domingo, 26 de agosto de 2018

ALEGORÍAS HEBREAS



El cabalista que esté enterado de cuanto dejamos dicho, ¿cómo podrá juzgar de las verdaderas creencias esotéricas de los primitivos judíos por lo que actualmente encuentre en los pergaminos hebreos? ¿Cómo podrá cualquier orientalista formar opinión definitiva (aunque conozca la ya descubierta clave del sistema aritmético-geométrico, que es una de las del idioma universal)? La especulación cabalística orre parejas con la moderna “especulación masónica”; porque así como esta última trata de remontarse a la arcaica Masonería de los templos, y fracasa en el intento por haberse visto que todas sus pretensiones son inexactas desde el punto de vista arqueológico, lo mismo sucede con la especulación cabalística. De igual suerte que ningún misterio de la Naturaleza que valga la pena descubrirá la humanidad por saber si Hiram Abif fue verdaderamente un arquitecto sidonés, o un mito solar, así tampoco añadiremos nuevas informaciones a la Sabiduría oculta por averiguar qué privilegios exotéricos confirió Numa Pompilio a los Cellegia Fabrorum. Antes bien, debemos estudiar los símbolos a la luz de los arios; puesto que el simbolismo de las antiguas iniciaciones llegó a occidente envuelto en los rayos del Sol oriental. No obstante, vemos que masones y simbologistas eminentes dicen que todos estos símbolos y enigmas, cuyo origen se remonta a inconcebible antigüedad, son ni más ni menos que ampliaciones del habilidoso falicismo natural, o emblemas de tipología primitiva. Mucho más cerca de la verdad se coloca el autor de El Origen de las Medidas, al decir que los elementos de construcción humana y numérica de la Biblia, no excluyen los elementos espirituales, aunque ahora los comprendan muy pocos. La siguiente cita es tan sugestiva como veraz:
            
La ignorancia corrompió el uso de tales emblemas hasta el punto de convertirlos en instrumentos de martirio y tortura, como medios de propagar los cultos religiosos de toda especie. Cuando uno piensa en los horrores dimanantes de la adoración de Moloch, Baal y Dagón; en los diluvios de sangre que anegaron la cruz de Constantino, a excitación de la Iglesia secular... cuando uno piensa en todo esto, y que la causa de todo fue la ignorancia del veradero significado de Moloch, Baal, Dagón, la Cruz y el T’phillin, que derivan de un común origen, y son, en suma, ampliación de matemáticas puras y naturales... se ve uno movido a maldecir la ignorancia, y a desconfiar de las llamadas intuiciones religiosas; se ve una incitado a desear la vuelta de aquellos días en que el mundo entero tenía un solo idioma y un solo conocimiento... Pero aunque los elementos [constructivos de la pirámide] son racionales y científicos... no se crea que este descubrimiento implica la exclusión del sentido espiritual de la Biblia, o sea de la relación del hombre con su espiritual fundamento. ¿Queremos edificar una casa? Pues casa alguna podrá edificarse con materiales tangibles si antes no se proyecta la traza del edificio, sea palacio o cabaña lo que se haya de edificar. Así sucede con estos elementos y números; que no son invención de hombre, sino que se le revelaron en proporción de su capacidad para comprender el sistema creador del eterno Dios... Pero espiritualmente, el valor de esto consiste en que le sirva al hombre de puente para pasar sobre la construcción material del Cosmos al pensamiento y mente de Dios con obajeto de reconocer el proyecto sistemático de la creación cósmica antes de que el Creador dijese: “Hágase” .
            
Sin embargo, por mucha verdad que encierren estas palabras del redescubridor de una de las claves del lenguaje de los Misterios, ningún ocultista oriental aceptará sus conclusiones. Se propuso él “hallar la verdad”, y no obstante, cree todavía que:
            
La Biblia hebrea contiene el mejor y más auténtico vehículo de comunicación entre [el creador] Dios y el hombre.
            
A esto objetaremos en pocas palabras que la verdadera “Biblia hebrea” se ha perdido, según demostramos en las anteriores páginas; y las falsificadas e incompletas copias de la Biblia mosaica de los iniciados, no permiten hacer tan rotundas afirmaciones. Todo lo más que los orientalistas pueden asegurar es que la Biblia judía, tal como ahora la conocemos (en su última interpretación adecuada a la clave descubierta), puede despertar a lo sumo un parcial presentimiento de las verdades que contuvo antes de su adulteración. Pero ¿cómo puede él saber lo que el Pentateuco contenía antes de la refundición de Esdras y de las adulteraciones con que los ambiciosos rabinos lo corrompieron posteriormente? Prescindiendo de la opinión de los adversarios sistemáticos de las Escrituras hebreas, nos apoyaremos en la de tan devotos admiradores como Horne y Prideaux. Las confesiones del primero bastarán para indicarnos lo que queda de los primitivos libros de Moisés, a menos que participemos de su ciega fe en la inspiración del Espíritu Santo. Dice Horne que los escribas hebreos se arrogaban la facultad de copiar, alterar y mutilar como bien les pareciese los textos que caen en sus manos para incorporarlos a sus propios manuscritos, cuando estaban “convencidos de que el Espíritu Santo los auxiliaba” en la tarea. Advierte Kenealy que es imposible aceptar las afirmaciones de Horne, de quien dice:
es tan remirado en su estilo y tan sumamente escrupuloso en el empleo de las palabras, que parece como si escribiera en lenguaje diplomático, y sugiere ideas completamente contrarias a las que desea expresar. Reto a cualquier profano a que lea el capítulo “Caracteres hebreos”, con la seguridad de que nada aprenderá del asunto tratado. Todo ello va contra su Iglesia.
            
Y sin embargo, Horne escribe:
            
Estamos convencidos... de que las cosas a que nos referimos derivan de los primitivos autores o compiladores del Antiguo Testamento. Frecuentemente tomaron otros textos, anales, genealogías y otros documentos por el estilo, que añadieron a la obra o interpolaron más o menos condensadamente en ella. Los autores del Antiguo Testamento se aprovecharon con entera libertad e independencia de las Escrituras (de otros pueblos); porque seguros del favor del Espíritu Santo, adaptaban las obras propias y ajenas a las necesidades de los tiempos. Bajo esta consideración no puede decirse que hayan corrompido el texto de la Escritura, sino que lo escribieron .
            
Pero ¿cómo lo escribieron? Porque, según dice acertadamente Kenealy:
            
A juicio de Horne es el Antiguo Testamento una miscelánea de textos anónimos, que recopilaron y reunieron quienes se creían divinamente inspirados. Así resulta contra la autenticidad del Antiguo Testamento, una prueba más concluyente que cuantas pudieran aducir los infieles.
            
Creemos que esto basta para señalar que con ninguna de las siete claves del lenguaje universal se pueden desentrañar los misterios de la Creación en un libro cuyas frases, sea por descuido, sea de propósito, están aplicadas al póstumo resultado de las ideas religiosas, es decir, al falicismo. Hay en las partes elohísticas de la Biblia suficiente número de pasajes que atestiguan haber sido escritos por iniciados; y de aquí la matemática coordinación y la perfecta armonía entre las dimensiones de la gran pirámide y los números de los enigmas bíblicos. Pero de existir plagio, no plagiaron ciertamente los constructores de la pirámide a los del templo de Salomón; porque mientras la primera existe todavía como estupendo y viviente monumento de los anales esotéricos, el famoso templo sólo ha existido en los textos de los pergaminos más modernos. Media mucha distancia entre admitir que algunos hebreos eran iniciados, y afirmar que por esta razón sea preciso ver en la Biblia la más acabada representación y modelo del arcaico sistema esotérico.
            
Además, en parte alguna de la Biblia se dice que el hebreo sea la lengua de Dios; y ciertamente que están libres de esta jactancia los autores de la sagrada Escritura, tal vez porque en la época en que se editó tal como ahora aparece se hubiera advertido al instante lo descabellado de semejante pretensión. Los compiladores del Antiguo Testamento, tal como aparece en el canon hebreo, sabían que el idioma de los iniciados era en tiempo de Moisés idéntico al de los hierofantes egipcios; y que ningún dialecto del siriaco antiguo ni del árabe primitivo fue la lengua universal de los sacerdotes. Sin embargo, en todos hay cierto número de palabras derivadas de comunes raíces. Buscarlas es la tarea de la moderna Filología que, con perdón sea dicho de los eminentes profesores de Oxford y Berlín, parece sumida en las cimerianas tinieblas de la hipótesis.
            
Cuando Ahrens se ocupa de las letras tal como están ordenadas en los sagrados pergaminos hebreos, y se percata de que son notas musicales, no había probablemente estudiado nunca la música, aria india. En el idioma sánscrito, las letras están siempre dispuestas en las ollas sagradas, de modo que puedan tomarse por notas musicales; y así todas las palabras de los Vedas son notaciones musicales dispuestas en forma de gráfico, de modo que inseparablemente tienen significado musical y escriturario. Los indos distinguían, como Homero, entre el “lenguaje de los Dioses” y el “lenguaje de los hombres” (9). Los caracteres devanâgarî son “el habla de los Dioses”, y el sánscrito es el lenguaje divino.
            
Se arguye en defensa de la actual versión de los libros mosaicos, que fue preciso “acomodar” la modalidad del lenguaje a la ignorancia del pueblo judío; pero esta “modalidad de lenguaje” hunde el “texto sagrado” de Esdras y sus colegas en los ínfimos niveles del inespiritual y grosero falicismo. Este alegato confirma las sospechas que algunos místicos cristianos y varios filósofos críticos tuvieron acerca de los dos puntos siguientes:

a)  El Poder Divino, en el concepto de Unidad Absoluta, nunca tuvo que ver con Jehovah y el “Señor Dios” de la Biblia, ni más ni menos que con cualquier otro Sephiroth o Número. El Ain-Soph de la Kabalah mosaica es tan independiente de los dioses creados como el mismo Parabrahman.

b) Las enseñanzas encubiertas bajo alegorías en el Antiguo Testamento son copias que de los textos mágicos de Babilonia sacaron Esdras y otros; mientras que el primitivo texto de Moisés tuvo su fuente en Egipto.

En prueba de ello podemos presentar unos cuantos ejemplos que ya conocen casi todos los simbologistas de nota, y esencialmente los egiptólogos franceses. Por otra parte, ni Filón ni los saduceos, ni ningún filósofo judío de la antigüedad, pretendieron, como ahora los cristianos ignorantes, que deban tomarse en sentido literal los acontecimientos bíblicos.

Filón dice explícitamente:

Las expresiones verbales [del Libro de la Ley] son fabulosas. En la alegoría hemos de encontrar la verdad.
Pongamos algunos ejemplos de la última narración hebrea, para ver de remontar las alegorías a su origen.
1º  ¿De dónde están tomados en el primer capítulo del Génesis los seis días de la creación, el descanso del séptimo día, los siete Elohim  y la división del espacio en cielo y tierra?

La separación entre el firmamento arriba y el abismo abajo, es uno de los primeros actos de creación, o mejor dicho de evolución, en todas las cosmogonías. Hermes habla en Pymander de un cielo dividido en siete círculos con siete dioses en ellos. Los ladrillos asirios también nos hablan de siete dioses creadores, cada uno de los cuales actúa en su peculiar esfera. Las inscripciones cuneiformes nos cuentan que Bel dispuso las siete mansiones de los dioses; y nos enseña cómo fueron separados los cielos de la tierra. En las alegorías brahmánicas todas las cosas son septenarias, desde las siete zonas o envolturas del Huevo mundial, hasta los siete continentes, las siete islas, los siete mares, etc. Los seis días de la semana y el séptimo, el Sabbath, tienen por fundamento las siete creaciones del Brahmâ indo, correspondiendo la séptima al hombre; y de un modo secundario al número de la generación. Es ello preeminentemente fálico. En la cosmogonía babilónica, el hombre y los animales fueron creados el séptimo día o período.

2º  Los Elohim hicieron a la mujer de una costilla de Adán. Este procedimiento se encuentra en los textos Mágicos traducidos por G. Smith:

Los siete Espíritus sacaron a la mujer de los lomos del hombre.
dice Sayce en sus Conferencias de Hibbert.
            
En todas las religiones, y en las Escrituras sagradas muchísimo más antiguas que las hebreas, se expone el misterio de la mujer formada del cuerpo del hombre. Lo hallamos en el Avesta, en el Libro de los muertos egipcio y asimismo en los Vedas, cuando Brahmâ masculino se desdobla en la femenina Vâch, en la que engendra a Virâj.
            
3º  Los dos Adanes del primero y segundo capítulo del Génesis, están tomados de los relatos exotéricos de los caldeos y gnósticos egipcios, con posteriores añadiduras de las tradiciones persas que, en su mayor parte, son alegorías arias. El Adán Kadmon es la séptima creación (13), y el Adán de barro es la octava. En los Purânas, Anugraha es en efecto la octava creación, que también tuvieron los egipcios. Ireneo, al lamentarse de los herejes, dice de los gnósticos.
            
Unas veces afirman que el hombre fue creado en el sexto día, y otras que en el octavo (14).
            
Massey, autor de La Creación hebrea y otras, escribe:
            
Las dos creaciones del hombre en el sexto y en el octavo día fueron respectivamente la de Adán u hombre de carne y la del hombre espiritual. San Pablo y los gnósticos llamaron al hombre carnal, primer Adán u hombre de la tierra, y al hombre espiritual, segundo Adán u hombre del cielo. Por su parte, dice Ireneo que los gnósticos atribuían a Moisés la Ogdoada de las siete Potestades y de su madre Sophia (la antigua Kefa, o Palabra viviente en Ombos).
            
Sophia es idéntica a Aditi con sus siete hijos.
            
Si la tarea no fuese superflua, podríamos ir incesantemente cotejando con sus originales las supuestas “revelaciones” de los judíos. De esto se han ocupado con fruto algunos orientalistas que, como Massey, apuraron la materia. Cientos de volúmenes, tratados y folletos se publican anualmente en defensa de la “divina inspiración” supuesta en la Biblia; pero las indagaciones simbólicas y arqueológicas vuelven por los fueros de la verdad (y por consiguiente, de la Doctrina Secreta), rebatiendo los argumentos basados en la fe ciega y quebrándolos como ídolos de pies de barro. La curiosa y erudita obra de H. Grattan Guinness: El próximo fin de la época, trata de resolver los misterios de la cronología bíblica, y de probar en consecuencia la revelación directa de Dios al hombre. Entre otras cosas, dice Guinness:
            
Es imposible negar que en el complicado ritual judaico hay una cronología septiforme de inspiración divina.
                        
Esto lo aceptan y creen cándidamente millares de personas, porque desconocen las Escrituras de otras naciones; pero Massey ha desbaratado irrebatiblemente los argumentos de Guinness en una de sus conferencias sobre la caída del primer hombre. Dice así al ocuparse de la Caída:
            
Aquí, como antes, el génesis no empieza por el principio. Anteriormente a la primera pareja fracasaron y cayeron siete entidades, llamadas por losegipcios “Hijos de la Inercia” (ocho con la madre), que fueron arrojados del Am-Smen o Paraíso de los Ocho. También la leyenda babilónica de la creación habla de los Siete Reyes Hermanos, análogos a los Siete Reyes del Libro de la Revelación y a las Siete Potestades insencientes o Siete ángeles rebeldes que encendieron la guerra en el cielo; así como también a los Siete Crónidas, o Vigilantes, formados desde un principio en el interior del cielo, cuya bóveda extendieron, separando lo visible de lo invisible, idénticamente a la obra de los Elohim en el Libro del Génesis. Los Siete Crónidas son las Potestades elementales del espacio o Guardianes del Tiempo, de quienes se dice que “su oficio era vigilar, pero que no lo cumplieron en las estrellas del cielo”, por lo que fracasaron y cayeron. En el Libro de Enoch, los mismos Siete Vigilantes del cielo son estrellas que desobedecieron los mandatos del Dios antes de tiempo y por ello quedaron sujetos hasta la consumación de sus culpas, al término del gran año secreto del mundo, esto es, del período de precesión, cuando todo se restaure y renazca. El Libro de Enoch considera las siete constelaciones depuestas, como siete refulgentes montañas derribadas en que se asienta la Dama Roja del Apocalipsis (16).
            
Para descifrar esto hay Siete claves, como para cualquier alegoría de la Biblia o de las religiones paganas. Mientras que Massey atina en la clave de los misterios cosmogónicos. Juan Bentley, en su Astronomía inda, afirma que la caída de los ángeles o la Guerra en el cielo, tal como la relatan los indos, es un simbolismo astronómico del cómputo de períodos de tiempo, que en las naciones occidentales tomó la forma de la guerra de los titanes.
            
En una palabra, lo consideran astronómicamente. El autor de El Origen de las Medidas hace lo mismo y dice:
            
Las esferas celestes y terrestre se dividieron [astonómicamente] en doce departamentos de sexo femenino, cuyos señores o maridos eran los planetas que respectivamente los presidían; pero con el tiempo fue preciso corregir la división a fin de evitar el error de poner los departamentos bajo el señorío de planetas distintos. En vez de legal consorcio, había comercio ilícito entre los planetas “hijos de Elohim” y los departamentos o “hijas de H-Adam” u hombre-terreno. Efectivamente, el cuarto versículo del sexto capítulo del Génesis parafrasea este simbolismo diciendo: “En los mismos días, o períodos, había nacimientos intempestivos en la Tierra”; y después de esto que “cuando los hijos de Elohim conocieron a las hijas de H-Adam, engendraron en ellas frutos de prostitución” etc. Esta confusión queda indicada, astronómicamente en el citado símbolo (Obra citada, pág. 243).

¿Todas estas eruditas explicaciones únicamente dan a entender una posible ingeniosa alegoría, una personificación de los cuerpos celestes trazada por los antiguos mitólogos y sacerdotes? Llevadas a su último extremo, explicarían seguramente mucho más, proporcionándonos una de las siete claves legales de los enigmas bíblicos (aunque sin descifrar ninguno de ellos por completo), en vez de darnos ganzúas puramente científicas y artificiosas. Sin embargo, prueban ellas que ni la cronología ni la teogonía septiformes, ni la evolución tienen origen divino en la Biblia. Porque veamos en qué fuentes bebe la Biblia su divina inspiración respecto al sagrado número siete.
Dice Massey en la misma conferencia:


El Génesis nada nos dice acerca de la naturaleza de los Elohim (palabra erróneamente traducida por la de “Dios”), los creadores, según la Escritura hebrea, y que ya existían al empezar la escena. Dice el Génesis que en el principio de los Elohim crearon cielos y tierra. En millares de obras se ha discutido la naturaleza de los Elohim; pero... sin resultado... Los Elohim son siete, ya se consideren como potestades naturales, dioses, constelaciones, espíritus planetarios... pitris, patriarcas, manus o padres de los tiempos primitivos. Sin embargo, los gnósticos y los cabalistas judíos han perpetuado acerca de los Elohim del Génesis un relato que nos permite identificarlos con otras formas de las siete potestades primordiales... Sus nombres son: Ildabaoth, Jehovah o Jao, Sabaoth, Adonai, Eloeo, Oreo y Astanfeo. Significa Ildabaoth el Señor Dios de los padres, es decir, de los Padres que preceden al Padre, y así los siete Elohim se identifican con los siete Pitris o Padres de la India (Ireneo, B. I. XXX, 5). Además, los Elohim hebreos eran preexistentes en nombr y naturaleza, como las divinidades o potestades fenicias. Sanchoniathon los menciona por su nombre y los llama auxiliares de Cronos o el Tiempo. En este aspecto, los Elohim son en el cielo guardianes del Tiempo. Según la mitología fenicia, los Elohim son los siete hijos de Sydik (Melquisedek), idénticos a los siete Kabiris, que en Egipto son los siete hijos de de Ptah, o Espíritus de Ra en el Libro de los Muertos... 

En América son los siete Hohgates... en Asiria los siete Lumazi... Siempre son siete en número... y Kab que significa girar alrededor, es la raíz de la palabra “Kab-iri”... En Asiria eran también los Ili o Dioses, ¡siete en total!... Nacieron de la Madre en el Espacio y pasaron después a la esfera del tiempo como auxiliares de Kronos, o hijos del Padre. Según dice Damasceno en su obra Principios primitivos, los magos consideraron el espacio y el tiempo como fuente de toda existencia; y de potestades aéreas, pasaron los dioses a ser vigilantes del tiempo. Se les asignaron siete constelaciones, y como los siete giraban alrededor de la esfera, se les designó con el nombre de los “Compañeros de los Siete marinos”, Rishis o Elohim. 

Las primeras “Siete Estrellas” no son astros, sino las conductoras de siete constelaciones mayores que con la Osa Mayor describen el círculo del año (18). Los asirios les llamaron los siete Lumazi o guías de los ejércitos de estrellas, o rebaños de ovejas celestes. En la línea hebrea de descenso o involución, los Elohim están identificados, a nuestro entender, por los cabalistas o gnósticos, que encubren la oculta sabiduría o gnosis, cuya clave es absolutamente necesaria para la debida comprensión de la mitología y de la teología... Hay dos constelaciones de siete estrellas cada una a que llamamos Osas; pero las siete estrellas de la Osa Menor se consideraron un tiempo como las siete cabezas del dragón Polar, o sea la bestia de siete cabezas de que hablan los himnos akadianos y el Apocalipsis de San Juan. El dragón mítico tuvo su origen en el cocodrilo, el dragón de Egipto... Ahora bien; en un culto particular de Sut-Tifon, el dios principal, Sevekh, [el séptuple]. Tenía cabeza de cocodrilo igual que la serpiente, y su constelación era el Dragón... 

En Egipto, la Osa Mayor era la constelación de Tifon o Kepha, la vieja generadora, llamada Madre de las Revoluciones; y el Dragón de siete cabezas era su hijo, Sevekh-cronos o saturno, llamado el Dragón de la Vida. El dragón típico o serpiente de siete cabezas fue femenino en un principio, y después se continuó el tipo como masculino en su hijo Sevekh, la Serpiente séptuple, en Ea la séptuple... En Iao Chnubis y otros símbolos. En el Libro de la Revelación hallamos la Dama Escarlata, madre del misterio, la gran ramera que aparece con los órganos de la generación en la mano, montada en una bestia de color de escarlata, con siete cabezas, que es el dragón rojo polar. Era emblema de los sexos masculino y femenino, que los egipcios situaban en el centro polar, el útero de la creación, indicado por la constelación del Dragón en la celeste cuna septentrional del Tiempo. Giraban ambas alrededor del polo celeste o eje del movimiento estelar. En el Libro de Enoch ambas constelaciones son identificadas con Levistán y Behemoth-Bekmut, iguales al Dragón y al Hipopótamo u Osa Mayor, que constituyen la primera pareja creada en el jardín del Edén. Así es que Kefa o Kepha, la primera madre según los egipcios, cuyo nombre significa “misterio”, fue el tipo originario de la Chavah hebrea, llamada después Eva. Por lo tanto, Adán es idéntico al séptuple Sevekh, o Dragón solar en quien se combinan la luz y las tinieblas; y la séptuple naturaleza se simboliza en los siete rayos del gnóstico Iao-Chnubis, dios del número siete, llamado también Sevekh, que como jefe de los Siete es una de las varias alegorías del primer padre.

Todo esto da la clave del prototipo astronómico de las alegorías del Génesis, pero no la del misterio que entraña el séptuple enigma. El hábil egiptólogo muestra asimismo que, según las tradiciones rabínica y gnóstica, Adam era el jefe de los Siete que cayeron del cielo, y los relaciona con los patriarcas, de conformidad con las enseñanzas esotéricas. Porque por mística permutación, y según el misterio de los renacimientos primievales, los Siete Rishis son idénticos a los Siete Prajâpatis, padres y creadores del género humano, y también a los Kumâras, los primeros hijos de Brahmâ, que rehusaron procrear y reproducir. Esta aparente contradicción se explica por la séptuple naturaleza (20) de los hombres celestes o Dhyân Chohans. Esta naturaleza es a propósito para dividir y separar; y mientras los principios superiores (Âtmâ-Buddhi) de los “creadores de hombres” se consideran espíritus de las siete constelaciones, los principios intermedios e inferiores se relacionan con la tierra y se indican:
sin deseo ni pasión, inspirados por la Santa Sabiduría, extraños al Universo y reacios a procrear (21).
Permaneciendo en estado kaumârico (de pureza y virginidad); por lo que se dice que no quisieron engendrar, y por ellos fueron malditos y condenados a nacer y renacer como “Adanes”, según dirían los semitas.
            
Copiemos ahora unas cuantas líneas más de la conferencia del erudito orientalista e investigador Massey, para hacer ver que hubo tiempo en que fue universal la doctrina de la constitución septenaria:
            
Adán, como padre de los Siete, es idéntico al Atum egipcio... llamado también Adon o sea el Adonai de los hebreos. De este modo, la segunda creación refleja y prosigue en el Génesis la última creación, según los mitos que la explican. La caída de Adán en el mundo inferior le condujo a humanizarse en la tierra, por cuyo procedimiento lo celeste se transmutó en terreno. Tal es la alegoría astronómica que, tomada al pie de la letra, se tradujo en la caída del hombre, equivalente al descenso del alma a la materia, con la consiguiente conversión del ser angélico en ser terrestre...
            
...Así lo vemos en los textos [babilónicos], cuando Ea, el primer padre, “perdonó a los dioses conspiradores” para cuya “redención había creado el género humano” ... Por lo tanto, los Elohim son las Siete Potestades universales, unánimemente admitidas por los egipcios, acadianos, babilonios, persas, indos, britanos, gnósticos y cabalistas. Son los Siete padres precursores del Padre en el cielo, pues fueron muy anteriores a la individualización de la paternidad en la tierra... Cuando los Elohim dicen: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, representan los siete elementos, potestades o almas hacedoras del ser humano que iba a surgir a la existencia, antes de que el Creador fuese representado antropomórficamente o hubiese podido infundir semblante humano al hombre adámico. El primer hombre fue creado a la séptuple imagen de los Elohim, con sus siete elementos, principios o almas, y por lo tanto no pudo ser formado a imagen de un solo Dios. Los siete Elohim gnósticos intentaron hacer un hombre a su propia imagen, pero no se lo consintió su falta de potencia viril. Así es que su creación en tierra y cielo fue un fracaso... porque les faltaba el alma de la paternidad. Cuando el gnóstico Ildabaoth, jefe de los siete, exclamó: “Yo soy Dios y el padre”, su madre Sophia [Achamoth] repuso: “No mientas, Ildabaoth, porque el primer hombre (Anthropos, hijo de Anthropos), está sobre ti”. Esto es, el hombre creado entonces a imagen de la paternidad, era superior a los dioses engendrados tan sólo por la Madre. Porque según había sido primero en la tierra, así fue después en el cielo; y por lo tanto los dioses primarios carecían de alma como las primitivas razas humanas... Los gnósticos enseñaban que los Espíritus malignos, o Septenario inferior, derivaron su forma original de la gran Madre que engendraba sin paternidad. Por lo tanto, a imagen del séptuple Elohim fueron formadas las siete razas preadámicas, anteriores a la paternidad individualizada en la segunda creación hebrea.

            
Esto muestra suficientemente cómo el eco de la Doctrina Secreta repercutió por todos los ámbitos del globo, afirmando que las tercera y cuarta razas o especies humanas se completaron con la encarnación de los Mânasa Purtra o Hijos de la Inteligencia o Sabiduría. Sin embargo, aunque los judíos tomaron prestadas de otros pueblos más antiguos las bases de su revelación, sólo poseyeron tres de las siete claves; la astronómica, la númérica (metrología), y la fisiológica, para combinar sus alegorías nacionales, resultando de ello la religión más fálica de todas, transmitida en gran parte a la teología cristiana, según se desprende de los pasajes extractados de las Conferencias del egiptólogo Massey, y más particularmente de la explicación que de la “paternidad” da en las alegorías.

D.S TV

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