El primer ciclo
de cinco años comprende sesenta meses sidéreo-solares o 1.800 días; sesenta y
un meses solares o 1.830 días; sesenta y dos meses lunares o 1.860 lunaciones,
y sesenta y siete meses constelo-lunares o 1.809 días.
El coronel Warren considera estos
años como ciclos; y así es, en efecto, pues cada uno de estos años tiene su
importancia especial y se relaciona con determinados sucesos en los horóscopos
de los individuos. Dice Warren:
El ciclo de sesenta años comprende
cinco ciclos de doce años, cada uno de los cuales ciclos equivale a un año del
planeta Brihaspati o Júpiter... Menciono este ciclo porque lo he visto en
varios libros, pero no sé de nación ni tribu alguna que mida el tiempo según
este cómputo.
Es muy natural esta ignorancia,
puesto que el coronel Warren desconocía los ciclos secretos y su significado.
El mismo autor dice:
Los nombres de los cinco ciclos o
yugas son: ...Samvatsara, Parivatsara, Idvatsara, Anuvatsara y Udravatsara.
El sabio coronel hubiese advertido
que “otras naciones” tuvieron el mismo ciclo secreto, si recordara que los
romanos también contaban por lustros
o quinquenios (tomados indudablemente de los indos), cuyo producto por 12 es el
ciclo de sesenta años. En las inmediaciones de Benarés quedan todavía
vestigios de todos estos ciclos y de aparatos astronómicos tallados en roca,
como sempiternos recuerdos de la iniciación arcaica, a que Sir Guillermo Jones,
asesorado por los prudentes brahmanes que le rodeaban, llamó “ registros
pretéritos” o computadores. Pero en Stonehenge existen todavía. Dice Higgins
que Waltire vio que los montículos de túmulos que rodean este templo
gigantesco, representaban correctamente la magnitud y posición de las estrellas
fijas, formando un planisferio completo. Según afirma Colebrooke, el ciclo de
los Vedas, a que se refiere el Jyotisha (3), es la base de omputación
de todos los demás ciclos mayores o menores. Pero los Vedas, por antiguos que sean, se escribieron mucho después de haber
dejado, los hombres de la tercera raza, perpetua memoria de las observaciones
realizadas con auxilio de sus gigantescos instrumentos astronómicos y
matemáticos, según la enseñanza recibida de los dhyân chohans. Como dice muy
atinadamente Maurice:
Los monolitos y monumentos
circulares de piedra, fueron sin duda perdurables símbolos de ciclos
astronómicos, erigidos por una raza que por desconocer los caracteres gráficos
o por prohibirle su empleo razones políticas, no disponían de otro medio
permanente para instruir a sus discípulos, o legar sus conocimientos a la
posteridad.
Sólo se equivoca Maurice en el
último concepto; pues la erección de tales monumentos, a la par observatorios
tallados en la roca y libros de astonomía, tenían por objeto preservar los
acontecimientos ocultos de ulteriores profanaciones, y legarlos en patrimonio
sólo a los iniciados.
Sabido es que, así como los indos
dividían la Tierra en siete zonas, así la mayor parte de antiguos pueblos más
occidentales dieron a su numeración sagrada la base por los números 6 y 12,
aunque empleando también el 7 cuando éste no se prestaba a las operaciones. Así
aprovecharon la numérica base del 6, la exotérica cifra que les dio Ârya
Bhatta; de suerte que en todas las naciones pueden encontrar fácilmente los
arqueólogos y matemáticos los ciclos secretos, desde el máximo de 600 hasta
el mínimo. De aquí que el globo terráqueo se dividiera en 60 grados, que
multiplicados por 60 dieron 3.600 o el año máximo. De aquí también que la hora
se divida en 60 minutos y el minuto en 60 segundos. Los pueblos asiáticos
tienen un ciclo de sesenta años, a cuyo término viene la séptima década feliz.
Los chinos tienen su ciclo menor de sesenta días, los judíos otro de seis, y
los griegos uno de seis siglos, o sea otra vez el Naros.
Los babilonios contaban un año
máximo de 3.600, equivalente al Naros multiplicado por 6. El ciclo Van de los
tártaros erade 180 años o tres sesentenas, que multiplicado por 12 x 12, esto
es, por 144, da 180 x 144 = 25.920 años o el período exacto de la revolución
sidérea.
La India es la cuna de las
matemáticas, según evidencia Max Müller; y conforme explica Krishna Shâstri
Godbole en el siguiente pasaje de The
Theosophist:
Los judíos... representaban los
números dígitos o naturales (1 a 9) con las nueve primeras letras del alfabeto,
las decenas (10 a 90) con las nueve letras siguientes; las cuatro primeras
centenas (100 a 400) con las últimas cuatro letras; y las centenas restantes
(500 a 900) por las segundas formas de las letras kaf (oncena), mim
(décimotercia), nun (décimotercia, pe (décimoséptica) y sad (décimoctava).
Representaban los demás números por la combinación de estas letras, según su
valor... Los judíos actuales todavía emplean en sus libros hebreos la misma
anotación numérica. Los griegos tenían un sistema de numeración semejante al de
los judíos, pero ampliaban el uso de las letras del alfabeto colocando sobre
ellas unos guiones o trazos que representaban, según el caso, millares (1.000 a
9.000), decenas de millar(10.000 a 90.000) y centenas de millar (100.000).
Estas últimas, por ejemplo, estaban representadas por la letra rho con un guión,al paso que la rho sola valía 100. Los romanos formaban
los números mediante la combinación en suma o resta, a derecha o izquierda
respectivamente, de siete letras de su alfabeto, que era: I = 1; V = 5; X = 10;
L = 50; C = 100; D = 500; M = 10000. Así: XX = 20; XV = 15; IX = 9. Ésta es la
llamada numeración romana que han adoptado las naciones europeas. Los árabes
imitaron en un principio la numeración de sus vecinos los judíos, y la llamaron
Abjad, nombre formado con las
iniciales de las cuatro letras hebreas: alif,
beth, jimel y daleth,
correspondientes a los números 1, 2, 3 y
4. Pero cuando a principios de la era cristiana viajaron mercantilmente por
la India, se apropiaron de la notación decimal usada en este país, sin alterar
la escritura de las cifras de izquierda a derecha, aunque su costumbre es
escribir de derecha a izquierda. Introdujeron la notación decimal en España, de
donde se propagó a los demás países europeos de las costas mediterráneas que
estuvieron bajo su dominio durante la Edad Media. Resulta, por lo tanto,
evidente que los arios conocían bien las matemáticas y la ciencia de computar,
en época en que otros pueblos poco o nada sabían de ello. Está comprobado
asimismo que los árabes aprendieron de los indos la aritmética y el álgebra, y
la enseñaron a las naciones occidentales. Esto evidencia que la civilización
aria es más antigua que la de otra nación actual; y como los Vedas son el más viejo monumento de
dicha civilización, deben ser, por lo tanto, de fecha remotísima.
Pero mientras la nación judía, por
ejemplo, considerada por tanto tiempo como la más antigua en el orden de la
creación, nada sabía de aritmética ni del sistema decimal, se conocía éste en
la India desde muchos siglos antes de la era cristiana.
Para
convencerse de la indecible antigüedad de las naciones arias de Asia y de sus
cómputos astronómicos, es preciso estudiar algo más que los Vedas, cuyo secreto significado no
llegarán a comprender los orientalistas de la presente generación, porque las
obras astronómicas que abiertamente ofrecen los datos probatorios de la
antigüedad del país y de su ciencia, escapan a la mirada de los coleccionadores
de manuscritos indos, por motivos que no necesitan explicación. Sin embargo,
perdidos e ignorados entre esa población de memorias fenomenales y cerebros
metafísicos, existen hoy día en la India astrónomos y matemáticos, modestos
shâstris y pandits, cuyos conocimientos les han permitido probar,
irrefragablemente para muchos, que los Vedas
son los libros más antiguos del mundo. Uno de estos investigadores es el shâtri
antes citado, que publicó en The
Theosophist un ingenioso trabajo en el que demuestra astronómica y
matemáticamente que:
Si... el examen crítico de las obras
postvédicas, desde los Upanishads y Brâhmanas hasta los Purânas, nos retrolleva a 20.000 años antes de J. C., resulta que los
Vedas debieron de escribirse unos
30.000 años antes de la era cristiana, por lo menos, fecha que debemos admitir
actualmente como edad de ese Libro de los libros.
¿Y cuáles son las pruebas de esto?
Los ciclos y la evidencia dimanante de las constelaciones. Extractaremos
algunos pasajes del artículo “La Antigüedad de los Vedas” (11), que más bien es
un tratado astronómico, seleccionando lo preciso para dar una idea de sus
argumentos y el significado que da al ciclo quinquenal, de que hemos hablado.
Deben leer el artículo entero aquellos a quienes, por su competencia en
matermáticas, les puedan interesar las demostraciones expuestas:
Somâkara,
en sus comentarios al Sheska Jyotisha,
cita un pasaje del Satapatha Brâhmana
que contiene una afirmación sobre el cambio de los trópicos, hallado también en
el Sâkhâyana Brâhmana, según afirma
Max Müller en su prefacio a Rigveda
Samhitd (12). El pasaje es como sigue: “El plenilunio de Phâlguna es la
primera noche de Samvatsara, primer año del ciclo quincenal”. Este pasaje
demuestra con toda evidencia que el ciclo quincenal, cuyo comienzo es el 1º de
Mâgha (Enero-Febrero), según el sexto versículo del Jyotisha, comenzaba en tiempos anteriores al 15 de Phâlguna
(Febrero-Marzo). Ahora bien; según el Jyotisha,
al comenzar el primer año (Samvatsara) del quinquenio, el 15 de Phâlguna, la
Luna está en
1
95
( =
--------------------- ) o ¾ del Uttara Phâlguni;
124
1
1 +
---------------
3 + 8
29
y
el Sol en
1
33 ( =
----------------- ) o 1/4 del Purva Bhâdrapadâ.
124 1
3 +
-------------
1 + 8
25
De
esto se infiere que la posición de los cuatro principales puntos de la
eclíptica era entonces la siguiente:
Solsticio de invierno = 3º29’ de
Purva Bhâdrapadâ.
Equinoccio de primavera en el
comienzo de Mrigashîrsha.
Solsticio de verano el 10 de Purva
Phâlgunî.
Equinoccio de otoño en la mitad de
Jyeshthâ.
Hemos visto que el equinoccio de
primavera coincidía con el comienzo de Krittikâ el año 1421 antes de J. C. Por
lo tanto, desde el comienzo de Krittikâ al de Mrigashîrsha, iban 1421 + 26 2/3
x 72 = 1421 + 1920 = 3341 años antes de J. C., suponiendo que la precesión de los equinoccios vaya a
razón de 50º por año. Cuando la proporción se toma por 3º20’’ en 247 años, el
cómputo resulta 1516 + 1960’7 = 3476’7 años antes de J. C.
Cuando el solsticio de invierno, a
causa de su retroceso, coincidía con el comienzo de Purva Bhâdrapadâ, el
principio de la época quinquenial, se mudó del 15 al 1º de Phâlguna (Febrero-Marzo).
Esta mudanza ocurrió 240 años después de la antedicha observación, esto es, en
el año 3101antes de J. C. Este dato es importantísimo, puesto que en él se basó
posteriormente la era kali (13), cuyo fundamento es un suceso astronómico,
aunque los eruditos europeos digan que es una fecha imaginaria.
INTERCAMBIO DE
KRITTIKÂ Y ASHVINÎ
Vemos que las 27 constelaciones se
contaban desde Mrigashîrsha cuando el equinoccio de primavera coincidía con su
principio, y así se siguió contando hasta QUE DICHO EQUINOCCIO RETROCEDIÓ AL
COMIENZO DE Krittikâ y fue ésta la primera constelación. Porque entonces había
cambiado el solsticio de invierno, retrocediendo de Phâlguna (Febrero-Marzo) a
Mâgha (Enero-Febrero), o sea un mes lunar. Del mismo modo, el lugar de Krittikâ
quedó ocupado por Ashvinî, y ésta fue la primera constelación cuando su
comienzo coincidió con el equinoccio de primavera; o sea cuando el solsticio de
invierno estaba en Pansha (Diciembre-febrero). Ahora bien; desde el comiento de
Krittikâ al de Ashvinî, van dos constelaciones o 26 2/3º; y el equinoccio tarda
1920 años en retroceder esta distancia al tanto de 1 cada 72 años. Así se
computa que el equinoccio de primavera coincidió con el comienzo de Ashvinî, o
sea con el fin de Revatâ los 1920-1421 = 499 años después de J. C.
OPINIÓN DE
BENTLEY
12. Recordemos ahora la observación
discutida por Bentley en sus investigaciones sobre las antigüedades indas. Dice
Bentley: “La primera constelación lunar en la división de veintiocho se llamó
Mûla, que significa raíz u origen. En la división de veintisiete, la primera
constelación lunar se llamó Jyeshthâ, que significa el primero y tuvo, por
tanto, la misma importancia que Mûla” (15). De esto se infiere que el
equinoccio de primavera estuvo un tiempo en el comienzo de Mûla, y que esta
constelación era la primera cuando se contaban veintiocho, incluso Abhijit.
Ahora bien; desde el comienzo de Mrigashîrsha al de Mûla van catorce
constelaciones o 180º; y por lo tanto, la fecha en que el equinoccio de primavera
coincidió con el comienzo de Mûla, es a lo menos de 3341 + 180 x 72 = 16.301
años antes de J. C. La posición de los cuatro puntos cardinales de la eclíptica
era entonces la siguiente:
El solsticio de invierno en el
comienzo de Uttara Phâlguni en el mes de Shrâvana.
El equinoccio de primavera en el
comienzo de Mûla en Kârttika.
El solsticio de verano en el
comienzo de Purva Bhâdrapadâ en Mâgha.
El equinoccio de otoño en el
comienzo de Mrigashîrsha en Vaishâkha.
PRUEBA INDUCIDA
DE BHAGAVAD GÎTÂ
El Bhagavad Gîtâ y el Bhâgavata,
mencionan una observación muchísimo más remota que la descubierta por Bentley.
En el Bhagavad Gîtâ se lee: “Soy el Margashîha [el primero entre los meses], y
la Primavera [la primera estación].
“Soy el Samvatsara entre los años
[cinco en números], la Primaveraentre las estaciones, el Margashîrsha entre los
meses, y Abhijit entre las constelaciones [que son veintiocho]”.
Esto evidencia que hubo un tiempo en
que el primer año del quinquenio, se llamaba Samvatsara, y que el Madhu o primer mes de primavera era
Margashîrsha, y que Abhijit era la primera constelación que coincidía entonces
con el equinoccio de primavera y desde ella empezaban a contarse, por lo tanto,
las constelaciones. Computemos ahora esta observación: Desde el comienzo de
Mûla al comienzo de Abhijit, van tres constelaciones, por lo que la fecha en
cuestión debe de ser por lo menos de 16.301 + 3/7 x 90 x 72 = 19.078 o sea
cerca de 20.000 años antes de J. C. El Samvatsara empezaba en aquella época en
el mes de Bhâdrapadâ, correspondiente al solscticio de invierno.
Tenemos, por lo tanto,
matemáticamente probado que los Vedas cuentan 20.000 años de antigüedad. Y esto
es tan sólo exotérico. Todo matemático que no esté obcecado por prejuicios,
podrá convencerse de ello, y así lo demostró un desconocido, pero muy
inteligente aficionado a la Astronomía, S. A. Mackey, seis años atrás.
Su teoría sobre las épocas indas es
sumamente curiosa y se aproxima bastante a las enseñanzas ocultas. Dice así:
Según leo en la obra Investigaciones Asiáticas (tomo II, pág.
131), el gran antepasado de Yudishthira reinó 27.000 años... al fin de la Edad
de bronce. Y en la misma obra (tomo IX, pág. 364) se lee: “Al comienzo de Kali Yuga bajo el reinado de Yudhisthira... que
empezó a reinar inmediatamente después de la inundación llamada Pralaya”.
En esto tenemos tres distintas
afirmaciones acerca del Yudhisthira... y para explicarlas hemos de recurrir a
los libros arios que dividen los cielos y la tierra en cinco partes desiguales, por medio de círculos paralelos al
ecuador. Es de suma importancia atender a estas divisiones... porque de ellas
se deriva la de Mahâ-Yuga en sus cuatro partes componentes. Saben los
astrónomos que en los cielos hay un punto llamado polo, alrededor del cual
parece como que gira toda la esfera celeste en veinticuatro horas. A noventa
grados de este punto se imagina un círculo
llamado ecuador que divide los cielos
y la tierra en dos partes iguales: el Norte y el Sur. Entre el ecuador y el
polo hay otro círculo imaginario llamado de perpetua
aparición; entre el cual y el ecuador hay un punto celeste llamado cenit
por el que pasa otro círculo imaginario, paralelo a los otros dos,
completándose el circuito con el círculo de perpetua ocultación... Ningún
astrónomo europeo aplicó hasta ahora estos círculos a la computación de los
misteriosos números indos. Según se dice en las Investigaciones Asiáticas, Yudhisthira nombró a Vicramâditya rey de
Casimira, que está en los 36 grados de latitud en donde el círculo de perpetua
aparición se extiende hasta 72 grados de latitud, faltando tan sólo 18 grados
para llegar al cenit; pero en dicha latitud, desde el cenit al ecuador hay 36
grados, y desde el ecuador al círculo de perpetua ocultación hay 54º. Aquí
tenemos el semicírculo de 180º dividido en cuatro partes en la proporción de 1,
2, 3, 4, es decir, 18, 36, 54, 72. Nada importa para el caso que los astrónomos
indos conociesen o ignorasen el movimiento de la Tierra, puesto que las
apariencias son las mismas... y quiero suponer que creyeran que los cielos
giraban en torno de la Tierra, para dar una satisfacción a los señores muy escrupulosos;
pero es indudable que habían observado el movimiento progresivo de las estrellas en el curso del Sol, a través de los
puntos equinocciales en la proporción de 54’’ al año, lo cual determinaba la
completa revolución del zodíaco en 24.000 años. También observaron que el
ángulo de inclinación variaba hasta dilatar
o contraer cuatro grados por
banda la anchura de los trópicos, cuya progresión de movimiento llevaría los
trópicos desde el ecuador a los polos; de modo que al cabo de 540.000 años, el
zodíaco efectuaría 22 ½ revoluciones, y el polo norte de la eclíptica se habría
movido desde el polo norte de la tierra al ecuador... Por lo tanto los polos
quedarían invertidos al término de 1.080.000 años, que es precisamente la
duración del Mahâ-Yuga que los indos dividieron en cuatro partes proporcionales
a los números 1, 2, 3, 4, o sean 108.000, 216.000, 324.000 y 432.000. Tal es la
prueba de que estos números resultaron de antiquísimas
observaciones atronómicas, y por lo tanto no merecen el despreciativo
desdén con que hablan de ellos los ensayistas, repitiendo las voces de Bentley,
Wilford, Dupuis y otros.
Demostremos ahora que no es absurdo computar en 27.000 años el
reinado de Yudhisthira, pues los ensayistas no advierten que hubo muchos
monarcas de este nombre cuya sucesión constituye una larga dinastía, y esta
explicación tiene el ya citado pasaje de Indagaciones
Asiáticas, que dice: “El gran antepasado de Yudhisthira reinó 27.000 años
al fin de la edad de bronce o tercera edad”. Tenían los antiguos un esferoide
armilar llamado atroscopio, cuyo eje mayor representaba en sus extemos los
polos de la tierra y formaba un ángulo de 28º con el horizonte. Las siete
divisiones, desde el horizonte hasta el polo norte o templo de Buddha, y las
otras siete desde el mismo polo norte hasta el círculo de perpetua aparición,
representan los catoce manvántaras o largos períodos de tiempo, en cada uno de los
cuales reinó un Manu, según se dice en Investigaciones
Asiáticas, (tomo III, págs. 258-259). A este propósito, en el tomo V, pág.
243, el capitán Wilford, dice: “Los egipcios tuvieron catorce dinastías, y los
indos otras catoce, cuyos monarcas se
llamaron Manus”.
Es fácil confundir estos catoce
largos períodos de tiempo con los del Kali Yuga de Delhi o de otro lugar, sito
a los 28º de latitud, en donde el desnudo trecho que va desde el pie de Meru
hasta el séptimo círculo, a contar del ecuador, constituye la porción
transpuesta por los trópicos durante el período inmediato. Esta porción es muy
distinta en los 36º de latitud, y por ella difieren los cómputos en los libros
indos. Movido por esta discrepancia, dijo Bentley que “no era posible fiarse de
los números indos”, sin advertir que precisamente estas discrepancias,
derivadas de la diferencia de latitud, prueban cuán escrupulosamente observaban los indos los movimientos
celestes.
Algunos libros indos dicen que “la tierra tiene dos husos rodeados por siete
filas de cielos e infiernos a la recíproca distancia de un raju”. Esto se
explica fácilmente al comprender que las siete divisiones entre el ecuador y el
cenit se llaman rishis o rashas. Pero lo que más conviene a
nuestro propósito es saber que los indos dieron nombre a cada una de las
divisiones transpuestas por los trópicos durante cada revolución del Zodíaco.
En la latitud 36º donde el polo o Meru estaba nueve veces elevado en Casimira,
dichas divisiones se llamaban shastras;
en la latitud 28º, en Delhi, donde el polo o Meru estaba siete veces elevado,
se llamaba manus; y en la latitud
24º, en Cacha, donde el polo o Meru sólo estaba seis veces elevado, se llamaba sacas. Pero en las Indagaciones Asiáticas (tomo IX), Yudhisthira, hijo de Dharma (la Justicia), era el primero de los seis sacas. Este nombre significa el extremo; y como cada cosa tiene dos
extremos, Yudhisthira lo mismo puede aplicarse al primero que al último.
Considerando, por otra parte, que la división septentrional del círculo de
perpetua aparición es la primera del Kali Yuga, suponiendo ascendentes los
trópicos, se la llamó división o reinado de Yudhisthira. Pero la división que
inmediatamente antecede al círculo de perpetua aparición, es la última de la edad de bronce o tercera edad; y por lo tanto se la llamó Yudhisthira, cuyo
reinado precede al reinado del otro, según el trópico asciende hacia el polo o
Meru, por lo que se le llamó padre
del otro, el “gran antepasado de Yudhisthira, que reinó veintisiete mil años al fin de la edad debronce”.
Los antiguos indos observaron que el
Zodíaco adelantaba aproximadamente 54 segundos cada año, despreciando las
fracciones, y dedujeron que efectuaría una completa revolución en 24.000 años.
Al observar por otra parte que el ángulo de los polos variaba cerca de 4
segundos a cada vuelta; computaron que el Zodíaco
daría 45 vueltas a cada media revolución de los polos; pero como era
preciso que el Zodíaco se moviese de un signo y medio más, para que al cabo de
las 45 vueltas coincidiese el trópico septentrional con el círculo de perpetua
aparición, y para ello se necesitaban por lo menos 3.000 años, resulta
explicada la computación de 27.000 años para el reinado de Yudhisthira. Sin
embargo, para no alterar la normal duración de 24.000 años de reinado de cada
uno de aquellos cíclicos monarcas, establecieron una regencia de 3.000 ó 4.000 años al término de cada reinado. En las Indagaciones Asiáticas (tomo II, pág. 134), se dice: “Paricshit [Parikshit],
sobrino y sucesor de Yudhisthira, reinó indudablemente en el intervalo
comprendido entre la edad de bronce y la
edad de tierra, y murió al comienzo de esta última”. Aquí vemos una especie
de interregno al término de la edad de bronce y antes del establecimiento del
Kali Yuga; pero como en el Mahâ-Yuga de 1.080.000 años sólo ha podido haber una
edad de bronce o treta Yuga, es decir, la edad tercera, el reinado de Paricshit
debió de acaecer en el segundo Mahâ-Yuga cuando el polo había regresado a su
primitiva posición al cabo de 2.160.000 años. Esto es la que los indos llaman
Prajanâtha Yuga. Análogamente han procedido otros pueblos más modernos que,
enamorados de los mismos números, han dividido el año común en doce meses de
treinta días, representando los cinco días y fracción sobrantes, por medio de
una serpiente que se muerde la cola, dividida en cinco partes.
Pero “el reinado de Yudhisthira
comienza inmediatamente después de la
inundación llamada Pralaya”, es decir, al término de la edad del calor o
Kali Yuga, cuando el trópico ha pasado ya del polo al otro lado del círculo de
perpetua aparición, que coincide con el horizonte septentrional. Aquí tenemos
que el trópico o solsticio de verano estaría nuevamente en el mismo paralelo de
declinación septentrional al comienzo
de su primera edad, lo mismo que estaba al fin
de su tercera edad o Treta Yuga llamada edad del bronce...
Basta lo dicho para probar que los
libros indos no entrañan absurdo alguno ni acusan ignorancia, presunción o
credulidad; sino que contienen profundísimos conocimientos de astronomía y geografía.
No acierto, pues, a conjeturar por
qué algunos insisten en tener a Yudhisthira por hombre mortal y personaje
auténtico; a menos que teman por lo que pueda ocurriles a Jared y a su abuelo
Matusalén.
A
D V E R T E N C I A
La Sección Bibliográfica
correspondiente al presente volumen, va incluída en el tomo VI y abarca el
contenido de ambos libros.
Este
temperamento ha sido adoptado en razón de que los tomos V y VI de esta
esdición, constituyen el volumen V de la cuarta edición inglesa (Adyar) que ha
servido de base para la preparación de la presente publicación y de la
bibliografía correspondiente.
D.S TV
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