miércoles, 29 de agosto de 2018

EL “ZOHAR” RESPECTO DE LA CREACIÓN Y DE LOS ELOHIM


Según saben todos los hebraístas, la frase inicial del Génesis es:
                                   .....  .....  ......  ......  ......
que, como todos los demás textos hebreos, puede interpretarse de dos maneras: una exotérica y propia de los intérpretes cristianos, y otra cabalística, que a su vez se subdivide en las respectivamente empleadas por rabinos y cabalistas propiamente dichos que es el método oculto. Análogamente a lo que ocurre en el idioma sánscrito, no hay en hebreo separación alguna entre las palabras escritas, sino que se ligan unas a otras, especialmente en los textos antiguos. Por ejemplo, la referida frase inicial admite dos modos de separación, y por consiguiente dos escrituras distintas, conviene a saber:
            
1ª  B’rashith bara Elohim eth hashamayim v’eth h’areths.
            
2ª  B’rash ithbara Elohim ethhashamayim v’eth’ arets, que cambia todo el sentido.
            
El significado de la primera escritura excluye la idea de comienzo o principio, y dice que “de la eterna Esencia divina, la andrógina Fuerza  formó el doble cielo” .
            
El significado de la segunda escritura es: “En el principio hizo Dios los cielos y la tierra”.
            
La palabra tierra significa exotéricamente el “vehículo” y da idea de un globo vacío, en el cual se efectúa la manifestación del mundo. Ahora bien: según las reglas de oculta lectura simbológica, tal como las da el antiguo Sepher Yetzirah (en el Libro de los Números caldeo), las catorce letras iniciales (B’rasitb’ raalaim) explican por sí mismas la teoría de la “creación” sin más añadidura. Cada inicial es una sentencia; y si las comparamos con la inicial versión jeroglífica o pictórica de la “creación” en el Libro de Dzyan, hallaremos muy luego el origen de las letras fenicias y hebreas. Todo un volumen de explicaciones no enseñaría al estudiante de primitiva simbología oculta otras cosas que las siguientes: una cabeza de toro dentro de un círculo; una recta horizontal; un círculo o esfera; otro círculo con tres tildes; un triángulo; la svástica o cruz jaina; un triángulo equilátero inscrito en un círculo; siete cabecitas de buey colocadas en tres filas superpuestas; un punto negro redondo (o abertura), y siete líneas significativas del Caos o el Agua (femenina).
            
Quien conozca el valor numérico y simbólico de las letras hebreas, echará de ver desde luego la identidad de significado de los símbolos referidos y las letras de B’rasib’ raalaim. La b (beth), significa “morada”, “región”; la r (resh), “círculo” o “cabeza”; la a (aleph), “toro”; la s (shin), “diente”; la i (jodh), la unidad perfecta o “el uno”; la t (tau), la “raíz” o “fundamento”. Se repiten luego las letras beth, resh y aleph. La otra aleph que sigue, significa los siete toros para los siete Alaim; la l, en forma de aguijada (lamedh), simboliza la “procreación activa”; la h (he), la “matriz” o “apertura”; la i (Yodh), el órgano de la procreación; y la m (mem) el “agua” o “caos”, la potestad femenina inmediata a la masculina precedente.
            
La más satisfactoria y científica interpretación exotérica de la frase inicial del Génesis (sobre la cual ha sido basada, en ciega fe, toda la religión cristiana, tal como la sintetizan sus dogmas fundamentales), es sin duda alguna la que en el apéndice a El Origen de las Medidas expone Ralston Skinner, valiéndose de la lectura numérica de dicha frase. Por medio del número 31  y otros símbolos numéricos de la Biblia, comparados con las medidas empleadas en la gran pirámide de Egipto, muestra Skinner la perfecta identidad entre los codos y pulgadas y los valores numéricos del Edén, Adán, Eva y los Patriarcas. En una palabra: hace ver el autor que la pirámide contiene arquitectónicamente todo el Génesis, y en sus símbolos y jeroglíficos encierra los secretos astronómicos y aun fisiológicos, aunqu a lo que parece, no quiere admitir los misterios psico-cósmicos y espirituales contenidos en aquéllos. Pero el autor no parece advertir que la raíz de todo esto ha de buscarse en las leyendas arcaicas y en el panteón indo; y falto de esta norma, su magna y admirable labor le conduce a la “identidad” de Adán, la Tierra, Moisés y Jehovah, y a que los días del Génesis son “círculos cuadraturados por los hebreos”, con lo cual la labor de los seis días se culmina y resume en el principio generador, resultando de ello evidente el falicismo de la Biblia, que leída según interpretan el texto hebreo lo eruditos occidentales, no puede dar otra cosa que falicismo, raíz y piedra angular del significado de su letra muerta. 

El antropomorfismo y la revelación forman el infranqueable abismo entre el mundo material y las extremas verdades espirituales. Fácilmente se demuestra que la Doctrina Secreta no explica así la creación. Los católicos, sin embargo, la interpretan mucho más de acuerdo con el significado oculto de los protestantes; pues varios de sus santos y doctores admiten que los cielos, la tierra, los astros, etc., son obra de los “siete ángeles de la Presencia”. San Dionisio los llama los “constructores” y “cooperadores de Dios”. San Agustín va todavía más allá, y atribuye a los ángeles la posesión del pensamiento divino, del prototipo, como él dice, de cada una de las cosas creadas. Finalmente, Santo Tomás de Aquino diserta largo y tendido sobre esta materia, y llama a Dios la primaria, y a los ángeles la secundaria causa del universo visible. Con leves diferencias el “doctor angélico” concuerda, en esto, con la doctrina gnóstica. Basílides consideró a los ángeles de inferior jerarquía como constructores del mundo material, y Saturnilo afirmó, de acuerdo con los sabeos, que los siete ángeles planetarios son los verdaderos creadores del mundo. Lo mismo enseñó el monje cabalista Tritemio, en su obra De Secundis Deis.
            
La Doctrina Secreta divide al eterno Kosmos, el Macrocosmos, así como al hombre o Microcosmos, en tres principios y cuatro vehículos, que en suma constituyen los siete principios. En la Kabalah caldea o judía, el Kosmos se divide en siete mundos, conviene a saber: Originario, Inteligible, Celestial, Elemental, Menor (astral), Infernal (Kâmaloka o Hades), y Temporal (humano). Según el sistema caldeo los “siete ángeles de la Presencia” o sephiroth aparecen en el segundo, o sea en el mundo inteligible. Son también los “Constructores” de que habla la doctrina oriental; y sólo en el tercer mundo, o mundo celeste, los siete planetas de nuestro sistema solar, son construidos por los ángeles planetarios, cuyos cuerpos visibles son los planetas. De aquí que si bien el Universo fue formado de la Sustancia o Esencia eterna y única no le dio forma la absoluta Deidad, o eterna Esencia, sino los Rayos primarios, los Dhyân Chohans emanados del único elemento que, en alternativas de luz y tinieblas, permanece eternamente en su raíz como desconocida y, sin embargo, existente Realidad.
            
El erudito cabalista occidental S. L. Mac Gregor Mathers, cuya opinión está fuera de toda sospecha, porque desconoce la filosofía oriental y cuanto se relaciona con sus enseñanzas, dice acerca del primer versículo del Génesis en un ensayo inédito:
            
Berashith Bara Elohim. “En el principio los Elohim crearon”. ¿Quiénes son estos Elohim del Génesis?
            
Va-Yivra Elohim Ath Ha-Adam Be-Tzalmo, Be-Tzelem Elohim Bara Otho, Zakhar Vingebah Bara Otham. “Y los Elohim crearon los Adam a su propia imagen; a imagen de los Elohim los crearon; macho y hembra los crearon”. ¿Quiénes son los Elohim? La ordinaria versión inglesa de la Biblia, traduce la palabra “Elohim” por “Dios”, aunque Elohim es plural y no singular. Para excusar la errónea traducción, se dice únicamente que la palabra está verdaderamente en plural, pero no en sentido plural, sino que es “un plural de excelencia”.
            
Pero el mismo Génesis nos demuestra lo deleznable de esta suposición al decir, según el texto ortodoxo: “Y Dios [Elohim] dijo: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semjanza’”. Esto evidencia que “Elohim” no es un “plural de excelencia”, sino un nombre en plural que denota más de un ser.
            
¿Cuál es, entonces, la traducción correcta de la palabra “Elohim”? “Elohim” no sólo es plural, sino un plural femenino; y a pesar de ello, los traductores de la Biblia lo han traducido por ¡masculino singular! Elohim es el plural del nombre femenino El-h, porque la letra final h indica el género. Sin embargo, por excepción gramatical, el nombre El-h forma el plural con la terminación –im que corresponde al plural masculino, en vez de terminar en –oth como por regla general terminan los plurales femeninos. Hay algunos nombres masculinos que forman el plural en –oth, y algunos femeninos que lo forman en –im, mientras otros toman indistintamente ambas terminaciones. Sin embargo, la terminación del plural no altera el género del nombre, que permanece el mismo del singular.
            
Para descubrir el verdadero significado del simbolismo oculto en la palabra Elohim, hemos de valernos de la clave de la doctrina esotérica judía, de la escasamente conocida y menos aún comprendida Kabalah. En ella veremos que esta palabra representa la unión de dos Potestades, una masculina y otra femenina, coiguales, coeternas y conjuntas en sempiterna unión para el mantenimiento del Universo. Son el gran Padre y la gran Madre de la Naturaleza, en que se transfunde el Eterno Ser antes de la manifestación del Universo. Porque, según la Kabalah, antes de que la Divinidad se transfunda y desdoble en las dos Potestades masculina y femenina, no puede manifestarse el Universo. Esto mismo significa el Génesis al decir que la "tierra estaba vacía y sin forma”. Así, pues, la dualidad de los Elohim supone el término del caos, del vacío y de las tinieblas, porque sólo después de la conformación dual de la Divinidad, es posible que el Ruach Elohim “Espíritu de los Elohim” flote sobre las aguas. Pero todo esto es una mínima parte de la información que acerca de la palabra Elohim podrían entresacar de la Kabalah los iniciados.
            
Aquí debemos advertir la confusión, por no decir algo peor, que predomina en las interpretaciones occidentales de la Kabalah. El desdoblamiento del Eterno Ser Único en el gran Padre y la gran Madre de la Naturaleza, dicho así, para los comienzos revela un horrible concepto antropomórfico que atribuye sexo a las primarias diferenciaciones de lo Único. Más erróneo es todavía identificar estas primarias diferenciaciones (el Purusha y Prakriti de la filosofía inda) con los Elohim, o potestades creadoras; y atribuir a estas, para nosotros, inconcebibles abstracciones, la formación y construcción de este visible mundo de penas, culpas y tristezas. Verdaderamente la “creación de los Elohim” a que nos estamos refiriendo, es una “creación” muy posterior; y lejos de ser los Elohim potestades supremas, ni siquiera excelsas de la Naturaleza, son sólo ángeles inferiores. Así lo enseñaban los gnósticos, que sobrepujaban en sentido filosófico a todas las primitivas escuelas cristianas. Enseñaban que las imperfecciones del mundo dimanaban de la imperfección de sus arquitectos o constructores, los ángeles inferiores. El concepto hebreo de los Elohim es análogo al de los Prajâpati de los hindúes; pues según las interpretaciones de los Purânas, los Prajâpatis formaron únicamente los mundos físico y astral; pero no podían dar la inteligencia o razón, y por tanto “fracasaron al crear al hombre”, según se dice en lenguaje simbólico. Pero sin repetirle al lector lo que fácilmente puede hallar en cualquier pasaje de esta obra, le advertimos sólo que la “creación” elohística no es la Creación primaria, y que los Elohim no son “Dios” ni siquiera los más elevados Espíritus planetarios, sino los arquitectos de este visible planeta físico y del cuerpo o vehículo carnal del hombre.
            
Es dogma fundamental de la Kabalah que el sucesivo desenvolvimiento de la negativa a la positiva existencia de la Divinidad, está simbolizado por el también sucesivo desenvolvimiento de los diez números naturales, desde el cero a la pluralidad a través de la unidad. Esta es la doctrina de los Sephiroth o Emanaciones.
            
Porque la interna y oculta Forma negativa, concentra un núcleo que es la primaria Unidad. Pero la Unidad es una e indivisible; y no puede aumentar por multiplicación ni disminuir por división, porque 1 x 1 = 1 y no más; y 1 : 1 = 1 y no menos. En esta permanencia de la Unidad, o Mónada, consiste su validez como tipo de la única e inmutable Divinidad. Esto responde también a la idea cristiana del Padre; porque así como la unidad engendra todos los números, así la Divinidad es el Padre de Todo.
            
La filosofía oriental no incurriría nunca en el error que implican las anteriores palabras; pues lo “Único e Inmutable”, Parabraham, el Todo Absoluto y Único, no puede concebirse en relación con lo finito y condicionado, y así no emplearía nunca palabras que entrañen semejante relación. Pero ¿se separa absolutamente de dios al hombre? Por el contrario, lo une todavía más íntimamente que el pensamiento occidental con su idea del “Padre Universal”, pues los orientales saben que en su inmortal esencia es el hombre la Unidad inmutable y sin par.
            
Pero acabamos de decir que la Unidad no cambia ni por multiplicación ni por división. ¿Cómo se forma, pues, la dualidad? Por reflejo a diferencia del cero, la Unidad es definible en su positivo aspecto; y su definición engendra un eikon o eidolon de sí misma, que, juntamente con ella, forma la dualidad. Así, el número dos tiene cierta analogía con la idea cristiana del Hijo como segunda Persona. Y así como la Mónada vibra, y retrocede a las tinieblas del pensamiento primario, la dualidad queda como vicegerente para representarla. De este modo, en el fondo de la Unidad, la idea trina, el número tres, resulta coigual y coeterno con la dualidad en el seno de la Unidad, aunque proceda numéricamente de ella.
            
Esta explicación parece indicar que su autor, Mathers, está convencido de que la “creación” de referencia no es lo verdaderamente divina o primaria, puesto que la Mónada (la primera manifestación en nuestro plano de objetividad) “retrocede a las tinieblas del pensamiento primario”, es decir a la subjetividad de la primaria creación divina.
            
Además, esto relaciona parcialmente con la idea cristiana del Espíritu Santo, y con el conjunto de los tres que forma una trinidad en la Unidad. Esto explica también la verdad geométrica de que sean tres el menor número de líneas necesarias y suficientes para formar una figura plana; pues dos tan sólo no pueden cerrar espacio, sin el complemento de la tercera. A los tres primeros números naturales les llaman los cabalistas Kether o la Corona, Chokmah o la Sabiduría y Binah o la Inteligencia. Por otra parte, asocian además a estas denominaciones los divinos nombres de Eheich (yo existo), para la Unidad; Yah, para la Dualidad; y Elohim para la Trinidad. A la Dualidad la llaman también Abba (el Padre); y a la Trinidad Aima (la Madre), cuy eterna conjunción simboliza la palabra Elohim.
            
Pero lo que particularmente sorprende al estudiante de la Kabalah, es la maliciosa persistencia con que los traductores de la Biblia han eliminado cuidadosamente toda referencia a la forma femenina de la Divinidad. Según hemos visto, tradujeron por el masculino singular “Dios”, el femenino plural “Elohim”. Pero aún se atrevieron a más, porque ocultaron intencionadamente la circunstancia de que la palabra ruach (espíritu) es femenina; y que, en consecuencia, el Espíritu Santo del Nuevo Testamento es una potestad femenina. ¿Cuántos cristianos se han percatado de que en el pasaje de la Encarnación menciona el Evangelio de San Lucas dos potestades divinas?
            
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te cobijará el poder del Altísimo”. El Espíritu santo (potestad femenina) desciende, y el poder del Altísimo (potestad masculina) se une con él. “Y por esto, lo Santo que ha de nacer de ti, será llamado el Hijo de Dios”, es decir, de los Elohim, que son las dos potestades descendentes.
            
En el Sepher Yetzirah o Libro de la Formación leemos:
            
“Una es Ella, la Ruach Elohim Chiim (Espíritu de los vivientes Elohim)... Voz, Espíritu y Palabra. Ésta es Ella, El Espíritu del santo Único”. Vemos aquí nuevamente la íntima relación entre el Espíritu Santo y los Elohim. En el mismo Libro de Formación, que es una de las más antiguas obras cabalísticas, escrita según se cree por el patriarca Abraham, encontramos la idea de una Trinidad femenina de la que procede una Trinidad masculina. Y así se dice: “Tres Madres de las que procedieron tres Padres”. Sin embargo, esta doble Tríada forma, por decirlo así, una sola y completa Trinidad. Además, conviene advertir que los Sephiroth segundo ytercero (Sabiduría e Inteligencia) llevan los nombres femeninos de Chokmah y Binah, a pesar de que en particular se atribuía al primero la idea masculina y al segundo la femenina, con los respectivos nombres de Abba (Padre) y Aima (Madre). La Gran Madre (Alma) está magníficamente simbolizada en el duodécimo capítulo del Apocalipsis, que es sin duda uno de los libros más cabalísticos de la Biblia, pues su significado es del todo incomprensible sin las claves cabalísticas.
            
Por otra parte, los alfabetos hebreo y griego carecen de caracteres numerales; y por lo tanto, cada letra tiene su correspondiente valor numérico. De esto resulta que cada palabra hebrea equivale a un número, y cada número a una palabra. A esto se refiere el Apocalipsis al mencionar el “número de la bestia”. En la Kabalah, las palabras de igual valor numérico se supone están relacionadas entre sí; y en descubrir esta relación consiste la ciencia llamada gematría o primera parte de la Kabalah literal. Además, cada letra del alfabeto hebreo tiene para los iniciados en la Kabalah cierto valor y significado jeroglíficos, cuya recta aplicación da a cada palabra el valor de una sentencia mística, variable según la relativa colocación de las letras. Examinemos, pues, la palabra Elohim desde estos distintos puntos de vista cabalísticos.
            
Primeramente podemos dividirla en dos palabras que significan: “Divinidad femenina de las aguas”, análoga a la Venus Afrodita “surgida de la espuma del mar”. Puede también dividirse en: “la potente estrella del mar” o “el Poderoso que exhala el Espíritu sobre las aguas”. Asimismo la combinación de letras nos dará: “el Silente Poder de Iah” o “Mi Dios, Hacedor del Universo”; porque Mah es un secreto nombre cabalístico aplicado a la idea de Formación. Del mismo modo encontramos los significados de “Quien es mi Dios” y “la Madre en Iah”.
            
El número total es 1 + 30 + 5 + 10 + 40 = 86 = “Calor violento” o el “Poder del Fuego”. Las tres letras del medio valen 45, y la primera y última 41, resultando “la Madre de Formación”. Por último encontramos dos nombres divinos: “Él” y “Yah” juntos con la letra m, cuyo nombre fonético mem significa también “agua”.
            
Si dividimos el nombre en sus letras componentes y las tomamos como signos jeroglíficos, tendremos:
            “
La voluntad, perfeccionada por el sacrificio, progresa por medio de la inspiración a través de sucesivas transformaciones”.
            
El análisis cabalístico de la palabra “Elohim”, en los últimos párrafos del pasaje anterior, muestra evidentemente que los Elohim no son uno ni dos ni tampoco tres, sino una hueste, el ejército de potestades creadoras.
            
Por considerar la Iglesia cristiana a Jehovah (que es uno de estos mismos Elohim), el supremo único Dios, ha puesto en confusión las jerarquías celestes a despecho de los tratados de Santo Tomás de Aquino y su escuela, sobre este asunto. La única explicación que dan sus libros sobre la esencia, naturaleza e infinidad de los seres mencionados en la Biblia (20), es que “la hueste angélica es la milicia de Dios” y son “criaturas de Dios”, y “Dios es creador”; pero nada nos dice de la hueste en sus verdaderas funciones ni puntualiza su lugar en el orden de la Naturaleza.
            
Son más brillantes que las llamas, más rápidos que el viento, y viven en amor y armonía, iluminándose unos a otros y alimentándose con pan y mística bebida [¿la comunión con vino y agua?]. Como un río de fuego rodean el trono del Cordero, y con las alas se velan la faz. Tan sólo se apartan de este trono de amor y gloria para llevar la divina influencia a las estrellas, a la tierra, a los reinos de todos los hijos de Dios, sus hermanos y discípulos, en una palabra, a todos sus semejantes... Respecto a su número, es el del gran ejército de los cielos (Sabaoth), más numeroso que las estrellas... La Teología clasifica en especies estos luminares racionales, y dice que contienen en sí tal o cual posición de la Naturaleza; que ocupan inmenso espacio, aunque de área determinada, y están circunscritos a ciertos límites, no obstante su incorpórea naturaleza... Se mueven con mayor rapidez que la luz y el rayo, disponen de todos los elementos naturales, provocan a voluntad inexplicables espejismos [¿ilusiones?], ya objetivos, ya subjetivos, y hablan a los hombres en lenguaje unas veces articulado y otras puramente espiritual.
            
Más adelante dice la misma obra que a estos ángeles se refiere la frase del Génesis: “Igitur perfecti sunt caeli et terra et omnis ornatus eorum”. La Vulgata ha traducido arbitrariamente la palabra hebrea tsaba (hueste) por la de ornamento. Munck muestra el error de sustitución y deriva de tsaba el título de Tsabaoth-Elohim. Además, Cornelio Lápide, “el maestro de todos los comentaristas bíblicos”; según De Mirville, nos indica que tal era el verdadero significado. Aquellos ángeles son las estrellas.
            
Sin embargo, todo esto nos enseña poco respecto de las verdaderas funciones de este ejército celeste; y nada nos dice de su lugar en la evolución ni de su relación con el mundo en que vivimos. Para responder a la pregunta: “¿quiénes son los verdaderos creadores?”, hemos de recurrir a la Doctrina Esotérica, única que puede proporcionarnos la clave de las teogonías expuestas en las diversas religiones del mundo.
            
La Doctrina Secreta nos enseña que el verdadero creador del Kosmos, así como de toda la Naturaleza visible [si no de todas las invisibles huestes de Espíritus no venido aún al “Ciclo de Necesidad o Evolucón”], es la “Hueste Operante”, “los Dioses en colectividad o sea el Señor”, el “Ejército”, que colectivamente, implica la “unidad en la variedad”.
            
El Absoluto es infinito e incondicionado, y no puede crear porque no cabe en Él relación alguna con lo condicionado y finito. Si todo cuanto vemos, desde los esplendentes soles y los majestuosos planetas hasta las briznas de hierba y las motas de polvo hubiese sido creado por la Perfección absoluta y fuera obra directa de la primaria Energía procedente de Ello, entonces todas las cosas serían tan perfectas, eternas e incondicionales como su Autor. Los millones de millones de imperfectas obras que hallamos en la naturaleza, atestiguan irrecusablemente que son producto de seres finitos y condicionados, aunque se llamen Dhyân Chohans o arcángeles. En suma, estas imperfectas obras son el incompleto resultado de la evolución, bajo la guía de dioses imperfectos. El Zohar corrobora esta idea con tanta fuerza como la Doctrina Secreta, pues habla de los auxiliares del “Anciano de los Días” y los llama Auphanim o las vivientes y poderosas ruedas de los celestes orbes, que tomaron parte en la creación del Universo.
            
El Creador no es lo Absoluto incondicionado, ni siquiera su reflejo, sino los “Siete Dioses”, los “Constructores” que con la materia eterna moldean el Universo y lo vivifican en objetiva vida, reflejando en él la Única Realidad.
            
Crearon, o mejor dicho, formaron el Universo, los seres que constituyen la “hueste de Dios”; a los que la Doctrina Secreta llama Dhyân Chohans; los indos, Prajâpatis; los cabalistas, sephiroth; los buddhistas, Devas; los mazdeístas, Amshaspends; todos los cuales son fuerzas impersonales, pues son ciegas. Conviene advertir que mientras para los místicos cristianos la creación es obra de los “dioses de Dios”, para los clérigos dogmáticos el Creador es el “Dios de dioses y señor de señores”, etc. Según los israelitas, “Jehovah” es el Dios superior a todos los dioses.
            
Sé que el señor [de Israel] es grande y que el Señor nuestro es superior a todos los dioses. Porque ídolos son los dioses de todas las naciones; pero el Señor hizo los cielos.
            
La palabra egipcia Neteroo, que Champollion tradujo por “los demás dioses”, tiene el mismo significado que los Elohim de la Biblia, tras la cual está oculto el Dios Uno, considerado en la diversidad de sus poderes. Este Dios único no es en este caso el Parabrahman, sino el Logos inmanifestado, el Demiurgos, el verdadero creador o Hacedor, que le sigue, representando a los demiurgos en colectividad. Más adelante añade el eminente egiptólogo:
            
Vemos que los egipcios ocultaron y encubrieron al Dios de dioses tras los agentes que lo rodean. Atribuyeron a sus dioses mayores todas las excelencias de la única Divinidad y los consideraron increados... Neith  “es quien es”, como Jehovah. Thoth se creó a sí mismo  y no fue engendrado. El judaísmo aniquilando a estos dioses ante la grandeza de su dios, dejaron de ser simples potestades como los arcángeles de Filón; los Sephiroth de los cabalistas y las Ogdoadas de los gnósticos, para quedar fundidos y transformados en Dios mismo.
            
Por lo tanto, según enseña la Kabalah, Jehovah es a los sumo el “Hombre Celeste”, Adam Kadmon, de quien el Logos, el autocreado Espíritu, se sirve de vehículo para descender al mundo fenoménico y manifestarse en él.

            
Tales son las enseñanzas de la Sabiduría arcaica que ni aun los cristianos ortodoxos repudiarán si con sinceridad y alteza de mente estudian sus propias Escrituras. Porque leyendo cuidadosamente las Epístolas de San Pablo, se advierte que el “apóstol de los gentiles” admite plenamente la Doctrina Secreta y la Kabalah. La gnosis que parece condenar no es para él menos que para Platón, a saber: “el supremo conocimientode la verdad y del único Dios”; porque lo que San Pablo condena no es la verdadera sino la falsa gnosis y sus abusos, pues de lo contrario ¿cómo hubiera hablado como un platónico de abolengo? Las ideas o tipos (archai) delfilósofo griego; las inteligencias de Pitágoras; las emanaciones o eones de los panteístas; el Logos o Verbo, arquetipo de las Inteligencias; la Sabiduría o Sophia; el Demiurgos, o Constructor del universo bajo la dirección del Padre, o Logos Inmanifestado, de quien procede; el infinito y desconocido Ain-Soph; los períodos angélicos; los Siete espíritus representantes de los Siete de todas las antiguas cosmogonías; el pleroma de las inteligencias; los arcontes del aire; los principados; el metatron cabalístico; los abismos de Ahriman, director de nuestro Mundo, el “Dios de este Mundo”; todos estos conceptos se exponen en los escritos de San Pablo, reconocidos canónicamente como inspirados por la Iglesia. También se pueden reconocer dichos conceptos en los escritores católicos romanos, cuando se leen sus obras en los textos griegos y latinos, cuyas traducciones dan muy pobre idea de los originales.

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