jueves, 9 de agosto de 2018

SIMÓN Y SU BIÓGRAFO HIPÓLITO




Según se dijo en nuestros primeros volúmenes, Simón el Mago fue discípulo de los Tanaim de Samaria; y la reputación que alcanzó hasta merecer el sobrenombre de “Gran Poder de Dios” atestigua la idoneidad y sabiduría de sus maestros. Pero los Tanaim eran cabalistas de la misma escuela cabalística secreta del San Juan del Apocalipsis, tan celosa en ocultar cuidadosamente el verdadero significado de los nombres en los libros de Moisés. No obstante las calumnias acumuladas contra Simón el Mago por los anónimos compiladores de los Hechos y otros autores, no ha sido posible negar que ningún cristiano podía rivalizar con él en acciones taumatúrgicas o milagrosas. Lo que se cuenta de su caída durante un vuelo aéreo, rompiéndose las piernas y suicidándose luego, es ridículo. Hasta ahora sólo se ha conocido una versión parcial del suceso. Si los discípulos de Simón hubiesen prevalecido, tal vez nos contaran que fue Pedro quien se quebró las piernas. Pero contra esta hipótesis arguye la pusilanimidad de Pedro, incapaz de aventurarse nunca en la misma Roma.Según confiesan varios escritores cristianos, ningún apóstol obró jamás tales “portentos sobrenaturales”; pero las gentes timoratas desde luego dirán que precisamente esto prueba que los hechos de Simón el Mago eran obra del Diablo. Se acusó a Simón de blasfemia contra el Espíritu Santo, sólo porque lo equiparaba a la Mente (la Inteligencia) o “Madre de todo”. Sin embargo, la misma expresión la vemos empleada en el Libro de Enoch, que además del “Hijo de Hombre” habla del “Hijo de la Mujer”. En el Código de los Nazarenos, en el Zohar, en los Libros de Hermes y en el Evangelio apócrifo de los Hebreos, leemos que Jesús admitía al sexo femenino en el Espíritu Santo, designándolo con la expresión de: “Mi Madre, el Santo Hálito”.
            
Después de muchos siglos de negarla, ha quedado demostrada la existencia de Simón el Mago, ya fuese éste Saulo, Pablo o Simón. De él habla un manuscrito recientemente descubierto en Grecia, que disipa toda duda sobre el particular.
            
En su Historia de los tres primeros siglos de la Iglesia (1) Mr. De Pressensé da su opinión sobre esta reliquia suplementaria del cristianismo primitivo. Dice él que a causa de los numerosos mitos concernientes a la historia de Simón, muchos teólogos (protestantes, debió añadir), creyeron que se trataba de un tejido de invenciones. Sin embargo, añade:

Hay en ella hechos positivos, que corroboran por una parte el unánime testimonio de los Padres de la Iglesia y por otra la narración de Hipólito recientemente descubierta (2).

Este manuscrito dista muchísimo de favorecer al titulado fundador del Gnosticismo occidental. Aunque le reconoce grandes poderes, lo considera sacerdote de Satán (lo cual es suficiente para probar que fue escrito por un cristiano). Indica también que, como aquel otro “siervo del espíritu maligno” (como la Iglesia llama a Manes), fue Simón cristiano bautizado; pero que ambos sufrieron persecución, por estar demasiado versados en los misterios del primitivo y verdadero cristianismo. El secreto de esta persecución era entonces y ahora evidente, para quienes estudian la cuestión sin prejuicio. Celoso de su independencia, no quiso Simón someterse a la dirección o autoridad de ningún apóstol, y mucho menos a la de Pedro ni a la de Juan, el fanático autor del Apocalipsis. De aquí las acusaciones de herejía seguidas de “anatema”. La Iglesia no persiguió la magia mientras ésta fue ortodoxa; pues la nueva teurgia, establecida y regulada por los Padres, y que ahora se llama “don de milagros”, era y es aún, cuando ocurre, sólo magia, se o no consciente. Los hechos prodigiosos llamados “divinos milagros” fueron efecto de poderes adquiridos mediante gran pureza de vida y éxtasis. La plegaria y la contemplación unidas al ascetismo, son los mejores medios de disciplina para llegar a ser taumaturgo, cuando falta la iniciación. Porque la ferviente oración para el logro de determinado objeto, es tan sólo la intensa voluntad y anhelo que se concretan en magia inconsciente. Prueba de ello nos la da hoy día Jorge Müller de Bristol. Pero los “ milagros divinos” son efecto de las mismas causas que producen la hechicería. La única diferencia consiste en el buen o mal propósito del operante. Los anatemas de la Iglesia se dirigieron únicamente contra quienes rechazaban las fórmulas y se atribuían a sí mismos la operación del milagro, en vez de atribuir su paternidad a un Dios personal. 

Así, pues, mientras la Iglesia canonizó a los adeptos y magos a ella sometidos, expulsó de su seno y maldijo para siempre a todos los demás. El dogma y la autoridad fueron siempre azotes del género humano, y los más violentos enemigos de la luz y de la verdad (3).

Tal vez Simón el Mago, como muchos otros de su época, echó de ver en la naciente Iglesia cristiana el germen que más tarde había de dar frutos de ambicioso e insaciable poderío, culminados en el dogma de la infalibilidad; y por lo mismo rompieron desde luego con ellas. Las sectas y cismas empiezan ya en el siglo primero. Pablo se indispone con Pedro; mientras Juan, abroquelado en sus visiones, calumnia a los nicolaítas y pone en boca de Jesús palabras de odio contra ellos (4). Por lo tanto, poco caso hemos de hacer de las imputaciones que, contra Simón el Mago, contiene el manuscrito hallado en Grecia.

Este manuscrito, cuya autenticidad han legitimado los más notables bibliógrafos de Tübingen, se titula Philosophumena; y aunque la Iglesia griega lo atribuye a San Hipólito, la romana dice que su autor fue “un hereje anónimo”, sólo porque habla “muy calumniosamente” del papa canonizado Calixto. Sin embargo, griegos y latinos confiesan que el Philosophumena es obra de singular y extraordinaria erudición.

El autor dice de Simón el Mago:

Simón, hombre muy versado en artes mágicas, engañó a muchas personas, en parte con el arte de Trasímedes (5), y en parte con ayuda de los demonios (6)... Quiso pasar por un dios... Ayudado por sus diabólicas artes, convirtió a su provecho no sólo las enseñanzas de Moisés, sino también las de los vates... Sus discípulos se valen hoy día de sus mismos encantos. Gracias a sus embelecos, filtros, atractivas caricias (7) y lo que ellos llaman “adormecimientos” hacen que los demonios ejerzan su influencia sobre todos aquellos a quienes desean fascinar. Para este objeto se valen de los que llaman “demonios familiares” (8).

En otro pasaje del manuscrito se lee:

El Mago (Simón), exigía de quienes deseaban preguntar al demonio, que escribieran su pretensión en un pergamino. Doblado éste en cuatro partes, lo arrojaba a las brasas para que el humo pudiese revelar lo escrito al espíritu (o demonio). Con el pergamino quemaba el Mago puñados de incienso, y pedazos de papiro, con los nombres hebreos de los espíritus invocados. Muy luego parecía como si el divino Espíritu dominase al Mago, que mediante ininteligibles invocaciones se ponía en estado de responder a cualquiera pregunta que se le hiciese ante el brasero, de cuyas llamas brotaban frecuentemente apariciones fantásticas. Otras veces bajaba fuego del cielo sobre objetos previamente designados por el Mago; o bien la divinidad evocada atravesaba la estancia, dejando tras sí serpentinas de fuego (9).

Las anteriores afirmaciones concuerdan con las de Anastasio el sinaíta, que dice (10): 

La gente vio cómo Simón hacía andar las estatuas; le vio precipitarse en las llamas sin sufrir el menor daño; metamorfosear su cuerpo en el de varios animales [licantropía]; provocar fantasmas y espectros en los festines; mover los muebles y objetos de los aposentos, por la acción de espíritus invisibles. Decía que estaba escoltado por un cierto número de sombras, a las que daba el nombre de “almas de los muertos”. Finalmente acostumbraba a volar por los aires... (Anastasio, Patrol, Grecque, LXXXIX, col. 523, quoe, XX).
Suetonio dice en su Nerón:

En aquel tiempo un Ícaro cayó, en su primera ascensión, junto al palco de Nerón y lo salpicó con su sangre (11).

Esta frase que alude evidentemente a algún infeliz acróbata, que al poner los pies en falso caería al suelo, se aduce como prueba de que fue Simón el caído (12). Pero la fama del Mago era de seguro demasiado sonada, si hemos de dar crédito a los Padres de la Iglesia, para que el autor omitiera su nombre y lo designase sencillamente por “un Ícaro”. La autora sabe perfectamente que hay en Roma un lugar llamado Simónium, cerca de la Iglesia de los Santos Cosme y Damián (vía Sacra), no muy lejos de las ruinas del templo de Rómulo, en donde se ven los pedazos de una piedra, sobre la que, según tradición, se arrodilló San Pedro para dar gracias a Dios por su triunfo contra Simón, quedando en ella impresas las huellas de ambas rodillas. Pero ¿qué prueba esta piedra? También no en fragmentos de una piedra, sino en una roca entera, en el pico de Adán, enseñan los buddhistas de Ceilán otras huellas. En lo alto se eleva un escarpado, y en una terraza de este despeñadero, hay un enorme peñasco, sobre el cual se halla, desde hace casi tres mil años, la sagrada huella de un pie de más de un metro de largo. ¿Por qué no hemos de creer la leyenda sobre éste, y sí la de San Pedro? Tanto el “príncipe de los Apóstoles” como “el príncipe de los Reformadores”, o el “primogénito de Satán” que es como se le llama a Simón, se prestan a leyendas y ficciones. Sin embargo, se nos puede permitir que distingamos.

No es imposible que Simón volara, es decir, que se mantuviera en los aires durante unos cuantos minutos. Los médiums de nuestros días han hecho lo mismo, gracias a una fuerza que los espiritistas insisten en atribuir a los “espíritus”. Pero si Simón se elevó en los aires, lo hizo por su propia virtud, por una fuerza ciega que es poco obediente a las plegarias de los adeptos rivales, dejando aparte a los santos. El hecho es que la lógica se opone a creer que Simón cayera al suelo por las oraciones de Pedro. Habiendo sido derrotado públicamente por el apóstol, sus discípulos le hubieran abandonado ante tan notoria prueba de inferioridad, y se hubiesen convertido en cristianos ortodoxos. Sin embargo, el autor del Philosophumena confiesa lo contrario, a pesar de ser cristiano; pues dice que lejos de perder Simón prestigio entre sus discípulos y las masas, después de la supuesta caída de las nubes iba a predicar diariamente a la Campania romana. Además, es inverosímil que Simón cayese desde las nubes “a mucha más altura que la del Capitolio”, y únicamente resultara con las piernas rotas. Podríamos decir que tan afortunada caída es de por sí un verdadero milagro.

D.S TV

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