Hemos presentado al lector los dos
aspectos de la cuestión, y a él le toca resolver si su resumen resulta o no a
nuestro favor. Si en la Naturaleza existiera lo que llaman un vacío, debe éste
encontrarse, según la ley física, en las mentes de los desamparados admiradores
de las “lumbreras” de la Ciencia, que se pasan el tiempo destruyendo mutuamente
sus enseñanzas. Si alguna vez ha tenido aplicación la teoría de que “dos luces
producen oscuridad” es en este caso, donde una mitad de las “lumbreras” impone
sus fuerzas y “modos de movimiento” a la creencia de los fieles, y la otra
mitad se opone hasta a la existencia de los mismos. “Éter, Materia, Energía”
-trinidad sagrada hipostática, los tres principios del Dios verdaderamente desconocido de la Ciencia, llamado por
ellos la NATURALEZA FÍSICA.
La Teología es puesta a prueba y
ridiculizada por creer en la unión de tres personas en un Dios superior -un
Dios como substancia, tres personas como individualidad-; y de nosotros se ríen
por nuestra creencia en doctrinas no probadas e improbables, en Ángeles y
Demonios, Dioses y Espíritus. Y, en efecto, lo que hizo que los hombres de
ciencia triunfasen de la teología en el gran “Conflicto entre la Religión y la
Ciencia” fue precisamente el argumento de que ni la identidad de esa
substancia, ni la triple personalidad proclamada -después de haber sido
concebida, inventada y elaborada en las profundidades de la ciencia teológica-
podía probarse que existiesen por ningún método científico inductivo de
razonamiento, y mucho menos por la evidencia de nuestros sentidos. La Religión
tiene que perecer, se dice, porque enseña “misterios”. “El misterio es la
negación del sentido común”, y la Ciencia lo rechaza. Según Mr. Tyndall, la
metafísica es una “ficción” lo mismo que la poesía. El hombre de ciencia “no se
fía de nada”, rechaza todo “lo que no se prueba”, mientras que el teólogo
acepta “todo en la fe ciega”. El teósofo y el ocultista, que de nada se fían,
ni siquiera de la Ciencia exacta; el
espiritista que niega los dogmas, pero que cree en espíritus y en influencias invisibles, pero potentes,
todos participan en el mismo desprecio. Está bien, Pues, y ahora lo que tenemos
que hacer es examinar por última vez si la Ciencia exacta no obra precisamente del mismo modo que lo hacen la
Teosofía, el Espiritismo y la Teología.
En un libro de Mr. S. Laing,
considerado como obra maestra en ciencia, Modern
Science and Modern Thought, cuyo autor, según la revista laudatoria del Times, “exhibe con gran poder y efecto
los inmensos descubrimientos de la Ciencia y sus grandes victorias sobre las
opiniones antiguas, cuando quiera que tienen la temeridad de oponerse a sus
conclusiones”, leemos lo siguiente:
¿De qué está compuesto el universo
material? De Éter, Materia y Energía.
Nos detenemos para preguntar, ¿qué
es Éter? Y Mr. Laing contesta en nombre de la Ciencia:
El Éter no lo conocemos realmente
por experimento alguno en que los sentidos puedan entender, pero es una especie
de substancia matemática que nos vemos precisados a suponer para poder explicar
los fenómenos de la luz y del calor.
¿Y qué es la Materia? ¿Sabéis algo
más de ella que lo que sabéis acerca del agente “hipotético”, Éter?
En estricta exactitud, es verdad que
las investigaciones químicas nada pueden decirnos directamente sobre la
composición de la materia viva y... es también igualmente verdad que nada
sabemos acerca de la composición de ningún cuerpo (material), cualquiera que
sea.
¿Y la Energía? ¿Seguramente que
podréis definir la tercera persona de la Trinidad de nuestro Universo Material?
La contestación podemos encontrarla en cualquier libro de física.
La Energía es aquello que sólo nos
es conocido por sus efectos.
Sírvase explicarlo, porque esto es
un poco confuso.
(En mecánica hay la energía actual y
la potencial: el trabajo que se ejecuta y la capacidad para ejecutarlo. En
cuanto a la naturaleza de la Energía molecular o las Fuerzas), los fenómenos
varios que los cuerpos presentan muestran que sus moléculas están bajo la
influencia de dos fuerzas contrarias: una que tiende a unirlas y la otra a
separarlas...; la primera fuerza... es llamada atracción molecular... la segunda es debida a la vis viva, o fuerza moviente.
Precisamente: lo que necesitamos
saber es la naturaleza de esta fuerza
moviente, de esta vis viva. ¿Qué
es?
“¡NO LO SABEMOS!” -es la
contestación invariable-. “Es una sombra vacía de mi imaginación” -explica Mr.
Huxley en su Physical Basis of Life.
De
modo que todo el edificio de la Ciencia Moderna está construido sobre una
especie de “abstracción matemática”, sobre una “Substancia proteica que elude
los sentidos” (Dubois Reymond), y sobre efectos,
el fuego fatuo, opaco e ilusorio de un algo
completamente desconocido para la Ciencia y fuera de su alcance. ¡Átomos “que se mueven por sí mismos”! ¡Soles,
Planetas y Estrellas con movimiento
propio! ¿Pero quiénes, pues, o qué
son todos ellos, si están dotados de movimiento suyo propio? ¿Por qué, pues,
vosotros los físicos os habéis de reír y burlaros de nuestro “Arqueo de
movimiento propio”? El misterio es rechazado y despreciado por la Ciencia, y
como dijo con mucha verdad el Padre Félix:
Ella no puede escapar de él. El
misterio es la fatalidad de la Ciencia.
El lenguaje del predicador francés
es el nuestro, y lo hemos citado en Isis
sin Velo.
¿Quién de vosotros -pregunta-
hombres de ciencia ha podido penetrar el secreto de la formación de un cuerpo,
la generación de un solo átomo? ¿Qué es lo que hay, no diré en el centro de un
sol, sino en el centro de un átomo? ¿Quién ha sondeado las profundidades del
abismo de un grano de arena? El grano de arena, señores, ha sido estudiado
durante miles de años por la Ciencia; le ha dado vueltas y vueltas; lo divide y
subdivide; lo atormenta con sus experimentos; lo cansa con sus preguntas, para
arrancarle la última palabra acerca de su constitución secreta; le pregunta con
curiosidad insaciable: “¿Debo dividirte hasta el infinito?” Luego, suspendida
sobre este abismo, la Ciencia vacila, tropieza, se siente deslumbrada, se
aturde, y en la desesperación exclama: “No sé”.
Pero si sois tan fatalmente
ignorantes de la génesis y la naturaleza oculta de un grano de arena, ¿cómo
podéis conocer intuitivamente la generación de un solo ser vivo? ¿De dónde le viene la vida a este ser?
¿Dónde comienza? ¿Cuál es el principio de vida?.
¿Niegan los hombres de ciencia estos
cargos? De ningún modo: pues he aquí una confesión de Tyndall que muestra cuán
impotente es la Ciencia, hasta en el mundo de la Materia.
La primera combinación de los
átomos, de la cual depende toda acción subsiguiente, elude un poder más
penetrante que el del microscopio... Por puro exceso de complejidad y mucho
antes de que la observación pueda tener voto en la materia, la inteligencia más
superior, la imaginación más refinada y disciplinada, se retira confundida ante
la contemplación del problema. Un asombro, que ningún microscopio puede hacer
cesar, nos deja mudos; dudando no solamente del poder de nuestros instrumentos,
sino hasta de si nosotros mismos poseemos los elementos intelectuales que nos
permitan abordar las últimas energías constructoras de la Naturaleza.
Cuán poco, en efecto, se conoce el
Universo material se ha visto desde hace algunos años, por confesión propia de
estos mismos hombres de ciencia. Y actualmente hay algunos materialistas que
concluirían hasta con el Éter -o sea como fuere que la Ciencia denomine a la
Substancia infinita, cuyo nóumeno llaman los buddhistas Svabhâvat-, así como
con los átomos, demasiado peligrosos, tanto a causa de sus antiguas
asociaciones filosóficas como de las actuales cristianas y teológicas. Desde
los primeros filósofos, cuyos anales pasaron a la posteridad, hasta nuestra
edad presente -la cual, si bien niega a los Seres Invisibles del Espacio, no
puede ser nunca tan loca que niegue un Plenum cualquiera-, la Plenitud del
Universo ha sido una creencia aceptada. Y lo que se decía contener, puede
saberse por Hermes Trismegisto (según la hábil interpretación de la Dra. Anna
Kingsford), quien dice:
Respecto del vacío... mi opinión es
que no existe, que nunca ha existido y que nunca existirá; pues todas las
diferentes partes del Universo están
llenas, así como la tierra está también completa y llena de cuerpos, que
difieren en cualidad y forma; que tienen sus especies y sus tamaños; uno mayor,
otro más pequeño, otro sólido, otro tenue. Los más grandes... son percibidos
con facilidad; los pequeños... son difíciles de percibir o completamente
invisibles. Sólo sabemos que existen por la sensación, por lo cual muchas
personas niegan que tales entidades sean cuerpos, y los consideran como simples
espacios; pero es imposible que haya tales espacios. Pues si verdaderamente
hubiese algo fuera del Universo... tendría entonces que ser un espacio ocupado
por seres inteligentes, análogos a su divinidad (la del Universo)... Hablo de
los genios, pues sostengo que moran con nosotros, y de los héroes que moran
sobre nosotros, entre la tierra y los aires superiores; en donde no existen ni
nubes ni ninguna tempestad.
Y nosotros también lo “sostenemos”. Sólo que, como se ha
observado ya, ningún Iniciado oriental hablaría de esferas “sobre nosotros, entre la tierra y los
aires”, ni aun de las más altas; pues no hay semejante división o medida en el
lenguaje ocultista, ningún arriba ni abajo, sino un eterno dentro, dentro de otros dos dentros, o
los planos de subjetividad surgiendo gradualmente en el de objetividad
terrestre, siendo éste el último para el
hombre, su propio plano. Esta necesaria explicación puede terminarse aquí
expresando con las palabras de Hermes la creencia sobre este punto particular
de todos los místicos del mundo:
Hay muchos órdenes de Dioses, y en
todos hay una parte inteligible. No debe suponerse que no están al alcance de
nuestros sentidos; por el contrario, los percibimos aún mejor que a los que se
llaman visibles... Hay, pues, Dioses superiores a todas las apariencias;
después de estos vienen los Dioses cuyo principio es espiritual; estos Dioses
siendo sensibles, de conformidad con su doble origen, manifiestan todas las
cosas de un modo sensible, cada uno de ellos iluminando sus obras la una por la
otra. El Ser supremo del cielo, o de todo lo que se comprende bajo este
nombre, es Zeus; pues por medio del cielo da Zeus vida a todas las cosas. El
Ser supremo del sol es luz, pues por medio del disco del sol recibimos el
beneficio de la luz. Los treinta y seis horóscopos de las estrellas fijas
tienen por ser supremo o príncipe a aquél cuyo nombre es Pantomorphos, o que tiene todas las formas, porque da formas
divinas a tipos diversos. Los siete planetas o esferas errantes tienen por
Espíritus supremos la Fortuna y el Destino, que mantienen la eterna estabilidad
de las leyes de la Naturaleza a través de la transformación incesante y de la
perpetua agitación. El éter es el instrumento o medio por el cual todo se
produce.
Esto es completamente filosófico y
de acuerdo con el espíritu del Esoterismo Oriental; pues todas las Fuerzas como
la Luz, el Calor, la Electricidad, etc., son llamadas “Dioses” -
esotéricamente.
Debe de ser en efecto así, puesto
que las Enseñanzas Esotéricas eran idénticas en Egipto y en la India. Y, por lo
tanto, la personificación de Fohat, sintetizando todas las Fuerzas que se
manifiestan en la Naturaleza, es un legítimo resultado. Además, como se
mostrará más tarde, las verdaderas Fuerzas ocultas de la Naturaleza sólo
empiezan a ser conocidas ahora, y aun así por la Ciencia heterodoxa, no por lo
ortodoxa, aun cuando su existencia, en un caso por lo menos, esté
corroborada y atestiguada por un inmenso número de gente ilustrada, y hasta por
algunos hombres de ciencia oficiales.
La declaración, sin embargo, que se hace en la
Estancia VI -de que Fohat pone en movimiento los Gérmenes primordiales del
Mundo, o la agregación de los Átomos Cósmicos y la Materia, “unos en un
sentido, otros en otro”, en dirección opuesta -parece bastante ortodoxa y
científica. Porque, en todo caso, hay en apoyo de esta afirmación un hecho por
completo reconocido por la Ciencia, y es el siguiente: Las lluvias meteóricas,
periódicas en noviembre y agosto, pertenecen a un sistema que se mueve en una
órbita eclíptica alrededor del Sol. El afelio de este anillo es de 1.732
millones de millas más allá de la órbita de Neptuno, su plano se halla
inclinado para la órbita de la Tierra en un ángulo de 64º 3’, y la dirección
del enjambre meteórico que se mueve alrededor de esta órbita es
contraria a la de la revolución de la Tierra.
Este hecho, reconocido tan sólo en
1833, se presenta como el moderno redescubrimiento de lo que era sabido desde
muy antiguo. Fohat da vueltas con sus dos manos en direcciones contrarias a la
“semilla” y a los “coágulos” o Materia Cósmica; más claro, da vueltas a
partículas en condiciones sumamente atenuadas, y a nebulosas.
Más allá de los límites del Sistema
Solar, hay otros Soles y especialmente el misterioso Sol Central -la “Mansión
de la Deidad Invisible”, como lo han llamado algunos reverendos-, que
determinan el movimiento y la dirección de los cuerpos. Este movimiento sirve
también para diferenciar la Materia homogénea, alrededor y entre los diferentes
cuerpos, en Elementos y Subelementos desconocidos en nuestra Tierra, pues estos
son considerados por la Ciencia moderna como cuerpos simples claramente
individuales, mientras que tan sólo son meras apariencias temporales que
cambian con cada pequeño ciclo dentro del Manvántara, llamándolos algunas obras
esotéricas, “Máscaras Kálpicas”.
Fohat es en Ocultismo la clave que
abre y descifra los símbolos y alegorías multiformes de la llamada mitología de
todas las naciones; demostrando la filosofía maravillosa y el profundo
conocimiento de los misterios de la Naturaleza que contienen las religiones
egipcia y caldea, como igualmente la aria. Fohat, presentado en su verdadero
carácter, prueba cuán profundamente versadas estaban aquellas naciones
prehistóricas en todas las ciencias de la Naturaleza, llamadas ahora las ramas
físicas y químicas de la Filosofía Natural. En la India, Fohat es el aspecto
científico tanto de Vishnu como de Indra, siendo este último más antiguo e
importante en el Rig Veda que su
sectario sucesor; mientras que en Egipto, Fohat era conocido como Tum nacido de
Nut, u Osiris en su carácter de Dios primordial, creador del cielo y de
los seres. Pues se habla de Tum como del Dios proteico que crea otros
Dioses, y asume la forma que quiere; el “Amo de la Vida que da su vigor a los
Dioses”. Es el director de los Dioses,
y el que “crea espíritus y les da forma y vida”; él es “el Viento Norte y el
Espíritu del Occidente”; y finalmente, el “Sol Poniente de Vida” o la fuerza
vital eléctrica que abandona el cuerpo a la muerte; por lo cual el Difunto
ruega que Tum le dé el soplo de su nariz derecha
(electricidad positiva) para poder vivir en su segunda forma. Tanto el jeroglífico como el texto del capítulo XLII
del Libro de los Muertos muestran la
identidad de Tum y Fohat. El primero representa a un hombre de pie con el jeroglífico
de los soplos en sus manos. El
segundo dice:
Yo abro al jefe de An (Heliópolis).
Yo soy Tum. Cruzo las aguas derramadas por Thot-Hapi, el señor del horizonte, y
soy el que divide la tierra (Fohat divide el Espacio y, con sus Hijos, a la
tierra en siete zonas)...
Yo cruzo los cielos; yo soy los dos
Leones. Soy Ra, soy Aam, me como a mi heredero... Me deslizo sobre el
suelo del campo de Aanru, que me ha dado el amo de la eternidad sin
límites. Soy un germen de la eternidad. Yo soy Tum, a quien la eternidad ha
sido concedida.
Las palabras mismas usadas por Fohat
en el libro XI, y los mismos títulos que se le dan. En los papiros egipcios se
encuentra esparcida, en sentencias aisladas, toda la Cosmogonía de la Doctrina
Secreta, hasta en el Libro de los Muertos.
Encuéntrase allí el número siete tan a menudo y con tanto énfasis como en el Libro de Dzyan. “La Gran Agua (el Océano
o Caos) se dice que tiene siete codos de profundidad”; - “codos”, por supuesto,
significa aquí divisiones, zonas y principios. Allí, “en la gran Madre, nacen
todos los Dioses y los Siete Grandes”. Tanto Fohat como Tum son llamados los
“Grandes de las Siete Fuerzas Mágicas” que “vencieron a la Serpiente Apap” o la
Materia.
Ningún estudiante de Ocultismo, sin
embargo, debe ser inducido a creer, a causa de la fraseología usual empleada en
la traducción de las obras herméticas, que los antiguos egipcios y griegos
hablaban ni se referían a cada momento en la conversación, a manera de frailes,
a un Ser Supremo, a Dios, al “Padre Único y creador de todo”, etc., del modo en
que se encuentra en todas las páginas de tales traducciones. No hay tal cosa,
en verdad; y esos textos no son los
textos originales egipcios. Son compilaciones griegas, la más antigua de
las cuales no se remonta más allá del primer período del neoplatonismo. Ninguna
obra hermética escrita por egipcios -como podemos ver por el Libro de los Muertos- hablaría del Dios único universal de los sistemas
monoteístas; la Causa única Absoluta
de todo era tan innombrable e impronunciable en la mente de los antiguos
filósofos de Egipto, como es por siempre
Incognoscible en el concepto de Mr. Herbert Spencer. En cuanto a los
egipcios en general, como observa acertadamente M. Maspero, sea cuando fuere
que
Llegaban a la noción de la divina
Unidad, el Dios Único nunca era simplemente “Dios”. M. Lepage-Renour observó,
muy justamente, que la palabra Noutir, Nouti, “Dios”, nunca dejó de ser un nombre genérico, para convertirse
en personal.
Cada Dios era para ellos “el Dios
único viviente”.
Su Monoteísmo era puramente
geográfico. Si los egipcios de Menfis proclamaban la unidad de Phtah con
exclusión de Ammon, los egipcios de Tebas proclamaban la unidad de Ammon
excluyendo a Phtah (como ahora vemos hacen en la India los Shaivas y
Vaishnavas). Ra, el “Dios Único” en Heliópolis, no es lo mismo que Osiris, el “Dios Único” en Abidos, y
puede rendírsele culto al lado de éste, sin ser absorbido por él. El Dios único
no es sino el Dios del nombre de la ciudad, Noutir Nouti, y no escluye la
existencia del Dios único de la ciudad o distrito vecino. En una palabra,
dondequiera que se hable de Monoteísmo egipcio, debe hablarse de los Dioses
Únicos de Egipto y no del Dios Único.
Por ese rasgo preeminentemente
egipcio, es como debe comprobarse la autenticidad de los llamados Libros Herméticos; y él se halla por
completo ausente en los fragmentos griegos conocidos por tal nombre. Esto
prueba que en la edición de esas obras no tomó pequeña parte una mano
neoplatónica griega, o quizás cristiana. Por supuesto, la filosofía fundamental
se encuentra en ellas, y en muchos sitios intacta. Pero el estilo ha sido
alterado y arreglado en un sentido monoteísta, tanto, si no más, como el Génesis de los hebreos en sus
traducciones griegas y latinas. Puede
que sean obras herméticas, pero no
obras escritas por ninguno de los dos Hermes, o más bien por Thot Hermes, la
Inteligencia directora del Universo, o por Thot, su encarnación terrestre llamada Trismegisto, de la piedra de
Rosetta.
Pero todo son dudas, negaciones,
apostasías e indiferencia brutal en nuestra edad de cien “ismos” y ninguna
religión. Todos los ídolos son rotos menos el Becerro de Oro.
Desgraciadamente, ninguna nación ni
naciones pueden escapar a su destino kármico, así como tampoco las unidades ni
los individuos. La Historia misma es tratada por los llamados historiadores con
tan poco escrúpulo como la tradición legendaria. Por esta causa, Agustín
Thierry ha hecho, amende honorable,
si ha de creerse a sus biógrafos. Deploraba él el principio erróneo que hacía
se extraviasen todos los llamados historiadores,
y que cada cual presumiese corregir la tradición, “esa vox populi que de diez veces nueve es vox Dei”; y finalmente admitía que sólo en la leyenda reposa la verdadera historia; pues añade:
La leyenda es tradición viviente, y
de cuatro veces tres encierra más verdad que lo que llamamos Historia.
Mientras los materialistas niegan
todo en el Universo, excepto la Materia, los arqueólogos tratan de empequeñecer
a la antigüedad y de destruir todas las afirmaciones de la Antigua Sabiduría,
corrompiendo la Cronología. Nuestros presentes escritores orientalistas e
historiadores son para la Historia Antigua lo que las hormigas blancas para los
edificios en la India. Los arqueólogos modernos -las “autoridades” del futuro
en lo referente a la Historia Universal-, más peligrosos aún que aquellos
termitas, preparan a la historia de las naciones pasadas el mismo destino que
sufren cierto edificios en los países tropicales. Según dice Michelet:
La Historia se derrumbará y se
pulverizará en el seno del siglo XX, devorada hasta sus cimientos por sus
analistas.
Muy pronto, en verdad, bajo sus
esfuerzos combinados, participará del destino de esas ciudades arruinadas de
ambas Américas, que yacen profundamente enterradas bajo bosques vírgenes
intransitables. Los hechos históricos permanecerán ocultos a la vista por las
selvas inextricables de las hipótesis, negaciones y escepticismos modernos.
Pero, afortunadamente, la Historia real se
repite; puesto que procede, como todo, por ciclos, y los sucesos
deliberadamente ahogados en el mar del escepticismo moderno ascenderán y
aparecerán de nuevo en la superficie.
En los volúmenes III y IV, el hecho
mismo de que una obra con pretensiones de filosófica, que a la vez es una
exposición de los problemas más abstrusos, tenga que principiar trazando la
evolución de la Humanidad desde los que son considerados como seres
sobrenaturales -Espíritus-, producirá las críticas más violentas. Los creyentes
y defensores de la Doctrina Secreta tendrán, sin embargo, que soportar la
acusación de locos y aun peor tan
filosóficamente como lo ha hecho ya la escritora por largos años. En cualquier
caso en que un teósofo sea tachado de loco, debe contestar citando las Lettres Persanes de Montesquieu:
Los hombres, al franquear tan
libremente sus manicomios a los supuestos locos, sólo tratan de darse
mutuamente la seguridad de que ellos mismos no lo están.
H.P. Blavatsky D.S T II
H.P. Blavatsky D.S T II
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