El cabalista
que esté enterado de cuanto dejamos dicho, ¿cómo podrá juzgar de las verdaderas
creencias esotéricas de los primitivos judíos por lo que actualmente encuentre
en los pergaminos hebreos? ¿Cómo podrá cualquier orientalista formar opinión definitiva (aunque conozca la ya
descubierta clave del sistema aritmético-geométrico, que es una de las del
idioma universal)? La especulación cabalística orre parejas con la moderna
“especulación masónica”; porque así como esta última trata de remontarse a la
arcaica Masonería de los templos, y fracasa en el intento por haberse visto que
todas sus pretensiones son inexactas desde el punto de vista arqueológico, lo
mismo sucede con la especulación cabalística. De igual suerte que ningún
misterio de la Naturaleza que valga la pena descubrirá la humanidad por saber
si Hiram Abif fue verdaderamente un arquitecto sidonés, o un mito solar, así
tampoco añadiremos nuevas informaciones a la Sabiduría oculta por averiguar qué
privilegios exotéricos confirió Numa Pompilio a los Cellegia Fabrorum. Antes
bien, debemos estudiar los símbolos a la luz de los arios; puesto que el
simbolismo de las antiguas iniciaciones llegó a occidente envuelto en los rayos
del Sol oriental. No obstante, vemos que masones y simbologistas eminentes
dicen que todos estos símbolos y enigmas, cuyo origen se remonta a inconcebible
antigüedad, son ni más ni menos que ampliaciones del habilidoso falicismo
natural, o emblemas de tipología primitiva. Mucho más cerca de la verdad se
coloca el autor de El Origen de las
Medidas, al decir que los elementos de construcción humana y numérica de la
Biblia, no excluyen los elementos
espirituales, aunque ahora los comprendan muy pocos. La siguiente cita es tan
sugestiva como veraz:
La ignorancia corrompió el uso de
tales emblemas hasta el punto de convertirlos en instrumentos de martirio y
tortura, como medios de propagar los cultos religiosos de toda especie. Cuando
uno piensa en los horrores dimanantes de la adoración de Moloch, Baal y Dagón; en los diluvios de sangre que anegaron la
cruz de Constantino, a excitación de la Iglesia secular... cuando uno piensa en
todo esto, y que la causa de todo fue la ignorancia del veradero significado de
Moloch, Baal, Dagón, la Cruz y el T’phillin, que derivan de un común origen, y son, en suma,
ampliación de matemáticas puras y naturales... se ve uno movido a maldecir la
ignorancia, y a desconfiar de las llamadas intuiciones
religiosas; se ve una incitado a desear la vuelta de aquellos días en que el
mundo entero tenía un solo idioma y
un solo conocimiento... Pero aunque
los elementos [constructivos de la pirámide] son racionales y científicos... no
se crea que este descubrimiento implica la exclusión del sentido espiritual de la Biblia, o sea de la relación del
hombre con su espiritual fundamento. ¿Queremos edificar una casa? Pues casa
alguna podrá edificarse con materiales tangibles si antes no se proyecta la traza del edificio, sea palacio o cabaña
lo que se haya de edificar. Así sucede con estos elementos y números; que no
son invención de hombre, sino que se le revelaron en proporción de su capacidad
para comprender el sistema creador
del eterno Dios... Pero espiritualmente,
el valor de esto consiste en que le sirva al hombre de puente para pasar sobre
la construcción material del Cosmos al pensamiento
y mente de Dios con obajeto de
reconocer el proyecto sistemático de
la creación cósmica antes de que el Creador dijese: “Hágase” .
Sin embargo, por mucha verdad que
encierren estas palabras del redescubridor de una de las claves del lenguaje de
los Misterios, ningún ocultista oriental aceptará sus conclusiones. Se propuso
él “hallar la verdad”, y no obstante, cree todavía que:
La Biblia hebrea contiene el mejor y más auténtico vehículo de
comunicación entre [el creador] Dios y el hombre.
A esto objetaremos en pocas palabras
que la verdadera “Biblia hebrea” se
ha perdido, según demostramos en las anteriores páginas; y las falsificadas e
incompletas copias de la Biblia
mosaica de los iniciados, no permiten hacer tan rotundas afirmaciones. Todo lo
más que los orientalistas pueden asegurar es que la Biblia judía, tal como ahora la conocemos (en su última
interpretación adecuada a la clave descubierta), puede despertar a lo sumo un
parcial presentimiento de las verdades que contuvo antes de su adulteración.
Pero ¿cómo puede él saber lo que el Pentateuco
contenía antes de la refundición de Esdras y de las adulteraciones con que
los ambiciosos rabinos lo corrompieron posteriormente? Prescindiendo de la
opinión de los adversarios sistemáticos de las Escrituras hebreas, nos
apoyaremos en la de tan devotos admiradores como Horne y Prideaux. Las
confesiones del primero bastarán para indicarnos lo que queda de los primitivos
libros de Moisés, a menos que participemos de su ciega fe en la inspiración del
Espíritu Santo. Dice Horne que los escribas hebreos se arrogaban la facultad de
copiar, alterar y mutilar como bien les pareciese los textos que caen en sus
manos para incorporarlos a sus propios manuscritos, cuando estaban “convencidos
de que el Espíritu Santo los auxiliaba” en la tarea. Advierte Kenealy que es
imposible aceptar las afirmaciones de Horne, de quien dice:
es tan
remirado en su estilo y tan sumamente escrupuloso en el empleo de las palabras,
que parece como si escribiera en lenguaje diplomático, y sugiere ideas
completamente contrarias a las que desea expresar. Reto a cualquier profano a
que lea el capítulo “Caracteres hebreos”, con la seguridad de que nada aprenderá del asunto tratado.
Todo ello va contra su Iglesia.
Y sin embargo, Horne escribe:
Estamos convencidos... de que las
cosas a que nos referimos derivan de los primitivos autores o compiladores del Antiguo Testamento. Frecuentemente tomaron otros textos, anales,
genealogías y otros documentos por el estilo, que añadieron a la obra o interpolaron más o menos condensadamente en
ella. Los autores del Antiguo Testamento
se aprovecharon con entera libertad e independencia de las Escrituras (de otros
pueblos); porque seguros del favor del Espíritu Santo, adaptaban las obras propias y ajenas a las necesidades de los
tiempos. Bajo esta consideración no puede decirse que hayan corrompido el texto
de la Escritura, sino que lo escribieron .
Pero ¿cómo lo escribieron? Porque,
según dice acertadamente Kenealy:
A juicio de Horne es el Antiguo Testamento una miscelánea de
textos anónimos, que recopilaron y reunieron quienes se creían divinamente
inspirados. Así resulta contra la autenticidad del Antiguo Testamento, una
prueba más concluyente que cuantas pudieran aducir los infieles.
Creemos que esto basta para señalar
que con ninguna de las siete claves del lenguaje universal se pueden
desentrañar los misterios de la Creación en un libro cuyas frases, sea por
descuido, sea de propósito, están aplicadas al póstumo resultado de las ideas
religiosas, es decir, al falicismo. Hay en las partes elohísticas de la Biblia suficiente número de pasajes que
atestiguan haber sido escritos por iniciados; y de aquí la matemática
coordinación y la perfecta armonía entre las dimensiones de la gran pirámide y
los números de los enigmas bíblicos. Pero de existir plagio, no plagiaron
ciertamente los constructores de la pirámide a los del templo de Salomón;
porque mientras la primera existe todavía como estupendo y viviente monumento
de los anales esotéricos, el famoso templo sólo ha existido en los textos de
los pergaminos más modernos. Media mucha distancia entre admitir que
algunos hebreos eran iniciados, y afirmar que por esta razón sea preciso ver en
la Biblia la más acabada
representación y modelo del arcaico sistema esotérico.
Además, en parte alguna de la Biblia se dice que el hebreo sea la
lengua de Dios; y ciertamente que están libres de esta jactancia los autores de
la sagrada Escritura, tal vez porque en la época en que se editó tal como ahora
aparece se hubiera advertido al instante lo descabellado de semejante
pretensión. Los compiladores del Antiguo Testamento, tal como aparece en
el canon hebreo, sabían que el idioma de los iniciados era en tiempo de Moisés
idéntico al de los hierofantes egipcios; y que ningún dialecto del siriaco
antiguo ni del árabe primitivo fue la lengua universal de los sacerdotes.
Sin embargo, en todos hay cierto número de palabras derivadas de comunes raíces.
Buscarlas es la tarea de la moderna Filología que, con perdón sea dicho de los
eminentes profesores de Oxford y Berlín, parece sumida en las cimerianas
tinieblas de la hipótesis.
Cuando Ahrens se ocupa de las letras
tal como están ordenadas en los sagrados pergaminos hebreos, y se percata de
que son notas musicales, no había probablemente estudiado nunca la música, aria
india. En el idioma sánscrito, las letras están siempre dispuestas en las ollas
sagradas, de modo que puedan tomarse por notas musicales; y así todas las
palabras de los Vedas son notaciones musicales dispuestas en forma de gráfico,
de modo que inseparablemente tienen significado musical y escriturario. Los
indos distinguían, como Homero, entre el “lenguaje de los Dioses” y el “lenguaje
de los hombres” (9). Los caracteres devanâgarî son “el habla de los Dioses”, y
el sánscrito es el lenguaje divino.
Se arguye en defensa de la actual
versión de los libros mosaicos, que fue preciso “acomodar” la modalidad del
lenguaje a la ignorancia del pueblo judío; pero esta “modalidad de lenguaje”
hunde el “texto sagrado” de Esdras y sus colegas en los ínfimos niveles del
inespiritual y grosero falicismo. Este alegato confirma las sospechas que
algunos místicos cristianos y varios filósofos críticos tuvieron acerca de los
dos puntos siguientes:
a) El Poder Divino, en el concepto de Unidad
Absoluta, nunca tuvo que ver con Jehovah y el “Señor Dios” de la Biblia, ni más
ni menos que con cualquier otro Sephiroth o Número. El Ain-Soph de la Kabalah mosaica
es tan independiente de los dioses creados como el mismo Parabrahman.
b) Las enseñanzas
encubiertas bajo alegorías en el Antiguo
Testamento son copias que de los textos mágicos de Babilonia sacaron Esdras
y otros; mientras que el primitivo texto de Moisés tuvo su fuente en Egipto.
En prueba de ello podemos
presentar unos cuantos ejemplos que ya conocen casi todos los simbologistas de
nota, y esencialmente los egiptólogos franceses. Por otra parte, ni Filón ni
los saduceos, ni ningún filósofo judío de la antigüedad, pretendieron, como
ahora los cristianos ignorantes, que deban tomarse en sentido literal los
acontecimientos bíblicos.
Filón
dice explícitamente:
Las
expresiones verbales [del Libro de la Ley]
son fabulosas. En la alegoría hemos de encontrar la verdad.
Pongamos algunos ejemplos
de la última narración hebrea, para ver de remontar las alegorías a su origen.
1º ¿De dónde están tomados en el primer capítulo
del Génesis los seis días de la
creación, el descanso del séptimo día, los siete Elohim y la división del
espacio en cielo y tierra?
La
separación entre el firmamento arriba y el abismo abajo, es uno de los primeros
actos de creación, o mejor dicho de evolución, en todas las cosmogonías. Hermes
habla en Pymander de un cielo
dividido en siete círculos con siete dioses en ellos. Los ladrillos asirios
también nos hablan de siete dioses creadores, cada uno de los cuales actúa en
su peculiar esfera. Las inscripciones cuneiformes nos cuentan que Bel dispuso
las siete mansiones de los dioses; y nos enseña cómo fueron separados los
cielos de la tierra. En las alegorías brahmánicas todas las cosas son
septenarias, desde las siete zonas o envolturas del Huevo mundial, hasta los
siete continentes, las siete islas, los siete mares, etc. Los seis días de la
semana y el séptimo, el Sabbath, tienen por fundamento las siete creaciones del
Brahmâ indo, correspondiendo la séptima al hombre; y de un modo secundario al
número de la generación. Es ello preeminentemente fálico. En la cosmogonía
babilónica, el hombre y los animales fueron creados el séptimo día o período.
2º Los Elohim hicieron a la mujer de una
costilla de Adán. Este procedimiento se encuentra en los textos Mágicos
traducidos por G. Smith:
Los
siete Espíritus sacaron a la mujer de los lomos del hombre.
dice Sayce en sus Conferencias de Hibbert.
En todas las religiones, y en las
Escrituras sagradas muchísimo más antiguas que las hebreas, se expone el
misterio de la mujer formada del cuerpo del hombre. Lo hallamos en el Avesta, en el Libro de los muertos egipcio y asimismo en los Vedas, cuando Brahmâ masculino se desdobla en la femenina Vâch, en
la que engendra a Virâj.
3º
Los dos Adanes del primero y segundo capítulo del Génesis, están tomados de los relatos exotéricos de los caldeos y
gnósticos egipcios, con posteriores añadiduras de las tradiciones persas que,
en su mayor parte, son alegorías arias. El Adán Kadmon es la séptima creación
(13), y el Adán de barro es la octava. En los Purânas, Anugraha es en efecto la octava creación, que también
tuvieron los egipcios. Ireneo, al lamentarse de los herejes, dice de los
gnósticos.
Unas veces afirman que el hombre fue
creado en el sexto día, y otras que en el octavo (14).
Massey, autor de La Creación hebrea y otras, escribe:
Las dos creaciones del hombre en el
sexto y en el octavo día fueron respectivamente la de Adán u hombre de carne y
la del hombre espiritual. San Pablo y los gnósticos llamaron al hombre carnal,
primer Adán u hombre de la tierra, y al hombre espiritual, segundo Adán u hombre
del cielo. Por su parte, dice Ireneo que los gnósticos atribuían a Moisés la
Ogdoada de las siete Potestades y de su madre Sophia (la antigua Kefa, o Palabra viviente en Ombos).
Sophia es idéntica a Aditi con sus
siete hijos.
Si la tarea no fuese superflua,
podríamos ir incesantemente cotejando con sus originales las supuestas
“revelaciones” de los judíos. De esto se han ocupado con fruto algunos
orientalistas que, como Massey, apuraron la materia. Cientos de volúmenes,
tratados y folletos se publican anualmente en defensa de la “divina inspiración” supuesta en la Biblia; pero las indagaciones simbólicas
y arqueológicas vuelven por los fueros de la verdad (y por consiguiente, de la
Doctrina Secreta), rebatiendo los argumentos basados en la fe ciega y
quebrándolos como ídolos de pies de barro. La curiosa y erudita obra de H.
Grattan Guinness: El próximo fin de la
época, trata de resolver los misterios de la cronología bíblica, y de
probar en consecuencia la revelación directa de Dios al hombre. Entre otras
cosas, dice Guinness:
Es imposible negar que en el
complicado ritual judaico hay una cronología
septiforme de inspiración divina.
Esto lo aceptan y creen
cándidamente millares de personas, porque desconocen las Escrituras de otras
naciones; pero Massey ha desbaratado irrebatiblemente los argumentos de
Guinness en una de sus conferencias sobre la caída del primer hombre. Dice así
al ocuparse de la Caída:
Aquí, como antes, el génesis no
empieza por el principio. Anteriormente a la primera pareja fracasaron y
cayeron siete entidades, llamadas por losegipcios “Hijos de la Inercia” (ocho
con la madre), que fueron arrojados del Am-Smen o Paraíso de los Ocho. También
la leyenda babilónica de la creación habla de los Siete Reyes Hermanos,
análogos a los Siete Reyes del Libro de
la Revelación y a las Siete Potestades insencientes o Siete ángeles
rebeldes que encendieron la guerra en el cielo; así como también a los Siete
Crónidas, o Vigilantes, formados desde un principio en el interior del cielo,
cuya bóveda extendieron, separando lo visible de lo invisible, idénticamente a
la obra de los Elohim en el Libro del
Génesis. Los Siete Crónidas son las Potestades elementales del espacio o
Guardianes del Tiempo, de quienes se dice que “su oficio era vigilar, pero que
no lo cumplieron en las estrellas del cielo”, por lo que fracasaron y cayeron.
En el Libro de Enoch, los mismos
Siete Vigilantes del cielo son estrellas que desobedecieron los mandatos del
Dios antes de tiempo y por ello quedaron sujetos hasta la consumación de sus
culpas, al término del gran año secreto del mundo, esto es, del período de
precesión, cuando todo se restaure y renazca. El Libro de Enoch considera las siete constelaciones depuestas, como
siete refulgentes montañas derribadas en que se asienta la Dama Roja del Apocalipsis (16).
Para descifrar esto hay Siete
claves, como para cualquier alegoría de la Biblia
o de las religiones paganas. Mientras que Massey atina en la clave de los
misterios cosmogónicos. Juan Bentley, en su Astronomía
inda, afirma que la caída de los ángeles o la Guerra en el cielo, tal como la relatan los indos, es un simbolismo
astronómico del cómputo de períodos de tiempo, que en las naciones occidentales
tomó la forma de la guerra de los titanes.
En una palabra, lo consideran astronómicamente. El autor de El Origen de las Medidas hace lo mismo y
dice:
Las esferas celestes y terrestre se
dividieron [astonómicamente] en doce departamentos de sexo femenino, cuyos señores o maridos eran los planetas que respectivamente los presidían; pero
con el tiempo fue preciso corregir la división a fin de evitar el error de
poner los departamentos bajo el señorío de planetas distintos. En vez de legal
consorcio, había comercio ilícito entre los planetas “hijos de Elohim” y los departamentos o “hijas de H-Adam” u hombre-terreno. Efectivamente, el cuarto
versículo del sexto capítulo del Génesis
parafrasea este simbolismo diciendo: “En los mismos días, o períodos, había
nacimientos intempestivos en la Tierra”; y después de esto que “cuando los
hijos de Elohim conocieron a las hijas de H-Adam, engendraron en ellas frutos
de prostitución” etc. Esta confusión queda indicada, astronómicamente en el
citado símbolo (Obra citada, pág. 243).
¿Todas estas eruditas
explicaciones únicamente dan a entender una posible ingeniosa alegoría, una
personificación de los cuerpos celestes trazada por los antiguos mitólogos y
sacerdotes? Llevadas a su último extremo, explicarían seguramente mucho más,
proporcionándonos una de las siete claves legales de los enigmas bíblicos
(aunque sin descifrar ninguno de ellos por completo), en vez de darnos ganzúas
puramente científicas y artificiosas. Sin embargo, prueban ellas que ni la
cronología ni la teogonía septiformes, ni la evolución tienen origen divino en
la Biblia. Porque veamos en qué fuentes bebe la Biblia su divina inspiración
respecto al sagrado número siete.
Dice
Massey en la misma conferencia:
El
Génesis nada nos dice acerca de la
naturaleza de los Elohim (palabra erróneamente traducida por la de “Dios”), los
creadores, según la Escritura hebrea, y que ya existían al empezar la escena.
Dice el Génesis que en el principio
de los Elohim crearon cielos y tierra. En millares de obras se ha discutido la
naturaleza de los Elohim; pero... sin resultado... Los Elohim son siete, ya se
consideren como potestades naturales, dioses, constelaciones, espíritus
planetarios... pitris, patriarcas, manus o padres de los tiempos primitivos.
Sin embargo, los gnósticos y los cabalistas judíos han perpetuado acerca de los
Elohim del Génesis un relato que nos permite identificarlos con otras formas de
las siete potestades primordiales... Sus nombres son: Ildabaoth, Jehovah o Jao,
Sabaoth, Adonai, Eloeo, Oreo y Astanfeo. Significa Ildabaoth el Señor Dios de
los padres, es decir, de los Padres que preceden al Padre, y así los siete
Elohim se identifican con los siete Pitris o Padres de la India (Ireneo, B. I.
XXX, 5). Además, los Elohim hebreos eran preexistentes en nombr y naturaleza,
como las divinidades o potestades fenicias. Sanchoniathon los menciona por su
nombre y los llama auxiliares de Cronos o el Tiempo. En este aspecto, los
Elohim son en el cielo guardianes del Tiempo. Según la mitología fenicia, los
Elohim son los siete hijos de Sydik (Melquisedek), idénticos a los siete Kabiris,
que en Egipto son los siete hijos de de Ptah, o Espíritus de Ra en el Libro de los Muertos...
En América son
los siete Hohgates... en Asiria los siete Lumazi... Siempre son siete en
número... y Kab que significa girar
alrededor, es la raíz de la palabra “Kab-iri”... En Asiria eran también los Ili
o Dioses, ¡siete en total!... Nacieron de la Madre en el Espacio y pasaron
después a la esfera del tiempo como auxiliares de Kronos, o hijos del Padre.
Según dice Damasceno en su obra Principios
primitivos, los magos consideraron el espacio y el tiempo como fuente de
toda existencia; y de potestades aéreas, pasaron los dioses a ser vigilantes
del tiempo. Se les asignaron siete constelaciones, y como los siete giraban
alrededor de la esfera, se les designó con el nombre de los “Compañeros de los
Siete marinos”, Rishis o Elohim.
Las primeras “Siete Estrellas” no son astros,
sino las conductoras de siete constelaciones mayores que con la Osa Mayor
describen el círculo del año (18). Los asirios les llamaron los siete Lumazi o
guías de los ejércitos de estrellas, o rebaños de ovejas celestes. En la línea
hebrea de descenso o involución, los Elohim están identificados, a nuestro
entender, por los cabalistas o gnósticos, que encubren la oculta sabiduría o
gnosis, cuya clave es absolutamente necesaria para la debida comprensión de la
mitología y de la teología... Hay dos constelaciones de siete estrellas cada
una a que llamamos Osas; pero las siete estrellas de la Osa Menor se
consideraron un tiempo como las siete cabezas del dragón Polar, o sea la bestia
de siete cabezas de que hablan los himnos akadianos y el Apocalipsis de San Juan. El dragón mítico tuvo su origen en el
cocodrilo, el dragón de Egipto... Ahora bien; en un culto particular de
Sut-Tifon, el dios principal, Sevekh, [el séptuple]. Tenía cabeza de cocodrilo
igual que la serpiente, y su constelación era el Dragón...
En Egipto, la Osa
Mayor era la constelación de Tifon o Kepha,
la vieja generadora, llamada Madre de las Revoluciones; y el Dragón de siete
cabezas era su hijo, Sevekh-cronos o saturno, llamado el Dragón de la Vida. El
dragón típico o serpiente de siete cabezas fue femenino en un principio, y
después se continuó el tipo como masculino en su hijo Sevekh, la Serpiente
séptuple, en Ea la séptuple... En Iao Chnubis y otros símbolos. En el Libro de la Revelación hallamos la Dama
Escarlata, madre del misterio, la gran ramera que aparece con los órganos de la
generación en la mano, montada en una bestia de color de escarlata, con siete
cabezas, que es el dragón rojo polar. Era emblema de los sexos masculino y
femenino, que los egipcios situaban en el centro polar, el útero de la
creación, indicado por la constelación del Dragón en la celeste cuna
septentrional del Tiempo. Giraban ambas alrededor del polo celeste o eje del
movimiento estelar. En el Libro de Enoch
ambas constelaciones son identificadas con Levistán y Behemoth-Bekmut, iguales
al Dragón y al Hipopótamo u Osa Mayor, que constituyen la primera pareja creada
en el jardín del Edén. Así es que Kefa o Kepha, la primera madre según los
egipcios, cuyo nombre significa “misterio”, fue el tipo originario de la Chavah
hebrea, llamada después Eva. Por lo tanto, Adán es idéntico al séptuple Sevekh,
o Dragón solar en quien se combinan la luz y las tinieblas; y la séptuple
naturaleza se simboliza en los siete rayos del gnóstico Iao-Chnubis, dios del
número siete, llamado también Sevekh, que como jefe de los Siete es una de las
varias alegorías del primer padre.
Todo
esto da la clave del prototipo astronómico de las alegorías del Génesis, pero
no la del misterio que entraña el séptuple enigma. El hábil egiptólogo muestra
asimismo que, según las tradiciones rabínica y gnóstica, Adam era el jefe de
los Siete que cayeron del cielo, y los relaciona con los patriarcas, de
conformidad con las enseñanzas esotéricas. Porque por mística permutación, y
según el misterio de los renacimientos primievales, los Siete Rishis son
idénticos a los Siete Prajâpatis, padres y creadores del género humano, y
también a los Kumâras, los primeros hijos de Brahmâ, que rehusaron procrear y
reproducir. Esta aparente contradicción se explica por la séptuple naturaleza
(20) de los hombres celestes o Dhyân Chohans. Esta naturaleza es a propósito
para dividir y separar; y mientras los principios superiores (Âtmâ-Buddhi) de
los “creadores de hombres” se consideran espíritus de las siete constelaciones,
los principios intermedios e inferiores se relacionan con la tierra y se
indican:
sin deseo ni
pasión, inspirados por la Santa Sabiduría, extraños al Universo y reacios a
procrear (21).
Permaneciendo en estado kaumârico (de pureza y
virginidad); por lo que se dice que no quisieron engendrar, y por ellos fueron
malditos y condenados a nacer y renacer como “Adanes”, según dirían los
semitas.
Copiemos ahora unas cuantas líneas
más de la conferencia del erudito orientalista e investigador Massey, para
hacer ver que hubo tiempo en que fue universal la doctrina de la constitución
septenaria:
Adán, como padre de los Siete, es
idéntico al Atum egipcio... llamado también Adon o sea el Adonai de los
hebreos. De este modo, la segunda creación refleja y prosigue en el Génesis la última creación, según los
mitos que la explican. La caída de Adán en el mundo inferior le condujo a
humanizarse en la tierra, por cuyo procedimiento lo celeste se transmutó en
terreno. Tal es la alegoría astronómica que, tomada al pie de la letra, se
tradujo en la caída del hombre, equivalente al descenso del alma a la materia,
con la consiguiente conversión del ser angélico en ser terrestre...
...Así lo vemos en los textos
[babilónicos], cuando Ea, el primer padre, “perdonó a los dioses conspiradores”
para cuya “redención había creado el género humano” ... Por lo tanto, los
Elohim son las Siete Potestades universales, unánimemente admitidas por los
egipcios, acadianos, babilonios, persas, indos, britanos, gnósticos y
cabalistas. Son los Siete padres precursores del Padre en el cielo, pues fueron
muy anteriores a la individualización de la paternidad en la tierra... Cuando
los Elohim dicen: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, representan
los siete elementos, potestades o
almas hacedoras del ser humano que iba a surgir a la existencia, antes de que
el Creador fuese representado antropomórficamente o hubiese podido infundir
semblante humano al hombre adámico. El primer hombre fue creado a la séptuple
imagen de los Elohim, con sus siete elementos, principios o almas, y por
lo tanto no pudo ser formado a imagen de un solo Dios. Los siete Elohim
gnósticos intentaron hacer un hombre a su propia imagen, pero no se lo
consintió su falta de potencia viril. Así es que su creación en tierra y
cielo fue un fracaso... porque les faltaba el alma de la paternidad. Cuando el
gnóstico Ildabaoth, jefe de los siete, exclamó: “Yo soy Dios y el padre”,
su madre Sophia [Achamoth] repuso: “No mientas, Ildabaoth, porque el primer
hombre (Anthropos, hijo de Anthropos), está sobre ti”. Esto es, el hombre
creado entonces a imagen de la paternidad, era superior a los dioses engendrados
tan sólo por la Madre. Porque según había sido primero en la tierra, así
fue después en el cielo; y por lo tanto los dioses primarios carecían de
alma como las primitivas razas humanas... Los gnósticos enseñaban que los
Espíritus malignos, o Septenario inferior, derivaron su forma original de la
gran Madre que engendraba sin paternidad. Por lo tanto, a imagen del séptuple
Elohim fueron formadas las siete razas preadámicas, anteriores a la paternidad
individualizada en la segunda creación hebrea.
Esto muestra suficientemente cómo el
eco de la Doctrina Secreta repercutió por todos los ámbitos del globo,
afirmando que las tercera y cuarta razas o especies humanas se completaron con
la encarnación de los Mânasa Purtra o Hijos de la Inteligencia o Sabiduría. Sin
embargo, aunque los judíos tomaron prestadas de otros pueblos más antiguos las
bases de su revelación, sólo poseyeron tres de las siete claves; la
astronómica, la númérica (metrología), y la fisiológica, para combinar sus
alegorías nacionales, resultando de ello la religión más fálica de todas,
transmitida en gran parte a la teología cristiana, según se desprende de los
pasajes extractados de las Conferencias del egiptólogo Massey, y más
particularmente de la explicación que de la “paternidad” da en las alegorías.
D.S TV
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