
La Energía es aquello que sólo nos es conocido por sus efectos.

            
Sírvase explicarlo, porque esto es un poco confuso.

           
(En mecánica hay la energía actual y la potencial: el trabajo que se ejecuta y la capacidad para ejecutarlo. En cuanto a la naturaleza de la Energía molecular o las Fuerzas), los fenómenos varios que los cuerpos presentan muestran que sus moléculas están bajo la influencia de dos fuerzas contrarias: una que tiende a unirlas y la otra a separarlas...; la primera fuerza... es llamada atracción molecular... la segunda es debida a la vis viva, o fuerza moviente.

            
Precisamente: lo que necesitamos saber es la naturaleza de esta fuerza moviente, de esta vis viva. ¿Qué es?
            
“¡NO LO SABEMOS!” -es la contestación invariable-. “Es una sombra vacía de mi imaginación” -explica Mr. Huxley en su Physical Basis of Life.
                        
De modo que todo el edificio de la Ciencia Moderna está construido sobre una especie de “abstracción matemática”, sobre una “Substancia proteica que elude los sentidos” (Dubois Reymond), y sobre efectos, el fuego fatuo, opaco e ilusorio de un algo completamente desconocido para la Ciencia y fuera de su alcance. ¡Átomos “que se mueven por sí mismos”! ¡Soles, Planetas y Estrellas con movimiento propio! ¿Pero quiénes, pues, o qué son todos ellos, si están dotados de movimiento suyo propio? ¿Por qué, pues, vosotros los físicos os habéis de reír y burlaros de nuestro “Arqueo de movimiento propio”? El misterio es rechazado y despreciado por la Ciencia, y como dijo con mucha verdad el Padre Félix:

            
Ella no puede escapar de él. El misterio es la fatalidad de la Ciencia.

            
El lenguaje del predicador francés es el nuestro, y lo hemos citado en Isis sin Velo.

            
¿Quién de vosotros -pregunta- hombres de ciencia ha podido penetrar el secreto de la formación de un cuerpo, la generación de un solo átomo? ¿Qué es lo que hay, no diré en el centro de un sol, sino en el centro de un átomo? ¿Quién ha sondeado las profundidades del abismo de un grano de arena? El grano de arena, señores, ha sido estudiado durante miles de años por la Ciencia; le ha dado vueltas y vueltas; lo divide y subdivide; lo atormenta con sus experimentos; lo cansa con sus preguntas, para arrancarle la última palabra acerca de su constitución secreta; le pregunta con curiosidad insaciable: “¿Debo dividirte hasta el infinito?” Luego, suspendida sobre este abismo, la Ciencia vacila, tropieza, se siente deslumbrada, se aturde, y en la desesperación exclama: “No sé”.
            
Pero si sois tan fatalmente ignorantes de la génesis y la naturaleza oculta de un grano de arena, ¿cómo podéis conocer intuitivamente la generación de un solo ser  vivo? ¿De dónde le viene la vida a este ser? ¿Dónde comienza? ¿Cuál es el principio de vida?.
           
            
¿Niegan los hombres de ciencia estos cargos? De ningún modo: pues he aquí una confesión de Tyndall que muestra cuán impotente es la Ciencia, hasta en el mundo de la Materia.

            
La primera combinación de los átomos, de la cual depende toda acción subsiguiente, elude un poder más penetrante que el del microscopio... Por puro exceso de complejidad y mucho antes de que la observación pueda tener voto en la materia, la inteligencia más superior, la imaginación más refinada y disciplinada, se retira confundida ante la contemplación del problema. Un asombro, que ningún microscopio puede hacer cesar, nos deja mudos; dudando no solamente del poder de nuestros instrumentos, sino hasta de si nosotros mismos poseemos los elementos intelectuales que nos permitan abordar las últimas energías constructoras de la Naturaleza.

            
Cuán poco, en efecto, se conoce el Universo material se ha visto desde hace algunos años, por confesión propia de estos mismos hombres de ciencia. Y actualmente hay algunos materialistas que concluirían hasta con el Éter -o sea como fuere que la Ciencia denomine a la Substancia infinita, cuyo nóumeno llaman los buddhistas Svabhâvat-, así como con los átomos, demasiado peligrosos, tanto a causa de sus antiguas asociaciones filosóficas como de las actuales cristianas y teológicas. Desde los primeros filósofos, cuyos anales pasaron a la posteridad, hasta nuestra edad presente -la cual, si bien niega a los Seres Invisibles del Espacio, no puede ser nunca tan loca que niegue un Plenum cualquiera-, la Plenitud del Universo ha sido una creencia aceptada. Y lo que se decía contener, puede saberse por Hermes Trismegisto (según la hábil interpretación de la Dra. Anna Kingsford), quien dice:

            
Respecto del vacío... mi opinión es que no existe, que nunca ha existido y que nunca existirá; pues todas las diferentes partes del  Universo están llenas, así como la tierra está también completa y llena de cuerpos, que difieren en cualidad y forma; que tienen sus especies y sus tamaños; uno mayor, otro más pequeño, otro sólido, otro tenue. Los más grandes... son percibidos con facilidad; los pequeños... son difíciles de percibir o completamente invisibles. Sólo sabemos que existen por la sensación, por lo cual muchas personas niegan que tales entidades sean cuerpos, y los consideran como simples espacios; pero es imposible que haya tales espacios. Pues si verdaderamente hubiese algo fuera del Universo... tendría entonces que ser un espacio ocupado por seres inteligentes, análogos a su divinidad (la del Universo)... Hablo de los genios, pues sostengo que moran con nosotros, y de los héroes que moran sobre nosotros, entre la tierra y los aires superiores; en donde no existen ni nubes ni ninguna tempestad.

            
Y nosotros también  lo “sostenemos”. Sólo que, como se ha observado ya, ningún Iniciado oriental hablaría de esferas “sobre nosotros, entre la tierra y los aires”, ni aun de las más altas; pues no hay semejante división o medida en el lenguaje ocultista, ningún arriba ni abajo, sino un eterno dentro, dentro de otros dos dentros, o los planos de subjetividad surgiendo gradualmente en el de objetividad terrestre, siendo éste el último para el hombre, su propio plano. Esta necesaria explicación puede terminarse aquí expresando con las palabras de Hermes la creencia sobre este punto particular de todos los místicos del mundo:

           
Hay muchos órdenes de Dioses, y en todos hay una parte inteligible. No debe suponerse que no están al alcance de nuestros sentidos; por el contrario, los percibimos aún mejor que a los que se llaman visibles... Hay, pues, Dioses superiores a todas las apariencias; después de estos vienen los Dioses cuyo principio es espiritual; estos Dioses siendo sensibles, de conformidad con su doble origen, manifiestan todas las cosas de un modo sensible, cada uno de ellos iluminando sus obras la una por la otra. El Ser supremo del cielo, o de todo lo que se comprende bajo este nombre, es Zeus; pues por medio del cielo da Zeus vida a todas las cosas. El Ser supremo del sol es luz, pues por medio del disco del sol recibimos el beneficio de la luz. Los treinta y seis horóscopos de las estrellas fijas tienen por ser supremo o príncipe a aquél cuyo nombre es Pantomorphos, o que tiene todas las formas, porque da formas divinas a tipos diversos. Los siete planetas o esferas errantes tienen por Espíritus supremos la Fortuna y el Destino, que mantienen la eterna estabilidad de las leyes de la Naturaleza a través de la transformación incesante y de la perpetua agitación. El éter es el instrumento o medio por el cual todo se produce.

            
Esto es completamente filosófico y de acuerdo con el espíritu del Esoterismo Oriental; pues todas las Fuerzas como la Luz, el Calor, la Electricidad, etc., son llamadas “Dioses” - esotéricamente.
            
Debe de ser en efecto así, puesto que las Enseñanzas Esotéricas eran idénticas en Egipto y en la India. Y, por lo tanto, la personificación de Fohat, sintetizando todas las Fuerzas que se manifiestan en la Naturaleza, es un legítimo resultado. Además, como se mostrará más tarde, las verdaderas Fuerzas ocultas de la Naturaleza sólo empiezan a ser conocidas ahora, y aun así por la Ciencia heterodoxa, no por lo ortodoxa, aun cuando su existencia, en un caso por lo menos, esté corroborada y atestiguada por un inmenso número de gente ilustrada, y hasta por algunos hombres de ciencia oficiales.
             
La declaración, sin embargo, que se hace en la Estancia VI -de que Fohat pone en movimiento los Gérmenes primordiales del Mundo, o la agregación de los Átomos Cósmicos y la Materia, “unos en un sentido, otros en otro”, en dirección opuesta -parece bastante ortodoxa y científica. Porque, en todo caso, hay en apoyo de esta afirmación un hecho por completo reconocido por la Ciencia, y es el siguiente: Las lluvias meteóricas, periódicas en noviembre y agosto, pertenecen a un sistema que se mueve en una órbita eclíptica alrededor del Sol. El afelio de este anillo es de 1.732 millones de millas más allá de la órbita de Neptuno, su plano se halla inclinado para la órbita de la Tierra en un ángulo de 64º 3’, y la dirección del enjambre meteórico que se mueve alrededor de esta órbita  es contraria a la de la revolución de la Tierra.
            
Este hecho, reconocido tan sólo en 1833, se presenta como el moderno redescubrimiento de lo que era sabido desde muy antiguo. Fohat da vueltas con sus dos manos en direcciones contrarias a la “semilla” y a los “coágulos” o Materia Cósmica; más claro, da vueltas a partículas en condiciones sumamente atenuadas, y a nebulosas.
            
Más allá de los límites del Sistema Solar, hay otros Soles y especialmente el misterioso Sol Central -la “Mansión de la Deidad Invisible”, como lo han llamado algunos reverendos-, que determinan el movimiento y la dirección de los cuerpos. Este movimiento sirve también para diferenciar la Materia homogénea, alrededor y entre los diferentes cuerpos, en Elementos y Subelementos desconocidos en nuestra Tierra, pues estos son considerados por la Ciencia moderna como cuerpos simples claramente individuales, mientras que tan sólo son meras apariencias temporales que cambian con cada pequeño ciclo dentro del Manvántara, llamándolos algunas obras esotéricas, “Máscaras Kálpicas”.
            
Fohat es en Ocultismo la clave que abre y descifra los símbolos y alegorías multiformes de la llamada mitología de todas las naciones; demostrando la filosofía maravillosa y el profundo conocimiento de los misterios de la Naturaleza que contienen las religiones egipcia y caldea, como igualmente la aria. Fohat, presentado en su verdadero carácter, prueba cuán profundamente versadas estaban aquellas naciones prehistóricas en todas las ciencias de la Naturaleza, llamadas ahora las ramas físicas y químicas de la Filosofía Natural. En la India, Fohat es el aspecto científico tanto de Vishnu como de Indra, siendo este último más antiguo e importante en el Rig Veda que su sectario sucesor; mientras que en Egipto, Fohat era conocido como Tum nacido de Nut, u Osiris en su carácter de Dios primordial, creador del cielo y de los seres. Pues se habla de Tum como del Dios proteico que crea otros Dioses, y asume la forma que quiere; el “Amo de la Vida que da su vigor a los Dioses”. Es el director de los Dioses, y el que “crea espíritus y les da forma y vida”; él es “el Viento Norte y el Espíritu del Occidente”; y finalmente, el “Sol Poniente de Vida” o la fuerza vital eléctrica que abandona el cuerpo a la muerte; por lo cual el Difunto ruega que Tum le dé el soplo de su nariz derecha (electricidad positiva) para poder vivir en su segunda forma. Tanto el jeroglífico como el texto del capítulo XLII del Libro de los Muertos muestran la identidad de Tum y Fohat. El primero representa a un hombre de pie con el jeroglífico de los soplos en sus manos. El segundo dice:

            
Yo abro al jefe de An (Heliópolis). Yo soy Tum. Cruzo las aguas derramadas por Thot-Hapi, el señor del horizonte, y soy el que divide la tierra (Fohat divide el Espacio y, con sus Hijos, a la tierra en siete zonas)...
            
Yo cruzo los cielos; yo soy los dos Leones. Soy Ra, soy Aam, me como a mi heredero... Me deslizo sobre el suelo del campo de Aanru, que me ha dado el amo de la eternidad sin límites. Soy un germen de la eternidad. Yo soy Tum, a quien la eternidad ha sido concedida.

            
Las palabras mismas usadas por Fohat en el libro XI, y los mismos títulos que se le dan. En los papiros egipcios se encuentra esparcida, en sentencias aisladas, toda la Cosmogonía de la Doctrina Secreta, hasta en el Libro de los Muertos. Encuéntrase allí el número siete tan a menudo y con tanto énfasis como en el Libro de Dzyan. “La Gran Agua (el Océano o Caos) se dice que tiene siete codos de profundidad”; - “codos”, por supuesto, significa aquí divisiones, zonas y principios. Allí, “en la gran Madre, nacen todos los Dioses y los Siete Grandes”. Tanto Fohat como Tum son llamados los “Grandes de las Siete Fuerzas Mágicas” que “vencieron a la Serpiente Apap” o la Materia.
            
Ningún estudiante de Ocultismo, sin embargo, debe ser inducido a creer, a causa de la fraseología usual empleada en la traducción de las obras herméticas, que los antiguos egipcios y griegos hablaban ni se referían a cada momento en la conversación, a manera de frailes, a un Ser Supremo, a Dios, al “Padre Único y creador de todo”, etc., del modo en que se encuentra en todas las páginas de tales traducciones. No hay tal cosa, en verdad; y esos textos no son los textos originales egipcios. Son compilaciones griegas, la más antigua de las cuales no se remonta más allá del primer período del neoplatonismo. Ninguna obra hermética escrita por egipcios -como podemos ver por el Libro de los Muertos- hablaría del Dios único universal de los sistemas monoteístas; la Causa única Absoluta de todo era tan innombrable e impronunciable en la mente de los antiguos filósofos de Egipto, como es por siempre Incognoscible en el concepto de Mr. Herbert Spencer. En cuanto a los egipcios en general, como observa acertadamente M. Maspero, sea cuando fuere que

            
Llegaban a la noción de la divina Unidad, el Dios Único nunca era simplemente “Dios”. M. Lepage-Renour observó, muy justamente, que la palabra Noutir, Nouti, “Dios”, nunca dejó de ser un nombre genérico, para convertirse en personal.

            
Cada Dios era para ellos “el Dios único viviente”.

            
Su Monoteísmo era puramente geográfico. Si los egipcios de Menfis proclamaban la unidad de Phtah con exclusión de Ammon, los egipcios de Tebas proclamaban la unidad de Ammon excluyendo a Phtah (como ahora vemos hacen en la India los Shaivas y Vaishnavas). Ra, el “Dios Único” en Heliópolis, no es lo mismo  que Osiris, el “Dios Único” en Abidos, y puede rendírsele culto al lado de éste, sin ser absorbido por él. El Dios único no es sino el Dios del nombre de la ciudad, Noutir Nouti, y no escluye la existencia del Dios único de la ciudad o distrito vecino. En una palabra, dondequiera que se hable de Monoteísmo egipcio, debe hablarse de los Dioses Únicos de Egipto y no del Dios Único.

            
Por ese rasgo preeminentemente egipcio, es como debe comprobarse la autenticidad de los llamados Libros Herméticos; y él se halla por completo ausente en los fragmentos griegos conocidos por tal nombre. Esto prueba que en la edición de esas obras no tomó pequeña parte una mano neoplatónica griega, o quizás cristiana. Por supuesto, la filosofía fundamental se encuentra en ellas, y en muchos sitios intacta. Pero el estilo ha sido alterado y arreglado en un sentido monoteísta, tanto, si no más, como el Génesis de los hebreos en sus traducciones griegas y latinas. Puede que sean obras herméticas, pero no obras escritas por ninguno de los dos Hermes, o más bien por Thot Hermes, la Inteligencia directora del  Universo, o por Thot, su encarnación terrestre llamada Trismegisto, de la piedra de Rosetta.
            
Pero todo son dudas, negaciones, apostasías e indiferencia brutal en nuestra edad de cien “ismos” y ninguna religión. Todos los ídolos son rotos menos el Becerro de Oro.
            
Desgraciadamente, ninguna nación ni naciones pueden escapar a su destino kármico, así como tampoco las unidades ni los individuos. La Historia misma es tratada por los llamados historiadores con tan poco escrúpulo como la tradición legendaria. Por esta causa, Agustín Thierry ha hecho, amende honorable, si ha de creerse a sus biógrafos. Deploraba él el principio erróneo que hacía se extraviasen todos los llamados historiadores, y que cada cual presumiese corregir la tradición, “esa vox populi que de diez veces nueve es vox Dei”; y finalmente admitía que sólo en la leyenda reposa la verdadera historia; pues añade:

            
La leyenda es tradición viviente, y de cuatro veces tres encierra más verdad que lo que llamamos Historia.

            
Mientras los materialistas niegan todo en el Universo, excepto la Materia, los arqueólogos tratan de empequeñecer a la antigüedad y de destruir todas las afirmaciones de la Antigua Sabiduría, corrompiendo la Cronología. Nuestros presentes escritores orientalistas e historiadores son para la Historia Antigua lo que las hormigas blancas para los edificios en la India. Los arqueólogos modernos -las “autoridades” del futuro en lo referente a la Historia Universal-, más peligrosos aún que aquellos termitas, preparan a la historia de las naciones pasadas el mismo destino que sufren cierto edificios en los países tropicales. Según dice Michelet:

            
La Historia se derrumbará y se pulverizará en el seno del siglo XX, devorada hasta sus cimientos por sus analistas.

            
Muy pronto, en verdad, bajo sus esfuerzos combinados, participará del destino de esas ciudades arruinadas de ambas Américas, que yacen profundamente enterradas bajo bosques vírgenes intransitables. Los hechos históricos permanecerán ocultos a la vista por las selvas inextricables de las hipótesis, negaciones y escepticismos modernos. Pero, afortunadamente, la Historia real se repite; puesto que procede, como todo, por ciclos, y los sucesos deliberadamente ahogados en el mar del escepticismo moderno ascenderán y aparecerán de nuevo en la superficie.
            
En los volúmenes III y IV, el hecho mismo de que una obra con pretensiones de filosófica, que a la vez es una exposición de los problemas más abstrusos, tenga que principiar trazando la evolución de la Humanidad desde los que son considerados como seres sobrenaturales -Espíritus-, producirá las críticas más violentas. Los creyentes y defensores de la Doctrina Secreta tendrán, sin embargo, que soportar la acusación de locos y aun peor tan filosóficamente como lo ha hecho ya la escritora por largos años. En cualquier caso en que un teósofo sea tachado de loco, debe contestar citando las Lettres Persanes de Montesquieu:

            
Los hombres, al franquear tan libremente sus manicomios a los supuestos locos, sólo tratan de darse mutuamente la seguridad de que ellos mismos no lo están.

H.P. Blavatsky  D.S T II


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