Consideraremos
ahora nuevamente la identidad esencial de la Gupta Vidyâ oriental y el sistema
cabalístico, al paso que mostremos la disparidad de sus interpretaciones
filosóficas desde la Edad Media.
Hemos de confesar que los juicios de
los cabalistas en sus sintéticas conclusiones respecto de la naturaleza de
los misterios enseñados solamente en el Zohar,
son tan contradictorios y desencaminados como los de la misma ciencia. Al igual
que los alquimistas y rosacruces medievales (como el abate Tritemio, Juan
Reuchlin, Agrippa, Paracelso, Roberto Fludd, Filaletes, etc.), en cuyo nombre
juran, los ocultistas continentales tienen la Kabalah hebrea por fuente universal y única de sabiduría; y
encuentran en ella el secreto de casi todos los misterios metafísicos y divinos
de la Naturaleza, incluso, según Reuchlin, los de la Biblia cristiana. Para ellos es el Zohar un tesoro esotérico de todos los misterios del evangelio
cristiano; y el Sepher Yetzirah es la
luz que disipa toda oscuridad, la clave de todos los secretos de la Naturaleza.
Si muchos de los modernos partidarios de los cabalistas medievales tienen
alguna idea del significado real de la simbología de sus maestros elegidos, esa
es otra cuestión. Muchos de ellos ni siquiera se han fijado en que el lenguaje
esotérico de los alquimistas era de su propia invención; y que lo empleaban
como velo para evitar los peligros de la época; pero no era el misterioso
lenguaje de los iniciados paganos que los alquimistas encubrieron una vez más.
La cuestión se nos ofrece ahora de
modo tal que, como los alquimistas antiguos no dejaron la clase de sus
escritos, resultan estos un misterio dentro de otro misterio.
La Kabalah se interpreta y compulsa
únicamente a la luz que los místicos medievales proyectaron sobre ella; pero
como estos, en su forzada Cristología, tuvieron que disfrazar con caretas
dogmáticas las antiguas enseñanzas, sucede que cada místico moderno interpreta
a su manera los antiguos símbolos, apoyándose en los rosacruces y alquimistas
de hace tres o cuatro siglos. Los dogmas místicos cristianos son el maëlstrom central que engulle todos los
antiguos símbolos paganos; y el cristianismo antignóstico es la moderan
retorta, que ha reemplazado al alambique de los alquimistas, y en donde se ha
destilado, hasta dejarla desconocida, la Kabalah,
esto es, el hebreo Zohar y otras obras
místicas de los rabinos. De ello resulta que el estudiante interesado hoy en
las ciencias ocultas, ha de creer que el ciclo simbólico del “Anciano de los
Días”, y cada cabello de la poblada barba del Macroprosopos, ¡se refieren sólo
a la historia terrena de Jesús de Nazareth! Y dicen otros que la Kabalah “fue comunicada primeramente a
una escogida compañía de ángeles”, por el mismo Jehová, quien por modestia, a
lo que cabe presumir, se hizo únicamente en ella el tercer sephirot, y femenino
por añadidura. Tantos cabalistas, tantas interpretaciones.
Creen algunos (acaso
con mayor razón), que la masonería tiene por fundamento la esencia de la Kabalah, puesto que la masonería moderna
es indudablemente el pálido y neblino reflejo de la oculta masonería primieval,
de las enseñanzas de aquellos divinos masones que establecieron los misterios
de los prehistóricos y antediluvianos templos de iniciación, erigidos por
constructores verdaderamente sobrehumanos. Declaran otros que los dogmas
expuestos en el Zohar se refieren
meramente a misterios profanos y terrenos, sin relación alguna con
especulaciones metafísicas, tales como la existencia e inmortalidad del alma,
como ocurre también con los libros mosaicos. No faltan quienes afirmen (y estos
son los verdaderos y genuinos cabalistas que recibieron las enseñanzas de los
rabinos iniciados), que si los dos cabalistas más eruditos de la Edad Media,
Juan Reuchlin y Paracelso, profesaron distinta religión (pues el primero inició
la reforma protestante y el segundo fue católico por lo menos en apariencia),
el Zohar no puede contener gran cosa
de cristianismo dogmático ni en uno ni en otro aspecto; y así sostienen que el
lenguaje numérico de las obras cabalísticas enseña verdades universales, y no
las de una religión particular. Quienes esto afirman, aciertan al decir que el
misterioso idioma empleado en el Zohar
y otras obras cabalísticas fue, en tiempos de inconcebible antigüedad, el
idioma universal del género humano. Pero yerran completamente al añadir la
insostenible teoría de que este idioma
fue inventado por los hebreos y peculiar de ellos, de quienes lo tomaron las
demás naciones.
Se equivocan en esto; porque aunque
el Zohar (..... ZHR), El Libro del esplendor, deriva del
rabino Simeón ben Jochai (su hijo Eleazar, también rabino, recopiló con ayuda
de su secretario Abbas, las enseñanzas de su difunto padre en un libro llamado Zohar), aquellas enseñanzas no son
originales del rabino Simeón, según demuestra la Gupta Vidyâ, sino tan antiguas
como el mismo pueblo judío, y mucho más todavía. En resumen, la obra que con el
título de Zohar se atribuye al rabino
Simeón, resulta tan adulterada como las tablas sincrónicas de Egipto después de
haberlas copiado Eusebio; o como las Epístolas
de San Pablo luego de su revisión y corrección por la “Santa Iglesia”.
Echemos una mirada retrospectiva a
la historia y vicisitudes de ese mismo Zohar,
según nos lo dan a conocer la verídica tradición y documentos fidedignos. No
necesitamos discutir si se escribió un siglo antes o un siglo después de J. C.
Bástenos saber que los judíos cultivaron en todo tiempo la literatura
cabalística; y aunque su historia date tan sólo de la época de la cautividad,
todos los documentos literarios, desde el Pentateuco
hasta el Talmud, se escribieron en
lenguaje misterioso, constituyendo en realidad una serie de memorias simbólicas
que los judíos habían copiado de los santuarios caldeos y egipcios, pero
adaptándolas a su historia nacional, si historia puede llamarse. Lo que
nosotros afirmamos, y no negará ni el más obstinado cabalista, es que la
sabiduría cabalista se transmitió oralmente durante muchísimos siglos hasta los
últimos Tanaim precristianos; y aunque David y Salomón puede que hayan sido muy
versados en ella, nadie se atrevió a escribir texto alguno hasta los días de
Simeón ben Jochai. En resumen: los conocimientos que se encuentran en la
literatura cabalística no fueron jamás confiados a la escritura antes del siglo
primero de la Era moderna.
Esto sugiere al crítico la reflexión
de que, a pesar de ser los Vedas y la
literatura brahmánica de la India muy anteriores a la era cristiana (hasta el
punto de que los orientalistas se ven forzados a reconocer un par de milenios
de antigüedad a los más viejos manuscritos); de que a pesar de haberse
encontrado las principales alegorías del Génesis
en los ladrillos de Babilonia, siglos antes de J. C.; de que sin embargo de
suministrar los sarcófagos egipcios, año tras año, pruebas irrefutables de las
doctrinas copiadas y plagiadas por los hebreos, todavía se encomia el
monoteísmo judío y se ensalza la revelación cristiana sobre todas las demás,
como el Sol sobre una batería de luces de gas. Con todo, está fuera de toda
duda que ningún manuscrito, sea cabalístico, talmúdico o cristiano, de cuantos
han llegado hasta nosotros, se remonta más allá de los primeros siglos de
nuestra era; mientras que no cabe decir otro tanto de los ladrillos caldeos, de
los papiros egipcios, y aun de muchos escritos orientales.
Pero limitemos estas indagaciones a
la Kabalah, y principalmente al Zohar, que también se llama la Midrash.
Este libro, publicado por vez primera entre los años 110 y 70 después de J. C.,
se perdió, quedando esparcido su texto en manuscritos sueltos, hasta el siglo
XIII. Es ridícula la opinión de que lo compuso el judío Moisés de León, de
España, Valladolid, que lo presentó como del seudógrafo Simeón ben Jochai; esto
lo ha rebatido bien Munk, aunque indica más que una moderna interpolación en el
Zohar. Pero hay razones para admitir
que este Moisés de León escribió el actual Libro
de Zohar, cuyo sabor literario es más cristiano, debido a colaboraciones,
que otras obras genuinas de esta religión. Munk lo explica diciendo que
evidentemente aprovechó el autor documentos antiguos, y entre ellos una
colección de tradiciones y exposiciones bíblicas, o Midraschim, que se han perdido.
Munk se apoya en la autoridad del
escritor judío Tholuck, para demostrar que los hebreos conocieron muy
tardíamente el sistema esotérico expuesto en el Zohar; o que por lo menos, lo habían olvidado hasta el punto de
admitir sin protestas las innovaciones y añadiduras introducidas por Moisés de
León. A este propósito, dice que Haya Gaon, fallecido en 1038, es a lo que se
sabe el primer autor que expuso (y perfeccionó) la teoría de los Sephirot, a quienes
dio nombres que empleó, entre los cabalísticos, también el Dr. Jellinek. Moisés
ben Schem-Tob de León, sostuvo íntima correspondencia con los eruditos escribas
cristianos de Siria y Caldea, y bien pudo adquirir de ellos el conocimiento de
algunos de los escritos gnósticos.
Además, el Sepher Yetzirah o Libro de la
Creación, aunque atribuido a Abraham y de texto muy arcaico, aparece
mencionado por primera vez en el siglo XI por Jehuda Ho Levi (Chazari). Ambas
obras, el Zohar y el Yetzirah, son el arsenal de todos los
demás libros cabalísticos. Veamos ahora cuán poca confianza pueden inspirar los
mismos sagrados cánones hebreos.
La palabra “Kabalah” procede de una
raíz que significa “recibir” y es análoga a la sánscrita “smriti” (recibir por
tradición), o sea el sistema de enseñanzas orales transmitidas de una
generación de sacerdotes a otra, como sucedió con los libros brahmánicos antes
de escribirlos en manuscritos. Los judíos aprendieron de los caldeos los dogmas
cabalísticos; y si Moisés conoció el primitivo y universal idioma de los
iniciados, como lo conocían todos los sacerdotes egipcios, estando por ello
enterado del sistema numérico en que se basaba, bien pudo escribir el Génesis y otros “pergaminos”, pero los
cinco libros que ahora se conocencon el nombre de Pentateuco, no son las originales memorias mosaicas. Tampoco se
escribieron en los antiguos caracteres hebreosde forma cuadrada, ni siquiera en
caracteres samaritanos; porque ambos alfabetos pertenecen a época posterior, y
no se conocían entiempos del gran legislador hebreo, ni como idioma ni como
alfabeto.
Como
quiera que las afirmaciones contenidas en los anales de la Doctrina Secreta de
Oriente tienen poco valor para la generalidad de lasgentes, y como para
entenderlas y para convencer al lector es preciso emplear nombres familiares y
aducir argumentos y pruebas que todos puedan comprender, sañalaremos los
siguientes puntos a fin de intentar demostrar que nuestros asertos se basan
exclusivamente en las enseñanzas de archivos ocultos.
1º
El eminente erudito y orientalista Klaproth, niega rotundamente la
antigüedad del llamado alfabeto hebreo, fundándose en que los caracteres
cuadrados de los manuscritos bíblicos, actualmente usados en la imprenta, se
derivan con toda probabilidad de la escritura palmirena o de algún otro
alfabeto semítico; de modo que la Biblia
se escribió en palabras hebreas, pero con signos fonéticos caldeos.
El
difunto doctor Kenealy observa a este propósito que judíos y cristianos se
fiaron de:
las
fonografías de una lengua muerta y casi desconocida, tan abstrusa como los
caracteres de las montañas de Asiria.
2º Ha fracasado todo intento de retrollevar los
caracteres cuadrados hebreos a la época de esdras (458 años antes de J. C.).
3º
Se afirma que los judíos tomaron su alfabeto del de los babilonios
durante la cautividad; pero hay eruditos que no remontan los actuales
caracteres cuadrados hebreos, más allá de fines del siglo IV después de J. C.
(6).
Con la Biblia hebrea sucede
precisamente lo mismo que si las obras de Homero se imprimieran en caracteres
latinos y no griegos, o las obras de Shakespeare en caracteres birmanos.
4º
Quienes sostienen que el hebreo antiguo es el siríaco o caldeo, han de
advertir que Dios amenaza al pueblo de Israel por boca de Jeremías con suscitar contra él la antigua y poderosa nación
caldea:
una nación
cuya lengua desconoces, ni entiendes lo que dicen.
Esto
mismo arguye el obispo Walton contra la identidad del caldeo y del hebreo.
5º
El idioma real de los hebreos hablaban en tiempo de Moisés, se había
desfigurado después de la cautividad, cuando confundidos los israelitas con los
caldeos tomaron voces de la lengua de estos y dieron origen a un dialecto
caldaico que sustituyó al hebreo antiguo en el lenguaje vulgar.
Respecto de la afirmación de que el
actual Antiguo Testamento no contiene
los originales Libros de Moisés, está corrobordo por las pruebas siguientes:
1º Los samaritanos repudiaron los libros
canónicos de los judíos y su “Ley de Moisés”. No tienen ellos los Salmos de
David, ni las Profecías, ni el Talmud ni el Mishna, sino tan sólo los verdaderos “Libros de Moisés”, en una
edición completamente distinta. Los Libros de Moisés y de Josué han sido
totalmente desfigurados por los talmudistas, según dicen los samaritanos.
2º Los “judíos negros” de Cochin (India
meridional) tienen unos “Libros de Moisés” que no enseñan a nadie, y que
difieren esencialmente de los actuales pergaminos. No están escritos en
caracteres cuadrados (semicaldeos y semipalmirenos), sino en letras arcaicas
que, según nos dijo uno de ellos, sólo conocen ellos mismos y algunos
samaritanos. Estos judíos negros ignoran todo lo referente a la cautividad de
Babilonia y a las diez “tribus
perdidas” (siendo esta últimas una pura invención de los Rabinos), todo lo cual
prueba que llegaron a India antes del año 600 anterior a J. C.
3º Los judíos karaimes de Crimea, que se
consideran descendientes de los verdaderos hijos de Israel, esto es, de los
saduceos, repudian el Torah y el Pentateuco de las sinagogas, guardan el
viernes en vez del sábado y tienen sus peculiares “Libros de Moisés”; rechazan
los Profetas y los Salmos y se aferran a los que llaman su
Ley única y real.
Todo esto evidencia que la Kabalah de los judíos es sólo un eco
infiel de la Doctrina Secreta de los caldeos; y que la verdadera Kabalah se halla en el Libro de los Números caldeo, que
actualmente pñoseen algunos sufis persas. Todos los pueblos de la antigüedad
tuvieron sus peculiares tradiciones basadas en las mismas de la Doctrina
Secreta de los arios; y todos suponen que un Sabio de su raza recibió la
primitiva revelación de un Ser divino, y por su mandato la expuso en Escrituras
sagradas. En el pueblo judío, sucedió lo propio que en los demás pueblos. De Moisés
recibió las leyes sociales y las enseñanzas cosmogónicas, aunque después las
mutiló y corrompió por completo.
En nuestra doctrina, Âdi es el
nombre genérico de los primeros hombres, es decir, de las primeras razas con
habla, en cada una de las siete zonas, y de dicho nombre se deriva tal vez el
de “Ad-am”. Todos los pueblos dicen que a los primeros hombres, se les
revelaron los divinos misterios de la creación. Así lo sabeos (según una
tradición conservada en las obras sufis), dicen que cuando el “tercer gran
hombre” salió del pñaís adyacente a la India para Babel, le dieron un árbol, luego otro, y después otro, cuyas hojas contenían la historia de todas
las razas. El “tercer pñrimer hombre” significa el que perteneció a la tercera
raza raíz, y los sabeos también le llamaron Adam. Los árabes del alto Egipto, y
los musulmanes en general, tienen por tradición que el arcángel Azazel trae un
mensaje de Dios para Adam doquiera que éste renace. Los sufis explican el
significado de la tradición diciendo que cada Seli-Alah (“escogido de Dios”)
recibe un libro de manos de los mensajeros. A todas las naciones, y no tan sólo
a la judía, se refiere la leyenda narrada por los cabalistas, según la cual el
ángel Raziel recuperó después de la caída de Adam el libro que antes de dicha
caída le había dado (libro lleno de misterios, de signos y de acontecimientos
que habían sido, eran o iban a ser); pero que más tarde, se lo devolvió por
temor de que los hombres no pudieran aprovecharse de las sabias enseñanzas que
contenía. Adán entregó, dicen, el libro a Seth, de quien pasó a Enoch, de éste
a Abraham y así sucesivamente de mano en mano del más digno de cada generación.
A su vez refiere Berosio que Xisuthrus escribió un libro por mandato de su
Divinidad, el cual quedó enterrado en Zipara (13) o Sippara, la ciudad del Sol,
en Ba-bel-onya. De este libro tomó Berosio la historia de las dinastías
antediluvianas de dioses y héroes. Elian, en su obra Nemrod, habla de un halcón (emblema del Sol), que en el principio
del tiempo trajo a los egipcios el libro de la sabiduría de su religión. El Sam-Sam de los sabeos es también una Kabalah, como asimismo el árabe Zem-Zem (Pozo de Sabiduría).
Según informe de un muy erudito
cabalista, afirma Seyffarth que el egipcio antiguo era igual que el hebreo
antiguo, es decir, un dialecto semítico; y en prueba de ello cita "“nas
500 veces comunes" ” las dos lenguas. Esto prueba muy poco en nuestra
opinión; pues a lo sumo sirve para demostrar que ambos pueblos convivieron
durante algunos siglos, y que antes de adoptar el caldeo por lengua fonética,
hablaban los judíos el copto antiguo. Las Escrituras hebreas tomaron su oculta
sabiduría de la Religión primitiva, que fue el manantial de otros libros
sagrados; pero se corrompieron al aplicarla a cosas y misterios mundanos, en
vez de fijarlas en las elevadas y eternas, aunque invisibles esferas. La
historia nacional del pueblo hebreo, si es que puede reconocérsele autonomía
antes de su vuelta de Babilonia, no se remonta más allá de la época de Moisés.
El idioma de Abraham (si Zeruan, Saturno, el emblema del tiempo, el “Sar”,
“Saros” un “ciclo”, puede decirse tenga algún lenguaje), no fue el hebreo, sino
el caldeo, y acaso el árabe, o más probablemente algún antiguo dialecto indo.
En demostración de esto hay numerosas pruebas, de las que expondremos algunas;
y aunque para complacer a los obstinados y testarudos partidarios de la
cronología bíblica pusiéramos la edad de nuestro globo en el procústico lecho
de 7.000 años, resultaría evidente que no puede asignársele mucha antigüedad al
hebreo por la sola razón de que, como ellos suponen, lo hablara Adán en el
Paraíso.
Dice Bunsen en su obra: Lugar de Egipto en la Historia Universal:
En las tribus caldeas directamente
relacionadas con Abraham, hallamos reminiscencias de datos, confundidos con
genealogías de hombres, o fechas de épocas. Las memorias abrahámicas se
remontan lo menos atres mil años antes del abuelo de Jacob.
La Biblia hebrea ha sido siempre un libro esotérico, pero su
significado oculto fue variando desde la época de Moisés. La historia de estas
variaciones se conoce demasiado para que nos detengamos en ella, pues basta
saber que el Pentateuco de hoy no es
el original Las críticas de Erasmo y de Newton prueban que las Escrituras
hebreas se habían perdido y vuelta a escribir hasta doce veces, antes de la
época de Ezra; quien, según toda probabilidad, fue aquel mismo sacerdote caldeo
del Fuego y del Sol, llamado Azara, renegado, que ambicioso de mando y poderío,
refundió a su manera los antiguos libros judíos perdidos. Por estar versado en
simbología o sistema de numeración esotérica, le fue fácil recopilar los
fragmentos conservados por varias tribus, y reconstituir un en apariencia
armónico relato de la Creación y de las vicisitudes del pueblo judío. Pero en
su significado oculto, desde el Génesis
hasta la última palabra del Deuteronomio,
es el Pentateuco la narración
simbólica de los sexos, y una apología del falicismo, encubierta bajo
personificaciones astonómicas y fisiológicas. Sin embargo, su coordinación
tan sólo es aparente; y todos los pasajes del “Libro de Dios” delatan mano de
hombre. De aquí que el Génesis hable de los reyes de Edom, antes de que hubiese
reyes en Israel; que Moisés relate su propia muerte, y Aarón muera dos veces y
se le entierre en dos distintos lugares, aparte de otras incongruencias por el
estilo. Para el cabalista esto es bagatela, pues sabe que ninguno de estos
acontecimientos es histórico, sino la cubierta que oculta varias peculiaridades
fisiológicas; pero para el cristiano sincero, que acepta de buena fe todos
estos “pasajes oscuros”, significa todo ello mucho. Los masones podrían tener a
Salomón por un mito, pues nada pierden con ello, ya que todos sus secretos
son alegóricos y cabalísticos, por lo menos para los pocos que los comprenden;
pero gran pérdida es para el cristiano que la historia niegue la existencia de
Salomón, hijo de David y ascendiente directo de Jesús. No hay motivo fundado
para que los cabalistas asignen mucha antigüedad a los pergaminos bíblicos que
hoy poseen los hebraístas, pues tanto judíos como cristianos confiesan que:
Las Escrituras se perdieron en la
cautividad de Babilonia; y el levita y el sacerdote Esdras, en tiempo de
Artajerjes, rey de Persia, recibió inspiración en el ejercicio de la profecía,
y pudo restaurar el conjunto de las antiguas Escrituras.
Preciso es creer firmemente en
“Esdras”, y sobre todo en su buena fe, para admitir la legitimidad de los
actuales libros mosaicos. Porque:
Suponiendo
que las copias o, mejor dicho, las transcripciones fonográficas que llevaron a
cabo Hilcias, Esdras y otros publicistas anónimos, fuesen genuinamente
verdaderas, debió destruirlas Antioco; y las actuales versiones del Antiguo
Testamento han de ser obra de Judas Macabeo o tal vez de recopiladores
desconocidos, probablemente de los Setenta griegos, mucho después de la muerte
de Jesús.
En consecuencia, la fidelidad del
actual texto hebreo de la Biblia
depende de la versión hecha milagrosamente en Grecia por los Setenta; pues como se habían perdido las
copias originales, resulta que los actuales textos hebreos son traducción del
griego. Para salir de tan vicioso círculo de pruebas hemos de apoyarnos una vez
más en el testimonio de Josefo y Filón Judeo, los dos únicos historiadores
judíos que aseguran haberse escrito la versión de los Setenta en las referidas circunstancias. Y es justo decir que esas
circunstancias no son propias para inspirar confianza. Josefo dice que deseoso
Tolomeo Filadelfo de leer en griego las Escrituras hebreas, solicitó del sumo
sacerdote Eleazar que le enviase seis
hombres de cada una de las doce tribus para que las tradujesen. Cuenta
después una peregrina historia, atestiguada por Aristeas, según la cual, los
setenta y dos traductores, recluidos en una isla, llevaron a cabo su tarea en
setenta y dos días justos, etc.
Podría creerse esta historia si no
intervinieran en ella las “diez tribus desaparecidas”; porque si desaparecieron
entre los años 700 y 900 antes de J. C., ¿cómo algunos siglos después enviaron
seis hombres cada una para satisfacer los deseos de Tolomeo, y quedar de nuevo
fuera del horizonte histórico? Verdaderamente es un milagro.
No obstante, en documentos tales
como la versión de los Setenta, se
nos pide ver la directa relación divina. De los documentos originales, escritos
en idioma hoy día desconocido, por autores sin duda místicos y en fechas
inverosímiles, no queda ni pizca. A pesar de ello hay quienes persisten en
hablar del hebreo antiguo; como si alguien lo conociera hoy día. Tan poco en
efecto se conocía el hebreo, que tanto la versión de los Setenta como el Nuevo
Testamento, tuvieron que ser escritos en una lengua pagana (el griego); por más que Hutchinson dé una razón de ello,
diciendo que el Espíritu Santo quiso dictar el Nuevo Testamento en lengua
griega.
Se asigna mucha antigüedad al idioma
hebreo, y sin embargo no hay ni rastro de él en los monumentos antiguos, ni
siquiera en Caldea. Entre el gran número de inscripciones de varias clases,
halladas en este país, jamás se ha descubierto una sola en caracteres hebreos;
ni medalla o joya ni documento alguno que tenga esos caracteres de nueva
invención y pueda atribuirse ni tan siquiera a la época de Jesús.
El Libro de Daniel se escribió originalmente en un dialecto
entremezclado de hebreo y aramaico; con excepción de unos cuantos versículos
caldeos intercalados posteriormente. Según Sir W. Jones y otros orientalistas,
los más antiguos idiomas que se descubren en Persia son el caldeo y el
sánscrito, sin vestigio alguno de “hebreo”. Sería sorprendente que lo hubiese,
pues el hebreo que conocen los filólogos data de unos 500 años antes de J. C.,
y sus caracteres pertenecen a época más próxima todavía. Así es que los
verdaderos caracteres hebreos, si bien no se han perdido del todo, se han
alterado hasta el punto de que:
una mera
inspección del alfabeto demuestra que se ha regularizado la forma de las
letras, recortándolas a fin de hacerlas más cuadradas y uniformes.
En
esta forma nadie que no fuera un Rabbí de Samaria o un “Jaino” podía leerlas; y
el nuevo sistema de los puntos masoréticos, ha convertido los caracteres en
enigma de la esfinge. Ahora se encuentra la puntuación en todos los manuscritos
menos antiguos y es tan arbitraria, que por medio de ella puede alterarse
cualquier texto e interpretarlo según convenga. Bastarán los dos ejemplos que
presenta Kenealy:
En el capítulo XLIX, 21, del Génesis, leemos:
Nephtali es un ciervo suelto; él dio palabras hermosas. Pero con sólo alterar
ligeramente la puntuación, lo interpreta Bochart como sigue: Nephtali es un árbol frondoso del que brotan
hermosas ramas. El salmo XXIX, 9, dice: La voz del Señor hace parir la cierva y descubre los bosques. Pero
el obispo Lowth da la siguiente versión: La voz del Señor abate el roble y
descubre los bosques.
Una misma palabra hebrea puede
significar “Dios” y “nada”, etcétera.
Por otra parte, estamos de acuerdo
con los cabalistas que reconocen la primitiva unidad de conocimiento y de
idioma; pero hemos de añadir, para mayor claridad, que uno y otro se han hecho
esotéricos desde la sumersión de la Atlántida. El mito de la torre de Babel se
refiere a este forzado secreto. Al corrompèrse los hombres, ya no se les tuvo
por dignos de recibir tal conocimiento, cuya anterior universalidad se limitó
desde entonces a unos pocos. Así la “lengua única” o idioma misterioso, fue
rehusado gradualmente a las siguientes generaciones, y todas las naciones
quedaron severamente limitadas a su propia lengua nacional. Entonces, al
olvidar la lengua primieval de la Sabiduría, dijeron que el Señor había
confundido todas las lenguas de la tierra, para que los pecadores no pudieran
entenderse unos a otros. Pero en todas las comarcas, países y naciones,
quedaron iniciados; y también los israelitas tuvieron sus instruidos adeptos.
Una de las claves de este universal conocimiento es un sistema puramente
aritmético y geométrico, pues el alfabeto de toda gran nación tiene un valor
numérico para cada letra, y además un sistema de permutación de sílabas y
sinónimos, que ha llegado a la perfección en los ocultos métodos indos, pero
que los hebreos no tenían. Los judíos emplearon el sistema
aritmético-geométrico con propósito de encubrir sus creencias esotéricas bajo
la máscara de una religión nacional popular monoteísta. Los últimos poseedores
del sistema en toda su perfección fueron los instruidos y “ateos” saduceos,
adversarios de los fariseos y de sus confusas doctrinas que de Babilonia
trajeron. Sí, los saduceos, los ilusionistas, que decían que el alma, los
ángeles y demás seres análogos eran puras ilusiones, por la razón de no ser
eternos, con lo cual se mostraban conformes con el esoterismo oriental. Como al
mismo tiempo repudiaban ellos todos los libros sagrados, menos la Ley de
Moisés, parece que esta ley debió ser en un principio muy diferente de lo que
es ahora.
Todo cuanto antecede está escrito
con la mira puesta en nuestros cabalistas que, no obstante la erudición de
algunos, hacen mal en colgar las arpas de su fe de los sauces talmúdicos, es
decir, de los pergaminos hebreos existentes hoy día con caracteres, ya
cuadrados ya puntiagudos, en las bibliotecas, museos y hasta en las colecciones
paleográficas. En el mundo apenas queda media docena de pergaminos hebreos
auténticos; y sus dueños no los dejarían examinar a nadie por ningún concepto,
como hemos indicado unas páginas antes. ¿Cómo entonces pueden atribuir los
cabalistas prioridad al esoterismo de los judíos y decir como algunos que el
idioma hebreo es “raíz y fuente de todos los demás idiomas” [¡incluso el
egipcio y el sánscrito!]?.
Dice uno de los cabalistas a quienes
me refiero: “Cada vez estoy más convencido de que en lejanos tiempos hubo una poderosa civilización de enorme caudal
de sabiduría, con un solo idioma sobre la tierra, cuya esencia es posible
inferir de los fragmentos que aún existen”.
Sí. Ciertamente floreció en pasadas
edades una poderosa civilización y un todavía más pujante conocimiento oculto,
cuyo objeto y vuelos no pueden averiguar la Geometría ni la Kabalah por sí solas; porque hay siete
claves del conocimiento oculto, y una sola ni siquiera dos no bastan para
descubrir lo que entraña, y sólo pueden permitir vislumbres.
Todo estudiante debe tener en cuenta
que las Escrituras hebreas admiten dos
escuelas; la elohística y la jehovística; pero los pasajes correspondientes
a una y otra se han confundido y entremezclado de tal suerte posteriormente,
que no es posible apreciar sus caracteres externos. No obstante, se sabe que
ambas eran antagónicas; pues una enseñaba doctrinas esotéricas, y la otra
exotéricas o teológicas; que los elohistas eran videntes (roch) y los jehovistas eran profetas (nabhi), que más tarde se
llamaron rabinos, conservando el título nominal de profetas, por su puesto
oficial, como al Papa se le llama infalible Vicario de Dios en la tierra.
Además, los elohistas daban a la palabra Elohim
el significado de Fuerzas, y de
acuerdo con la Doctrina Secreta, identificaban la Divinidad con la Naturaleza;
mientras que para los jehovistas es Jehovah un Dios personal y externo, cuyo
nombre emplean sencillamente como símbolo fálico; y aun había algunos de ellos
que no creían en la Naturaleza metafísica y abstracta, y todo lo sintetizaron
en el plano terrestre. Por último, los elohistas consideraron al hombre como el
primer ser emanado, la divina y encarnada imagen de los Elohim; al paso que los
jehovistas lo diputan por lo último; por la gloriosa corona de la creación
animal, en vez de colocarlo a la cabeza de los seres racionales de la tierra.
En el Zohar encontramos la descripción de Ain Soph, el Parabrahman semítico u occidental. Hay pasajes, como
el siguiente, que se aproximan muchísimo al ideal vedantino:
La creación [el Universo
manifestado] es la vestidura de lo que no tiene nombre, la vestidura tejida con la propia substancia de la
Divinidad.
Entre Ain o “la nada” y el Hombre
celeste, hay una Causa primera e impersonal, de la que se dice:
Antes de que le diera alguna forma a
este mundo, antes de que produjera forma alguna, era aquello solo, sin forma ni
semejanza de ninguna clase. ¿Quién podrá, pues, comprender lo que era antes de
la creación, puesto que carecía de forma? De aquí que nos esté prohibido
representarlo en cualquiera forma o semejanza, ni por Su sagrado nombre, ni tan
siquiera por una simple letra o un mero punto.
La frase que sigue en aquel libro,
es sin embargo una evidente interpolación posterior; pues conduce a una
contradicción:
Pero esta referencia al Capítulo IV
del Deuteronomio resulta muy torpe si
se ompulsa con el pasaje del capítulo V, en que Dios habla cara a cara con su pueblo.
Ninguno de los nombres que se le dan
a Jehovah en la Biblia tiene referencia alguna ni a Ain Soph, ni a la Causa primera e impersonal (o Logos) de la Kabalah; pero todos se refieren a las Emanaciones.
Dice así el Zohar:
Porque
aunque para manifestarse a nosotros, el oculto de todo lo oculto produjo las
Diez Emanaciones [Sephiroth] llamadas la Forma de Dios, Forma del Hombre
celeste, todavía resultaba esta luminosa forma demasiado deslumbrante a
nuestros ojos, y por ello asumió otra forma, poniéndose otra vestidura, el Universo. Por lo tanto, el universo o
mundo visible, es una posterior expansión de la Substancia divina, y la Kabalah
le llama “la Vestidura de Dios”.
Esta es la doctrina de los Purânas indos y especialmente del Vishnu Purâna. Vishnu llena el Universo,
y es el Universo; Brahmâ se infunde en el huevo del mundo y de él sale en forma
de Universo; pero el mismo Brahmâ desaparece con él y queda únicamente Brahman,
lo impersonal, lo eterno, lo nonato e indescriptible. El Ain Soph de caldeos y
luego de los judíos, es seguramente una copia de la Divinidad védica; mientras
que el “Adam celeste”, el Macrocosmos, el Ser
del universo visible que reúne en sí todos los seres, tiene su original en
el Brahmâ puránico. En Sôd (El
Secreto de la Ley) se advierten las expresiones propias de los antiguos
fragmentos de la Gupta Vidyâ o conocimiento oculto, no siendo muy aventurado
decir que ni aun los mismos rabinos familiarizados con los especiales objetos
de su estudio son capaces de comprender del todo sus secretos sin el auxilio de
la filosofía induísta. Por ejemplo, consideremos la primera estancia del Libro de Dzyan.
El Zohar presupone, como la Doctrina Secreta, una Esencia universal,
eterna, absoluta, y por tanto, pasiva, en todo cuanto los hombres llaman
atributos. La Tríada pregenésica o antecósmica, es pura abstracción metafísica.
La noción de una trina hipóstasis en una desconocida Esencia divina, es tan
antigua como el pensamiento y la palabra. Hiranyagarbha, Hari y Sahnkara
(Creador, Conservador y Destructor), son los tres atributos manifestados de esa
Esencia, que aparecen y desaparecen con el Kosmos. Constituyen, por así
decirlo, el visible Triángulo inscrito en el siempre invisible Círculo. Ésta es
la originaria raíz mental de la humanidad pensadora; el triángulo pitagórico
que surge de la siempre oculta Mónada, o Punto central.
Platón enseña esta doctrina, Plotino
le atribuye mucha antigüedad y Cudworth dice sobre ella:
Puesto que Orfeo, Pitágoras y
Platón, afirmaron unánimemente la idea de la divina Trinidad hipostática,
tomada sin duda alguna de los egipcios, lógico es suponer que estos la
aprendieran también de alguien.
Los egipcios tomaron ciertamente de
los indos el concepto de la trinidad. A este propósito advierte acertadamente
Wilson:
Como quiera que los relatos griegos
y egipcios son mucho más vacilantes y deficientes que los de los indos, resulta
muy posible que en estos últimos encontremos la doctrina en su más original,
metódica y significativa forma.
Éste es, pues, el sentido del
siguiente pasaje:
“Las
tinieblas llenaban el Todo sin límites, porque Padre, Madre e Hijo era una vez
más Uno” (35).
El
espacio no se aniquila entre los manvántaras; y desaparecido el Universo, todo
vuelve a su homogéneo estado precósmico, esto es, sin aspectos. Tal enseñaron
los cabalistas y ahora los cristianos.
El Zohar insiste continuamente en la idea de que la Unidad Infinita o
Ain Soph, es inaccesible a la mente humana. En el Sepher Yetzirah vemos al Espíritu de Dios, el Logos, no la
Divinidad en sí misma, llamado Único.
Unico es el espíritu del
Dios vivo... que vive eternamente. La Voz, el Espíritu [del Espíritu] y la
Palabra: esto es, el Espíritu Santo.
y también el
Cuaternario. De este Cubo emana el Kosmos entero.
Dice la Doctrina Secreta:
“Es él
llamado a la vida. El místico Cubo en que descansa la Idea creadora, el Mantra
de la manifestación y el Santo purusha existen latentemente en la
eternidad en la divina substancia”.
Según el Sepher Yetzirah, cuando los Tres en Uno vienen a la existencia por
la manifestación de Shekinah (la primera efulgencia o radiación en el Kosmos),
el “Espíritu de Dios” o número Uno (40) fructifica y despierta la potencia
dual, el número Dos o el Aire, y el número tres o el Agua; en estos “hay
tinieblas, vacío, estiércol y cieno”, es decir, el Caos, el tohu-vah-bohu. El Aire y el Agua
producen el número Cuatro, el Éter o fuego, el Hijo. Tal es el Cuaternario
cabalista. Este número cuatro, que en el Kosmos manifestado es el Único o el
Dios Creador, es para los indos el “Viejo”, Sanat, el Prajâpati de los Vedas y el Brahmâ de los brahmanes, el
celeste Andrógino que se transmuta en masculino al desdoblarse en dos cuerpos,
Vâch y Virâj. Para los cabalistas es primeramente el Jah-Havah, que se muda en
Jehovah al desdoblarse después (como Virâj, su prototipo), en Adam-Damon o sea
en Adam-Eva en el mundo sin forma y en caín-Abel en el mundo semiobjetivo;
hasta que llega a ser el Jah-Havah, u hombre y mujer, en Enoch, hijo de Seth.
Porque el verdadero significado del
nombre de Jehovah (que si no se analiza con vocales puede significar lo que se
quiera) es “hombres y mujeres”, o la humanidad desdoblada en sus dos sexos. En
los cuatro primeros capítulos del Génesis,
todo nombre es una permutación de otro nombre, y cada personaje es al mismo
tiempo otro distinto. Los cabalistas trazan la figura de Jehovah desde el Adam
de barro hasta Seth, el tercer hijo o, mejor dicho, la tercera raza de Adam. Así, Seth es el Jehovah masculino, y Enors, como permutación de Caín y
Abel, es Jehovah masculino y femenino, o sea nuestra especie humana. En las
doctrinas indas, Brahmâ-Virâj, Virâj-Manu y Manu-Vaivasvata con su hija y esposa
Vâch, ofrecen mucha analogía con dichos personajes, según puede comprobar quien
compare la Biblia con los Purânas. Dicen estos que Brahmâ se
engendró a sí mismo como Manu, y que nació idéntico a su ser originario al
constituir el elemento femenino o Shata-rûpâ (la de cien formas). En esta Eva
inda “madre de todos los seres vivientes”, Brahmâ creó a Virâj, que es el mismo
Brahmâ, aunque en grado inferior, como Caín es Jehovah en más bajo nivel. Ambos
son los primeros hombres de la tercera Raza. La misma idea entraña el nombre
hebreo de Dios (.....), que leído de derecha a izquierda da “Jod” (..), el
Padre; “He” (..), la madre; “Vau” (..), el Hijo; y “He” (..), que repetida al
fin de la palabra, significa generación, materialidad, el acto del nacimiento. Ésta
es seguramente una razón suficiente para que el Dios de judíos y cristianos
deba considerarse un Dios personal, lo mismo que los masculinos Brahmâ, Vishnu
o Shiva, del induísmo ortodoxo y exotérico.
Así la palabra Jhvh por sí sola, aceptada actualmente como nombre del “único Dios
vivo [masculino]”, nos revela, si atentamente la estudiamos, no tan sólo el
completo misterio del Ser (en su
sentido bíblico), sino también el misterio de la teogonía oculta, desde el
supremo ser, tercero en orden, en cuanto a jerarquía trascendental, hasta el
hombre. Según indican los más eminentes hebraístas:
El verbal .... o Hâyâh, o E-y-e,
significa ser, existir, mientras que
..... Châyâh, o H-y-e, significa vivir en
el sentido de moción de la existencia.
De aquí que Eva aparezca como
laevolución y el incesante “devenir” de la naturaleza. Pero si tomamos la casi
intraductible palabra sánscrita Sat, que significa la quintiesencia del
absoluto e inmutable Ser, o Seidad (según traduce un muy hábil ocultista
hindú), no le encontraremos equivalente en ningún idioma; aunque podemos darle
la misma acepción que al “Ain” o “En-Soph”, el Ser infinito. Así es que la
palabra Hâyâh (ser), en el sentido de
pasiva e inmutable aunque manifestada existencia, puede considerarse quizá sinónima
de la sánscrita Jivâtmâ o la vida universal, en su secundario y cósmico
significado; mientras que Châyâh,
“vivir”, como moción de la existencia, es sencillamente Prâna, o la mudable
vida en su significado objetivo. Al frente de esta tercera categoría encuentran
los ocultistas a Jehovah, la Madre, Binah, y el Padre, Arelim. Así lo da a
entender el Zohar cuando explica la
emanación y evolución de los Sephiroth: en primer término, Ain-Soph; después,
Shekinah, la vestidura o velo de la infinita Luz; luego Sephira o Kadmon, y,
completando así el cuarto, la Sustancia espiritual emanada de la Luz infinita.
Este Sephira es llamado la Corona, Kether, y conocido con estos siete nombres:
1º Kether; 2º El Anciano; 3º El Punto primordial; 4º La Cabeza Blanca; 5º La
Luenga Faz; 6º La Altura inaccesible; 7º Ehejeh (“Yo soy”) (43). Este séptuple
Sephira contiene en sí los otros nueve Sephiroth; pero antes de explicar cómo
emanaron de ella, veamos lo que el Talmud
dice de los Sephiroth, tomándolo de una antigua tradición, o Kabalah:
Hay
tres grupos (u órdenes) de Sephiroth: 1º Los llamados “atributos divinos” (la
Tríada en el Santo cuaternario); 2º Los sidéreos (personales); 3º Los
metafísicos, o una perífrasis de Jehovah (Kether, Chokmah y Binah), que son los
tres primeros, los otros siete siendo los personales “Espíritus de la
Presencia” (y por lo tanto de los planetas). En estos últimos, se comprenden
los ángeles; no porque sean siete, sino porque representan los siete Sephiroth
en quines se contiene la universalidad de los ángeles.
De esto se infiere: a) Que cuando
separamos los cuatro primeros sephiroth, como una Tríada-Cuaternario
sintetizada en Sephira, quedan sólo siete sephiroth, análogos a los siete
rishis; pero se cuentan diez sephiroth al disgregarse en unidades el
Cuaternario o primordial Cubo divino. B) Que Jehovah puede considerarse como la
divinidad, si le incluimos en los tres divinos grupos u órdenes de los
sephiroth; al paso que cuando el colectivo Elohim, o indivisible cuaternario
Kether, se convierte en Dios masculino, es ni más ni menos que uno de los
Constructores del grupo inferior, o sea un Brahmâ judío. Trataremos de
demostrarlo.
El primer Sephira, que contiene en
sí a los otros nueve, los emanó por el siguiente orden: (2) Hokmah (Chokmah o
la Sabiduría), potestad masculina y activa cuyo nombre divino es Jah, que por
evolución o permutación en formas inferiores se convierte en Auphanim (o las
Ruedas, la rotación cósmica de la materia), entre las huestes angélicas. De
Chokmah o Sabiduría emanó una Potestad Femenina Pasiva (3), la Inteligencia o
Binah, cuyo nombre divino es Jehovah; y entre las huestes angélicas se la llama
el colectivo nombre de Arelim (el
León fuerte). De la unión de Chokmah, potestad masculina, con Binah, potestad
femenina, proceden los otros siete sephiroth, que constituyen los siete órdenes
de Constructores. Según su nombre divino, es Jehovah una potestad “femenina y
pasiva” en el caos; y si lo consideramos como dios masculino, es Arelim
solamente, o uno de los ángeles constructores. Pero si llevando el análisis a
más elevado punto le consideráramos como Jah o la Sabiduría, tampoco entonces
fuera el “Supremo y único Dios vivo”; porque está contenido con varios otros en
sephira, que en ocultismo es una tercera Potencia (aunque en la Kabalah exotérica aparezca en primer
lugar) y en realidad tiene menos categoría que el Aditi védico o las
“Primitivas aguas del espacio”, que después de muchas permutaciones, se
convierten en la Luz astral de los cabalistas.
Resulta, pues, que tal como ahora
conocemos la Kabalah; sirve de mucho
para explicar las alegorías y “frases enigmáticas” de la Biblia; pero las
alteraciones sufridas le quitan todo valor como obra de Cosmogonía esotérica, a
menos de confrontarla con el Libro de los
Números caldeo, o con las secretas enseñanzas del Oriente; porque las
naciones occidentales no poseen ni la Kabalah
original, ni la Biblia mosaica tan
siquiera.
Finalmente, apoyándonos en el
testimonio de los mejores hebraístas europeos y en las confesiones de los rabinos
judíos más eruditos, podemos afirmar que la Biblia se basa esencialmente en “un
antiguo documento que sufrió numerosas interpolaciones y añadiduras”, y que “el
Pentateuco se deriva del cocumento primitivo, por mediación de otro documento
suplementario”. Por lo tanto, a falta del Libro
de los Números, los cabalistas occidentales estarán en disposición de
establecerconclusiones definitivas sólo cuando tengan a mano algunos datos, por
lo menos, de dicho “documento antiguo”; datos que actualmente se hallan
dispersos en los papiros egipcios, en los ladrillos asirios y en las
traducciones perpetuadas por los descendientes de los últimos nazarenos. Pero
en vez de acopiar estos datos, los cabalistas occidentales toman en su mayor
parte por guías infalibles y autoridades a Sabre d’Olivet y a Ragon, el
más conspicuo éste entre los hijos “de la Viuda” (47) que todavía era menos
versado que d’Olivet en orientalismo, puesto que la enseñanza del sánscrito era
casi desconocida en la época de los dos eminentes sabios.
D.S TV
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