Ya dijimos que las biografías de los Salvadores del mundo son emblemáticas y que deben leerse en su místico significado; así como también dijimos que el número 432 tenía un valor cósmico evolutivo. Vimos cómo estas dos verdades arrojaban luz sobre el origen del cristianismo exotérico, y disipaban en mucho la oscuridad que envolvía sus comienzos. Porque ¿no resulta evidente que no son históricos los nombres y caracteres de los Evangelios sinópticos, ni tampoco los del de San Juan? ¿No aparece claro que los compiladores de la vida de cristo, deseosos de demostrar que el nacimiento de su Maestro había sido un suceso cósmico, astronómico y divinamente vaticinado, trataron de coordinarlo con el término del ciclo secreto de 4.320? Cuando se cotejan los sucesos, reponden estos tan poco como el otro ciclo de “treinta y tres años solares, siete meses y siete días”, o sea el ciclo soli-lunar en el que el Sol gana sobre la Luna un año solar, y que también se ha aducido en apoyo de la misma pretensión.
La combinación de las
tres cifras 4, 3, 2, con ceros correspondientes al ciclo y manvántara
respectivo, fue y es eminentemente hindú, y permanecerá secreta aunque se
revelen algunos de sus significativos caracteres. Esta combinación se refiere,
por ejemplo, al pralaya de las razas en su periódica disolución, antes de la
cual desciende y encarna siempre en la Tierra un avatâra especial. Todas las
naciones de la antigüedad, tales como Egipto y Caldea, adoptaron dichas cifras,
que muchísimo antes fueron de uso corriente entre los atlantes. Sin duda que
algunos de los más eruditos Padres de la Iglesia primitiva, que cuando paganos
habían husmeado los secretos de los templos, los refirieron al misterio
avatârico mesiánico; y trataron de aplicar este ciclo al nacimiento de su
Mesías; pero fracasaron en el empeño, porque las cifras se refieren al
respectivo término de cada raza raíz y no a individuo alguno. Además, en su mal
dirigidos esfuerzos, se equivocaron en cinco años. Si estuviesen justificadas
sus pretensiones de la universal importancia del suceso, ¿hubiera sido posible
tamaño error, en un cómputo cronológico trazado previamente en los cielos por
el dedo de Dios? Por otra parte, si hubiera sido exacta la aplicación del ciclo
al nacimiento de Jesús, ¿qué es lo que hacían los paganos, y los mismos judíos
iniciados? ¿Hubieran ellos dejado de reconocer, como custodios de la clave de
los ciclos secretos y de los Avatâras (ellos, herederos de la sabiduría aria,
egipcia y caldea), a su gran “Dios Encarnado”, uno con Jehovah , a su
salvador del fin de los tiempos, a aquel que todos los pueblos de Asia esperan
aún como su Kalki Avatâra, Maitreya Buddha, Sosiosh, Mesías, etc.?
El secreto de todo esto consiste en
que hay ciclos dentro de otros ciclos mayores, todos ellos contenidos en el
Kalpa de 4.320.000 años. Hacia el término del Kalpa se espera al Kalki avatâra,
cuyo nombre y circunstancias no es lícito revelar, pero que procederá de
Shamballa, o “ciudad de los Dioses”, situada, respecto de algunas naciones, en
Occidente, y respecto de otras, en Oriente, Septentrión o Mediodía. Por este
motivo, desde los rishis indos hasta Virgilio, y desde Zoroastro hasta la
última sibila, todos los vates de la quinta raza cantaron y predijeron la
vuelta cíclica del signo zodiacal de la Virgen (la constelación virgo) y el
nacimiento de un divino Niño que había de restituir a la Tierra la Edad de oro.
Nadie, por fanático que sea, se
atreverá a sostener que la era cristiana nos haya vuelto a la Edad de oro,
habiendo actualmente entrado Virgo en Libra desde entonces. Vamos, por lo
tanto, a señalar tan sumariamente como podamos el verdadero origen de las
tradiciones cristianas.
Ante todo, los intérpretes
cristianos descubren, en ciertos versos de Virgilio, una directa profecía del
nacimiento de Cristo; y, sin embargo, es imposible colegir de ella ninguna
característica de la época actual. Cincuenta años antes de la era cristiana, en
la famosa égloga cuarta de Virgilio, solicita Pollio de las musas de Sicilia
que le predigan los grandes sucesos futuros. Dice así el poeta latino:
Ha llegado la última era del canto
cumeano, y de nuevo empieza una de las grandes series de épocas [que una y
otra vez se repiten en el curso de la revolución mundial]. Ahora vuelve la
Virgen Astrea y recomienda el reinado de Saturno. Ahora desciende de los reinos celestiales una nueva progenie. Recibe tú,
¡oh casta Lucina!, con propicia sonrisa, al Niño que ha de cerrar la presente
Edad de hierro y abrir en el mundo entero la Edad de oro... Nos hará él
partícipes de la vida de los dioses y verá a los héroes en comunicación con los
dioses, y los héroes y el pacífico mundo le verán a Él... Entonces ya no temerá
la grey al espantable león y también morirá la serpiente y perecerá la ponzoña
de la engañosa planta. ¡Ven, pues, oh Niño predilecto de los dioses, gran
descendiente de Júpiter!... Se acerca la hora. Mirad cómo el globo terráqueo se
estremece al saludarte tierras, mares y los sublimes cielos.
En estos versos ven los intérpretes
cristianos la “sibilina profecía de la venida de Cristo”; pero ¿quién osará
sostener que desde el nacimiento de Jesús, ni aun desde la fundación del
cristianismo, se hayan podido considerar como proféticas las frases citadas?
¿Terminó acaso la “última Edad”, la Edad de hierro o Kali Yuga? Antes al
contrario, está actualmente en pleno influjo; y no porque los indos lo digan,
sino por experiencia personal del mundo entero. ¿Dónde está esa “nueva raza
descendida de los celestiales reinos”? ¿Es la generación que del paganismo pasó
al cristianismo? ¿O son tal vez las actuales naciones siempre dispuestas a la
lucha, siempre recelosas y envidiosas y propensas a embestirse con el odio que
enemista a perros y gatos, y siempre engañándose mentirosamente unas a otras?
¿Es nuestra edad la prometida “Edad de oro” en que no dañará el veneno de las
serpientes ni la ponzoña de las plantas, y en que viviremos seguros bajo el
benigno imperio de monarcas elegidos por Dios? La caprichosa fantasía de un
fumador de opio no fuera capaz de sugerir más inadecuada descripción de la Edad
de oro, si hubiésemos de considerar como tal cualquiera de las épocas
transcurridas desde el primer año de la era cristiana. Las matanzas de
cristianos por paganos, y de paganos y herejes por cristianos; los horrores
inquisitoriales de la Edad Media; las guerras napoleónicas; la sangre derramada
a torrentes por la posesión de unas cuantas hectáreas de territorio y un puñado
de infieles; la paz armada, con millones de soldados dispuestos a entrar en
batalla; la artera diplomacia de Judas y Caínes; y en vez del “benigno imperio
de los reyes divinos”, el universal dominio del cesarismo, de la fuerza en vez del derecho, con sus
inevitables progenies de anarquistas, socialistas, petroleros, dinamiteros,
terroristas y destructores de todo linaje. He aquí el cuadro.
La profecía sibilina y la
inspiración poética de Virgilio fallan a cada punto, como vemos.
“Las suaves espigas de trigo
amarillean los campos”, dice el poeta.
Pero también ocurría esto antes de
nuestra era:
Los dorados racimos colgarán de
groseras zarzas y rosada miel podrán destilar las rugosas encinas.
Pero hasta hoy eso no ha ocurrido.
Debemos buscar otra interpretación. ¿Cuál? La Sibilia, como millares de otros
profetas y videntes, habló de suerte que aunque cristianos e infieles rechacen
los pocos recuerdos que de sus palabras quedan, sólo las pueden interpretar y
comprender los iniciados. La Sibilia alude a los ciclos en general y al gran
ciclo en particular. Veamos cómo los Purânas
corroboran esta aserción, entre otros el Vishnu
Purâna:
Cuando toquen a su fin las
instituciones legales y las prácticas enseñadas por los Vedas; cuando se
acerque el término del Kali Yuga, bajará a la Tierra un aspecto de aquel
divino Ser que por su propia naturaleza espiritual existe en Brahmâ, y es el
principio y el fin... Nacerá de la familia de los vishnuyashas, un eminente
brahmán de Shamballah... dotado de las ocho facultades sobrehumanas. Con su
irresistible poder destruirá... las mentes entregadas a la iniquidad, y después
restablecerá la justicia sobre la tierra. Las mentes de cuantos vivan al
término del Kali Yuga quedarán despiertas y diáfanas como el cristal. Los
hombres así cambiados por virtud de esta singular época, serán como la simiente
de seres humanos y de ellos nacerá una raza obediente a las leyes de la
Krita Yuga. Porque se ha dicho: “Cuando el Sol y la Luna y Tishya y el
planeta Júpiter estén en una misma morada, volverá la Krita Yuga”.
Los ciclos astronómicos de los
indos, según las públicas enseñanzas, se han comprendido bastante bien; pero no
así sus esotéricos significados en la aplicación a los trascendentales asuntos
que con ellos se relacionan. El número de ciclos era enorme: desde el ciclo
Mahâ Yuga de 4.320.000 años, hasta los pequeños ciclos septenario y
quinquenio. Los cinco años de este último se llamaban respectivamente:
Samvatsara, Parivatsara, Idvatsara, Anuvatsara y Vatsara, y cada uno de ellos
tenía sus secretos atributos y cualidades. Vriddhagarga escribió sobre esto un
tratado, que actualmente es propiedad de un templo transhimaláyico, explicando
la relación entre el quinquenio y el ciclo Brihaspati, fundada en la conjunción
del Sol y de la Luna cada sesenta años. Es un ciclo tan misterioso como importante
para los sucesos de un país, y especialmente para la nación Aria inda.
D.S TV
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