Según saben
todos los hebraístas, la frase inicial del Génesis
es:
..... .....
...... ...... ......
que, como
todos los demás textos hebreos, puede interpretarse de dos maneras: una
exotérica y propia de los intérpretes cristianos, y otra cabalística, que a su
vez se subdivide en las respectivamente empleadas por rabinos y cabalistas
propiamente dichos que es el método oculto. Análogamente a lo que ocurre en el
idioma sánscrito, no hay en hebreo separación alguna entre las palabras
escritas, sino que se ligan unas a otras, especialmente en los textos antiguos.
Por ejemplo, la referida frase inicial admite dos modos de separación, y por
consiguiente dos escrituras distintas, conviene a saber:
1ª
B’rashith bara Elohim eth
hashamayim v’eth h’areths.
2ª
B’rash ithbara Elohim
ethhashamayim v’eth’ arets, que cambia todo el sentido.
El significado de la primera
escritura excluye la idea de comienzo o principio, y dice que “de la eterna
Esencia divina, la andrógina Fuerza formó el doble cielo” .
El significado de la segunda
escritura es: “En el principio hizo Dios
los cielos y la tierra”.
La palabra tierra significa
exotéricamente el “vehículo” y da idea de un globo vacío, en el cual se efectúa
la manifestación del mundo. Ahora bien: según las reglas de oculta lectura
simbológica, tal como las da el antiguo Sepher
Yetzirah (en el Libro de los Números
caldeo), las catorce letras iniciales (B’rasitb’
raalaim) explican por sí mismas la teoría de la “creación” sin más
añadidura. Cada inicial es una sentencia; y si las comparamos con la inicial
versión jeroglífica o pictórica de la “creación” en el Libro de Dzyan, hallaremos muy luego el origen de las letras
fenicias y hebreas. Todo un volumen de explicaciones no enseñaría al estudiante
de primitiva simbología oculta otras cosas que las siguientes: una cabeza de
toro dentro de un círculo; una recta horizontal; un círculo o esfera; otro
círculo con tres tildes; un triángulo; la svástica o cruz jaina; un triángulo
equilátero inscrito en un círculo; siete cabecitas de buey colocadas en tres
filas superpuestas; un punto negro redondo (o abertura), y siete líneas
significativas del Caos o el Agua (femenina).
Quien conozca el valor numérico y
simbólico de las letras hebreas, echará de ver desde luego la identidad de
significado de los símbolos referidos y las letras de B’rasib’ raalaim. La b (beth),
significa “morada”, “región”; la r (resh),
“círculo” o “cabeza”; la a (aleph),
“toro”; la s (shin), “diente”; la i (jodh), la unidad perfecta o “el uno”; la t (tau), la “raíz” o
“fundamento”. Se repiten luego las letras beth, resh y aleph. La otra aleph que sigue, significa los siete
toros para los siete Alaim; la l, en
forma de aguijada (lamedh), simboliza
la “procreación activa”; la h (he),
la “matriz” o “apertura”; la i (Yodh),
el órgano de la procreación; y la m (mem)
el “agua” o “caos”, la potestad femenina inmediata a la masculina precedente.
La más satisfactoria y científica
interpretación exotérica de la frase inicial del Génesis (sobre la cual ha sido basada, en ciega fe, toda la
religión cristiana, tal como la sintetizan sus dogmas fundamentales), es sin
duda alguna la que en el apéndice a El Origen
de las Medidas expone Ralston Skinner, valiéndose de la lectura numérica de
dicha frase. Por medio del número 31 y otros símbolos numéricos de la Biblia, comparados con las medidas
empleadas en la gran pirámide de Egipto, muestra Skinner la perfecta identidad
entre los codos y pulgadas y los valores numéricos del Edén, Adán, Eva y los
Patriarcas. En una palabra: hace ver el autor que la pirámide contiene
arquitectónicamente todo el Génesis, y en sus símbolos y jeroglíficos encierra los
secretos astronómicos y aun fisiológicos, aunqu a lo que parece, no quiere
admitir los misterios psico-cósmicos y espirituales contenidos en aquéllos.
Pero el autor no parece advertir que la raíz de todo esto ha de buscarse en las
leyendas arcaicas y en el panteón indo; y falto de esta norma, su magna y
admirable labor le conduce a la “identidad” de Adán, la Tierra, Moisés y
Jehovah, y a que los días del Génesis
son “círculos cuadraturados por los hebreos”, con lo cual la labor de los seis
días se culmina y resume en el principio generador, resultando de ello evidente
el falicismo de la Biblia, que leída
según interpretan el texto hebreo lo eruditos occidentales, no puede dar otra
cosa que falicismo, raíz y piedra angular del significado de su letra muerta.
El antropomorfismo y la revelación forman el infranqueable abismo entre el
mundo material y las extremas verdades espirituales. Fácilmente se demuestra
que la Doctrina Secreta no explica así la creación. Los católicos, sin embargo,
la interpretan mucho más de acuerdo con el significado oculto de los
protestantes; pues varios de sus santos y doctores admiten que los cielos, la
tierra, los astros, etc., son obra de los “siete ángeles de la Presencia”. San
Dionisio los llama los “constructores” y “cooperadores de Dios”. San Agustín va
todavía más allá, y atribuye a los ángeles la posesión del pensamiento divino,
del prototipo, como él dice, de cada una de las cosas creadas. Finalmente,
Santo Tomás de Aquino diserta largo y tendido sobre esta materia, y llama a
Dios la primaria, y a los ángeles la secundaria causa del universo visible. Con
leves diferencias el “doctor angélico” concuerda, en esto, con la doctrina
gnóstica. Basílides consideró a los ángeles de inferior jerarquía como
constructores del mundo material, y Saturnilo afirmó, de acuerdo con los
sabeos, que los siete ángeles planetarios son los verdaderos creadores del
mundo. Lo mismo enseñó el monje cabalista Tritemio, en su obra De Secundis Deis.
La Doctrina Secreta divide al eterno
Kosmos, el Macrocosmos, así como al
hombre o Microcosmos, en tres principios y cuatro vehículos, que en suma
constituyen los siete principios. En la Kabalah
caldea o judía, el Kosmos se divide en siete mundos, conviene a saber:
Originario, Inteligible, Celestial, Elemental, Menor (astral), Infernal
(Kâmaloka o Hades), y Temporal (humano). Según el sistema caldeo los “siete
ángeles de la Presencia” o sephiroth aparecen en el segundo, o sea en el
mundo inteligible. Son también los “Constructores” de que habla la doctrina
oriental; y sólo en el tercer mundo, o mundo celeste, los siete planetas de
nuestro sistema solar, son construidos por los ángeles planetarios, cuyos
cuerpos visibles son los planetas. De aquí que si bien el Universo fue formado
de la Sustancia o Esencia eterna y única no
le dio forma la absoluta Deidad, o eterna Esencia, sino los Rayos primarios,
los Dhyân Chohans emanados del único elemento que, en alternativas de luz y
tinieblas, permanece eternamente en su raíz como desconocida y, sin embargo,
existente Realidad.
El erudito cabalista occidental S.
L. Mac Gregor Mathers, cuya opinión está fuera de toda sospecha, porque
desconoce la filosofía oriental y cuanto se relaciona con sus enseñanzas, dice
acerca del primer versículo del Génesis en
un ensayo inédito:
Berashith
Bara Elohim. “En el principio los Elohim crearon”. ¿Quiénes son estos
Elohim del Génesis?
Va-Yivra
Elohim Ath Ha-Adam Be-Tzalmo, Be-Tzelem Elohim Bara Otho, Zakhar Vingebah Bara
Otham. “Y los Elohim crearon los Adam a su propia imagen; a imagen de los
Elohim los crearon; macho y hembra los crearon”. ¿Quiénes son los Elohim? La
ordinaria versión inglesa de la Biblia,
traduce la palabra “Elohim” por “Dios”, aunque Elohim es plural y no singular. Para excusar la errónea traducción, se dice únicamente
que la palabra está verdaderamente en plural, pero no en sentido plural, sino que es “un plural de excelencia”.
Pero el mismo Génesis nos demuestra lo deleznable de esta suposición al decir,
según el texto ortodoxo: “Y Dios [Elohim] dijo: ‘Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semjanza’”. Esto evidencia que “Elohim” no es un “plural de excelencia”, sino un nombre en plural que
denota más de un ser.
¿Cuál es, entonces, la traducción
correcta de la palabra “Elohim”? “Elohim” no sólo es plural, sino un plural femenino; y a pesar de ello, los
traductores de la Biblia lo han
traducido por ¡masculino singular!
Elohim es el plural del nombre femenino El-h,
porque la letra final h indica el
género. Sin embargo, por excepción gramatical, el nombre El-h forma el plural con la terminación –im que corresponde al plural masculino, en vez de terminar en –oth como por regla general terminan los
plurales femeninos. Hay algunos nombres masculinos que forman el plural en –oth, y algunos femeninos que lo forman
en –im, mientras otros toman
indistintamente ambas terminaciones. Sin embargo, la terminación del plural no
altera el género del nombre, que permanece el mismo del singular.
Para descubrir el verdadero
significado del simbolismo oculto en la palabra Elohim, hemos de valernos de la
clave de la doctrina esotérica judía, de la escasamente conocida y menos aún
comprendida Kabalah. En ella veremos
que esta palabra representa la unión de dos Potestades, una masculina y otra
femenina, coiguales, coeternas y conjuntas en sempiterna unión para el
mantenimiento del Universo. Son el gran Padre y la gran Madre de la Naturaleza,
en que se transfunde el Eterno Ser antes de la manifestación del Universo.
Porque, según la Kabalah, antes de
que la Divinidad se transfunda y desdoble en las dos Potestades masculina y
femenina, no puede manifestarse el Universo. Esto mismo significa el Génesis al decir que la "tierra
estaba vacía y sin forma”. Así, pues, la dualidad de los Elohim supone el
término del caos, del vacío y de las tinieblas, porque sólo después de la
conformación dual de la Divinidad, es posible que el Ruach Elohim “Espíritu de
los Elohim” flote sobre las aguas. Pero todo esto es una mínima parte de la
información que acerca de la palabra Elohim
podrían entresacar de la Kabalah los
iniciados.
Aquí debemos advertir la confusión,
por no decir algo peor, que predomina en las interpretaciones occidentales de
la Kabalah. El desdoblamiento del
Eterno Ser Único en el gran Padre y
la gran Madre de la Naturaleza, dicho así, para los comienzos revela un
horrible concepto antropomórfico que atribuye sexo a las primarias
diferenciaciones de lo Único. Más erróneo es todavía identificar estas
primarias diferenciaciones (el Purusha y Prakriti de la filosofía inda) con los
Elohim, o potestades creadoras; y atribuir a estas, para nosotros,
inconcebibles abstracciones, la formación y construcción de este visible mundo
de penas, culpas y tristezas. Verdaderamente la “creación de los Elohim” a que
nos estamos refiriendo, es una “creación” muy posterior; y lejos de ser los
Elohim potestades supremas, ni siquiera excelsas de la Naturaleza, son sólo
ángeles inferiores. Así lo enseñaban los gnósticos, que sobrepujaban en sentido
filosófico a todas las primitivas escuelas cristianas. Enseñaban que las
imperfecciones del mundo dimanaban de la imperfección de sus arquitectos o
constructores, los ángeles inferiores. El concepto hebreo de los Elohim es
análogo al de los Prajâpati de los hindúes; pues según las interpretaciones de
los Purânas, los Prajâpatis formaron únicamente
los mundos físico y astral; pero no podían dar la inteligencia o razón, y
por tanto “fracasaron al crear al hombre”, según se dice en lenguaje simbólico.
Pero sin repetirle al lector lo que fácilmente puede hallar en cualquier pasaje
de esta obra, le advertimos sólo que la “creación” elohística no es la Creación
primaria, y que los Elohim no son “Dios”
ni siquiera los más elevados Espíritus planetarios, sino los arquitectos de
este visible planeta físico y del cuerpo o vehículo carnal del hombre.
Es dogma fundamental de la Kabalah que el sucesivo desenvolvimiento
de la negativa a la positiva existencia de la Divinidad, está simbolizado por
el también sucesivo desenvolvimiento de los diez números naturales, desde el cero a la pluralidad a través de la unidad. Esta es la doctrina de los
Sephiroth o Emanaciones.
Porque
la interna y oculta Forma negativa, concentra un núcleo que es la primaria
Unidad. Pero la Unidad es una e indivisible; y no puede aumentar por
multiplicación ni disminuir por división, porque 1 x 1 = 1 y no más; y 1 : 1 =
1 y no menos. En esta permanencia de la Unidad, o Mónada, consiste su validez
como tipo de la única e inmutable Divinidad. Esto responde también a la idea
cristiana del Padre; porque así como la unidad engendra todos los números, así
la Divinidad es el Padre de Todo.
La filosofía oriental no incurriría
nunca en el error que implican las anteriores palabras; pues lo “Único e
Inmutable”, Parabraham, el Todo Absoluto y Único, no puede concebirse en relación con lo finito y condicionado, y
así no emplearía nunca palabras que entrañen semejante relación. Pero ¿se
separa absolutamente de dios al hombre? Por el contrario, lo une todavía más
íntimamente que el pensamiento occidental con su idea del “Padre Universal”,
pues los orientales saben que en su inmortal esencia es el hombre la Unidad inmutable y sin par.
Pero acabamos de decir que la Unidad
no cambia ni por multiplicación ni por división. ¿Cómo se forma, pues, la
dualidad? Por reflejo a diferencia del cero, la Unidad es definible en su
positivo aspecto; y su definición engendra un eikon o eidolon de sí misma, que,
juntamente con ella, forma la dualidad. Así, el número dos tiene cierta
analogía con la idea cristiana del Hijo como segunda Persona. Y así como la
Mónada vibra, y retrocede a las tinieblas del pensamiento primario, la dualidad
queda como vicegerente para representarla. De este modo, en el fondo de la
Unidad, la idea trina, el número tres, resulta coigual y coeterno con la
dualidad en el seno de la Unidad, aunque proceda numéricamente de ella.
Esta explicación parece indicar que
su autor, Mathers, está convencido de que la “creación” de referencia no es lo
verdaderamente divina o primaria, puesto que la Mónada (la primera
manifestación en nuestro plano de
objetividad) “retrocede a las tinieblas del pensamiento primario”, es decir a
la subjetividad de la primaria creación divina.
Además, esto relaciona parcialmente
con la idea cristiana del Espíritu Santo, y con el conjunto de los tres que
forma una trinidad en la Unidad. Esto explica también la verdad geométrica de
que sean tres el menor número de líneas necesarias y suficientes para formar
una figura plana; pues dos tan sólo no pueden cerrar espacio, sin el complemento
de la tercera. A los tres primeros números naturales les llaman los cabalistas
Kether o la Corona, Chokmah o la Sabiduría y Binah o la Inteligencia. Por otra
parte, asocian además a estas denominaciones los divinos nombres de Eheich (yo existo), para la Unidad; Yah, para la Dualidad; y Elohim para la Trinidad. A la Dualidad
la llaman también Abba (el Padre); y
a la Trinidad Aima (la Madre), cuy
eterna conjunción simboliza la palabra Elohim.
Pero lo que particularmente
sorprende al estudiante de la Kabalah,
es la maliciosa persistencia con que los traductores de la Biblia han eliminado cuidadosamente toda referencia a la forma
femenina de la Divinidad. Según hemos visto, tradujeron por el masculino
singular “Dios”, el femenino plural “Elohim”. Pero aún se atrevieron a más,
porque ocultaron intencionadamente la circunstancia de que la palabra ruach (espíritu) es femenina; y que, en
consecuencia, el Espíritu Santo del Nuevo
Testamento es una potestad femenina. ¿Cuántos cristianos se han percatado
de que en el pasaje de la Encarnación menciona el Evangelio de San Lucas dos potestades divinas?
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti,
y te cobijará el poder del Altísimo”. El Espíritu santo (potestad
femenina) desciende, y el poder del Altísimo (potestad masculina) se une con
él. “Y por esto, lo Santo que ha de nacer de ti, será llamado el Hijo de Dios”, es decir, de los Elohim, que son las dos potestades descendentes.
En el Sepher Yetzirah o Libro de la
Formación leemos:
“Una es Ella, la Ruach Elohim Chiim
(Espíritu de los vivientes Elohim)... Voz, Espíritu y Palabra. Ésta es Ella, El
Espíritu del santo Único”. Vemos aquí nuevamente la íntima relación entre el
Espíritu Santo y los Elohim. En el mismo Libro
de Formación, que es una de las más antiguas obras cabalísticas, escrita
según se cree por el patriarca Abraham, encontramos la idea de una Trinidad
femenina de la que procede una Trinidad masculina. Y así se dice: “Tres Madres
de las que procedieron tres Padres”. Sin embargo, esta doble Tríada forma, por decirlo
así, una sola y completa Trinidad. Además, conviene advertir que los Sephiroth
segundo ytercero (Sabiduría e Inteligencia) llevan los nombres femeninos de
Chokmah y Binah, a pesar de que en particular se atribuía al primero la idea
masculina y al segundo la femenina, con los respectivos nombres de Abba (Padre)
y Aima (Madre). La Gran Madre (Alma) está magníficamente simbolizada en el
duodécimo capítulo del Apocalipsis,
que es sin duda uno de los libros más cabalísticos de la Biblia, pues su significado es del todo incomprensible sin las
claves cabalísticas.
Por otra parte, los alfabetos hebreo
y griego carecen de caracteres numerales; y por lo tanto, cada letra tiene su
correspondiente valor numérico. De esto resulta que cada palabra hebrea
equivale a un número, y cada número a una palabra. A esto se refiere el Apocalipsis al mencionar el “número de
la bestia”. En la Kabalah, las
palabras de igual valor numérico se supone están relacionadas entre sí; y en
descubrir esta relación consiste la ciencia llamada gematría o primera parte de
la Kabalah literal. Además, cada
letra del alfabeto hebreo tiene para los iniciados en la Kabalah cierto valor y significado jeroglíficos, cuya recta
aplicación da a cada palabra el valor de una sentencia mística, variable según
la relativa colocación de las letras. Examinemos, pues, la palabra Elohim desde
estos distintos puntos de vista cabalísticos.
Primeramente podemos dividirla en
dos palabras que significan: “Divinidad femenina de las aguas”, análoga a la
Venus Afrodita “surgida de la espuma del mar”. Puede también dividirse en: “la
potente estrella del mar” o “el Poderoso que exhala el Espíritu sobre las
aguas”. Asimismo la combinación de letras nos dará: “el Silente Poder de Iah” o
“Mi Dios, Hacedor del Universo”; porque Mah
es un secreto nombre cabalístico aplicado a la idea de Formación. Del mismo modo encontramos los significados de “Quien es
mi Dios” y “la Madre en Iah”.
El número total es 1 + 30 + 5 + 10 +
40 = 86 = “Calor violento” o el “Poder del Fuego”. Las tres letras del medio
valen 45, y la primera y última 41, resultando “la Madre de Formación”. Por
último encontramos dos nombres divinos: “Él” y “Yah” juntos con la letra m, cuyo nombre fonético mem significa también “agua”.
Si dividimos el nombre en sus letras
componentes y las tomamos como signos jeroglíficos, tendremos:
“
La voluntad, perfeccionada por el
sacrificio, progresa por medio de la inspiración a través de sucesivas
transformaciones”.
El análisis cabalístico de la
palabra “Elohim”, en los últimos párrafos del pasaje anterior, muestra
evidentemente que los Elohim no son uno ni dos ni tampoco tres, sino una
hueste, el ejército de potestades creadoras.
Por considerar la Iglesia cristiana
a Jehovah (que es uno de estos mismos Elohim), el supremo único Dios, ha puesto
en confusión las jerarquías celestes a despecho de los tratados de Santo Tomás
de Aquino y su escuela, sobre este asunto. La única explicación que dan sus
libros sobre la esencia, naturaleza e infinidad de los seres mencionados en la Biblia (20), es que “la hueste angélica
es la milicia de Dios” y son “criaturas
de Dios”, y “Dios es creador”; pero
nada nos dice de la hueste en sus verdaderas funciones ni puntualiza su lugar
en el orden de la Naturaleza.
Son más brillantes que las llamas,
más rápidos que el viento, y viven en amor y armonía, iluminándose unos a otros
y alimentándose con pan y mística bebida [¿la comunión con vino y agua?]. Como
un río de fuego rodean el trono del
Cordero, y con las alas se velan la faz. Tan sólo se apartan de este trono de
amor y gloria para llevar la divina influencia a las estrellas, a la tierra, a
los reinos de todos los hijos de Dios, sus hermanos y discípulos, en una
palabra, a todos sus semejantes...
Respecto a su número, es el del gran ejército de los cielos (Sabaoth), más
numeroso que las estrellas... La Teología clasifica en especies estos luminares
racionales, y dice que contienen en sí tal o cual posición de la Naturaleza;
que ocupan inmenso espacio, aunque de área determinada, y están circunscritos a
ciertos límites, no obstante su incorpórea naturaleza... Se mueven con mayor
rapidez que la luz y el rayo, disponen de todos los elementos naturales,
provocan a voluntad inexplicables espejismos [¿ilusiones?], ya objetivos, ya
subjetivos, y hablan a los hombres en lenguaje unas veces articulado y otras
puramente espiritual.
Más adelante dice la misma obra que
a estos ángeles se refiere la frase del Génesis:
“Igitur perfecti sunt caeli et terra et
omnis ornatus eorum”. La Vulgata ha traducido arbitrariamente la
palabra hebrea tsaba (hueste) por la
de ornamento. Munck muestra el error
de sustitución y deriva de tsaba el
título de Tsabaoth-Elohim. Además,
Cornelio Lápide, “el maestro de todos los comentaristas bíblicos”; según De
Mirville, nos indica que tal era el verdadero significado. Aquellos ángeles son
las estrellas.
Sin embargo, todo esto nos enseña
poco respecto de las verdaderas funciones de este ejército celeste; y nada nos
dice de su lugar en la evolución ni de su relación con el mundo en que vivimos.
Para responder a la pregunta: “¿quiénes son los verdaderos creadores?”, hemos
de recurrir a la Doctrina Esotérica, única que puede proporcionarnos la clave
de las teogonías expuestas en las diversas religiones del mundo.
La Doctrina Secreta nos enseña que
el verdadero creador del Kosmos, así como de toda la Naturaleza visible [si no
de todas las invisibles huestes de Espíritus no venido aún al “Ciclo de
Necesidad o Evolucón”], es la “Hueste Operante”, “los Dioses en colectividad o sea
el Señor”, el “Ejército”, que colectivamente, implica la “unidad en la
variedad”.
El Absoluto es infinito e
incondicionado, y no puede crear porque no cabe en Él relación alguna con lo
condicionado y finito. Si todo cuanto vemos, desde los esplendentes soles y los
majestuosos planetas hasta las briznas de hierba y las motas de polvo hubiese
sido creado por la Perfección absoluta y fuera obra directa de la primaria Energía procedente de Ello, entonces todas las cosas
serían tan perfectas, eternas e incondicionales como su Autor. Los millones de
millones de imperfectas obras que hallamos en la naturaleza, atestiguan
irrecusablemente que son producto de seres finitos y condicionados, aunque se
llamen Dhyân Chohans o arcángeles. En suma, estas imperfectas obras son el
incompleto resultado de la evolución, bajo la guía de dioses imperfectos. El Zohar corrobora esta idea con tanta
fuerza como la Doctrina Secreta, pues habla de los auxiliares del “Anciano de
los Días” y los llama Auphanim o las
vivientes y poderosas ruedas de los celestes orbes, que tomaron parte en la
creación del Universo.
El Creador no es lo Absoluto
incondicionado, ni siquiera su reflejo, sino los “Siete Dioses”, los
“Constructores” que con la materia eterna moldean el Universo y lo vivifican en
objetiva vida, reflejando en él la Única Realidad.
Crearon, o mejor dicho, formaron el
Universo, los seres que constituyen la “hueste de Dios”; a los que la Doctrina
Secreta llama Dhyân Chohans; los indos, Prajâpatis; los cabalistas, sephiroth;
los buddhistas, Devas; los mazdeístas, Amshaspends; todos los cuales son
fuerzas impersonales, pues son ciegas. Conviene advertir que mientras para los
místicos cristianos la creación es obra de los “dioses de Dios”, para los
clérigos dogmáticos el Creador es el “Dios de dioses y señor de señores”, etc.
Según los israelitas, “Jehovah” es el Dios superior a todos los dioses.
Sé que el señor [de Israel] es
grande y que el Señor nuestro es superior a todos los dioses. Porque
ídolos son los dioses de todas las naciones; pero el Señor hizo los cielos.
La palabra egipcia Neteroo, que Champollion tradujo por “los demás dioses”, tiene el mismo
significado que los Elohim de la Biblia,
tras la cual está oculto el Dios Uno, considerado en la diversidad de sus
poderes. Este Dios único no es en este caso el Parabrahman, sino el Logos
inmanifestado, el Demiurgos, el verdadero creador o Hacedor, que le sigue,
representando a los demiurgos en colectividad. Más adelante añade el eminente
egiptólogo:
Vemos que los egipcios ocultaron y
encubrieron al Dios de dioses tras los agentes
que lo rodean. Atribuyeron a sus dioses mayores todas las excelencias de la
única Divinidad y los consideraron increados... Neith “es quien es”, como Jehovah. Thoth se creó
a sí mismo y no fue engendrado. El judaísmo aniquilando a estos dioses
ante la grandeza de su dios, dejaron de ser simples potestades como los
arcángeles de Filón; los Sephiroth de los cabalistas y las Ogdoadas de los
gnósticos, para quedar fundidos y transformados en Dios mismo.
Por lo tanto, según enseña la Kabalah, Jehovah es a los sumo el
“Hombre Celeste”, Adam Kadmon, de quien el Logos, el autocreado Espíritu, se
sirve de vehículo para descender al mundo fenoménico y manifestarse en él.
Tales son las enseñanzas de la
Sabiduría arcaica que ni aun los cristianos ortodoxos repudiarán si con
sinceridad y alteza de mente estudian sus propias Escrituras. Porque leyendo
cuidadosamente las Epístolas de San
Pablo, se advierte que el “apóstol de los gentiles” admite plenamente la
Doctrina Secreta y la Kabalah. La
gnosis que parece condenar no es para él menos que para Platón, a saber: “el
supremo conocimientode la verdad y del único Dios”; porque lo que San
Pablo condena no es la verdadera sino la falsa gnosis y sus abusos, pues de lo
contrario ¿cómo hubiera hablado como un platónico de abolengo? Las ideas o
tipos (archai) delfilósofo griego;
las inteligencias de Pitágoras; las emanaciones o eones de los panteístas; el
Logos o Verbo, arquetipo de las Inteligencias; la Sabiduría o Sophia; el
Demiurgos, o Constructor del universo bajo la dirección del Padre, o Logos
Inmanifestado, de quien procede; el infinito y desconocido Ain-Soph; los
períodos angélicos; los Siete
espíritus representantes de los Siete
de todas las antiguas cosmogonías; el pleroma de las inteligencias; los
arcontes del aire; los principados; el metatron cabalístico; los abismos de
Ahriman, director de nuestro Mundo, el “Dios de este Mundo”; todos estos
conceptos se exponen en los escritos de San Pablo, reconocidos canónicamente
como inspirados por la Iglesia. También se pueden reconocer dichos conceptos en
los escritores católicos romanos, cuando se leen sus obras en los textos
griegos y latinos, cuyas traducciones dan muy pobre idea de los originales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario