Según se dijo en nuestros primeros volúmenes, Simón el Mago fue discípulo de los Tanaim de Samaria; y la reputación que alcanzó hasta merecer el sobrenombre de “Gran Poder de Dios” atestigua la idoneidad y sabiduría de sus maestros. Pero los Tanaim eran cabalistas de la misma escuela cabalística secreta del San Juan del Apocalipsis, tan celosa en ocultar cuidadosamente el verdadero significado de los nombres en los libros de Moisés. No obstante las calumnias acumuladas contra Simón el Mago por los anónimos compiladores de los Hechos y otros autores, no ha sido posible negar que ningún cristiano podía rivalizar con él en acciones taumatúrgicas o milagrosas. Lo que se cuenta de su caída durante un vuelo aéreo, rompiéndose las piernas y suicidándose luego, es ridículo. Hasta ahora sólo se ha conocido una versión parcial del suceso. Si los discípulos de Simón hubiesen prevalecido, tal vez nos contaran que fue Pedro quien se quebró las piernas. Pero contra esta hipótesis arguye la pusilanimidad de Pedro, incapaz de aventurarse nunca en la misma Roma.Según confiesan varios escritores cristianos, ningún apóstol obró jamás tales “portentos sobrenaturales”; pero las gentes timoratas desde luego dirán que precisamente esto prueba que los hechos de Simón el Mago eran obra del Diablo. Se acusó a Simón de blasfemia contra el Espíritu Santo, sólo porque lo equiparaba a la Mente (la Inteligencia) o “Madre de todo”. Sin embargo, la misma expresión la vemos empleada en el Libro de Enoch, que además del “Hijo de Hombre” habla del “Hijo de la Mujer”. En el Código de los Nazarenos, en el Zohar, en los Libros de Hermes y en el Evangelio apócrifo de los Hebreos, leemos que Jesús admitía al sexo femenino en el Espíritu Santo, designándolo con la expresión de: “Mi Madre, el Santo Hálito”.
Después de muchos siglos de negarla,
ha quedado demostrada la existencia de Simón el Mago, ya fuese éste Saulo,
Pablo o Simón. De él habla un manuscrito recientemente descubierto en Grecia,
que disipa toda duda sobre el particular.
En su Historia de los tres primeros siglos de la Iglesia (1) Mr. De
Pressensé da su opinión sobre esta reliquia suplementaria del cristianismo
primitivo. Dice él que a causa de los numerosos mitos concernientes a la
historia de Simón, muchos teólogos (protestantes, debió añadir), creyeron que
se trataba de un tejido de invenciones. Sin embargo, añade:
Hay en ella
hechos positivos, que corroboran por una parte el unánime testimonio de los
Padres de la Iglesia y por otra la narración de Hipólito recientemente
descubierta (2).
Este
manuscrito dista muchísimo de favorecer al titulado fundador del Gnosticismo
occidental. Aunque le reconoce grandes poderes, lo considera sacerdote de Satán
(lo cual es suficiente para probar que fue escrito por un cristiano). Indica
también que, como aquel otro “siervo del espíritu maligno” (como la Iglesia
llama a Manes), fue Simón cristiano bautizado;
pero que ambos sufrieron persecución, por estar demasiado versados en los
misterios del primitivo y verdadero
cristianismo. El secreto de esta persecución era entonces y ahora evidente,
para quienes estudian la cuestión sin prejuicio. Celoso de su independencia, no
quiso Simón someterse a la dirección o autoridad de ningún apóstol, y mucho
menos a la de Pedro ni a la de Juan, el fanático autor del Apocalipsis. De aquí las acusaciones de herejía seguidas de
“anatema”. La Iglesia no persiguió la magia mientras ésta fue ortodoxa; pues la
nueva teurgia, establecida y regulada por los Padres, y que ahora se llama “don
de milagros”, era y es aún, cuando ocurre, sólo magia, se o no consciente. Los
hechos prodigiosos llamados “divinos milagros” fueron efecto de poderes
adquiridos mediante gran pureza de vida y éxtasis. La plegaria y la contemplación
unidas al ascetismo, son los mejores medios de disciplina para llegar a ser
taumaturgo, cuando falta la iniciación. Porque la ferviente oración para el
logro de determinado objeto, es tan sólo la intensa voluntad y anhelo que se concretan en magia inconsciente. Prueba de
ello nos la da hoy día Jorge Müller de Bristol. Pero los “ milagros divinos”
son efecto de las mismas causas que producen la hechicería. La única diferencia
consiste en el buen o mal propósito del operante. Los anatemas de la Iglesia se
dirigieron únicamente contra quienes rechazaban las fórmulas y se atribuían a
sí mismos la operación del milagro, en vez de atribuir su paternidad a un Dios
personal.
Así, pues, mientras la Iglesia canonizó a los adeptos y magos a ella
sometidos, expulsó de su seno y maldijo para siempre a todos los demás. El
dogma y la autoridad fueron siempre azotes del género humano, y los más
violentos enemigos de la luz y de la verdad (3).
Tal
vez Simón el Mago, como muchos otros de su época, echó de ver en la naciente
Iglesia cristiana el germen que más tarde había de dar frutos de ambicioso e
insaciable poderío, culminados en el dogma de la infalibilidad; y por lo mismo
rompieron desde luego con ellas. Las sectas y cismas empiezan ya en el siglo
primero. Pablo se indispone con Pedro; mientras Juan, abroquelado en sus
visiones, calumnia a los nicolaítas y pone en boca de Jesús palabras de odio
contra ellos (4). Por lo tanto, poco caso hemos de hacer de las imputaciones
que, contra Simón el Mago, contiene el manuscrito hallado en Grecia.
Este
manuscrito, cuya autenticidad han legitimado los más notables bibliógrafos de
Tübingen, se titula Philosophumena; y
aunque la Iglesia griega lo atribuye a San Hipólito, la romana dice que su
autor fue “un hereje anónimo”, sólo porque habla “muy calumniosamente” del papa
canonizado Calixto. Sin embargo, griegos y latinos confiesan que el Philosophumena es obra de singular y
extraordinaria erudición.
El
autor dice de Simón el Mago:
Simón,
hombre muy versado en artes mágicas, engañó a muchas personas, en parte con el
arte de Trasímedes (5), y en parte con
ayuda de los demonios (6)... Quiso pasar por un dios... Ayudado por sus
diabólicas artes, convirtió a su provecho no sólo las enseñanzas de Moisés,
sino también las de los vates... Sus discípulos se valen hoy día de sus mismos
encantos. Gracias a sus embelecos, filtros, atractivas caricias (7) y lo que
ellos llaman “adormecimientos” hacen que los demonios ejerzan su influencia
sobre todos aquellos a quienes desean fascinar. Para este objeto se valen de
los que llaman “demonios familiares” (8).
En otro pasaje del
manuscrito se lee:
El
Mago (Simón), exigía de quienes deseaban preguntar al demonio, que escribieran
su pretensión en un pergamino. Doblado éste en cuatro partes, lo arrojaba a las
brasas para que el humo pudiese revelar lo escrito al espíritu (o demonio). Con
el pergamino quemaba el Mago puñados de incienso, y pedazos de papiro, con los
nombres hebreos de los espíritus invocados. Muy luego parecía como si el divino Espíritu dominase al Mago, que
mediante ininteligibles invocaciones se ponía en estado de responder a
cualquiera pregunta que se le hiciese ante el brasero, de cuyas llamas brotaban
frecuentemente apariciones fantásticas. Otras veces bajaba fuego del cielo
sobre objetos previamente designados por el Mago; o bien la divinidad evocada
atravesaba la estancia, dejando tras sí serpentinas de fuego (9).
Las anteriores afirmaciones
concuerdan con las de Anastasio el sinaíta, que dice (10):
La
gente vio cómo Simón hacía andar las estatuas; le vio precipitarse en las
llamas sin sufrir el menor daño; metamorfosear su cuerpo en el de varios
animales [licantropía]; provocar fantasmas y espectros en los festines; mover los muebles y objetos de los
aposentos, por la acción de espíritus invisibles.
Decía que estaba escoltado por un cierto número de sombras, a las que daba el
nombre de “almas de los muertos”. Finalmente acostumbraba a volar por los
aires... (Anastasio, Patrol, Grecque,
LXXXIX, col. 523, quoe, XX).
Suetonio dice en su Nerón:
En
aquel tiempo un Ícaro cayó, en su primera ascensión, junto al palco de Nerón y
lo salpicó con su sangre (11).
Esta frase que alude
evidentemente a algún infeliz acróbata, que al poner los pies en falso caería
al suelo, se aduce como prueba de que fue Simón el caído (12). Pero la fama del
Mago era de seguro demasiado sonada, si hemos de dar crédito a los Padres de la
Iglesia, para que el autor omitiera su nombre y lo designase sencillamente por
“un Ícaro”. La autora sabe perfectamente que hay en Roma un lugar llamado
Simónium, cerca de la Iglesia de los Santos Cosme y Damián (vía Sacra), no muy
lejos de las ruinas del templo de Rómulo, en donde se ven los pedazos de una
piedra, sobre la que, según tradición, se arrodilló San Pedro para dar gracias a
Dios por su triunfo contra Simón, quedando en ella impresas las huellas de
ambas rodillas. Pero ¿qué prueba esta piedra? También no en fragmentos de una
piedra, sino en una roca entera, en el pico de Adán, enseñan los buddhistas de
Ceilán otras huellas. En lo alto se eleva un escarpado, y en una terraza de
este despeñadero, hay un enorme peñasco, sobre el cual se halla, desde hace
casi tres mil años, la sagrada huella de un pie de más de un metro de largo.
¿Por qué no hemos de creer la leyenda sobre éste, y sí la de San Pedro? Tanto
el “príncipe de los Apóstoles” como “el príncipe de los Reformadores”, o el
“primogénito de Satán” que es como se le llama a Simón, se prestan a leyendas y
ficciones. Sin embargo, se nos puede permitir que distingamos.
No es imposible que Simón
volara, es decir, que se mantuviera en los aires durante unos cuantos minutos.
Los médiums de nuestros días han
hecho lo mismo, gracias a una fuerza que los espiritistas insisten en atribuir
a los “espíritus”. Pero si Simón se elevó en los aires, lo hizo por su propia
virtud, por una fuerza ciega que es poco obediente a las plegarias de los
adeptos rivales, dejando aparte a los santos. El hecho es que la lógica se
opone a creer que Simón cayera al suelo por las oraciones de Pedro. Habiendo
sido derrotado públicamente por el apóstol, sus discípulos le hubieran
abandonado ante tan notoria prueba de inferioridad, y se hubiesen convertido en
cristianos ortodoxos. Sin embargo, el autor del Philosophumena confiesa lo contrario, a pesar de ser cristiano;
pues dice que lejos de perder Simón prestigio entre sus discípulos y las masas,
después de la supuesta caída de las nubes iba a predicar diariamente a la
Campania romana. Además, es inverosímil que Simón cayese desde las nubes “a
mucha más altura que la del Capitolio”, y únicamente resultara con las piernas
rotas. Podríamos decir que tan afortunada caída es de por sí un verdadero
milagro.
D.S TV
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