Los autores católicos citan con frecuencia el Zohar, inagotable arsenal de misterios y
oculta sabiduría. El erudito rabino y eminente hebraísta que después de su
conversión al catolicismo tomó el nombre de
caballero Drach, siguió los pasos de Pico de la Mirándola y de Juan
Reuchlin, asegurando a sus nuevos correligionarios que el Zohar contiene casi todos los dogmas de la religión católica; y sin
entrar aquí en la cuestión de si tuvo o no éxito en su intento de demostrarlo,
citaremos algunas de sus explicaciones.
Según ya dijimos, el Zohar no es genuina producción del
pensamiento hebreo, sino compendio y epítome de las antiquísimas doctrinas de
Oriente transmitidas oralmente al principio, escritas después en tratados
sueltos durante la cautividad de Babilonia, y finalmente recopiladas por el
rabino Simeón Ben Jochai, hacia los comienzos de la era cristiana. Cuando en
los países mesopotámicos surgió en nueva forma la cosmogonía mosaica, el Zohar fue el vehículo en donde se
enfocaron los luminosos rayos de la Sabiduría universal; pero por mucha que sea
la semajanza entre el fondo del Zohar
y los dogmas cristianos, cabe afirmar que sus compiladores no tuvieron nunca a
Cristo en sus mentes, pues de lo contrario no hubiera quedado en el mundo ni un
solo judío de la ley mosaica. Además, si se acepta al pie de la letra lo que
dice el Zohar, cualquiera religión
podrá apoyarse en sus símbolos y alegorías; porque este libro es eco de las
verdades primitivas, y todo credo se basa en alguna de ellas, siendo el Zohar un velo de la Doctrina Secreta.
Esto es tan evidente, que bastarán las propias manifestaciones del citado
caballero Drach, para probarlo.
El Zohar trata del Espíritu que gobierna al Sol, y dice que no es
el mismo Sol, sino el Espíritu en o tras el Sol. Drach intenta demostrar que
ese Espíritu residente en el Sol era Cristo. Al comentar este pasaje, que
califica al espíritu solar de “piedra que los constructores rechazaron”,
asegura Drach positivamente que:
La piedra solar es idéntica a
Cristo,
Y por tanto:
El Sol es indudablemente la segunda
hipóstasis de la Divinidad, o sea Cristo.
Si esto es verdad, los arios
prevédicos y védicos, los caldeos y egipcios, así como los ocultistas de toda
época, y aún los judíos, han sido siempre cristianos. Si, por el contrario no
fuese verdad, resultaría que el Cristianismo de la Iglesia es exotéricamente
puro y simple paganismo; y esotéricamente, magia práctica y trascendental u
ocultismo.
Porque esta “piedra” tiene varios
significados y una dual existencia, con gradaciones regularmente progresivas y
regresivas. Es verdaderamente un “misterio”.
Los ocultistas están dispuestos a
admitir con San Crisóstomo, que los infieles o mejor dicho los profanos, cegados por la luz del Sol,
pierden de vista el verdadero Sol al contemplar el falso.
Pero si el Crisóstomo y el caballero
Drach ven el Zohar y en el Sol
cabalístico “la segunda hipóstasis”,
ésta no es razón para que todos los demás queden cegados por ellos. El misterio
del Sol es tal vez el mayor de los innumerables del ocultismo. Es
verdaderamente un nudo gordiano que no puede cortarse con la espada de dos
filos de la casuística escolástica. Es verdaderamente un deo dignus vindice nodus, y sólo puede ser desatado por los Dioses. El significado de esto lo
comprenderá cualquier cabalista, pues es claro.
Cuando Pitágoras dijo: Contra solem ne loquaris, no se refería
al Sol visible, sino al “Sol de la Iniciación” en su trina forma, dos de cuyos
aspectos son el “Sol del Día” y el “Sol de la Noche”.
De que tras el luminar físico hay un
misterio que las gentes entrevén instintivamente, nos da prueba el que todas
las naciones, desde los primitivos pueblos hasta los actuales parsis, han
adorado al Sol. La Trinidad solar no es exclusiva del mazdeísmo, sino universal
creencia, tan antigua como el hombre. Todos los templos de la antigüedad daban
frente al Sol, y sus puertas se abrían a Oriente. Véanse los templos de Menfis
y Baalbec, las pirámides del viejo y nuevo mundo, las torres circulares de
Irlanda y el Serapeum de Egipto. Si el mundo estuviera dispuesto, que
desgraciadamente no lo está, a recibir la explicación filosófica de esta
costumbre, los Iniciados podrían darla, no obstante su misticismo. En Europa,
el último sacerdote del Sol fue el iniciado emperador Juliano, llamado ahora el
apóstata.
Quiso él beneficiar al mundo con la revelación de una parte del
gran misterio de ..... y murió. Decía
Juliano al hablar del Sol, que “hay tres en uno”, y que el Sol central era
una precaución de la Naturaleza; el prime Sol la causa universal de todo, el
soberano Bien y perfección; el segundo Poder la suprema Inteligencia con
dominio sobre todos los seres racionales .....; y el tercero el Sol visible. La
pura energía de la inteligencia solar procede del luminoso asiento ocupado por
nuestro Sol en el centro del cielo, siendo esa pura energía el Logos de nuestro
sistema.
Como dice Hermes trismegisto, “el misterioso Espíritu de la Palabra”
lo produce todo mediante el Sol, y nunca opera por otro medio”. Porque el
[desconocido] Poder colocó en el Sol,
más que en ningún otro cuerpo celeste, el asiento de su morada. Pero ni Hermes
trismegisto ni Juliano (iniciado ocultista) ni otro alguno, significaron por
Jehovah, o Júpiter, esta Causa Desconocida. Se referían ellos a la causa
productora de los “grandes Dioses” manifestados o Demiurgos de nuestro sistema
(incluso el Dios de los hebreos). Tampoco significaban con ello el Sol físico, que era tan sólo un símbolo
manifestado. El pitagórico Filolao amplía y completa a Trismegisto diciendo:
El sol es un espejo de fuego que
refleja el esplendor de sus llamas y efluye sobre nosotros.
A este esplendor lo
llamamos imagen.
Es evidente que Filolao se refiere
al céntrico Sol espiritual, cuyos refulgentes rayos refleja el Sol físico. Esto
es tan claro para los ocultistas, como lo era para los pitagóricos. En cuanto a
los profanos de la antigüedad pagana, consideraban al Sol físico desde luego
como “supremo Dios”; e igualmente parece que lo consideran los católicos
modernos, si hemos de aceptar los puntos de vista del caballero Drach. Si las
palabras tienen algún valor, cuando el caballero Drach afirma que “este Sol es
indudablemente la segunda hipóstasis de la Divinidad”, significa por “este
Sol”, el Sol cabalístico, y por “hipóstasis” da a entender la substancia o
subsistencia de la Majestad de Dios o Trinidad personal distinta. Aún evidencia
más todo esto la consideración de que el autor, como ex rabino y por lo tanto
versadísimo en lengua hebrea, y en los misterios del Zohar, debía conocer el
valor de las palabras; y además trataba de armonizar el Judaísmo y el
Cristianismo, “contradictorios tan sólo en apariencia”, según su criterio.
Pero cuanto hemos apuntado pertenece
a cuestiones y problemas que se resolverán en el curso del desenvolvimiento de
la doctrina. Sobre la Iglesia católica recae la acusación, no de adorar bajo
nombres distintos a los Seres divinos que adoraron las naciones de la antigüedad,
sino de tachar de idólatras a los paganos antiguos y modernos, y a los pueblos
cristianos que sacudieron el yugo de Roma. La acusación que de adorar a los
astros, como los antiguos sabeos, levantaron algunos sabios contra la Iglesia
católica, está todavía en pie. Sin embargo, nunca adoraron los sabeos a los
astros físicos, según mostraremos más adelante; pero no es menos cierto que los
astrólogos y magos sabían que la última palabra de la Astrología y la Magia
había de esperarse de las ocultas fuerzas, dimanantes de las constelaciones.
D.S TV
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